19/4/06

¿Qué No Es la Metafísica?






“Lógica del sentido” de Deleuze, escribió Foucault, es un tratado de metafísica, pero no de una que ha contado cómo se olvida o se olvidaba al ser, sino de una metafísica encargada de parlar sobre el extraser. Define a la Física como discurso sobre la estructura ideal de los cuerpos, de las mezclas, de las reacciones, de los mecanismos de lo interior y de lo exterior, y a la Metafísica como el discurso acerca de la materialidad de los incorporales (fantasmas, ídolos, simulacros…). Una metafísica de los ludismos de lo perverso y de la ausencia de dios. El acaecimiento, como entidad meramente efectiva, facticia, compete a la metafísica; la Física, sería una etiología de lo que acontece. O sea la metafísica deleciana tiene aspecto de modular un cierto posicoanálisis, de lo inconciente salido a la calle, del diván en la vereda, de los silencios del dorso del ágora, de la intestinidad de la externalidad-socius y sus interacciones, en fin…y de ahí al universo: una especie de clinicidad cósmica, y una física de lo intangible efectivo, de la invisibilidad de los efectos como tales. El sicoanálisis, dice Foucault, tiene que ser entendido como una práctica metafísica.
Allí donde lo material sucede a condición de su propia paradojicidad (como inmaterial pues), se está ante el objeto de la Metafísica, fisismo de lo aporético.
Pero lo que escribía Germán García es que para Macedonio el lenguaje mismo sería la metafísica o lo metafísico. Y lo que era inevitable era no leer a Macedonio a la luz de Lacan, o cabe Lacan, con, junto a Lacan, allí donde el sicoanálisis es metafísico jeguelianamente, sin materias puras, pero metafísica de la casuística accidentaria de la cosidad lingual del llamado “inconciente”. Con esa coyunda se forja una inevitable metafísica argentina pero sobre todo una metametafísica, como la que hizo Heidegger, para quien, sea con el grafismo o el fonema, lo metafísico probablemente es inexorable (porque es la coimplicación del ser y el ente) al igual que en la conclusión de García en “La escritura en objeto”. En principio si se toma como válida esa jurisdicción del sicoanálisis podría pensarse muy justificado lo que algunos hoy preferirían no soportar, el no poder dejar de leer Macedonio posicoanalíticamente en la mescolanza de ambas jerigonzas que tan asequiblemente se imantan. Macedonio sicoanalista. El sicoanálisis metafísico. Metafísico en tanto cuanto tiene por objeto a lo que no tiene objeto: la pulsión, aquello que umbraliza ante lo “biológico”. Pero Macedonio rechazaría cualquier mundo dividido por una nueva o vieja glándula pineal separadora de una Física y una Metafísica, por eso con el Lector – que no creo que me esté siguiendo – nos estamos metiendo en un embrollo al pedo tratando de extricar algo que parece que conviene dejarlo ahí. Valga la referencia a ese criterio de Michel Foucault como curiosidad o para la intelección futura de otro estudioso con menos poquedad de recurso, bien que estamos, empero, tratanto de penetrar espesuras de un campo que es el del Pensamiento Poco, para lo cual es mérito un oculismo de payador sin más.



