30/11/08

Viejo Rosarino En Nueva Córdoba



Córdoba no es nueva. Es vieja. Pero se reinventó con la fundación de un barrio utópico: Nueva Córdoba.
Es justo el reparo que hizo Caparrós en el barrio de Nueva Córdoba (Cf. “El Interior”). Lo compara con el Diario de la Guerra del Cerdo de Bioy. También se podría decir que es el Barrio de los Sueños de Gombrowicz. No donde Witoldo encontraría partners posiblemente, pero sí donde se sentaría a observar el mundo de la cintura para abajo, tal como lo observaba medio ubuescamente; la realidad múslica. El imperio de los juventones. ¡Cuantos Ferdydurkes podrían salir de los halls y pubs de Nueva Córdoba! El barrio de la Juventud Feliz del Interior Nacional. Allí se vive el jolgorio y la prerresponsabilidad diarios de la burguesía nacional provinciana en estado larvario y potencial. Los futuros garcas, abogados, hacendados, clericales del país en su hora inimputable, en il dolce far niente de la prerresponsabilidad, en el instante del ocio obediente, ¡chic! ¡chic! ¡chic! Nueva Córdoba no conoce la amargura ni la metafísica. En Nueva Córdoba lo prohibido primero es la vejez, segundo la pobreza. No es que haya lujo en este casi barrio, borde del centro cordobés. O sí. Es el lujo de la clase media con suerte, el lujo argentino de no ser pobre. Todo provinciano enriquecido o con cierto superávit querría poner a su hijo 4 o 5 años en los pasadizos siempre alegres de esa Ciudad de los Ex Niños, de los Promisorios Profesionales: la Feliz Universitaria. En Nueva Córdoba nadie es infeliz, nadie es anormal; somos todos lindos. Los nenes bian de aspecto amerindio, las morochas petisas culonas, obesitas, se olvidan finalmente de ese detalle infausto y se pierden en la pertenencia al paisaje, en la tácita inclusión de clase o su aspiración. ¡Nueva Córdoba! ¡Si me hubieran puesto ahí de chico! ¡Si me hubieran dado el pasaporte! ¡Si no fuera el hijo idiota de un ex almacenero VIP rosarino al que el corralito le arrebató el último jirón histórico de riqueza! ¡Pero no!... soy un europeo nacido en el exilio, un deportado a la Siberia de porvida. Un frío cruel peor que odio, un Freud cruel peor que el odio ¡la Siberia siempre estuvo cerca! Soy un sobreviviente del menemato-comegato de la República de la Sexta.

24/11/08

Gracias River...

21/11/08

¿Qué se puede esperar de un rosarino?

20/11/08

No hay que besarse más: hay que mostrarse huyendo.

19/11/08

A bu bu. A bu bu bú.. a bububububí.

18/11/08

lken glu glu pwl sw573l

16/11/08


Nada menos circunstancial que un rasgo. Acá... sólo ideas generales, mi General.

15/11/08

Todo al resentimiento, todo al punk.

14/11/08

PREPARATE PARA LA MUERTE

ESTUDIÁ FILOSOFÍA

U.N.R.


El futuro está en tus manos.

13/11/08


Un lema para este blog:

Si no hay miseria, que no se note.

12/11/08

Amigo escritor de la Joven Guardia: si tienes horror al genio... todo bien.

11/11/08

¿Hasta cuándo soportar la tomlupoización de la cultura argentina? Charly es mejor letrista que Spinetta. Por lejos.

10/11/08

¡Pedí lectores, no mierdas!

9/11/08

León Gieco no, Nietzsche.

