25/2/06

Sobre el Surrealismo y el Bobero




Cuando pienso en una poesía hecha por todos no me sale pensar en los muchachos surrealistas. Me asalta más bien el poéticamente habita el hombre de Heidegger, y más bien pienso en el peronismo. Pero debe de ser simplemente porque soy tonto. Oh, si. Pues pienso que la poesía no se agota en un papel, y pienso que ese papel colectivista – hoy no me arriesgo a decir que es un sueño fascista sublimado, porque tengo un abogado cerca – para la poesía, generalizada – justamente – , lo logró, entre otros, de una manera harto más eficaz, por ejemplo, el movimiento peronista, que el movimiento surrealista. Ambos soñaron una especie de “colectivo imaginario”, y para ambos movimientos – me temo – lo primero era el movimiento, paradoja. Los surrealistas – impresionados por una frase que se lee en las Poesías de Ducasse – predicaron un ideal de poesía holística y sin embargo, oficinistas como eran, no había para ellos, los surrealistas, nada mejor que otro surrealista. Para contrarrestar esa idea – no digo para suprimirla –, en la que no hace falta creer, es ne´sario promover una poesía hecha por nadie. Lo cual no es menos imposible pero puede servir, al menos, para epatar al Lector (o al Editor, o al Crítico). Por lo menos a ese lector manipulado por la forja de casi cien años de un surrèalisme convertido en una mezcla de incurable adolescente incoformista-cursi, y alegre cagatintas de subsecretaria de cultura.


Igual, te damos gracias, Breton.


Ahora hablando en serio, en serio en broma - insistiendo, en una palabra - pienso que esa tradición, el surrealismo, deja saldos positivos y lamentables, sin poder yo distinguir cuáles son cuáles de un modo preciso, y dependiendo de mi coyuntura anímica. La idea de que todos somos o podemos ser escritores, es una enfermedad pandémica pero también una suerte y una gracia.

Hay demasiados malentendidos en nuestro pueblo peronista y surrealista, o pos ambas cosas. Demasiados. No demasiado lejos de hacerse centenario, el surrealismo es – hogaño – un clasicismo. Empieza como una pasión romántica de adolescente melancólico y termina como clasicidad automática y artesanato pro editores (se sabe: “los editores nunca entienden nada”) en vetustos poetas tan inocuos cual anquilosados, serios y canónicos. No sé quién decía que la gracia del surrelismo, o una de sus grandes empresas, fue desautomatizar la percepción, o las percepciones. Pero esa desautomaticidad presuntamente óptica – dichosa en los años veinte - se ha vuelto demasiado automática camino a la mano y al siglo en trámite. Y acá comienza el problema al hablar de lo automático y el surrèalisme – como escribía Borges – o superrealismo –como escribía su cuñado -. El automatismo que yo denuncio en los nietitos vigentes del surrealismo, no tiene nada que ver con el automatismo de los cadáveres gustosos o con ese mito seudofroidiano que inventó Breton, que quería ponerle un micrófono al inconciente. Más bien es lo contrario. Lo que se tiene por surrealista tiene de automático lo que cualquier escritura tiene de automático. Cualquier escritura es automática. En el mejor de los casos es un palimpsesto de automatismos, o un colage de repentismos superpuestos. En el caso de que no salga de un tirón. Y en el caso de que salga de un tirón, posiblemente también. El colage se forma antes o después de la mano, quizá. Lo que se ha vuelto automático en la cultura es la negación del “automatismo” que nombró Breton. Lo que se ha vuelto automático es un pietismo inconexo, un lirismo de salón que es la represión, la intervención, la aniquilación, o en una palabra, la simulación de aquel automatismo inventado por la escuela de Andre Breton, disimulo “esteticista” que es tan surrealista como aquel “automatismo” que no es más que un concepto, un concepto mentiroso, equívoco, un malentendido, que para eso funcionan los conceptos, para operar por malentendidos. Hay gente que habla de “surrealismo ortodoxo” – el automatismo sauvage – y “surrealismo heterodoxo” – el poietismo pro belleza subsiguiente, que es lo que ahora es automático - . Lo único que automatizó a la larga el surrealismo es cierta particularidad de su técnica en el acto sublimatorio. Hizo lo contrario: automatizó la sublimación, y ahora es un adminículo que sale de la boca de docentes mujeres socialistas y demócratas, o sea de los encargados – hoy todos progres – de conservar las formas, la hipocresía social como sistema.

Es que en esa época se tomaba al inconciente como a una especie de buen salvaje, o genio malo en estado de naturaleza puro. Y, oh ironía, terminaron automatizando la cultura. Ese “automatismo” no pasó de diez o quince poemas de un par de tardecitas, y de una broma momentánea, y eso no fue sólo culpa de Eluard – el verdadero patrono del “surrealismo” bobón de los concursos municipales de las últimas cinco décadas - . Asociaron la tradición con la lógica, y soñaron que dividían al mundo en dos platónicamente, lógica – razón, y todas las formas literarias históricas - y civilización occidental de un lado, y del otro, el inconciente como una mezcla de oriente y naturaleza, y traición a las gramáticas flagrantes de las lenguas indoeuropeas de las potencias occidentales. En esa idea se parecían a los epistemólogos vieneses, salvo que estos creían, al contrario, estar del lado de la “lógica”. Comenzaron como los amigos y promotores de lo bajo, y hoy los vemos, a los hijos ya seniles del surrealismo, llorando por el mundo mejor de ayer y clamando por ideas de lo bello y lo bueno. Y está bien, todos estamos en eso. ¡Pero seamos crueles con los que fueron crueles! ¡Es lo menos que se merecen! ¡Siquiera por homenajearlos!







Pasó el bobero y no dejó ningún surrealista.




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...