12/10/06

Samuel Tesler, Filósofo Nacional



[Korn-Abraham-Astrada]






Indudablemente es en Samuel Tesler en donde vamos a encontrar al filósofo argentino por esencia o, en general, al filósofo mismo. Ni Astrada, ni Korn, ni Alberini, ni Francisco Romero, ni Alberdi o Sarmiento, ni Kusch, ni Tomás Abraham, Laclau, Borges, tampoco Foucault o Lacan, ni incluso Macedonio. Samuel Tesler, ese fruto pampeano de las delicias de leer a Diógenes Laercio. A él irá a parar una perspectiva fernandeciana y federiquiana de la cosa. En él la miseria de la filosofía y la filosofía de la miseria dejarán posar el ojo metacrítico y metaclínico de nuestro metafilosofar. Samuel Tesler filósofo argentino, filósofo nacional. Exoteridad extraordinaria de la esoteria del anonimato a diario de nuestra vida filosófica ordinaria. A medias entre Artaud y Macedonio aunque sacado del modelo de Fijman, un personaje real que efectivamente fue amigo a la vez de Fernández y de Antonín, a la vez que de Marechal. De toda la barra de los martinfierristas (un grupo de amigotes que inventó la literatura argentina, o al menos porteña) es el único de quién puede decirse, institucionalmente incluso, que estaba loco de verdad, porque terminó su vida - más que como un místico de conventillo – archivado en un loquero. No fue filósofo, fue cristiano y poeta – además de músico y dibujante -. Pero los personajes no van presos, ni al manicomio; se suicidan en trenes de papel o viven en un calabozo de cáñamo. Tesler además de no existir está casado más que loco, y es filósofo. Seguramente es el personaje más eficaz y memorable de Marechal, autor que ejerció el intrépido arte de convertir a sus amigos en personajes de ficción – un abuso propio y común de la literatura y con consecuencias a menudo funestas que llevan también a sacar a la paranoia del texto a “la calle” -. Ahí el destino poco venturoso de un tal Luis Pereda, probable autor de un puñado de libros nacionalistas entonces ya prohibidos al momento de publicarse “Adán”. (Uno puede pensar que aquel otrora amigo y coautor de Marechal no le perdonara dos cosas, al margen de portar otro estilo: haberse entregado al peronismo, y haber fabricado para la inmortalidad al citado personaje.) El único que fue sí mismo – “dueño de su propio genio” - en “Adán Buienosayres” fue Macedonio Fernández, previendo Marechal el entonces ya realizado destino de aquél en la cultura: ser indistintamente tan persona como personaje.

Quizá más socrático que Fernández porque fue, puntualmente, un filósofo casado, un filósofo del ultramundo (o sea con-dios), y, más incontrastablemente que aquél, un filósofo ficcional, un personaje, igual que Sócrates. Eso sí: enojoso, casi híbrido, y angelicalmente obsceno, como un Diógenes cínico. Junto con Deunamor – su versión viuda, empirista y simpática – como un Pitágoras de la Era Atómica, filósofo legendario. Un filósofo inexistente. Argentino.




BCN

19/4/06

¿Qué No Es la Metafísica?






