30/8/10



[Arte canalla -cerca Terminal]

26/8/10

SANATA


SANATA (VIAJE AL CENTRO DEL BARRIO DE OTRO)

La última novela de María García de próxima publicación en
Ediciones Del Trinche





Una periodista cultural del diario de Mendoza La Oruga Fronética descontenta con su trabajo pues se la ha quitado de su lugar de reseñista teatral del suplemento de cultura y se la ha pasado a los policiales llega a Rosario para investigar un curioso caso señalado por el director del diario, un rosarino paidofílico y ex comisario que vive en Mendoza desde hace 30 años: El Caso del Puto Gigante. Se trataría de una leyenda urbana del barrio La Tablada, del sur de la ciudad, que cuenta la historia de un presunto número cinco que en la época de Carlovich jugaba al fútbol de forma harto curiosa en la plaza que rodea a la cancha de Central Córdoba. Como parecen indicar los testimonios miedosos y forzados de los lugareños que a duras penas la periodista fue recolectando, el inconveniente personaje correspondería a un sujeto de entre 1,83 y 4,00 mts de estatura y musculatura sobresaliente que solía integrar equipos espontáneos ubicándose como centrehalf vestido de forma estrafalaria y andrógina y llevando siempre en su mano izquierda un colorido abanico abierto y batiente. Los testimonios son inciertos y encontrados. Para algunos era un patadura lamentable que sólo buscaba oportunidades hasta inverosímiles para poder “chupar la pija compulsivamente”, cual era su pasión unívoca según parece, a cambio de dejarse perder. Otros que dicen haberlo visto en más de una ocasión o sólo escuchado comentarios sottovoce lo consideraban el mejor número cinco que jamás jugó en dicho parque –incluyendo muchos al mismísimo Carlovich-. Los relatos de los vecinos desconciertan cada día más a la periodista que se aloja en una pieza de pensión de la calle Rueda que fuera entonces un espantoso prostíbulo y escucha las alocadas narraciones de su encargada, antigua y desdichada Madama del lupanar de entonces, y que dice tener contactos extrasensoriales con el espíritu tragicómico del inasible Puto. A esta altura el Puto Gigante es un excéntrico fantasma-thrash que jamás existió en sí mismo y se aparece incluso en la actualidad para llevar a cabo su obsceno -e irrisorio acaso para un fantasma- fin sexual-deportivo, o bien un mito berreta ni siquiera digno de ser sostenido como historia distintiva de cuatro manzanas a la redonda, o en su defecto parte curiosa de una sostenida campaña de antiguos hinchas octogenarios de Tiro Federal que secretamente gobiernan el mundo de mancomún con la CIA y la NASA y dedican sus días a deforestar el país promover el monocultivo de soja transgénica para cobrar “derechos de autor de agrocombustibles nazificantes” hacer pingües negociados de exportación en el puerto de Rosario y luchar denodadamente para desmantelar la imagen de una figura que creen avanza de forma irrefrenable camino a ser el mito argentino más grande de todas las épocas al punto de poner en jaque “con más eficacia que extraterrestres skinheads o musulmanes” al actual sistema capitalista mundial, la del citado número cinco “charrúa” de otrora. La corresponsal de pronto, en un mero tris, se ve envuelta en un embrollo universal y en confuso episodio en la cúspide del Monumento a la Bandera mientras se encuentra tomando fotos como insípida turista, es secuestrada o acaso abducida y cuando vuelve a la conciencia se reconoce dentro de un improvisado y falso tribunal con gradas de cartón corrugado en una gigantesca nave espacial donde es interrogada estúpidamente por Darth Vader (o un sujeto quien fuere vestido de DarthVader al que alguien en un desliz llama “ Sr. Darth Barak”) el intendente socialista de Rosario y la ex esposa de Maradona que llega en un carro alado tirado por pegasus abrigados con casacas –según luego comprenderá, dado que ella detesta al fútbol “en el mismo escalafón de repugnancia que a la puta infame Isabel Allende la editorial Belleza y Felicidad o la antología “La Joven Guardia” o ¡al peronismo mismo!"