8/11/08

Hay Mosquitos




Llegó noviembre y vino el puto calor. Y con el puto calor calorámico llegaron los insufribles mosquitos, esos rosarinos de pura cepa. El socialismo todavía no pudo acabar con el gran flagelo minimalista del mosquito. Lograron cercenar su estadía, disminuir su ingerencia social, con sus políticas fumigatorias, pero siempre queda un impasse, entre fumigación y fumigación, que es el festín de estos pequeños seres de mierda que hacen de la vida del ciudadano litoraleño una tragedia insignificante y diaria. No hay que culpar a los socialistas. Baste con recordar que Macedonio Fernández y sus amigos a principios del siglo pasado intentaron fundar una “colonia anarquista” en el Paraguay y salieron corriendo al poco tiempo espantados, no por la – en todo caso espantosa - naturaleza humana, que no tolera a la larga ese tipo de utopías nobles e insolventes, sino por los insufribles hexápodos chupasangres. El mosquito terminó siendo uno de los elementos más genuinos del pensar macedoniano, una metafísica de barrio que no escatimó reparar en los objetos mínimos de la insoportable vida cotidiana, como los mosquitos o los famosos “aquenó”, todas esas maquinitas también de mierda que rodean la vida del humano bajo el imperio sofocante del confort y la técnica: veladores que no se encienden usualmente, cables que se cortan con alta probabilidad máxime para el usuario mayoritario: el enganchado, conexiones de Internet dispuestas a fallar ante la menor oportunidad, porquerías compradas en calle San Luis o en Garbarino. A más máquinas mediando entre el deseo y los objetos de su realización más probabilidad de estar aquenoizado. Y el mosquito sigue. Pudo con el anarquismo aristocrático y paraguayo y ahora se mide con el socialismo ya santafecino y clasemedia.

Llega el mosquito recibido por innumerables aplausos. El mosquito es un antiartista. Rara experiencia. Se lo recibe con aplausos de rechazos. Aplausos criminales. Yo aplaudo todo vivir también escribió M.F. en poema a Borges.; aunque hacía excepción con los mosquitos. Y de nada sirve dejar sordo a un mosquito, su voluntad de succión hace oídos sordos a la bulla de su víctima y sigue luchando por la supervivencia. Lucha desigual: a cambio de dejar dormir arriesga la vida. Pero el aplauso mata también a muchos artistas, y figuras célebres del mundo bípedo y verticalizado llamado sociedad. Ejemplos sobran como mosquitos[1]. El mosquito pone al niño ante la experiencia de la crueldad de la vida y de la muerte. Todos empezamos en esto matando mosquitos. Cada cual sigue como puede. Yo siempre tuve muchas teorías, casi todas infantiles, desde chico, y no todas sexuales; algunas bastante sublimes. De chico, empirista y fenomenólogo radical como ya era, distinguía dos mosquitos: dos – digamos – clases: los que zumban, y los que pican. Creía, parece, que existía una división del trabajo en esa sociedad insectuosa, una complejidad del orden de la picaresca, la institución de una actividad simulatoria – y distractiva – de la que se encargaban los ejemplares
“zumbadores” para allanar el trabajo verdaderamente productivo de los “picadores”. En realidad mi pensamiento era de corto alcance, demasiado restringido a la inmediatez del fainomenon, reducido por entero a la empiricidad más cerril. A lo mejor suponía que los zumbadores vivían de zumbar y los picadores de picar. Y que picaban por picar no por sobrevivir. Fue una de mis primeras preguntas: ¿de dónde vienen las crías de los mosquitos?[2] Todavía antes de problematizar la mutilación de mi madre descubrí que eran las mosquitas, los mosquitos hembras, los que picaban. Supuse entonces que el zumbar correspondía a los machos, pequeños pavos no muy reales, maricas alados que en esa sociedad impatriarcal, monopolizaban ese arte acaso equivalente en la sociedad humana a la llamada histeria, atribuida históricamente a las “criaturas mutiladas”. Complicar la vida; para eso están los mosquitos y las mujeres, los artefactos de origen chino y algunas otras cosas que ofrece el medio ambiente.


Me voy con la frase de Valery: lo más profundo es la piel.






[1] Macedonio en realidad decía que cazaba mosquitos sin música: con una sola mano; que el aplauso correspondía a la caza de polillas. Yo no lo comprendo, cuando hacía karate he llegado a aplastar polillas con un dedo sólo, son bastante boludas. Pero tengo cierta piedad por la polilla; ese insecto fetichista, perverso y preliminar, cuyo objeto es la ropa y no el cuerpo. Humana, demasiado humana. A la cucaracha la mato por asco, si es en casa, en la calle no procedo: asesinato burgués y estético-higiénico. A la mosca intento echarla de casa, es hábil; su criptonita es el vidrio. Aplastarla con la mano es experiencia desagradable. Hago todo lo posible por respetar a la arañas; les doy un cupo en la pieza. Vaquitas de San Antonio no mato nunca. Piadoso ante los grillos también, intento disuadirlos o lanzarlos lejos. Mis experiencias musicales no siempre fueron mucho más dignas. Mantengo, se ve, un determinado pacto social con cada especie: el estado de guerra con las polillas suele declararse al segundo agujero descubierto en el cajón de las remeras.