“Lógica del sentido” de Deleuze, escribió Foucault, es un tratado de metafísica, pero no de una que ha contado cómo se olvida o se olvidaba al ser, sino de una metafísica encargada de parlar sobre el extraser. Define a la Física como discurso sobre la estructura ideal de los cuerpos, de las mezclas, de las reacciones, de los mecanismos de lo interior y de lo exterior, y a la Metafísica como el discurso acerca de la materialidad de los incorporales (fantasmas, ídolos, simulacros…). Una metafísica de los ludismos de lo perverso y de la ausencia de dios. El acaecimiento, como entidad meramente efectiva, facticia, compete a la metafísica; la Física, sería una etiología de lo que acontece. O sea la metafísica deleciana tiene aspecto de modular un cierto posicoanálisis, de lo inconciente salido a la calle, del diván en la vereda, de los silencios del dorso del ágora, de la intestinidad de la externalidad-socius y sus interacciones, en fin…y de ahí al universo: una especie de clinicidad cósmica, y una física de lo intangible efectivo, de la invisibilidad de los efectos como tales. El sicoanálisis, dice Foucault, tiene que ser entendido como una práctica metafísica.
Allí donde lo material sucede a condición de su propia paradojicidad (como inmaterial pues), se está ante el objeto de la Metafísica, fisismo de lo aporético.
Pero lo que escribía Germán García es que para Macedonio el lenguaje mismo sería la metafísica o lo metafísico. Y lo que era inevitable era no leer a Macedonio a la luz de Lacan, o cabe Lacan, con, junto a Lacan, allí donde el sicoanálisis es metafísico jeguelianamente, sin materias puras, pero metafísica de la casuística accidentaria de la cosidad lingual del llamado “inconciente”. Con esa coyunda se forja una inevitable metafísica argentina pero sobre todo una metametafísica, como la que hizo Heidegger, para quien, sea con el grafismo o el fonema, lo metafísico probablemente es inexorable (porque es la coimplicación del ser y el ente) al igual que en la conclusión de García en “La escritura en objeto”. En principio si se toma como válida esa jurisdicción del sicoanálisis podría pensarse muy justificado lo que algunos hoy preferirían no soportar, el no poder dejar de leer Macedonio posicoanalíticamente en la mescolanza de ambas jerigonzas que tan asequiblemente se imantan. Macedonio sicoanalista. El sicoanálisis metafísico. Metafísico en tanto cuanto tiene por objeto a lo que no tiene objeto: la pulsión, aquello que umbraliza ante lo “biológico”. Pero Macedonio rechazaría cualquier mundo dividido por una nueva o vieja glándula pineal separadora de una Física y una Metafísica, por eso con el Lector – que no creo que me esté siguiendo – nos estamos metiendo en un embrollo al pedo tratando de extricar algo que parece que conviene dejarlo ahí. Valga la referencia a ese criterio de Michel Foucault como curiosidad o para la intelección futura de otro estudioso con menos poquedad de recurso, bien que estamos, empero, tratanto de penetrar espesuras de un campo que es el del Pensamiento Poco, para lo cual es mérito un oculismo de payador sin más.