9/4/06

Mitología - Celeste & - Blanca






La metafísica en y o de Macedonio Fernández es lenguaje o es el lenguaje. Tesis expresión sospecha o en fin… de Germán García en “La escritura en objeto”. La metafísica en general, más allá de aquello, podría ser en general el lenguaje. El logos, pensamiento, idea, es lenguaje. La metafísica en este sentido se entiende, parece, como un universal antropológico. Y el lenguaje también. Entonces hay una metafísica en general, y, por ejemplo, una metafísica occidental en particular. La filosofía es una tradición de occidente que puso el nombre metafísica a esa entidad antropológica universal propia del lenguaje en su carácter referencial, en su capacidad de referir a su exterior, objetual, cósico, o acontecedero. O…
Lo lógico y lo ontológico se reportan a lo lingüístico, y se coimplican. Bajo estos preceptos la filosofía sería una entidad sincrónica, histórica, institucional, de la lengua; de la lengua griega y sus traducciones e interpretaciones por la lengua latina, y las lenguas bárbaras y románticas. Y la metafísica, campo –parcial o totalmente - de pertinencia y pertenencia de la filosofía, una entidad de la dimensión del lenguaje, no de una suma de lenguas concretas.
Pero se puede llamar metafísica no sólo a aquella dimensión –lógicontológica – del lenguaje – fonográfico o humano -, sino a un contingente acopio de textos institutos categorías o aporías o…cuya génesis aconteció con los griegos antiguos.
Si el tema objeto o...de la metafísica es el “ser”, esa pasión de Heidegger, se sigue la pregunta de si hay ese “ser” en las lenguas que no pertenecen a la metafísica como fenómeno o campo pandisciplinario o… de la cultura occidental y del conjunto de lenguas que se llaman indoeuropeas.
Según uno ha podido entender, si es que alguien entendió algo alguna vez, algo así es lo que estudia Jacques Derrida en varios tramos al menos de “Márgenes de la filosofía”. En el apartado “El suplemento de la cópula. La filosofía ante la lingüística”, pone a estas cuestiones posjaideguerianas de cara a Benveniste, que estudió las “categorías” de Aristóteles desde una perspectiva de la lingüística contemporánea, si se concede el pleonasmo.
¿Hay etnocentrismo en Heidegger? pregunta la página 239 del susodicho texto derridaiano.
En general, si uno no está mal informado, el relativismo, en su variante “cultural”, es una pasión occidental, tematizada quizá desde la era de los sofistas por occidente. El “relativismo cultural” en tanto cuanto concepto doctrinizado y expandido por disciplinas practicoteóricas-discursivas – permítanse mis énfasis a la sanfasón -, llevado a ideología, perspectiva, ética u operatividad profesional, es un episodio solamente reconocible, como dominante, en occidente. Como ocurrencia perpleja y concreta podrá haber pasado por la cabeza de cualquier ente humano oriental como por la risa antilógica y asocial de los budistas, pero como doctrina y perspectiva ontológica y moral es un rito de occidente multiplicado y manufacturado contemporáneamente por lo que se denomina democracia y ciencia. Como perplejidad llevada a la jerarquía de orden categorial y principio ontoeticoepistemológico es, en todo caso, una “mitología” de occidente, y lo mismo los conceptos y nociones científicas o cotidianas de mito y mitología. Esta aporía organizada de Jacques Derrida ¿es etnocéntrica? ¿Una especie de etnocentrismo débil o pasivo? (por invocar reminiscencias nischeanas). El deconstruccionismo: ¿mitología blanca? El contrafonologocentrismo: ¿mitología blanca? Mitología o no, lindo o feo, bueno o más o menos, es un fenómeno popular, ético, moral, epistemológico, jurídico y ontológico de occidente, ultrapopularizado por esta época, moderna o posmoderna como entienden los entendidos. Época de la sospecha dicen algunos; en este mismo orden de confusiones, época de los malentendidos expandidos, de lo siniestro organizado, de la ambivalencia pormenorizada. Perdón si froidizo todo pero…no soy yo…no…
Se sabe, las universidades de Francia, Alemania, Gran Bretaña o EEUU, (también las de Portugal, Finlandia o Perú) se llenan la boca de antietnocentrismo con la misma asiduidad con la que sus ejércitos invaden oriente. Un oriente etnocentrista e invadido, y un occidente relativista e invasor…y la metafísica. ¡La metafísica entre nosotros!

El malestar es la Metafísica.


