30/3/06

Para Acabar de Escuchar a Dolina




El dolinismo se quiere clásico, se quiere romántico, se quiere ilustrado, se quiere un borgismo a la plebeya. Hace anfibológicamente soñar una tardosa modulación neonacionalpopular de lo universal, de los valores suprahistóricos y su parnaso inmarcesible. Pero hay que desilusionarlos: es Kitsch solamente. No un Kitsch doctrinario; involuntario. El doliniano ejemplar es un objeto sociológico Kitsch. Se ha formado un lumpemproletariado arcaísta de la cultura, que combina picaresca y sublime, clasicismo fuera de quicio, froidismo de las buenas costumbres[1], y espontaneísmo costumbrista de neoderechoso-estético. Es curioso que – aún – los patrones del criticismo socioliterario de la universidad y sus parapoliciales no lo tomen en serio. No se den cuenta de que, prácticamente, toda esta generación no perseguida por la dictadura, una generación carente del honor triste de un noble exilio por ideas, una generación de protoescritores-lavaplatos, protocientíficos-mozos, protoartistas-repositores, exiliados – al exterior o al interior – por la miseria no sólo moral, una generación (ya por lo menos dos en realidad) de sujetos con pretensiones en la cultura, particularmente con – al menos – confusos desvelos de portagramas futuros, paga su deuda a esa escuela, que es como una especie de oblicuo eslabón entre la escolaridad secundaria, y los claustros universitarios, sus disciplinas y sus chapas para el ejercicio de una profesión con soportes en los saberes humanistas. Ahí está la Escuelita de Dolina, cuyos fieles – más o menos ortodoxos según los casos – se siguen multiplicando, y afloran inesperadamente en cualquier componenda. No es difícil ver a esos posadolescentes taciturnos intentando la práctica de un levante minero evidentemente demasiado teórico. No es extraño topar con esos teóricos del levante que justifican el resto de sus teorías, con los alardes de una comisión – pocas veces comprobable en su grandilocuencia – y un acaparamiento favorable en el toma y daca de la circulación de las mujeres. Son los dos wines (-winners) que pone el dolinismo: el levante teórico – última ratio picaresca -, y el salvataje – concebido como “venganza” - de la decadencia posmoderna del universo con la recuperación en polvorosos archivos de la cultura (¿cómo decirle? ¿burguesa? ¿falogosófila? ¿reaccionaria? ¿clásica? ¿enciclopédica? ¿pedagógico-estatal?) – archivos por lo general inconfesables o birlados – de los valores eternoides del nobiliario de las artes, las letras, la filosofía y las ciencias recias. Son las dos puntas del dolinismo: ontos chiste y sexo-padre. En las alturas, las pasiones tristes, y sotto voce la apelación al cinismo-bello. Las librerías de saldos, usados y ediciones populares de los clásicos, encuentran una considerable clientela ahí para sus mercancías menos onerosas.
Hay dolinidades y dolinidades; pero cuando uno tiene que soportar la soberbia huevona de unos posacné pascualitos y cogitabundos con juicio prefrabricado para todo y el universo ya resuelto, una especie de axiomática incontrastable y prócera supermadura, o sea, ignorante, ingenua, pendeja, pequeñoburguesa, plebeya, mediática, escolar, atrasada, demasiado evidentemente impostada…gil, siente ganas de patear un par de cabezas, cabezas de novio.
¿Cuánto dura el efecto-Dolina? ¿Y – examen moral – cuánto debe durar? ¿Cuándo es bueno y cuándo es malo? ¿Contra qué sirve y ante qué es una porquería? Porque aquí, depende ante quién estemos, y de qué circunstancias se trate, podríamos hacer el escarnio injurioso, el elogio vicario, el escarnio vicario o el elogio injurioso o lo que fuere, del dolinismo y su patrón; todo depende.
Nosotros, que hemos sabido sacarle provecho en algún momento, hoy estamos ya demasiado hartos del dolinismo y de sus más fieles y chatos conversos filicidados, de su versión precaria y estancada del universo (o sea, al final, un oscurantismo que se agarra, en último gesto, del verseo racionalista atávico, del cientificista y del universitario del mundo), estancada como un Narciso, en un mundo obsoleto, en las páginas y pátinas de una biblioteca de barrio, en unos agrios dulces 17, en la coraza de una preceptiva osificada que se caga en las patas ante las nuevas monstruosidades reales de los últimos cuarenta años, que no quiere ver más allá de lo que le dicta su trágica conciencia infeliz atascada en un viejo mundo feliz de Ortegas Borges y Jauretches en latas Campbell de un pop al vesre.





23: 09 hrs

Mario Martök



[1] No es insignificante que el dolinismo venga con el plus escondido de un lejano asesoramiento lacanista, de parte de su escudero. Pero no es del maestro que hoy queremos hablar – no la vamos contra alguien -, sino de un conjunto de efectos reales de su predicado expandidos en el medio ambiente de la antecocina de la cultura y sus circuitos íntimos.



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...