9/4/06

Mitología - Celeste & - Blanca






La metafísica en y o de Macedonio Fernández es lenguaje o es el lenguaje. Tesis expresión sospecha o en fin… de Germán García en “La escritura en objeto”. La metafísica en general, más allá de aquello, podría ser en general el lenguaje. El logos, pensamiento, idea, es lenguaje. La metafísica en este sentido se entiende, parece, como un universal antropológico. Y el lenguaje también. Entonces hay una metafísica en general, y, por ejemplo, una metafísica occidental en particular. La filosofía es una tradición de occidente que puso el nombre metafísica a esa entidad antropológica universal propia del lenguaje en su carácter referencial, en su capacidad de referir a su exterior, objetual, cósico, o acontecedero. O…
Lo lógico y lo ontológico se reportan a lo lingüístico, y se coimplican. Bajo estos preceptos la filosofía sería una entidad sincrónica, histórica, institucional, de la lengua; de la lengua griega y sus traducciones e interpretaciones por la lengua latina, y las lenguas bárbaras y románticas. Y la metafísica, campo –parcial o totalmente - de pertinencia y pertenencia de la filosofía, una entidad de la dimensión del lenguaje, no de una suma de lenguas concretas.
Pero se puede llamar metafísica no sólo a aquella dimensión –lógicontológica – del lenguaje – fonográfico o humano -, sino a un contingente acopio de textos institutos categorías o aporías o…cuya génesis aconteció con los griegos antiguos.
Si el tema objeto o...de la metafísica es el “ser”, esa pasión de Heidegger, se sigue la pregunta de si hay ese “ser” en las lenguas que no pertenecen a la metafísica como fenómeno o campo pandisciplinario o… de la cultura occidental y del conjunto de lenguas que se llaman indoeuropeas.
Según uno ha podido entender, si es que alguien entendió algo alguna vez, algo así es lo que estudia Jacques Derrida en varios tramos al menos de “Márgenes de la filosofía”. En el apartado “El suplemento de la cópula. La filosofía ante la lingüística”, pone a estas cuestiones posjaideguerianas de cara a Benveniste, que estudió las “categorías” de Aristóteles desde una perspectiva de la lingüística contemporánea, si se concede el pleonasmo.
¿Hay etnocentrismo en Heidegger? pregunta la página 239 del susodicho texto derridaiano.
En general, si uno no está mal informado, el relativismo, en su variante “cultural”, es una pasión occidental, tematizada quizá desde la era de los sofistas por occidente. El “relativismo cultural” en tanto cuanto concepto doctrinizado y expandido por disciplinas practicoteóricas-discursivas – permítanse mis énfasis a la sanfasón -, llevado a ideología, perspectiva, ética u operatividad profesional, es un episodio solamente reconocible, como dominante, en occidente. Como ocurrencia perpleja y concreta podrá haber pasado por la cabeza de cualquier ente humano oriental como por la risa antilógica y asocial de los budistas, pero como doctrina y perspectiva ontológica y moral es un rito de occidente multiplicado y manufacturado contemporáneamente por lo que se denomina democracia y ciencia. Como perplejidad llevada a la jerarquía de orden categorial y principio ontoeticoepistemológico es, en todo caso, una “mitología” de occidente, y lo mismo los conceptos y nociones científicas o cotidianas de mito y mitología. Esta aporía organizada de Jacques Derrida ¿es etnocéntrica? ¿Una especie de etnocentrismo débil o pasivo? (por invocar reminiscencias nischeanas). El deconstruccionismo: ¿mitología blanca? El contrafonologocentrismo: ¿mitología blanca? Mitología o no, lindo o feo, bueno o más o menos, es un fenómeno popular, ético, moral, epistemológico, jurídico y ontológico de occidente, ultrapopularizado por esta época, moderna o posmoderna como entienden los entendidos. Época de la sospecha dicen algunos; en este mismo orden de confusiones, época de los malentendidos expandidos, de lo siniestro organizado, de la ambivalencia pormenorizada. Perdón si froidizo todo pero…no soy yo…no…
Se sabe, las universidades de Francia, Alemania, Gran Bretaña o EEUU, (también las de Portugal, Finlandia o Perú) se llenan la boca de antietnocentrismo con la misma asiduidad con la que sus ejércitos invaden oriente. Un oriente etnocentrista e invadido, y un occidente relativista e invasor…y la metafísica. ¡La metafísica entre nosotros!

El malestar es la Metafísica.


