6/11/13

EL MALESTAR EN LA CULTURA FRANCESA O EL CINISMO EN EL TOCADOR

(Filosofar como un Perro, Michel Onfray, Capital Intelectual, 2013)




Onfray se lleva muy mal con los otros mêtres filosóficos y best sellers de nuestra lejana patria filosófica y literaria –Francia, natürlich-. Lo testimonia este libraco acaso entretenido acaso plomizo a lo largo de sus casi 400 páginas. Por ellas podemos pispear algo de las míseras rencillas entre estos muchachos que a nuestras pampas arriban como paquetes abultados de ideas fijas-de autor para sobrellevar los avatares. Los mercaderes de ideas y los acaparadores universitarios –según la doble rotulación dadaísta de Tristan Tzara (y yo hoy soy dadaísta, por lo menos mientras tipeo estas letras)- son como los maníacos si no fuera que son, nomás, sinécdoque o nosequé, una mercancía del consumismo cultural (Y yo al libro lo pagué). Apostrofes de acá y de allá contra las otras marcas, Alain Badiou, Glucksmann, Luc Ferry, Finkielkraut, Debord, Sollers, Robbe-Grillet, Debray, y charlistas más figurones menos. Pero el enemigo número uno es el sartreano gentleman Bernard Henri-Levi (BHL para Onfray).
Así Debord es un sacerdote inquisidor de su propio fondo de comercio, organizador de su propia invisibilidad mediática por interés mediático. Debray deja al Che por los sacramentos, Sollers “besa la pantufla papal”, los rebeldes de Mayo se hacen yuppies, y los filósofos críticos famosos se hacen chupacirios. Si hay que elegir entre Bernard Henri-Levi y Badiou, bajemos la persiana ahora mismo, dice el autor. Ni neoliberalismo ni neomarxismo. Ni Sarkozy con Ségolène Royal ni Mao con Platón dice. Badiou –“defensor de los crímenes maoístas”-, Ranciere, Agamben, Zizek, Sloterdijk son “los retóricos sublimes para un futuro invisible”. Y si Heidegger era nazi, Sartre estalinista (El retrato dietético de ese filósofo cara de batracio que había hecho en El Vientre de los Filósofos ya había sido más que lapidario.).
Por qué acá Onfray apareció como un filósofo-gourmet, como un nuevo referente insignia de la nueva cooltura palermitana (ampliamente detallada en The Palermo Manifesto, sin que esta cita signifique aval o condena a nada), es un poco un misterio. Cierto que a Onfray mismo le gusta oscilar entre los cirenaicos los epicúreos y los cínicos, apareciendo como un nuevo espécimen de anarquista que se da los gustos en vida, de buen comer y buen vestir, o como un dandi de la izquierda “denuncista” –por usar el conflictivo epíteto de González-. Por el contrario, acá critica a “la izquierda caviar”, según se lee, los Mayo 68 devenidos yuppies. En esta recopilación de artículos –publicados en la revista del sanguinolento humorista gráfico Siné- que integran tres libros –inéditos y editados- compactados en uno, se puede contemplar la vertiente denuncista del franco filósofo.
Ahora, referenciarse en Diógenes es algo demasiado complicado, no sé si una especie de petulancia histriónica o histérica, un batacazo boutade o desplante al parque académico automotor, un gestito de idea, una mentirita o qué corno. De Diógenes se puede decir lo que de toda referencia en el contexto histórico contemporáneo, que es imposible. Apliquemos el método Zizek-Express: el ysiísmo. ¿Y si Onfray no fuera más que un narcisista, gente como uno, pero con suerte y firme vocación por el trabajo –intelectual- mecánico, que nos hace asistir en calidad de lectores a los tejemanejes de sus grescas personales con sus rivales del paño? De falsos hippies y punks estamos todos hasta acá en especial nosotros que lo somos. Onfray despotrica contra el liberalismo, de derecha y de izquierda, dice que en otra época había diferencia entre derecha e izquierda, también contra el criterio revolucionario marxista. Le llama izquierda kantiana a la izquierda del discurso.
Sostiene una idea fuerte, a tal punto: que el capitalismo es antropológico, que es insuperable, que existió en el feudalismo y en las sociedades recolectoras primitivas, a la manera de Foucault rechaza la idea de la “toma de poder”. Ni con Marx ni con He-Man. Propone “multiplicar los actos de resistencia cotidianos” y esas cosas que siempre se enuncian, si es que nunca se alcanzan. Se apoya en la vieja idea de La Boëtie sobre la servidumbre voluntaria, para “revolucionar la revolución” y demás banderillas de su posición “postanarquista”. Este proclamado anarquismo post perjura del individualismo a la Stirner y ensalza a Proudhon. Y rechaza el abstencionismo eleccionario, ese típico blasón de cierto tilingaje extremoizquierdista de claustro: a quienes lo adoptan los hace corresponsables por omisión de los regímenes flagrantes. De Stirner dice que es el filósofo anarquista que les da letra a los patrones y poderosos, su asociacionismo de egoístas se resume en ser fuerte con los débiles y débil con los fuertes. “El Único y su propiedad puede ser un gran libro de cabecera para un capitán de industria o un presidente de la Quinta República”.