- con colores que representan a Boca Newells y el Cosmos estadounidense. Cuando ya la cuyana periodista (y poetiza, porque allí descubrimos que su verdadera vocación es la poesía a la que se aboca imperiosamente en los que cree sus últimos días) se resigna a esperar el fin de su “provinciana vida de posmoderna contrariada al pedo” es rescatada por un improvisado pero efectivo ejército de “la Guerrilla Cósmica Charrúa” que encabeza un personaje a la vez celeste y macabro que parece la cruza exacta –anota ella en su diario- del Pingüino Alfio Basile y Doménico Modugno (pero ella jamás vio en su vida ni una fotografía de Basile y Modugno, se trata sólo de una visión poética, un fenómeno que aunque solía embargarla vivía como un don y le sobrevenía desde niña esporádica y espasmódicamente y desde que fue secuestrada “cada 6 minutos 32 segundos”). El siniestro pero apacible personaje “vestido como se viera un linyera de etiqueta, pero no… tampoco así” se hace llamar con distintos nombres según el caso: Arnold Fumarola, el Profeta Porchetto, San Salvador Villar II, Pollo, Amo del Cosmos, Yo, Verdadero Platón de Todos los Tiempos, Boludo-Simple-Indistinguible, o X³ entre otros no menos groseros u obtusos. Al escuchar este último mote la periodista-lírica sufre un dejá vu o menaje à trois –o ambos en simultaneidad- y recuerda que ese era el seudónimo de un autor rosarino misterioso que ella había leído con delectación en sus años mozos y que la había conducido a un mundo de ensueño libidinal-especulativo maníaco perverso y sostenidamente masturbatorio del que solamente había podido escapar primero a través del “psicoanálisis de orientación lacaniana-revisada”, luego, de terapias post-gestálticas y cognitivas, y más tarde con el consuelo final “del paco el I Ching conjugado con Pilates la lectura incurable de blogs porteños y la creación continua de concursos de poesía para pelotudos del calibre de quien suscribe o del eventual lector de esta chotada”. Regresa al Planeta a su grupa y en su loft subterráneo a la vez roído y lujoso dentro de un edificio de 140 pisos construido desde la superficie hacia el centro de la tierra a pocas cuadras de aquella plaza, X (así lo llama ella cariñosamente absorta en su fascinación) -que no acepta la oferta millonaria que irresponsablemente la poetisa cuyana ex periodista le ofrece a canje de “sexo oral ¡o algo!” inmersa en un enamoramiento enloquecido como jamás vivió (ni siquiera en aquella historia de su época de colegiala con la hija menor del director de La Oruga Fronética, hoy vicedecana de la Universidad Mitocondrial de la Isla de Pascua)-, empecinado en “resolver matemáticamente el intríngulis cósmico flagrante” de acuerdo a una teoría que se encuentra en plena fermentación en su cabeza y que llama “Teoría del Azar Reversible y del Infinito Implicado”, le explica “el actual orden geopolítico-mafioso del universo” su “central rol libertario” en él y la verdadera historia de la leyenda negra del Puto Gigante de la placita.
Pero esa… “quizá no sea la verdadera historia, sino una mera perspectiva, un punto de vista cualquiera, un relato, una narración, un constructo singular, lo que los antiguos llamaban dóxa y los vigentes habitantes del barrio rosarino La Tablada denominan despojadamente ‘sanata’”. Y es allí, quizá, donde recién comienza su historia.