1/4/06

Reflexiones Rosarinas por la Ruta 9


a Darío Sandrone





Si Córdoba es la capital del interior ¿Rosario qué es? Posiblemente, el interior de la Capital, de Buenos Aires. Los porteños vienen a Rosario a confirmarse creyéndose en el interior. Pero Rosario, si le sacamos las propagandas del Estado Provincial no quiere nada de santafecino, es un barrio de Buenos Aires, un Gran Buenos Aires corrido. De hecho se demora casi tanto, en auto, en salir del Gran Buenos Aires que en llegar de ahí a Rosario. ¿Tiene Rosario más zamba y chacarera que Buenos Aires? Rosario – su margen a salvo de la emigracion chaqueña y etcétera – es tango y rocanrol. También en paridad con Buenos Aires, se vende como manía por el fútbol. Buenos Aires tiene cincuenta equipos – bueno, más en realidad – y dos monopolios (antes eran casi cinco). Rosario cuatro o cinco pero que se concentran en dos. Y nadie aspira (fue acaso una democrática ilusión momentánea en los años setenta) a competir en frondosidad de vitrinas de trofeos con la Capital; sólo le queda a Rosario (diez o quince veces más chica que el combo Capital-conurbano) su aspiración a un máximo de concentración de fanatismo de la pelota, proezas pelotudas de clásicos suspendidos y superioridad de desmesura en las comisiones de actos de terror simpático del foquismo barrabrava. Da toda la sensación de que el mito rosarino está hecho a la medida del porteño. A excepción de una franja geográfica trazada por Santa Fe, Bell Ville, Gualeguaychú y San Nicolás – que por razones obvias viven de la consideración a Rosario -, Rosario no parece ser demasiado registrada por el resto del país, salvo, claro, por Buenos Aires, que quizá la ve como a una Montevideo bis con la celeste y blanca, o una Buenos Aires di antes, en donde no pasa nada.
Contra lo que opinan algunos amigos, me resisto al mito porteño de la Rosario-artística. Cada diez o quince talentos sitos en Buenos Aires uno es rosarino y eso deja pasmados a los porteños que se imaginan que a trescientos quilómetros hay una modesta aldea de horizontales de tres pisos con el potencial de una Florencia, París, Atenas o Alejandría. Se dejan llevar por la admiración despreciativa y no por la más simple evidencia matemática que permiten arrojar los censos. Cierto es que si la adversidad del medio facilita el genio – el talento o el ingenio -, el arte rosarino está de parabienes, en la medida en que se pueda sacar a ese sujeto trágico a tiempo de la aplanadora de su environment. Así en Rosario tenemos una ingente comunidad de tenderos, quiosqueros, albañiles, abogados, subsecretarios, profesores, crotos, etcétera, insertos en sus actividades profesionales a ley de haber sido convertidos por el medio en talentos aplazados crónicos, notorios postergados a eternidad, genios aplastados por el 122 o por los que se toman el 122 (ex 2-18).
Todo bien cuando se entiende que el genio rosarino es una versión provinciana diez años diferida del Flaco y Charly (Fito), o un talento mayor de una literatura muy menor (el Negro Fontanarrosa). Rosario como un bar en el medio de la pampa húmeda, una pulpería posmo. Por eso la identidad rosarina se conjuga como una modulación singular de la identidad porteña ampliada en cultura urbana rioplatense. El rosarino, igual que el porteño, también es especialmente for export, tango tango. Nadie más argentino en el exterior que alguien nacido en Almagro o en Pichincha. El cordobés, en cambio, más bien es for…import. La identidad cordobesa es rotundamente rebuscada; pero patente. Un cordobés en Rosario o Buenos Aires casi no puede ser otra cosa salvo cordobés. A lo mejor en el exterior se le permita pasar mejor por “latinoamericano” que por argentino. El localismo cordobés es asfixiante. La bronca al porteño no se dispersa como en Rosario a ley de mímesis o indistinción (en realidad, contra