3/8/10

GOMBROWICZ CON AZNAR




Sería interesante el experimento de introducir en la filosofía a (o introducir la filosofía (suena mejor así) en) un púber actual no con un Para principiantes ni con Wikipedia sino con estos dos libros: las Lecciones Preliminares de Filosofía de García Morente y Curso de Filosofía en 6 Horas y Cuarto de Gombrowicz. Estos niños que se introducen la filosofía ya con Foucault Lyotard Deleuze y Derrida abordo nunca llegan a la filosofía, se quedan –como los perversos- en los preliminares. Reciben de entrada la posfilosofía, o sea: se quedan donde estaban, porque el horizonte velado de la posfilosofía es volver a sentarse en ese pupitre feliz donde uno recibía las instrucciones prefilosóficas para la vida nofilosófica. Una cosa es querer ingresar a la Academia y otra introducirse la filosofía. El elemento de perversión en la filosofía de Gombrowicz es otro: Gombrowicz buscaba una filosofía mala.
Goma escribe que después de leer el libro de Morente “Gombrowicz adquirió la costumbre de decirle a sus amigos que la filosofía se había acabado, que el profesor García Morente lo aclaraba todo, que no había ya ningún misterio desde Platón hasta Husserl, y que sin misterios no existe la filosofía”.
No sólo lo seducía la barbarie preadulta a Witoldo. Igual que Borges, hacía un uso sabio de los manuales; para peor de manuales que Borges deploraría y él mismo también.

Estos libros son parecidos, son dos libros orales. Uno ocurre en la Universidad de Tucumán que cobijaba por entonces a p
rofesores desterrados de prestigio ecuménico, como el Sr. García, neocantiano español y a posteriori sacerdote, el otro en Francia, donde un aristócrata lumpen polaco-argentino, retornado después de un cuarto de siglo de vida anónima se inventa sus propias lecciones preliminares para un público ínfimo: su mujer y su reportero cabecera. Se dice que se inventó lo del curso para distraerlo a Gombrowicz, que estaba en sus últimas, de
la muerte y un eventual suicidio. Como se ve la historia tiene algo de socrático y de miliunanochezco. Witoldo lleva encima un par de apuntes personales, quizá de cursos sui generis que dictó alguna vez en la Argentina sobre Husserl, Heidegger, Heisemberg o quien sea, y el libraco de Morente.

Piglia en su momento de gloria ilusionaba a la gente con una adaptación de Gombrowicz con visado académico tirado por la borda. El Tardewski de Respiración Artificial no es Gombrowicz, o es Gombrowicz dentro de un sueño asexuado de Piglia. Jamás da Piglia una puntada diegética sin abarcar lo más posible la biblioteca literaria del universo entero. Se trata de un académico a la intemperie, un tesista discípulo de Wittgenstein caído en desgracia, en la desgracia biográfica de Gombrowicz. Es un Gombrowicz que recita a Piglia a punta de pistola. En realidad este Gombrowicz falso, erigido como para conmover el hedonismo de hierro de los graduados nacionales, sólo tiene algunas señas del original, más parecería un Borges del hambre y diplomado, un Piglia del hambre. Vive atrapado en esa diégesis paranoide donde teje su autor, conocido por postular a la novela moderna como una forma de encierro no espacial, de paranoia de encaje perfecto y por meter por el ojo del género policial los camelos del sistema de la crítica. Sólo con un pedazo austero de la verdad se podrá pensar que Fernández es un concreto filósofo fracasado de la zona, y con otro pedazo más generoso decir que el único logrado. Gombrowicz tiene, todavía hoy, menos chance de ingresar a la academia –la platónico-romeriana- que aquel exuberante barrilete cómico (Nietzsche: los filósofos son barriletes). Tardewski es un Witoldo pasado por Kafka, exonerado, por ende, de Proust. Vive en la consideración de una teoría pigliana del siglo XX, y en el respeto de todos sus muertos, sostiene una teoría crítico-paranoica de la historia reciente aún cuando se dice un escéptico que vive al descubierto de la historia. Pero se vuelve vitoldiano cuando de filosofía se trata. No tiene una teoría satírica histérica del otro como amo y esclavo de la forma ni de la tilinguería como ascesis para fugar de la autoteología. Tiene una teoría política amarga y maníaca como genética de la ontología del presente. Hitler es la continuación en acto de Descartes, y la contrafigura universal de Kafka. Se trata del único hombre, en Concordia y en el mundo, que sabe –lo descubrió él- que Hitler y Kafka fueron amigos, y la obra de Kafka es la denuncia alegórica y profética de la obra en acto de Hitler: la instrumentación del método cartesiano: quemar todo.
En el Curso de Filosofía W.G. evoca a Hitler más en relación con Sartre que no Heidegger: ¿por qué no elegiría desde la absoluta libertad el nazismo en vez del marxismo-existencial? O sea, Heidegger necesitaba del Ser para alinearse al Führer, pero a Sartre le hubiese alcanzado con la Nada. Dice Gombrowicz: “lo importante de Descartes es el Discurso del Método: ELIMINAR EL OBJETO: la gran idea de Descartes”. Pero en el mundo de lo infalsable todo cierra y W.G. no le ponía demasiado énfasis a esas gigantomaquias que fascinan al antiguo piglismo.
Este Tardewski escrupuloso donde no lo es W.G. es vitoldiano donde Witoldo se dejaba llevar por el innegable encanto de la ignorancia cuasi genial. Tardewski, es un discípulo desterrado y clandestino de Wittgenstein que sobrevivía dando clases privadas de filosofía en la provincia de Entre Ríos; es “un académico sin academia y un escritor sin lenguaje y polaco sin Polonia” que llama a García Morente “El Asno Español II” y vive confinado preparando exámenes de estudiantes secundarios que deben rendir lógica o filosofía con el libro de aquel “tipo de una ignorancia casi genial”. Este falso Gombrowicz post-empirista es una especie de eminencia filosófica, abandonado en la vida cínica y en el fracaso anónimo extraviado en el interior de este confín del mundo occidental donde se acostumbra a festejar a las bestias de carga con lenguaje profesoral. Los asnos de Piglia son, además de Morente, Ortega y Gasset (Asno I), “charlista radiofónico español par excellence” dedicado a escribir filosofía en “una especie de disparatada declinación alemana del español”, el “Deutsche asno” Keyserling y el “burócrata del budismo zen” Fatone. “En lugar de ser respetuoso- describe su circunstancia- me fui arrastrando cada vez más hacia la franqueza, delito imperdonable entre académicos. Llegué a convencerme de que había que esperarlo todo del fracaso”. Un Gombrowicz blando melancólico e historiográfico que parece la viva imagen privada de un profesor argentino generación-Piglia excluido a perpetuidad de la cátedra. Reconoce a Mondolfo y Astrada como “tipos de primer nivel”.
Bien al contrario de lo que predica este monstruo de las razones de la crítica-ficción made in UBA for USA, W.G. hace un uso de Morente como Borges hacía uso de Mauthner. Trabaja una especie de borgismo trash, versión camp del enciclopedismo e insolente del diletantismo bibliotecólogo (ver “curiosismo de inglés”). Una historia de la filosofía organizada desde el art brut también.









-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...