1/4/06

Reflexiones Rosarinas por la Ruta 9


a Darío Sandrone





Si Córdoba es la capital del interior ¿Rosario qué es? Posiblemente, el interior de la Capital, de Buenos Aires. Los porteños vienen a Rosario a confirmarse creyéndose en el interior. Pero Rosario, si le sacamos las propagandas del Estado Provincial no quiere nada de santafecino, es un barrio de Buenos Aires, un Gran Buenos Aires corrido. De hecho se demora casi tanto, en auto, en salir del Gran Buenos Aires que en llegar de ahí a Rosario. ¿Tiene Rosario más zamba y chacarera que Buenos Aires? Rosario – su margen a salvo de la emigracion chaqueña y etcétera – es tango y rocanrol. También en paridad con Buenos Aires, se vende como manía por el fútbol. Buenos Aires tiene cincuenta equipos – bueno, más en realidad – y dos monopolios (antes eran casi cinco). Rosario cuatro o cinco pero que se concentran en dos. Y nadie aspira (fue acaso una democrática ilusión momentánea en los años setenta) a competir en frondosidad de vitrinas de trofeos con la Capital; sólo le queda a Rosario (diez o quince veces más chica que el combo Capital-conurbano) su aspiración a un máximo de concentración de fanatismo de la pelota, proezas pelotudas de clásicos suspendidos y superioridad de desmesura en las comisiones de actos de terror simpático del foquismo barrabrava. Da toda la sensación de que el mito rosarino está hecho a la medida del porteño. A excepción de una franja geográfica trazada por Santa Fe, Bell Ville, Gualeguaychú y San Nicolás – que por razones obvias viven de la consideración a Rosario -, Rosario no parece ser demasiado registrada por el resto del país, salvo, claro, por Buenos Aires, que quizá la ve como a una Montevideo bis con la celeste y blanca, o una Buenos Aires di antes, en donde no pasa nada.
Contra lo que opinan algunos amigos, me resisto al mito porteño de la Rosario-artística. Cada diez o quince talentos sitos en Buenos Aires uno es rosarino y eso deja pasmados a los porteños que se imaginan que a trescientos quilómetros hay una modesta aldea de horizontales de tres pisos con el potencial de una Florencia, París, Atenas o Alejandría. Se dejan llevar por la admiración despreciativa y no por la más simple evidencia matemática que permiten arrojar los censos. Cierto es que si la adversidad del medio facilita el genio – el talento o el ingenio -, el arte rosarino está de parabienes, en la medida en que se pueda sacar a ese sujeto trágico a tiempo de la aplanadora de su environment. Así en Rosario tenemos una ingente comunidad de tenderos, quiosqueros, albañiles, abogados, subsecretarios, profesores, crotos, etcétera, insertos en sus actividades profesionales a ley de haber sido convertidos por el medio en talentos aplazados crónicos, notorios postergados a eternidad, genios aplastados por el 122 o por los que se toman el 122 (ex 2-18).
Todo bien cuando se entiende que el genio rosarino es una versión provinciana diez años diferida del Flaco y Charly (Fito), o un talento mayor de una literatura muy menor (el Negro Fontanarrosa). Rosario como un bar en el medio de la pampa húmeda, una pulpería posmo. Por eso la identidad rosarina se conjuga como una modulación singular de la identidad porteña ampliada en cultura urbana rioplatense. El rosarino, igual que el porteño, también es especialmente for export, tango tango. Nadie más argentino en el exterior que alguien nacido en Almagro o en Pichincha. El cordobés, en cambio, más bien es for…import. La identidad cordobesa es rotundamente rebuscada; pero patente. Un cordobés en Rosario o Buenos Aires casi no puede ser otra cosa salvo cordobés. A lo mejor en el exterior se le permita pasar mejor por “latinoamericano” que por argentino. El localismo cordobés es asfixiante. La bronca al porteño no se dispersa como en Rosario a ley de mímesis o indistinción (en realidad, contra lo que me dicen los cordobeses, Rosario se parece tanto a Buenos Aires, como Buenos Aires a Rosario; somos simplemente gringos, como ellos dicen, plebe europea nacida en