lo que me dicen los cordobeses, Rosario se parece tanto a Buenos Aires, como Buenos Aires a Rosario; somos simplemente gringos, como ellos dicen, plebe europea nacida en un exilio de cemento y vacunos). Hablamos el italiano de la Real Academia, pero ellos quieren una pureza que dice que canta en comechingón. El cordobés ejemplar se vende en su pago como pícaro; el citadino pampeano más bien es chanta, y – herencia del sublime del tango acaso – tiende menos a la confesión filial soto voce de su truculencia específica. La evidente identidad cordobesa actual parece minuciosamente y a diario trabajada, forjada de un modo precipitado. Se evidencia en el culto del cuarteto, obligatorio allí como una libertad positiva. En Córdoba hasta un heavy metal hace el encomio – moderado en todo caso – del cuarteto. Lo más común en Rosario – en cambio – es toparse con gente que desprecia a Fito Páez – sean roqueros de otra cepa o viejas del culorrotaje – o a Fontanarrosa – en este caso más bien en el medio mucho más restringido de los que alegan cierto currículo de leídos -. Me temo que en Córdoba quien se tire de manera explícita contra La Mona sería pronto un deportado, o un desaparecido (al menos de la cordobesidad).
Nada causa más extrañeza en el centro de Rosario que toparse con extranjeros. A Rosario no llega ni el loro. Pero el grueso del turismo europeo bancado por los subsidios de desempleo pasa tarde o temprano, en su recorrida de Ushuaia a La Quiaca por Córdoba Capital. Sin embargo, aun
encerrada en su aislamiento efectivo, da toda la sensación de que Rosario es mucho más europea que Córdoba y no sólo porque hay menos mezcla y un par de rubios más. Rosario, como se observó antes, es mucho más inteligible para el exterior si bien sobradamente indeseable y falta de interés (por lo demás, el único exterior que registra a la Argentina claramente, amén del resto de iberoamérica, es España. Para los otros sólo es “Maradona”, “tango”, “Borges”, o “vacas”). ¿Ven argentinos en los cordobeses los extranjeros? ¿Pierde ante el enigma forastero el cordobés su eficacia distintiva?
Para un cordobés explícito el exilio interior en Buenos Aires Rosario o ciudades afines – pero más que nada en esas dos, por la pica – podría ser mucho menos soportable que el exilio exterior. En el primero, se dijo, está casi obligado a un comportamiento de cordobés, intimado a una determinada fidelidad a un presunto “condicionamiento” étnico-etológico totalmente transparentado; afuera en cambio tiene acaso un juego mayor: puede pasar por argentino pero puede disimularlo un poco más que un gringopampeano (la argentinidad for export está dominada por las imágenes identitarias de ese homo urbano que crece – a lo sumo - de Santa Fe a Bahía Blanca: el argentino del este sin embargo occidental). Un rosarino en Córdoba pasa por porteño o falso porteño. El cordobés no registra o finge no registrar al rosarino en Córdoba. Y cuando lo ve, le niega una propiedad diferencial. Hace lo contrario a lo que hacen los rosarinos con un cordobés en Rosario: le resta existencia y entidad, finge desconocer las características de su origen. Al cordobés en Rosario se lo conmina a ser cordobés rigurosamente, y se festeja el hecho de que salte a la vista. Cuando el cordobés debe admitir que el rosarino existe como tal, como habitante actual de una ciudad real y en existencia flagrante, se ve obligado a desconocerle una distinción respecto del porteño, salvo el hecho de no serlo pero querer parecerlo.
A Gombrowicz le bastó una tarde para enjuiciar a Rosario en su ser, como se lee en su Diario. Una ciudad de planillas, cheques, oficinas, maxikioscos, y nada más, pero con un mito de reservorio estético-moral, de bucolismo pro-creación para la cultura nacional o sea porteña. Córdoba no tiene una identidad menos ambigua: es la Docta-del-Cuartetazo.