[2] Según Aristóteles resultaban por generación espontánea de los líquidos putrefactos.

7/11/08

Primero publicar después escribir le decía Platón al Estagirita.

6/11/08

Postura cool, cínica o dinamitera (... sin autor ni lector).

5/11/08

Ni es más que rocanrol.

4/11/08

Lo único que quiero es no ser como vos, Lector...

3/11/08

La Teoría de los Dos Fitos Páez




(¿Fito is dead?)



Es más entretenido
y más barato


La teoría de “los dos Fitopáez” es conocida, reconocida, y aceptada por casi todos. Al menos por una generación. Quizá decir, una generación con cierto vicio de abulia e hipocresía y que se sintió un día defraudada, defraudada por el ídolo. Hay dos Fitos Páez dice la teoría. Uno primero, otro después. El primero es genial, certero, infalible, abrumador, cautivante. El segundo se entrega; en el peor de los casos “se vende”. Se vuelve un poco chanta. Hace fama y se hecha a dormir. Mi amigo Poyo tenía un desarrollo más lírico de esta teoría. El “Fito Páez” original un día es abducido por un agente del poder extraterrestre – no se sabe con qué fin irrisorio -, que, para disimular su falta en la tierra, devuelve al mundo una copia en apariencias idéntica y en realidad berreta, relajada, tranquilizante, adaptada al medio, entregada a la rutina. Mediocre y adulta. Una versión local y deceptiva de una fábula ya elaborada por los Beatles donde el sujeto desaparecido era Paul Mc Cartney, aunque su secuela fue seguir al contrario haciendo una música pareja de por vida. Para mucha gente Paul Mc Cartney está muerto y Elvis Presley vivo.
No hay consenso unánime en cuanto al momento en que ocurrió la desgracia, el accidente de inflexión que introdujo al suplente tránsfuga. La clase 74 lo ubica en general en la era de “Tercer Mundo”. Pero sé que los más chiquitos todavía hicieron catarsis con “El Amor Después del Amor”. Hay una fase de la adolescencia en la cual los encantamientos preadolescentes comienzan a opacar, un advenimiento cínico que es un beneficio de desilusión que da la irreparable experiencia de la vida. Es mucho peor ser miembro de un club de fans que barrabrava o parte integrante de una torcida. El fan de alguien – en tanto que tal - es irremediablemente un imbécil y un imbécil feliz. Si un día cae un bólido desde lo real sobre su ser y se vuelve hincha en contra, se vuelve contra su amo icónico, ese día comienza a devenir en una forma peor: un imbécil infeliz. Alguien decepcionado por otro que sin embargo nunca le había prometido nada. Básicamente porque nunca le habló ni lo vio. Le imbecilidad es como la vulgaridad, un lujo. Un lujo al alcance de cualquiera.

Debo confesar que formé brevemente parte de un grupo de “Recuperación del Fito Páez Auténtico” en la misma época en que adherí con mi firma a una asamblea de “concientización futbolística” que bregaba por “un menottismo sin Menotti” que tenía una unidad básica en el barrio Refinería. El grupo aquél era una junta de flamantes ex niños empeñados en conservar en la heladera el esplendor de un embeleco posinfantil que hacía centro en la imagen de aquel Fito Páez rebelde y agresivo con antenas charlianas para captar los últimos modales pop (el de “Ey!” y “Ciudad de Pobres Corazones”), pero también un poco folclórico y prodigio (el de “Giros”…). Pasó que crecimos todos, el probable “Fito Páez” y nosotros, diez años menos adultos. El ídolo se asustó de estar al palo, vio cómo se iban muriendo Lucas Abuelos Mouras como un día Morrisones o Brian Jones, quizá vio de cerca lo que era ser Charly García; y ser un segundo Charly García o un García de la Segunda no era demasiado para tanto sacrificio. Un día hay que tratar de parar de crecer y sentar cabeza. Empezar a disfrutar la placidez mansa de quedarse al lado del camino. Es en general un destino rosarino. Para aburguesarse no hace falta quedarse. Para aburguesarse y retener la fama hecha quizá sí conviene haberse ido. La “Gran Fontanarrosa” no admite roqueros entre sus cultores. El “Fito Páez” cambiado también cambió de público. Es lo que quiere un artista popular, en especial un rocker, o lo que proponen como objetivo de mínima los managers: mantener siempre una misma franja etal como público, dejar que los individuos pasen. Crecen y se cansan. Cambió los chicos malos de la E.N.E.T. de fines de los 80 por las nuevas teenagers neomestruantes del menemismo. Lo que empezaba en cuanto grado yendo a la presentación de “Giros” en Sportivo América tenía que terminar inaugurando la era compact disk con “Tercer Mundo” regalándoselo al año siguiente a la hermanita a cambio de cualquier baratija (“Ace of Base. The Sign.”).