24/8/10

"ME ENAMORÉ DE UN CÍNICO"




Sí, así dice ella, joven colegiala: “Me enamoré de un cínico”. Bueno, qué vamos a hacer, culo, paciencia, esperar. Borges esperó toda una vida para tener sus Obras Completas. Nosotros esperamos otra para no completar ninguna obra. A cada cual lo que es suyo. Triste se la ve a la joven colegiala. Su culo mustio sigue. Él le pide que lo levante, que vaya a un gimnasio porque así no van a ir muy lejos. Sostener el culo para sostener el deseo. Es cínico no fashion. No le pide que se haga las tetas. Ella tiene tetismo infantil; pero a él le gusta. La falta de tetas acerca la mujer al hombre, estrecha el contacto, canaliza la contigüidad hacia el horizonte donde lo mutuo hace la unión, acaso invita a una leve identificación o simetría. La mucha teta acerca la mujer al hombre, a los otros. Otros hombres. Al fin y al cabo la teta sirve para poco. Para la mujer es una charretera, una medalla, pero él es cínico no militarista. No confundir. Poca o mucha la teta gusta al cínico. Pero la mucha teta hace a tu mujer objeto de las miradas de los buitres. Otros. Otros buitres. De las miradas es lo de menos. Las dimensiones de las tetas de tu mujer son proporcionales a las de tu futura cornamenta. Todo OK con la teta pero no me nieguen que el culo es un bien más noble. Dejemos las tetas a las conejitas Playboy. El culo inmigratorio-aborigen rosarino es inalienable, intrasferible. Qué desgracia para ella, “Me enamoré de un cínico”. Ella, cristiana, educada en buen colegio con el sudor sostenido de su familia acéfala de clase media provincial argentina. Cifró en su anticinismo (o acinismo) su perspectiva de ascenso de clase. Una carrera en la universidad como especialista en el Medioevo. Pero sin culo no llegará ni a media Eva. (El clásico chiste cínico, perdón). Claro, atorada en un sistema de lecturas tan idiota como el que induce obligatoriamente esa infame universidad ella jamás pudo leer un libro que le hubiera hecho ver esa otra cara de la luna que le hubiese permitido desenamorarse del cínico para así conquistarlo o al menos retenerlo. Se trata ni menos de “Los cínicos también se enamoran” escrito a mediados de los 60 y reescrito –actualizado- comenzados los 90 por el profesor Herecta. Jorge Luís. Jorge Luís Herecta. Herecta trabajó por años en el Instituto Herecta (valga la redundancia) recopilando y analizando clínico-deontológicamente casos de cínicos, observados en su vida vincular sexual-emocional a la busca de explicar “el misterio sexual del cínico”: ninguno. Y créanme que lo encontró o no. Esto dicho en otro orden de cosas. El del rigor de la lógica. Se deforesta el mundo por cualquier motivo.


23/8/10

NECROLÓGICA





Siempre existen los que escriben para desaparecer, volverse imperceptible, escapar, ser todo nada, querer ser el Hombre Invisible. Son los pibes Kafka. Ni hace falta que lean a Deleuze: escribir es borrarse. Hacer la de Dios: ir de alguien a nadie. “Olvidaré el año, el día, la fecha./Me encerraré a solas con este papel” (Maikovski).
Primero publicar, después escribir, que se puede entender de cualquier manera. Posiblemente siempre se trate de no ser cogido (mejor: cojido). Con esa idea Viñas se leyó toda la historia de la escritura nacional. Para eso estaban los que apelaron a la “íntegra realización de la revocabilidad del mi-cuerpo”, o sea no tener un cuerpo, para “pasar desapercibido” como decía en aquel lugar el viejo contornista. Otros cantaron “escribir para no ser escrito”. Es que hay dos clases de escritores (valga la redundancia: argentinos); son las dos clases de sicóticos que se conocen: paranoides y desorganizados.
Para escribir no hace falta ser escritor; para ser escritor no hace falta escribir. Ser escritor es una forma de estar. Tener reflejos; una determinada manera de reaccionar. De estar parado, sentado, acostado. También, si toca encerrarse afuera, una manera de fumar en los salones. Escribir, una forma de estar: ausente. Para ser un escritor en vida hace falta convertirse en un espantapájaros en carroza: montarse en escena. Hasta cojerse para no ser cojido (“un cuerpo de mujer; el cuerpo masculino no existe, que yo sepa”). Un sistema de aparición. Ser escritor, es decir, dar entrevistas. O negarse a darlas. Abrir la boca, que salgan moscas. Boquear dos sílabas, una sílaba nada –pez-, dos: boquean.

Pes-cado.
Escribir no suele ser muy distinto, de hecho, a hacerse entrevistas uno mismo, en el peor de los casos para dejar de ser uno mismo: esfumarse. Escribir es fumarse. El tema siempre es el aire, costumbres de los ahogados: instrucciones para respirar fumando. Una respiración crítica o una crítica de la respiración.

Murió el último escritor vivo.