Personalmente para mí, muy al contrario, fuera de toda esta fascinación fascista – como escribiría un amigo - Rosario no es más que un continuo rosario de roces en mi osarioel exterior del interior -, cosa muy distinta… Ahí si, advierto que soy de acá


Mario Martök
República de la Sexta

30/3/06

Para Acabar de Escuchar a Dolina




El dolinismo se quiere clásico, se quiere romántico, se quiere ilustrado, se quiere un borgismo a la plebeya. Hace anfibológicamente soñar una tardosa modulación neonacionalpopular de lo universal, de los valores suprahistóricos y su parnaso inmarcesible. Pero hay que desilusionarlos: es Kitsch solamente. No un Kitsch doctrinario; involuntario. El doliniano ejemplar es un objeto sociológico Kitsch. Se ha formado un lumpemproletariado arcaísta de la cultura, que combina picaresca y sublime, clasicismo fuera de quicio, froidismo de las buenas costumbres[1], y espontaneísmo costumbrista de neoderechoso-estético. Es curioso que – aún – los patrones del criticismo socioliterario de la universidad y sus parapoliciales no lo tomen en serio. No se den cuenta de que, prácticamente, toda esta generación no perseguida por la dictadura, una generación carente del honor triste de un noble exilio por ideas, una generación de protoescritores-lavaplatos, protocientíficos-mozos, protoartistas-repositores, exiliados – al exterior o al interior – por la miseria no sólo moral, una generación (ya por lo menos dos en realidad) de sujetos con pretensiones en la cultura, particularmente con – al menos – confusos desvelos de portagramas futuros, paga su deuda a esa escuela, que es como una especie de oblicuo eslabón entre la escolaridad secundaria, y los claustros universitarios, sus disciplinas y sus chapas para el ejercicio de una profesión con soportes en los saberes humanistas. Ahí está la Escuelita de Dolina, cuyos fieles – más o menos ortodoxos según los casos – se siguen multiplicando, y afloran inesperadamente en cualquier componenda. No es difícil ver a esos posadolescentes taciturnos intentando la práctica de un levante minero evidentemente demasiado teórico. No es extraño topar con esos teóricos del levante que justifican el resto de sus teorías, con los alardes de una comisión – pocas veces comprobable en su grandilocuencia – y un acaparamiento favorable en el toma y daca de la circulación de las mujeres. Son los dos wines (-winners) que pone el dolinismo: el levante teórico – última ratio picaresca -, y el salvataje – concebido como “venganza” - de la decadencia posmoderna del universo con la recuperación en polvorosos archivos de la cultura (¿cómo decirle? ¿burguesa? ¿falogosófila? ¿reaccionaria? ¿clásica? ¿enciclopédica? ¿pedagógico-estatal?) – archivos por lo general inconfesables o birlados – de los valores eternoides del nobiliario de las artes, las letras, la filosofía y las ciencias recias. Son las dos puntas del dolinismo: ontos chiste y sexo-padre. En las alturas, las pasiones tristes, y sotto voce la apelación al cinismo-bello. Las librerías de saldos, usados y ediciones populares de los clásicos, encuentran una considerable clientela ahí para sus mercancías menos onerosas.
Hay dolinidades y dolinidades; pero cuando uno tiene que soportar la soberbia huevona de unos posacné pascualitos y cogitabundos con juicio prefrabricado para todo y el universo ya resuelto, una especie de axiomática incontrastable y prócera supermadura, o sea, ignorante, ingenua, pendeja, pequeñoburguesa, plebeya, mediática, escolar, atrasada, demasiado evidentemente impostada…gil, siente ganas de patear un par de cabezas, cabezas de novio.
¿Cuánto dura el efecto-Dolina? ¿Y – examen moral – cuánto debe durar? ¿Cuándo es bueno y cuándo es malo? ¿Contra qué sirve y ante qué es una porquería? Porque aquí, depende ante quién estemos, y de qué circunstancias se trate, podríamos hacer el escarnio injurioso, el elogio vicario, el escarnio vicario o el elogio injurioso o lo que fuere, del dolinismo y su patrón; todo depende.
Nosotros, que hemos sabido sacarle provecho en algún momento, hoy estamos ya demasiado hartos del dolinismo y de sus más fieles y chatos conversos filicidados, de su versión precaria y estancada del universo (o sea, al final, un oscurantismo que se agarra, en último gesto, del verseo racionalista atávico, del cientificista y del universitario del mundo), estancada como un Narciso, en un mundo obsoleto, en las páginas y pátinas de una biblioteca de barrio, en unos agrios dulces 17, en la coraza de una preceptiva osificada que se caga en las patas ante las nuevas monstruosidades reales de los últimos cuarenta años, que no quiere ver más allá de lo que le dicta su trágica conciencia infeliz atascada en un viejo mundo feliz de Ortegas Borges y Jauretches en latas Campbell de un pop al vesre.





23: 09 hrs

Mario Martök



[1] No es insignificante que el dolinismo venga con el plus escondido de un lejano asesoramiento lacanista, de parte de su escudero. Pero no es del maestro que hoy queremos hablar – no la vamos contra alguien -, sino de un conjunto de efectos reales de su predicado expandidos en el medio ambiente de la antecocina de la cultura y sus circuitos íntimos.

25/2/06

Sobre el Surrealismo y el Bobero




Cuando pienso en una poesía hecha por todos no me sale pensar en los muchachos surrealistas. Me asalta más bien el poéticamente habita el hombre de Heidegger, y más bien pienso en el peronismo. Pero debe de ser simplemente porque soy tonto. Oh, si. Pues pienso que la poesía no se agota en un papel, y pienso que ese papel colectivista – hoy no me arriesgo a decir que es un sueño fascista sublimado, porque tengo un abogado cerca – para la poesía, generalizada – justamente – , lo logró, entre otros, de una manera harto más eficaz, por ejemplo, el movimiento peronista, que el movimiento surrealista. Ambos soñaron una especie de “colectivo imaginario”, y para ambos movimientos – me temo – lo primero era el movimiento, paradoja. Los surrealistas – impresionados por una frase que se lee en las Poesías de Ducasse – predicaron un ideal de poesía holística y sin embargo, oficinistas como eran, no había para ellos, los surrealistas, nada mejor que otro surrealista. Para contrarrestar esa idea – no digo para suprimirla –, en la que no hace falta creer, es ne´sario promover una poesía hecha por nadie. Lo cual no es menos imposible pero puede servir, al menos, para epatar al Lector (o al Editor, o al Crítico). Por lo menos a ese lector manipulado por la forja de casi cien años de un surrèalisme convertido en una mezcla de incurable adolescente incoformista-cursi, y alegre cagatintas de subsecretaria de cultura.


Igual, te damos gracias, Breton.


