26/8/10

SANATA


SANATA (VIAJE AL CENTRO DEL BARRIO DE OTRO)

La última novela de María García de próxima publicación en
Ediciones Del Trinche





Una periodista cultural del diario de Mendoza La Oruga Fronética descontenta con su trabajo pues se la ha quitado de su lugar de reseñista teatral del suplemento de cultura y se la ha pasado a los policiales llega a Rosario para investigar un curioso caso señalado por el director del diario, un rosarino paidofílico y ex comisario que vive en Mendoza desde hace 30 años: El Caso del Puto Gigante. Se trataría de una leyenda urbana del barrio La Tablada, del sur de la ciudad, que cuenta la historia de un presunto número cinco que en la época de Carlovich jugaba al fútbol de forma harto curiosa en la plaza que rodea a la cancha de Central Córdoba. Como parecen indicar los testimonios miedosos y forzados de los lugareños que a duras penas la periodista fue recolectando, el inconveniente personaje correspondería a un sujeto de entre 1,83 y 4,00 mts de estatura y musculatura sobresaliente que solía integrar equipos espontáneos ubicándose como centrehalf vestido de forma estrafalaria y andrógina y llevando siempre en su mano izquierda un colorido abanico abierto y batiente. Los testimonios son inciertos y encontrados. Para algunos era un patadura lamentable que sólo buscaba oportunidades hasta inverosímiles para poder “chupar la pija compulsivamente”, cual era su pasión unívoca según parece, a cambio de dejarse perder. Otros que dicen haberlo visto en más de una ocasión o sólo escuchado comentarios sottovoce lo consideraban el mejor número cinco que jamás jugó en dicho parque –incluyendo muchos al mismísimo Carlovich-. Los relatos de los vecinos desconciertan cada día más a la periodista que se aloja en una pieza de pensión de la calle Rueda que fuera entonces un espantoso prostíbulo y escucha las alocadas narraciones de su encargada, antigua y desdichada Madama del lupanar de entonces, y que dice tener contactos extrasensoriales con el espíritu tragicómico del inasible Puto. A esta altura el Puto Gigante es un excéntrico fantasma-thrash que jamás existió en sí mismo y se aparece incluso en la actualidad para llevar a cabo su obsceno -e irrisorio acaso para un fantasma- fin sexual-deportivo, o bien un mito berreta ni siquiera digno de ser sostenido como historia distintiva de cuatro manzanas a la redonda, o en su defecto parte curiosa de una sostenida campaña de antiguos hinchas octogenarios de Tiro Federal que secretamente gobiernan el mundo de mancomún con la CIA y la NASA y dedican sus días a deforestar el país promover el monocultivo de soja transgénica para cobrar “derechos de autor de agrocombustibles nazificantes” hacer pingües negociados de exportación en el puerto de Rosario y luchar denodadamente para desmantelar la imagen de una figura que creen avanza de forma irrefrenable camino a ser el mito argentino más grande de todas las épocas al punto de poner en jaque “con más eficacia que extraterrestres skinheads o musulmanes” al actual sistema capitalista mundial, la del citado número cinco “charrúa” de otrora. La corresponsal de pronto, en un mero tris, se ve envuelta en un embrollo universal y en confuso episodio en la cúspide del Monumento a la Bandera mientras se encuentra tomando fotos como insípida turista, es secuestrada o acaso abducida y cuando vuelve a la conciencia se reconoce dentro de un improvisado y falso tribunal con gradas de cartón corrugado en una gigantesca nave espacial donde es interrogada estúpidamente por Darth Vader (o un sujeto quien fuere vestido de DarthVader al que alguien en un desliz llama “ Sr. Darth Barak”) el intendente socialista de Rosario y la ex esposa de Maradona que llega en un carro alado tirado por pegasus abrigados con casacas –según luego comprenderá, dado que ella detesta al fútbol “en el mismo escalafón de repugnancia que a la puta infame Isabel Allende la editorial Belleza y Felicidad o la antología “La Joven Guardia” o ¡al peronismo mismo!"- con colores que representan a Boca Newells y el Cosmos estadounidense. Cuando ya la cuyana periodista (y poetiza, porque allí descubrimos que su verdadera vocación es la poesía a la que se aboca imperiosamente en los que cree sus últimos días) se resigna a esperar el fin de su “provinciana vida de posmoderna contrariada al pedo” es rescatada por un improvisado pero efectivo ejército de “la Guerrilla Cósmica Charrúa” que encabeza un personaje a la vez celeste y macabro que parece la cruza exacta –anota ella en su diario- del Pingüino Alfio Basile y Doménico Modugno (pero ella jamás vio en su vida ni una fotografía de Basile y Modugno, se trata sólo de una visión poética, un fenómeno que aunque solía embargarla vivía como un don y le sobrevenía desde niña esporádica y espasmódicamente y desde que fue secuestrada “cada 6 minutos 32 segundos”). El siniestro pero apacible personaje “vestido como se viera un linyera de etiqueta, pero no… tampoco así” se hace llamar con distintos nombres según el caso: Arnold Fumarola, el Profeta Porchetto, San Salvador Villar II, Pollo, Amo del Cosmos, Yo, Verdadero Platón de Todos los Tiempos, Boludo-Simple-Indistinguible, o X³ entre otros no menos groseros u obtusos. Al escuchar este último mote la periodista-lírica sufre un dejá vu o menaje à trois –o ambos en simultaneidad- y recuerda que ese era el seudónimo de un autor rosarino misterioso que ella había leído con delectación en sus años mozos y que la había conducido a un mundo de ensueño libidinal-especulativo maníaco perverso y sostenidamente masturbatorio del que solamente había podido escapar primero a través del “psicoanálisis de orientación lacaniana-revisada”, luego, de terapias post-gestálticas y cognitivas, y más tarde con el consuelo final “del paco el I Ching conjugado con Pilates la lectura incurable de blogs porteños y la creación continua de concursos de poesía para pelotudos del calibre de quien suscribe o del eventual lector de esta chotada”. Regresa al Planeta a su grupa y en su loft subterráneo a la vez roído y lujoso dentro de un edificio de 140 pisos construido desde la superficie hacia el centro de la tierra a pocas cuadras de aquella plaza, X (así lo llama ella cariñosamente absorta en su fascinación) -que no acepta la oferta millonaria que irresponsablemente la poetisa cuyana ex periodista le ofrece a canje de “sexo oral ¡o algo!” inmersa en un enamoramiento enloquecido como jamás vivió (ni siquiera en aquella historia de su época de colegiala con la hija menor del director de La Oruga Fronética, hoy vicedecana de la Universidad Mitocondrial de la Isla de Pascua)-, empecinado en “resolver matemáticamente el intríngulis cósmico flagrante” de acuerdo a una teoría que se encuentra en plena fermentación en su cabeza y que llama “Teoría del Azar Reversible y del Infinito Implicado”, le explica “el actual orden geopolítico-mafioso del universo” su “central rol libertario” en él y la verdadera historia de la leyenda negra del Puto Gigante de la placita.
Pero esa… “quizá no sea la verdadera historia, sino una mera perspectiva, un punto de vista cualquiera, un relato, una narración, un constructo singular, lo que los antiguos llamaban dóxa y los vigentes habitantes del barrio rosarino La Tablada denominan despojadamente ‘sanata’”. Y es allí, quizá, donde recién comienza su historia.




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...