19/8/10

'PATAFISICA PROFANA


(“‘Patafísica: Epítomes, recetas, instrumentos y lecciones de aparato”. Caja Negra Editora. 2009)



El gran tema de este rejunte de documentos en torno a la ‘patafísica –por lo que se ve- es el de un alegato a la defensiva contra el humor, lo cómico o la risa. Imputados de humoristas o bromistas los promotores de este gay saber de la inutilidad, los apóstoles del jarrianismo de mediados del s. XX se atrincheran en su socratismo textualista, desesperados como un Orteguita del sentido por eludir la marca; pero imperturbables en su histerismo. No literatura, no arte, no filosofía, no metafísica, no epistemología positivista llevada a su punto culminante de coherencia, no chistología. No. Y no no.
En el lunfardo tampoco fiable de la tradición filosófica mundial la ‘patafísica, natura naturans y natura naturata, vendría a ser dos cosas, una prote philosophia y to ápeiron, el último de los discursos, el universo entero y lo real mismo. ¿Son los patafísicos metafísicos inconcientes, como el Burrito de San Vicente?

Efectivamente, todo lo contrario.

Mucho peor: ¿se trata de un lacanismo-sin-Lacan, cósmico y meta-cósmico y con un número mucho más restringido de suicidados? (menor que el de dadaístas y surrealistas incluso) ¿Son los escolásticos patafísicos los Jacques-Alain Miller de Jarry? De hecho, todo puede devenir su contrario, e incluso –hay que sobreañadir-, otra cosa. ¿En este combo de metafísica y positivismo que es el mundo de manera inexorable, es la ‘patafísica la coherencia que faltaba? Tampoco la ‘patafísica se priva de la gran división heraclitiana: se es patafísico conciente o se es patafísico inconciente. Ni tampoco de una aspiración que podría llamarse jegueliano-froidiana: la de hacer conciente lo inconciente. Incluso, los patafísicos se proponen imperturbables, así como los filósofos se inmolaban en la ataraxia la apatía o la sofrosyne, por citar tres. ¿Y si –patafísicamente incluso- fuera preferible ser un patafísico inconciente? ¿Y más inútil aun no sería ser un patafísico perturbado?


Sería interesante (¿) un sociología de la recepción (¿) de la ‘patafísica en los marcos de la Gran Llanura de los Chistes. Como todo lo que cae en trayectoria directa de la grandeza de la Francia a este punto inaprensible del mapa histórico occidental, la ‘patafísica, una manufactura más de la semimonopólica industria de símbolos francesa, transplantada, traducida, de forma literal, se enrarece. Pero para los patafísicos todo eso compone la amorfa masa persistente de lo inconciente ‘patafísico, aquello que aspira a superar sus encrucijadas con solucionabilidades extraimaginarias: la ‘patafísica alienada, lo ideológico de la ‘patafísica. No repara en geopolítica la ‘patafísica: simplemente todo es Polonia, porque Polonia es Cualquier Parte y especialmente aquel país en el que se está. Como último fortín de frontera de la mitología blanca y como siendo al lumpenismo cultural europeo lo que la metafísica a la burguesía. Nosotros, patafísicos perturbados, peronistas del sinsentido, entre la ‘patafísica compulsiva y la metafísica pulsional: resistimos. ¡Give war a chance!: habilitemos a un patafísico perturbado. Ojo: perturbado en su indiferencia (no sea que nos quieran los gramscianos). Además: ¿y si fuese mejor ser un patafísico inconciente? (¿es esto el método-Zizek?: “¿y si todo fuera al revés?”).


17/8/10

UNA NOVELA QUE NI COMIENZA


(De la reseña como argumento.
Sobre “Adaptarse o Pérez ser” de Cai Olagán Ruci.
Ediciones Del Trinche. Rosario. 2010)