 Las ideas desechables del anarquismo antiguo son la propiedad privada concebida como pecado original, la redención por la revolución, la obediencia al mesías rebelde, y el paraíso terrenal sin guerra explotación o cárceles como proyecto final. El post-acratismo no se queda con ese romanticismo de bibliografía trasnochada e incluye hacerse cargo de los saldos que dejaron las escuelas de los Foucault, Deleuze-Guattari, Derrida, Lyotard, o Bourdieu. Lo rescatable del anarcoclasisismo: “el negarse a mandar y guiar, el desprecio por el poder y la gente poderosa, el compromiso con las víctimas del capitalismo liberal, la construcción del orden a través del contrato, la defensa de la ilegalidad si y sólo si contribuye a mejorar la vida de la gente que sufre, la edificación de comunidades jubilosas indexadas según la pulsión de vida, etcétera”.
La mayoría de las personas en este mundo no quieren o no pueden ser anarquistas ni filósofos, no prefieren la soberanía ni tampoco no mandar ni ser mandados, tampoco el hedonismo supera en número al de los adheridos al sadomasoquismo y el sacro-familiarismo. Yo lo llevaría a predicar a las chozas del tercer cordón bonaerense o al barrio Triángulo y ver qué pasa.
La cultura francesa, se sabe, y mucho más la filosofía francesa, es de izquierda por tradición sino por inercia o por caradura, se la pasan corriéndose unos a otros por el lado zurdo para ver quién llega más lejos sin moverse à la manière de Zenón. Los filósofos son la soja de Francia. Las malas lenguas le llaman izquierda francesa a esa actitud intransigente y cómoda de los señoritos de claustro y notebook que viven del postdoctorado y del derecho de autor, que agarran un megáfono y se consiguen cien clientes nuevos. Y no parece que este señor sea inocente tampoco, y después de todo qué sabe un argentino paseador de las librerías de Corrientes quién es este tipo que nos da clase de resistencia (antes se decía de moral) desde este adminículo de lujo y de culto –de culto snob- que se llama libro. Para saber quién habla hay que preguntar por el ayuda de cámara o Sumiller de Corps se dice, y si no los tiene –Diógenes no tenía ajuar ni servicio- consultar al enemigo. Sobre la vanidad de los kinikoi hay dos mil y pico de años de anécdotas.
Detectamos cuatro enemigos cruciales: los otros filósofos, los políticos, los psicoanalistas y los religiosos. Sarkozy, Hollande, Ségolêne Royal, los más citados entre los políticos, la cuarta rama son las invectivas contra el Papa Ratzinger y los cristianos, sumados a los demás monoteísmos imperialistas. Sarkozy: “la quintaescencia de la gente resentida: fuerte con los débiles, débil con los fuertes”, delincuente aspirante a monarca republicano. Benedicto y Dios por un lado, y Lacan y Freud por el otro, se sabe de las “polémicas” que suscitó su libro contra el neurólogo-chamán en la franja intelectual de la clase ociosa parisina y entre los recontraanalizados inteligentes de Barrio Norte. Freud es jefe de banda y líder de secta, estafador y mentiroso comprobado al que dedicó un grueso volumen de escraches. El creador de “una alucinación colectiva”. Dice que todos sus análisis fueron fracasos terapéuticos. “El diván es el lugar del chamanismo postmoderno. Los chamanes curan, eso está claro. Pero también el agua de Lourdes, como los prueban las muletas colgadas en la cueva. ¿Pero acaso esto prueba la existencia de Dios?”
Onfray se inclina por la postura de exigirles a los psicoanalistas el carnet de médicos. “Freud –publica a este respecto- es un genio y, como ocurre frecuentemente con los genios, su invento es utilizado por malandras lamentables, cómodamente instalados en el ejercicio de su chamanismo postmoderno, y cuya única legitimación, según la desafortunada frase de Lacan, proviene de ellos mismos. Igual que el delincuente, el mafioso, el periodista, el asesino a sueldo y otros profesionales bajo jurisdicción de excepción”.
De Lacan dice que su formación era menos froidiana o jegueliana que surrealista (uno diría más bien que se trató de un psicopompo cuyo imperialismo-de-sí tuvo demasiada fortuna –el tipo se declaraba psicótico ¿no?, esto es: un indivanizable axiomático-), y menos surrealista que enciclopedista de segunda mano. “Si lo que se quiere es ver en Lacan a un filósofo para el cual La fenomenología del espíritu no tiene secretos, a un exégeta de Freud, se equivocan. Había contratado a un joven egresado de la École Normale Supérieure para que lo pusiera al día con la filosofía, y sus conocimientos provenían de una hábil glosa en torno a algunos lugares comunes de la filosofía de grandes nombres del momento, rápidamente ingeridos y digeridos con el talento de un titiritero de feria”. Recuerda el deseo de Lacan de pedirle audiencia a Pío XII, el Papa que excomulgó a los comunistas, contempló Mein Kampf, y puso a Marx en el Index. Lo señala como el inventor de una lengua autista para sí mismo, erigida para someter al lector a su dialecto “exigiéndole que lo practique para formar parte de la secta y ser reconocido como un miembro de pleno derecho”. Más o menos por la misma senda, en otro artículo indica al Ulises de Joyce como incomprensible y esotérico. “Confesar que uno ha renunciado definitivamente a adentrarse en este delirio monomaníaco y onanista equivale a ser condenado por los esnobs, que otorgan certificados de pertenencia a su círculo a cambio de profesar una devoción biempensante por este mamotreto intragable”.