Después de todo escribir este tipo de crónicas por auspicio del consentimiento y el consenso generacionales, es más de eso, la ética mansa y tranquila de estar al lado del camino.




2/11/08

"Luca Bebe"



(Sobre héroes de la heroína y tumbas de la gloria)






Con muy poco esfuerzo cualquiera podría imaginar el inmediato sarcasmo que hubiese escupido Luca Prodan si un interlocutor mediático de turno lo hubiese sindicado como “uno de los próceres del rock nacional” (http://www.lucaprodan.com.ar/). ¿”Rock nacional”? ¿”Próceres”? De entrada el sintagma “rock nacional” parece una broma macabra de la dictadura, un último manotazo de Galtieri por incorporar sectores sociogeneracionales lábiles a un proyecto publicitario de épica nacionalista de extrema urgencia. Que el rock argentino tenga próceres es raro, casi morboso. La metáfora pasa a veces de irónica; el rock fato in home se convierte en “rock nacional” y con ese fichaje destinal, con esa denominación performativa, está todo dado para que devenga en lo que parece ser: una epopeya y su épica adjunta. Y si el caso es el de un italiano que canta en inglés ya estamos ante un colmo. Antes la Casa Rosada criaba cuervos ahora aloja rockers de geriátrico. Monumentos en demolición – monumentos-Dorian Gray – que evocan juventudes maravillosas irrepetibles. Monumentos a Peter Panes. Para el kirchnerismo la juventud es maravillosa si fue. Primero si fue montonera o hizo cómo. Segundo, alternativa clase B: si fueron pioneros del beat o progresivo, luego llamado rock (rock era Sandro me parece); después de Galtieri: “rock nacional”. Dónde termina esta teodicea donde un juglar del ruido y la distorsión culmina en “prócer del rock nacional”: pasando los 50 tocando en el salón de la Casa Rosada. Cuando ya me empiece a quedar sordo… No es que está mal. Todo bien. Es que es. Ni San Martín ni Prodan sabían que fueron instruidos en rígidos colegios europeos para amerizar en la pampa como venideros “próceres”, en ambos casos ese destino les vino a posteriori de modo ajeno y ortopédico. La nacionalización del rock a veces se va de manos y mete miedo. Pronto Tanguito Cantilo y Luca reemplazarán con sus bustos a los presidenciales. Un cuarto de siglo atrás Fontova fue el primero en presentirlo. Luca Prodan no hubiese tocado nunca en la casa de gobierno; menos improbable es que su destino hubiese sido más privado y bastante más equívoco: el de un millonario paranoico exilado en su lujosa residencia abstraído de sus propias hordas rodeado de perros policías, caminando por su mansión mientras espera por su público, “los que se mueren de repente”. Pero Luca no vive, bebía. También quería ser un héroe, fue muerto por la heroína.




1/11/08

Tributo a David Lebon




[Tapa de uno de los mejores discos de la historia universal del rock n' roll]







El rock general contrajo algunos vicios, algunas desgracias, síntomas desgraciados. Uno es una especie de academicismo, curioso en la música menos académica posible en principio, o una de las que, en principio, si bien demanda cierta ortodoxia y cierto rigor, cierta clacicidad comparada con algún jazz que le fue contemporáneo, o con los experimentos contemporáneos de música culta, en principio parecía expresar un gesto de resistencia a toda intelectualidad orgánica erudita o disciplinada en materia musical. Ahora hay academias de rock por todas partes, y talleristas por más partes todavía. Este gusto puede creer que Jaco Pastorius es un genio incontrastable, y Paul, Pablito Mc Cartney – el Mozart 4 x 4 - un maleta. Otra desgracia puede ser cierto nacionalismo extraño que se obliga a suponer que el mejor rock argentino tiene que tener rasgos de típica o de Chalchaleros-dark.




Contra todo enemigo de moda queremos hacer la vindicación de la versión más perfecta del roquero argentino en la investidura del maestro David, una verdadera alternativa a lo alternativo, músico con tan poca suerte en Berlín Café y en la Facultad de Humanidades. Y qué va ‘cer.