¿Puede una novela no contar su propia trama sino otra cosa? ¿Algo tanto más insignificante, simple, literal, como la idiotez propia y ajena? Esto es básicamente lo que plantea “Adaptarse o Pérez ser”, la primera novela de Cai Olagán Ruci editada por Ediciones Del Trinche.
Y hay más: “¿Puede un pobre… [tachado
[1]] convertirse en un genio de la literatura?” anota Pérez en su Tractatus, y en otro lado su narrador ciertamente afectado se pregunta “¿Acaso alguna vez otro escritor mató a otro escritor?”
Un escritor filosófico póstumo ha dejado su inmensa obra –o quién sabe: pequeña, ¿por qué no pequeña?- esparcida en armarios, correos electrónicos de otros, weblogs a granel, ensayos ficciones poemas y artículos diseminados en publicaciones inciertas y firmados con nombres menos ciertos todavía. Y aunque tal vez no sea así, un narrador se propone... eso: narrarlo. ¿Pero narrar qué? ¿La vida, la obra, la...? ¿Y si fuera mejor transcribirla? ¿Y si sólo fuera posible convertirse en él? Entonces ya no hay ningún escritor, ni muerto ni nada, ni vivo ni nada; lo que hay es un narrador un personaje y un editor, y todavía más: un lector, envueltos en una trama inenarrable, o que, en todo caso, no encuentra quien la escriba. Y cuando ello ocurre lo primero que se pierde ¿es la identidad? ¿la ilación? ¿la gramática? ¿El lector, la obra? ¿La obra de quién?
Entre aquellas dos preguntas del comienzo de dos voces dispuestas a perder sino todo por lo menos su inasible identidad se articula la complejísima trama de esta sensacional novela, un auténtico thriller sin secuelas, por omisión, donde nadie parece moverse pero en el cual un autor un narrador un editor un personaje y un lector se ven envueltos de forma finalmente desesperada. Es el mundo, es decir mi propio lenguaje, lo que se ve amenazado, repara el narrador en un e-mail a su mujer que no forma parte del texto. ¿Y si fuera el lector el que realmente corre peligro? Sucintamente Pérez, en un despojado y simple correo electrónico, narra al editor el quid de su vida misma: “La deplorable metafísica de lo nuevo jamás fue para mí un objetivo a alcanzar”. ¿Se trata entonces de la imaginación, se trata de la inventiva, o simplemente de dar un testimonio desde el más común de los lugares, aquel al que “los superhombres y los caballeros de la fe” jamás quisieron llegar así jamás hayan existido? Cuando todo parece conducir a un inminente fin el editor le escribe al lector reclamándole su insustituible complicidad. El problema es la lengua no Pérez; Pérez podría nomás ser simplemente un personaje aunque de él solo pueda darse fe en virtud de unos simples textos que, de no mediar lector y narrador, se perderían en la honda ligereza del fragmento gravemente frívolo. De hecho ¿son esos textos documentos pertenecientes a Pérez? Estando en eso es que el narrador interviene para intentar narrar aquello que... ¿es inenarrable? ¡¿Y qué es aquello?! “Es Pérez” –se lee-. ¿Es Pérez o es la Realidad? ¿O la realidad de un narrador que in fraganti, esto es narrando, no sabe qué hacer ni cómo? Pérez –póstumo pero coleando- decide emprender un enrarecido viaje interior al mismo centro del universo para “desaparecer completamente” y allí todo se precipita: el editor, atascado entre hacer existir al libro o desaparecer él como tal se hace a la vida como si se tratase de un ultimátum, los mensajes geniales o estúpidos de Pérez lo anonadan y lo ubican en una situación terminal. Dispuesto a salir en busca de su destino no parará hasta llegar al mismo Palacio Presidencial y más todavía: a entrevistarse con Dios, que para el caso existe. En vista a tales fines deberá sortear los escollos más terribles y los más inverosímiles: desde enfrentar a la Curia Vaticana, hasta reformar los parámetros de la lógica-matemática contemporánea para hacer “posible” lo que bajo el flagrante statu quo del saber occidental sería imposible. Lo que no advierte es que al hacer que todo sea posible todo podría comenzar a suceder y sucede lo peor: la Última de las Grandes Guerras estalla y todo en la Tierra se esfuma, ya no quedan bibliotecas, ya no hay imprentas, ya no hay libros, ya no hay sentido, ¡ya no hay gente! Guarecido en las alcantarillas subterráneas de París el editor escucha una fortuita comunicación en un lenguaje insólito que milagrosamente entiende (es que todo es posible): una vinchuca dos un gorgojos y un sapiente saltamontes sin kimono finiquitan la aniquilación de la especie humana: jamás hubo en la Tierra auténticos insectos, ellos son los verdaderos extraterrestres que milenariamente se han infiltrado entre los hombres financiados por una prestigiosa universidad de su lejano planeta. En un último suspiro el editor cae en la cuenta: “Si todo es posible ¿por qué no hacer que todo vuelva a su estado inicial, o, mucho mejor, a su estado ideal?” Pero hay un problema: nada de esto importa al narrador, absorto en su propia diégesis de naderías perturbadas camino a una página más, enredado en sus propias imposibilidades, parejas a las del personaje. Después de todo jamás le interesaron las “novelas de piratas”, es decir la aventura en sí misma, sino lo que quiere la mujer e intentar de acabar con su condena: la voluntad de narrar o el mundo mismo, al que llama “mi Planeta”. Y así la desventurada pero esplendente odisea del editor se pierde rigurosa e íntegramente en lo no-dicho. O mejor dicho: en lo no escrito para siempre, en lo que es externo al texto en sí: el mismo mundo así haya ya dejado de existir.





