Ediciones Del Trinche

Una periodista cultural
del diario de Mendoza La Oruga Fronética,
descontenta con su trabajo pues se la ha quitado de su lugar de reseñista
teatral del suplemento de cultura y se la ha pasado a los policiales, llega a
Rosario para investigar un curioso caso señalado por el director del diario, un
rosarino paidofílico y ex comisario que vive en Mendoza desde hace 30 años: “El Caso del Puto Gigante”. Se trataría
de una leyenda urbana del barrio La Tablada, del sur de la ciudad, que cuenta
la historia de un presunto número 5 que en la época de Carlovich jugaba al
fútbol de forma harto curiosa en la plaza que rodea a la cancha de Central
Córdoba. Como parecen indicar los testimonios miedosos y forzados de los
lugareños, que a duras penas la periodista fue recolectando, el inconveniente
personaje correspondería a un sujeto de entre 1,83 m y 4,00 m de estatura y
musculatura sobresaliente, que solía integrar equipos espontáneos ubicándose
como centrehalf, vestido de forma
estrafalaria y andrógina y llevando siempre en su mano izquierda un colorido
abanico abierto y batiente. Los testimonios son inciertos y encontrados. Para
algunos era un patadura lamentable que sólo buscaba oportunidades hasta
inverosímiles para poder “chupar la pija
compulsivamente”, cual era su pasión unívoca, según parece, a cambio de
dejarse perder. Otros, que dicen haberlo visto en más de una ocasión o sólo
escuchado comentarios sottovoce, lo
consideraban el mejor número 5 que jamás jugó en dicho parque –incluyendo
muchos al mismísimo Carlovich en lista–. Los relatos de los vecinos
desconciertan cada día más a la periodista, que se aloja en una pieza de
pensión de la calle Rueda, que fuera entonces un espantoso prostíbulo, y
escucha las alocadas narraciones de su encargada, antigua y desdichada Madama
del lupanar de entonces, quien asegura tener contactos extrasensoriales con el
espíritu tragicómico del inasible Puto. A esta altura el Puto Gigante es un
excéntrico fantasma-thrash que jamás
existió en sí mismo y se aparece incluso en la actualidad para llevar a cabo su
obsceno –e irrisorio acaso para un fantasma– fin sexual-deportivo, o bien un
mito berreta ni siquiera digno de ser sostenido como historia distintiva de
cuatro manzanas a la redonda, o en su defecto parte curiosa de una sostenida
campaña de antiguos hinchas octogenarios de Tiro Federal que secretamente gobiernan
el mundo de mancomún con la CIA y la NASA y dedican sus días a deforestar el
país, promover el monocultivo de soja transgénica para cobrar “derechos de autor de agrocombustibles
nazificantes”, hacer pingües negociados de exportación en el puerto de
Rosario y luchar denodadamente para desmantelar la imagen de una figura que
creen avanza de forma irrefrenable, camino a ser el mito argentino más grande
de todas las épocas, al punto de poner en jaque “con más eficacia que extraterrestres, skinheads o musulmanes” al actual sistema capitalista mundial: la del citado
número 5 “charrúa” de otrora. La corresponsal de pronto, en un mero tris, se ve
envuelta en un embrollo universal, y en confuso episodio en la cúspide del
Monumento a la Bandera, mientras se encuentra tomando fotos como insípida
turista, es secuestrada o acaso abducida, y cuando vuelve a la conciencia, se
reconoce dentro de un improvisado y falso tribunal con gradas de cartón
corrugado y establecido en una gigantesca nave espacial, donde es interrogada
estúpidamente por Darth Vader (o un sujeto quien fuere, vestido de Darth Vader,
al que alguien en un desliz llama “Sr.
Darth Barak”), el intendente socialista de Rosario y la ex esposa de
Maradona, que llega en un carro alado tirado por pegasus abrigados con casacas
–según luego comprenderá, dado que ella detesta al fútbol “en el mismo escalafón de repugnancia que a la puta infame Isabel
Allende, la editorial Belleza y Felicidad o la antología La Joven Guardia o ¡al peronismo mismo!”– con colores
que representan a Boca, Newell’s y el Cosmos estadounidense. Cuando ya la
cuyana periodista (y poetisa, porque allí descubrimos que su verdadera vocación
es la poesía, a la que se aboca imperiosamente en los que cree sus últimos
días) se resigna a esperar el fin de su “provinciana
vida de posmoderna contrariada al pedo”, es rescatada por un improvisado
pero efectivo ejército de “la Guerrilla
Cósmica Charrúa” que encabeza un personaje a la vez celeste y macabro que
parece la cruza exacta –anota ella en su diario– del Pingüino, Alfio Basile y
Doménico Modugno (pero ella jamás vio en su vida ni una fotografía de Basile y
Modugno, se trata sólo de una visión poética, un fenómeno que aunque solía
embargarla, vivía como un don y le sobrevenía desde niña esporádica y
espasmódicamente, y desde que fue secuestrada “cada 6 minutos 32 segundos”). El siniestro pero apacible personaje,
“vestido como se viera un linyera de
etiqueta, pero no… tampoco así”, se hace llamar con distintos nombres según
el caso: Arnold Fumarola, el Profeta Porchetto, San Salvador Villar II, Pollo,
Amo del Cosmos, Yo, Verdadero Platón de Todos los Tiempos, Boludo-Simple-Indistinguible
o X³, entre otros no menos groseros u obtusos. Al escuchar este último mote, la
periodista-lírica sufre un déjà vu o ménage à trois –o ambos en simultaneidad–
y recuerda que ese era el seudónimo de un autor rosarino misterioso que ella
había leído con delectación en sus años mozos y que la había conducido a un
mundo de ensueño libidinal-especulativo, maníaco, perverso y sostenidamente
masturbatorio, del que solamente había podido escapar, primero a través del “psicoanálisis de orientación
lacaniana-revisada”, luego, de terapias post-gestálticas y cognitivas y más
tarde con el consuelo final “del paco, el
I Ching conjugado con Pilates, la lectura incurable de blogs porteños y la
creación continua de concursos de poesía para pelotudos del calibre de quien
suscribe o del eventual lector de esta chotada”. Regresa al Planeta montada
a su grupa y en su loft subterráneo,
a la vez roído y lujoso, dentro de un edificio de 140 pisos, construido desde
la superficie hacia el centro de la tierra, a pocas cuadras de aquella plaza, X
(así lo llama ella cariñosamente, absorta en su fascinación) –que no acepta la
oferta millonaria que irresponsablemente la poetisa cuyana ex periodista le
ofrece a canje de “sexo oral ¡o algo!”,
inmersa en un enamoramiento enloquecido como jamás vivió (ni siquiera en
aquella historia de su época de colegiala con la hija menor del director de La Oruga Fronética, hoy vicedecana de la
Universidad Mitocondrial de la Isla de Pascua)–, empecinado en “resolver matemáticamente el intríngulis
cósmico flagrante” de acuerdo a una teoría que se encuentra en plena
fermentación en su cabeza y que llama “Teoría
del Azar Reversible y del Infinito Implicado”, le explica “el actual orden geopolítico-mafioso del
universo”, su “central rol libertario”
en él y la verdadera historia de la leyenda negra del Puto Gigante de la
placita.
Pero esa… “quizá no sea la verdadera historia, sino una mera perspectiva, un punto
de vista cualquiera, un relato, una narración, un constructo singular, lo que
los antiguos llamaban dóxa y los
vigentes habitantes del barrio rosarino La Tablada denominan despojadamente ‘sanata’”.
Y es allí, quizá, donde recién comienza su historia.