La filosofía se puede leer como un sainete y sus nombres propios adjuntados a solapas biográficas como personajes interpretados por capo-cómicos sentados, o a lo mejor como un “drama en gentes” en el sentido de Pessoa, con marcas de autor acá y allá que son heterónimos de nadie. Más allá quedan los usos privados que cada uno hace de los conceptos-afectos, perceptos-preceptos, eslóganes ideas o filosofemas, siempre más cerca de Bovary que del iniciado, del Quijote que del discípulo o adepto.
Perón indicó que peronistas somos todos, no voy a explicar el koan justicialista pero pinta muy bien la condición argentina de ser en el mundo. Borges dijo por la suya que nominalistas es lo que somos todos, y esto es como un diagnóstico de la condición posmoderna –algo hay que decir. Badiou lo dice en otros términos, quitándonos a los pibes filosóficos de barrio cualquier pretensión de portar un pedigrí altocultural: dice que el imperativo subyacente y hegemónico actual es “Vive sin Ideas” (pongámosle al menos mayúsculas y que suene macedoniano).
Cuando era chiquitito en una crónica de Chamico –también considerado  por el público como C. Nalé Roxlo- de El Ingenioso Hidalgo editado alguna vez por Eudeba leí una cita definitiva de Oscar Wilde, probablemente apócrifa porque nunca la encontré entre sus obras ni después en Google, pero que si no es suya debería serlo. “¿Por qué ser fieles a nuestras ideas? –cito la cita- ¿Acaso somos el perro de nuestro pensamiento?
En este punto, hay que admitirlo, Diógenes compone una misma jauría con Platón Aristóteles y cualquier otro señorito con toga y participación política, o con sotana, peluca, o pipa y culos de botella.
Como recurso contra Diógenes puede usarse un Wilde y esto es reversible, por cierto. Y no tiene por qué ser –de acuerdo a la temática de la Kritik de Sloterdijk- un argumento reaccionario del cinismo señorial de los privilegiados contra el quinismo plebeyo de los excluidos del banquete. Diógenes fue célebre por proponer de la forma más extrema en su momento una ética de imitación de la naturaleza. Wilde por lo contrario, dado que propuso que era la naturaleza la que imitaba, lo que además de ser una ética del artificio la frivolidad y el arte por el arte, podría ampliarse en un relativismo a la manera de la máxima de Heisemberg –“el hombre sólo se encuentra a sí mismo”-.
Onfray comparte con Diógenes –pero también con Platón Aristóteles Hegel o Lacan- esta suerte de condición clásica, que es la fidelidad a un punto de vista. Y no otros hábitos –si no habitus- más característicos de aquel post-socrático violento: no dar conferencias por el planeta, vivir en la calle, no bañarse nunca, no publicar tablillas vitelas ni volúmenes en rústica tapa papel ilustración más ISBN copyright etc., no dedicarse a la historiografía doxográfica, eructar apalear afeitar gallináceas a cambio dar razones argumentales o maratones dialécticas, y tanto más que bien se sabe. En Atenas había esclavitud pero no campo intelectual. Si por error alguien lee esta reseña espero al menos que me malinterprete.
El verdadero poder es el poder sobre uno mismo anota el Onfray cínico. Pero esa noble norma, la enkrateia, que es la de casi toda la filosofía griega, se parece también al imperativo de un personaje moderno más clínico que conceptual llamado Neurótico Obsesivo, quiere pasar de largo que en el mundo en auge existen la ambivalencia, el patrón oro de la ansiedad, y el criterio nischeano de poder que es un poder por poder mismo no por poder sobre uno mismo –y menos sobre los demás-.
Con todo, es preferible ser canista que lacanista, pero si se puede ser las dos, y todas las demás, que Dios y la Patria me lo demanden. Y si vas a la derecha y cambiás hacia la izquierda adelante –creo que lo escribió Sócrates.  También dijo: -Quién me va a prohibir escribir contra todo lo que me gusta…






-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...