[1] … Pero no en el original.

15/8/10

Al mediodía:
no pensar en Nietzsche
ni en Tessandori.

7/8/10

Especialistas en sus propios problemas. Consúltenos.

6/8/10



[Casa intervenida y árbol con ojo -Sur-]

3/8/10

GOMBROWICZ CON AZNAR




Sería interesante el experimento de introducir en la filosofía a (o introducir la filosofía (suena mejor así) en) un púber actual no con un Para principiantes ni con Wikipedia sino con estos dos libros: las Lecciones Preliminares de Filosofía de García Morente y Curso de Filosofía en 6 Horas y Cuarto de Gombrowicz. Estos niños que se introducen la filosofía ya con Foucault Lyotard Deleuze y Derrida abordo nunca llegan a la filosofía, se quedan –como los perversos- en los preliminares. Reciben de entrada la posfilosofía, o sea: se quedan donde estaban, porque el horizonte velado de la posfilosofía es volver a sentarse en ese pupitre feliz donde uno recibía las instrucciones prefilosóficas para la vida nofilosófica. Una cosa es querer ingresar a la Academia y otra introducirse la filosofía. El elemento de perversión en la filosofía de Gombrowicz es otro: Gombrowicz buscaba una filosofía mala.
Goma escribe que después de leer el libro de Morente “Gombrowicz adquirió la costumbre de decirle a sus amigos que la filosofía se había acabado, que el profesor García Morente lo aclaraba todo, que no había ya ningún misterio desde Platón hasta Husserl, y que sin misterios no existe la filosofía”.
No sólo lo seducía la barbarie preadulta a Witoldo. Igual que Borges, hacía un uso sabio de los manuales; para peor de manuales que Borges deploraría y él mismo también.

Estos libros son parecidos, son dos libros orales. Uno ocurre en la Universidad de Tucumán que cobijaba por entonces a p
rofesores desterrados de prestigio ecuménico, como el Sr. García, neocantiano español y a posteriori sacerdote, el otro en Francia, donde un aristócrata lumpen polaco-argentino, retornado después de un cuarto de siglo de vida anónima se inventa sus propias lecciones preliminares para un público ínfimo: su mujer y su reportero cabecera. Se dice que se inventó lo del curso para distraerlo a Gombrowicz, que estaba en sus últimas, de
la muerte y un eventual suicidio. Como se ve la historia tiene algo de socrático y de miliunanochezco. Witoldo lleva encima un par de apuntes personales, quizá de cursos sui generis que dictó alguna vez en la Argentina sobre Husserl, Heidegger, Heisemberg o quien sea, y el libraco de Morente.