En materia de combinación de los sonidos y ruidos para mí John Cage… En materia de combinación roquera de los mismos: David, papá.




Somos caretas, pero caretas jipis[1].







Y la tesis es ésta: no hay nadie más roquero que David en la Llanura Argentina. Se enojan los pesuquis, los punkies, todo el socialismo atomista under bajo cualquier bandera, me imagino, los chetos que están con el último grupito depre-teenager inglés de moda que sólo inventan ondas porque repiten la misma música de siempre o peor, los que me odian por tener un disco de Litto Nebbia, y sí, ningún problema de mañana llegar a reivindicar a Eddie Sierra.




Punks: dediquensé a la literatura, griten en silencio. La canción está para arrullar.




Pappo al lado de Lebon todavía es demasiado tanguero. Demasiado nacional. Es cierto, desde Litto Nebbia el asunto del “rock nacional” consiste en plagiar con diferencia, con un diferencial; por lo menos arrancar con el idioma. Ahí ya todo cambia, porque la melodía rectora, la de la voz, comienza a zambear, a milonguear, perturba, comienza a complicarse, obliga a otros yeites, otros acordes para una música que sale de las inflexiones automáticas de la lengua del Dr. Johnson. De Manal a Memphis se quiere tocar blues ítalocastizo y sale tango. La lengua gongoriana surrealiza a Spinetta y lo vuelve a acordes tipo jazz. García quiere hacer folck con la guitarra y con el piano le sale romanticismo para adolescentes. Nebbia ata la balsa, inventa el rock rosarino, o argentino lo mismo, y se raja igual que los Fattoruso, al jazz al campo y al 2 x 4. Casi 20 después toma la posta Fito Páez, para seguir rosarinizando el twist, y compendia. Si el rock es nacional, nacional argentino, todos esos son mucho mejores. Si el rock es básicamente rock, entonces nadie mejor que David. Después vienen Cerati y Prodan, la camada ochentona; pero eso es otra cosa, ya son los hijos reales de los Beatles. La reacción generacional.




Cuanto más ruido más rock no es cierto. No es sólo rock la distorsión. La acústica de metal es más rock todavía. Así empezaron los Beatles. Del estrellato del 70, la pureza más pura del rock, David Lebon.




A esta superioridad no le corresponde la supremacía, sino evidentemente la secundidad. El curioso mérito de haber sido el segundo de los primeros, de García de Spinetta y de Napolitano, de Dios el Hijo y el Espíritu Santo. Adherimos a los que lo ubican como la mejor voz y mejor guitarra. Tocó con todos. Y todo; como se sabe, es como el antecedente primitivo o en bruto de Aznar. Es como la reserva moral-estética del beat y el progresivo local. El contralor genérico. Y vindicamos también la gracia necesaria del espíritu naif leboniano que no necesita de Rimbaud Caroll Artaud Oscar Wilde Charly Parker Piazzolla ni Bach ni Atahualpa. Solamente de Zeppelin Los Beatles Clapton o Hendrix. Las letras de Lebon no tienen ningún decoro ni el menor tufo libresco, parecen salidas de alguien que habla otra lengua; un tartamudo bilingüe, o nolingüe, también en ese sentido sólo comparable a Prodan, y en ese sentido sí son literarias, porque justamente no narran ninguna literatura, ni se asemejan a nada literario. Bequetianas son. Bequetianas flower power. “Silly love songs” en su más genuina expresión roquera. Ahora alguien podría reparar en las letras lebonianas de la primera era, de los setenta, cuando no tocaba en Badía, ni había hecho plata ni minas con Serú Giran. Es el Pizarnik inculto de la música progresiva pampera. Después viene el Lebon pop, el mediático en segunda fila medio yinglero veteranón. Pero el de los 70 es el Lebon patológico. Toda una cosa vegetativo-gay hiperjipi bastante curiosa bastante ajena a esa cosa “comercial” que quieren denunciar los fans en contra. Cierto complejo de culpa de García, ahora que se ha vuelto lo contrario, como purista del rocanrol, cuando se dedica a obviar Sui Generis y versionar Say no more viejas canciones veinteañeras de David.




Borges rimaba reflejos con espejos. Lo más roquero, esto es lo que yo pienso, es rimar arena con nena, nena.













TomLudo
















[1] Nada que ver con Hanglin ojo.





Lebon caracterizado de anciano, marino
o poeta minimalista del instante.




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...