Ahora hablando en serio, en serio en broma - insistiendo, en una palabra - pienso que esa tradición, el surrealismo, deja saldos positivos y lamentables, sin poder yo distinguir cuáles son cuáles de un modo preciso, y dependiendo de mi coyuntura anímica. La idea de que todos somos o podemos ser escritores, es una enfermedad pandémica pero también una suerte y una gracia.

Hay demasiados malentendidos en nuestro pueblo peronista y surrealista, o pos ambas cosas. Demasiados. No demasiado lejos de hacerse centenario, el surrealismo es – hogaño – un clasicismo. Empieza como una pasión romántica de adolescente melancólico y termina como clasicidad automática y artesanato pro editores (se sabe: “los editores nunca entienden nada”) en vetustos poetas tan inocuos cual anquilosados, serios y canónicos. No sé quién decía que la gracia del surrelismo, o una de sus grandes empresas, fue desautomatizar la percepción, o las percepciones. Pero esa desautomaticidad presuntamente óptica – dichosa en los años veinte - se ha vuelto demasiado automática camino a la mano y al siglo en trámite. Y acá comienza el problema al hablar de lo automático y el surrèalisme – como escribía Borges – o superrealismo –como escribía su cuñado -. El automatismo que yo denuncio en los nietitos vigentes del surrealismo, no tiene nada que ver con el automatismo de los cadáveres gustosos o con ese mito seudofroidiano que inventó Breton, que quería ponerle un micrófono al inconciente. Más bien es lo contrario. Lo que se tiene por surrealista tiene de automático lo que cualquier escritura tiene de automático. Cualquier escritura es automática. En el mejor de los casos es un palimpsesto de automatismos, o un colage de repentismos superpuestos. En el caso de que no salga de un tirón. Y en el caso de que salga de un tirón, posiblemente también. El colage se forma antes o después de la mano, quizá. Lo que se ha vuelto automático en la cultura es la negación del “automatismo” que nombró Breton. Lo que se ha vuelto automático es un pietismo inconexo, un lirismo de salón que es la represión, la intervención, la aniquilación, o en una palabra, la simulación de aquel automatismo inventado por la escuela de Andre Breton, disimulo “esteticista” que es tan surrealista como aquel “automatismo” que no es más que un concepto, un concepto mentiroso, equívoco, un malentendido, que para eso funcionan los conceptos, para operar por malentendidos. Hay gente que habla de “surrealismo ortodoxo” – el automatismo sauvage – y “surrealismo heterodoxo” – el poietismo pro belleza subsiguiente, que es lo que ahora es automático - . Lo único que automatizó a la larga el surrealismo es cierta particularidad de su técnica en el acto sublimatorio. Hizo lo contrario: automatizó la sublimación, y ahora es un adminículo que sale de la boca de docentes mujeres socialistas y demócratas, o sea de los encargados – hoy todos progres – de conservar las formas, la hipocresía social como sistema.

Es que en esa época se tomaba al inconciente como a una especie de buen salvaje, o genio malo en estado de naturaleza puro. Y, oh ironía, terminaron automatizando la cultura. Ese “automatismo” no pasó de diez o quince poemas de un par de tardecitas, y de una broma momentánea, y eso no fue sólo culpa de Eluard – el verdadero patrono del “surrealismo” bobón de los concursos municipales de las últimas cinco décadas - . Asociaron la tradición con la lógica, y soñaron que dividían al mundo en dos platónicamente, lógica – razón, y todas las formas literarias históricas - y civilización occidental de un lado, y del otro, el inconciente como una mezcla de oriente y naturaleza, y traición a las gramáticas flagrantes de las lenguas indoeuropeas de las potencias occidentales. En esa idea se parecían a los epistemólogos vieneses, salvo que estos creían, al contrario, estar del lado de la “lógica”. Comenzaron como los amigos y promotores de lo bajo, y hoy los vemos, a los hijos ya seniles del surrealismo, llorando por el mundo mejor de ayer y clamando por ideas de lo bello y lo bueno. Y está bien, todos estamos en eso. ¡Pero seamos crueles con los que fueron crueles! ¡Es lo menos que se merecen! ¡Siquiera por homenajearlos!







Pasó el bobero y no dejó ningún surrealista.




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...