Piglia en su momento de gloria ilusionaba a la gente con una adaptación de Gombrowicz con visado académico tirado por la borda. El Tardewski de Respiración Artificial no es Gombrowicz, o es Gombrowicz dentro de un sueño asexuado de Piglia. Jamás da Piglia una puntada diegética sin abarcar lo más posible la biblioteca literaria del universo entero. Se trata de un académico a la intemperie, un tesista discípulo de Wittgenstein caído en desgracia, en la desgracia biográfica de Gombrowicz. Es un Gombrowicz que recita a Piglia a punta de pistola. En realidad este Gombrowicz falso, erigido como para conmover el hedonismo de hierro de los graduados nacionales, sólo tiene algunas señas del original, más parecería un Borges del hambre y diplomado, un Piglia del hambre. Vive atrapado en esa diégesis paranoide donde teje su autor, conocido por postular a la novela moderna como una forma de encierro no espacial, de paranoia de encaje perfecto y por meter por el ojo del género policial los camelos del sistema de la crítica. Sólo con un pedazo austero de la verdad se podrá pensar que Fernández es un concreto filósofo fracasado de la zona, y con otro pedazo más generoso decir que el único logrado. Gombrowicz tiene, todavía hoy, menos chance de ingresar a la academia –la platónico-romeriana- que aquel exuberante barrilete cómico (Nietzsche: los filósofos son barriletes). Tardewski es un Witoldo pasado por Kafka, exonerado, por ende, de Proust. Vive en la consideración de una teoría pigliana del siglo XX, y en el respeto de todos sus muertos, sostiene una teoría crítico-paranoica de la historia reciente aún cuando se dice un escéptico que vive al descubierto de la historia. Pero se vuelve vitoldiano cuando de filosofía se trata. No tiene una teoría satírica histérica del otro como amo y esclavo de la forma ni de la tilinguería como ascesis para fugar de la autoteología. Tiene una teoría política amarga y maníaca como genética de la ontología del presente. Hitler es la continuación en acto de Descartes, y la contrafigura universal de Kafka. Se trata del único hombre, en Concordia y en el mundo, que sabe –lo descubrió él- que Hitler y Kafka fueron amigos, y la obra de Kafka es la denuncia alegórica y profética de la obra en acto de Hitler: la instrumentación del método cartesiano: quemar todo.
En el Curso de Filosofía W.G. evoca a Hitler más en relación con Sartre que no Heidegger: ¿por qué no elegiría desde la absoluta libertad el nazismo en vez del marxismo-existencial? O sea, Heidegger necesitaba del Ser para alinearse al Führer, pero a Sartre le hubiese alcanzado con la Nada. Dice Gombrowicz: “lo importante de Descartes es el Discurso del Método: ELIMINAR EL OBJETO: la gran idea de Descartes”. Pero en el mundo de lo infalsable todo cierra y W.G. no le ponía demasiado énfasis a esas gigantomaquias que fascinan al antiguo piglismo.
Este Tardewski escrupuloso donde no lo es W.G. es vitoldiano donde Witoldo se dejaba llevar por el innegable encanto de la ignorancia cuasi genial. Tardewski, es un discípulo desterrado y clandestino de Wittgenstein que sobrevivía dando clases privadas de filosofía en la provincia de Entre Ríos; es “un académico sin academia y un escritor sin lenguaje y polaco sin Polonia” que llama a García Morente “El Asno Español II” y vive confinado preparando exámenes de estudiantes secundarios que deben rendir lógica o filosofía con el libro de aquel “tipo de una ignorancia casi genial”. Este falso Gombrowicz post-empirista es una especie de eminencia filosófica, abandonado en la vida cínica y en el fracaso anónimo extraviado en el interior de este confín del mundo occidental donde se acostumbra a festejar a las bestias de carga con lenguaje profesoral. Los asnos de Piglia son, además de Morente, Ortega y Gasset (Asno I), “charlista radiofónico español par excellence” dedicado a escribir filosofía en “una especie de disparatada declinación alemana del español”, el “Deutsche asno” Keyserling y el “burócrata del budismo zen” Fatone. “En lugar de ser respetuoso- describe su circunstancia- me fui arrastrando cada vez más hacia la franqueza, delito imperdonable entre académicos. Llegué a convencerme de que había que esperarlo todo del fracaso”. Un Gombrowicz blando melancólico e historiográfico que parece la viva imagen privada de un profesor argentino generación-Piglia excluido a perpetuidad de la cátedra. Reconoce a Mondolfo y Astrada como “tipos de primer nivel”.
Bien al contrario de lo que predica este monstruo de las razones de la crítica-ficción made in UBA for USA, W.G. hace un uso de Morente como Borges hacía uso de Mauthner. Trabaja una especie de borgismo trash, versión camp del enciclopedismo e insolente del diletantismo bibliotecólogo (ver “curiosismo de inglés”). Una historia de la filosofía organizada desde el art brut también.









-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...