(De la reseña como argumento.

¿Puede una novela no
contar su propia trama sino otra cosa? ¿Algo tanto más insignificante, simple,
literal, como la idiotez propia y ajena? Esto es básicamente lo que plantea Adaptarse o Pérez ser, la primera novela
de Cai Olagán Ruci, editada por Ediciones Del Trinche.
Y hay más: “¿Puede un pobre… (tachado) [1] convertirse en un genio de la literatura?”,
anota Pérez en su Tractatus; y en
otro lado su narrador ciertamente afectado se pregunta: “¿Acaso alguna vez otro escritor mató a otro escritor?”.
Un escritor filosófico póstumo ha dejado
su inmensa obra –o quién sabe: pequeña, ¿por qué no pequeña?– esparcida en
armarios, correos electrónicos de otros, weblogs
a granel, ensayos, ficciones, poemas y artículos diseminados en publicaciones
inciertas y firmados con nombres menos ciertos todavía. Y aunque tal vez no sea
así, un narrador se propone... eso: narrarlo. ¿Pero narrar qué? ¿La vida, la
obra, la...? ¿Y si fuera mejor transcribirla? ¿Y si sólo fuera posible
convertirse en él? Entonces ya no hay ningún escritor, ni muerto ni nada, ni
vivo ni nada; lo que hay es un narrador, un personaje y un editor, y todavía
más: un lector, envueltos en una trama inenarrable, o que, en todo caso, no
encuentra quien la escriba. Y cuando ello ocurre, lo primero que se pierde: ¿es
la identidad? ¿la ilación? ¿la gramática? ¿El lector, la obra? ¿La obra de
quién?
Entre aquellas dos preguntas del comienzo,
de dos voces dispuestas a perder si no todo, por lo menos su inasible identidad,
se articula la complejísima trama de esta sensacional novela, un auténtico thriller sin secuelas, por omisión,
donde nadie parece moverse, pero en el cual un autor, un narrador, un editor,
un personaje y un lector se ven envueltos de forma finalmente desesperada. “Es el mundo, es decir mi propio lenguaje, lo
que se ve amenazado”, repara el narrador en un e-mail a su mujer, que no forma parte del texto. ¿Y si fuera el
lector el que realmente corre peligro? Sucintamente Pérez, en un despojado y
simple correo electrónico, narra al editor el quid de su vida misma: “La deplorable metafísica de lo nuevo jamás
fue para mí un objetivo a alcanzar”. ¿Se trata entonces de la imaginación,
se trata de la inventiva, o simplemente de dar un testimonio desde el más común
de los lugares, aquel al que “los
superhombres y los caballeros de la fe” jamás quisieron llegar, así jamás
hayan existido? Cuando todo parece conducir a un inminente fin, el editor le
escribe al lector reclamándole su insustituible complicidad. El problema es la
lengua, no Pérez; Pérez podría nomás ser simplemente un personaje, aunque de él
sólo pueda darse fe en virtud de unos simples textos que, de no mediar lector y
narrador, se perderían en la honda ligereza del fragmento gravemente frívolo.
De hecho: ¿son esos textos documentos pertenecientes a Pérez? Estando en eso es
que el narrador interviene para intentar narrar aquello que... ¿es inenarrable?
¡¿Y qué es aquello?! “Es Pérez” –se
lee–. ¿Es Pérez o es
[1] … Pero no en el original.