un exilio de cemento y vacunos). Hablamos el italiano de la Real Academia, pero ellos quieren una pureza que dice que canta en comechingón. El cordobés ejemplar se vende en su pago como pícaro; el citadino pampeano más bien es chanta, y – herencia del sublime del tango acaso – tiende menos a la confesión filial soto voce de su truculencia específica. La evidente identidad cordobesa actual parece minuciosamente y a diario trabajada, forjada de un modo precipitado. Se evidencia en el culto del cuarteto, obligatorio allí como una libertad positiva. En Córdoba hasta un heavy metal hace el encomio – moderado en todo caso – del cuarteto. Lo más común en Rosario – en cambio – es toparse con gente que desprecia a Fito Páez – sean roqueros de otra cepa o viejas del culorrotaje – o a Fontanarrosa – en este caso más bien en el medio mucho más restringido de los que alegan cierto currículo de leídos -. Me temo que en Córdoba quien se tire de manera explícita contra La Mona sería pronto un deportado, o un desaparecido (al menos de la cordobesidad).
Nada causa más extrañeza en el centro de Rosario que toparse con extranjeros. A Rosario no llega ni el loro. Pero el grueso del turismo europeo bancado por los subsidios de desempleo pasa tarde o temprano, en su recorrida de Ushuaia a La Quiaca por Córdoba Capital. Sin embargo, aun
encerrada en su aislamiento efectivo, da toda la sensación de que Rosario es mucho más europea que Córdoba y no sólo porque hay menos mezcla y un par de rubios más. Rosario, como se observó antes, es mucho más inteligible para el exterior si bien sobradamente indeseable y falta de interés (por lo demás, el único exterior que registra a la Argentina claramente, amén del resto de iberoamérica, es España. Para los otros sólo es “Maradona”, “tango”, “Borges”, o “vacas”). ¿Ven argentinos en los cordobeses los extranjeros? ¿Pierde ante el enigma forastero el cordobés su eficacia distintiva?
Para un cordobés explícito el exilio interior en Buenos Aires Rosario o ciudades afines – pero más que nada en esas dos, por la pica – podría ser mucho menos soportable que el exilio exterior. En el primero, se dijo, está casi obligado a un comportamiento de cordobés, intimado a una determinada fidelidad a un presunto “condicionamiento” étnico-etológico totalmente transparentado; afuera en cambio tiene acaso un juego mayor: puede pasar por argentino pero puede disimularlo un poco más que un gringopampeano (la argentinidad for export está dominada por las imágenes identitarias de ese homo urbano que crece – a lo sumo - de Santa Fe a Bahía Blanca: el argentino del este sin embargo occidental). Un rosarino en Córdoba pasa por porteño o falso porteño. El cordobés no registra o finge no registrar al rosarino en Córdoba. Y cuando lo ve, le niega una propiedad diferencial. Hace lo contrario a lo que hacen los rosarinos con un cordobés en Rosario: le resta existencia y entidad, finge desconocer las características de su origen. Al cordobés en Rosario se lo conmina a ser cordobés rigurosamente, y se festeja el hecho de que salte a la vista. Cuando el cordobés debe admitir que el rosarino existe como tal, como habitante actual de una ciudad real y en existencia flagrante, se ve obligado a desconocerle una distinción respecto del porteño, salvo el hecho de no serlo pero querer parecerlo.
A Gombrowicz le bastó una tarde para enjuiciar a Rosario en su ser, como se lee en su Diario. Una ciudad de planillas, cheques, oficinas, maxikioscos, y nada más, pero con un mito de reservorio estético-moral, de bucolismo pro-creación para la cultura nacional o sea porteña. Córdoba no tiene una identidad menos ambigua: es la Docta-del-Cuartetazo.

Personalmente para mí, muy al contrario, fuera de toda esta fascinación fascista – como escribiría un amigo - Rosario no es más que un continuo rosario de roces en mi osarioel exterior del interior -, cosa muy distinta… Ahí si, advierto que soy de acá


Mario Martök
República de la Sexta



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...