6/11/13

EL MALESTAR EN LA CULTURA FRANCESA O EL CINISMO EN EL TOCADOR

(Filosofar como un Perro, Michel Onfray, Capital Intelectual, 2013)




Onfray se lleva muy mal con los otros mêtres filosóficos y best sellers de nuestra lejana patria filosófica y literaria –Francia, natürlich-. Lo testimonia este libraco acaso entretenido acaso plomizo a lo largo de sus casi 400 páginas. Por ellas podemos pispear algo de las míseras rencillas entre estos muchachos que a nuestras pampas arriban como paquetes abultados de ideas fijas-de autor para sobrellevar los avatares. Los mercaderes de ideas y los acaparadores universitarios –según la doble rotulación dadaísta de Tristan Tzara (y yo hoy soy dadaísta, por lo menos mientras tipeo estas letras)- son como los maníacos si no fuera que son, nomás, sinécdoque o nosequé, una mercancía del consumismo cultural (Y yo al libro lo pagué). Apostrofes de acá y de allá contra las otras marcas, Alain Badiou, Glucksmann, Luc Ferry, Finkielkraut, Debord, Sollers, Robbe-Grillet, Debray, y charlistas más figurones menos. Pero el enemigo número uno es el sartreano gentleman Bernard Henri-Levi (BHL para Onfray).
Así Debord es un sacerdote inquisidor de su propio fondo de comercio, organizador de su propia invisibilidad mediática por interés mediático. Debray deja al Che por los sacramentos, Sollers “besa la pantufla papal”, los rebeldes de Mayo se hacen yuppies, y los filósofos críticos famosos se hacen chupacirios. Si hay que elegir entre Bernard Henri-Levi y Badiou, bajemos la persiana ahora mismo, dice el autor. Ni neoliberalismo ni neomarxismo. Ni Sarkozy con Ségolène Royal ni Mao con Platón dice. Badiou –“defensor de los crímenes maoístas”-, Ranciere, Agamben, Zizek, Sloterdijk son “los retóricos sublimes para un futuro invisible”. Y si Heidegger era nazi, Sartre estalinista (El retrato dietético de ese filósofo cara de batracio que había hecho en El Vientre de los Filósofos ya había sido más que lapidario.).
Por qué acá Onfray apareció como un filósofo-gourmet, como un nuevo referente insignia de la nueva cooltura palermitana (ampliamente detallada en The Palermo Manifesto, sin que esta cita signifique aval o condena a nada), es un poco un misterio. Cierto que a Onfray mismo le gusta oscilar entre los cirenaicos los epicúreos y los cínicos, apareciendo como un nuevo espécimen de anarquista que se da los gustos en vida, de buen comer y buen vestir, o como un dandi de la izquierda “denuncista” –por usar el conflictivo epíteto de González-. Por el contrario, acá critica a “la izquierda caviar”, según se lee, los Mayo 68 devenidos yuppies. En esta recopilación de artículos –publicados en la revista del sanguinolento humorista gráfico Siné- que integran tres libros –inéditos y editados- compactados en uno, se puede contemplar la vertiente denuncista del franco filósofo.
Ahora, referenciarse en Diógenes es algo demasiado complicado, no sé si una especie de petulancia histriónica o histérica, un batacazo boutade o desplante al parque académico automotor, un gestito de idea, una mentirita o qué corno. De Diógenes se puede decir lo que de toda referencia en el contexto histórico contemporáneo, que es imposible. Apliquemos el método Zizek-Express: el ysiísmo. ¿Y si Onfray no fuera más que un narcisista, gente como uno, pero con suerte y firme vocación por el trabajo –intelectual- mecánico, que nos hace asistir en calidad de lectores a los tejemanejes de sus grescas personales con sus rivales del paño? De falsos hippies y punks estamos todos hasta acá en especial nosotros que lo somos. Onfray despotrica contra el liberalismo, de derecha y de izquierda, dice que en otra época había diferencia entre derecha e izquierda, también contra el criterio revolucionario marxista. Le llama izquierda kantiana a la izquierda del discurso.
Sostiene una idea fuerte, a tal punto: que el capitalismo es antropológico, que es insuperable, que existió en el feudalismo y en las sociedades recolectoras primitivas, a la manera de Foucault rechaza la idea de la “toma de poder”. Ni con Marx ni con He-Man. Propone “multiplicar los actos de resistencia cotidianos” y esas cosas que siempre se enuncian, si es que nunca se alcanzan. Se apoya en la vieja idea de La Boëtie sobre la servidumbre voluntaria, para “revolucionar la revolución” y demás banderillas de su posición “postanarquista”. Este proclamado anarquismo post perjura del individualismo a la Stirner y ensalza a Proudhon. Y rechaza el abstencionismo eleccionario, ese típico blasón de cierto tilingaje extremoizquierdista de claustro: a quienes lo adoptan los hace corresponsables por omisión de los regímenes flagrantes. De Stirner dice que es el filósofo anarquista que les da letra a los patrones y poderosos, su asociacionismo de egoístas se resume en ser fuerte con los débiles y débil con los fuertes. “El Único y su propiedad puede ser un gran libro de cabecera para un capitán de industria o un presidente de la Quinta República”.
 Las ideas desechables del anarquismo antiguo son la propiedad privada concebida como pecado original, la redención por la revolución, la obediencia al mesías rebelde, y el paraíso terrenal sin guerra explotación o cárceles como proyecto final. El post-acratismo no se queda con ese romanticismo de bibliografía trasnochada e incluye hacerse cargo de los saldos que dejaron las escuelas de los Foucault, Deleuze-Guattari, Derrida, Lyotard, o Bourdieu. Lo rescatable del anarcoclasisismo: “el negarse a mandar y guiar, el desprecio por el poder y la gente poderosa, el compromiso con las víctimas del capitalismo liberal, la construcción del orden a través del contrato, la defensa de la ilegalidad si y sólo si contribuye a mejorar la vida de la gente que sufre, la edificación de comunidades jubilosas indexadas según la pulsión de vida, etcétera”.
La mayoría de las personas en este mundo no quieren o no pueden ser anarquistas ni filósofos, no prefieren la soberanía ni tampoco no mandar ni ser mandados, tampoco el hedonismo supera en número al de los adheridos al sadomasoquismo y el sacro-familiarismo. Yo lo llevaría a predicar a las chozas del tercer cordón bonaerense o al barrio Triángulo y ver qué pasa.
La cultura francesa, se sabe, y mucho más la filosofía francesa, es de izquierda por tradición sino por inercia o por caradura, se la pasan corriéndose unos a otros por el lado zurdo para ver quién llega más lejos sin moverse à la manière de Zenón. Los filósofos son la soja de Francia. Las malas lenguas le llaman izquierda francesa a esa actitud intransigente y cómoda de los señoritos de claustro y notebook que viven del postdoctorado y del derecho de autor, que agarran un megáfono y se consiguen cien clientes nuevos. Y no parece que este señor sea inocente tampoco, y después de todo qué sabe un argentino paseador de las librerías de Corrientes quién es este tipo que nos da clase de resistencia (antes se decía de moral) desde este adminículo de lujo y de culto –de culto snob- que se llama libro. Para saber quién habla hay que preguntar por el ayuda de cámara o Sumiller de Corps se dice, y si no los tiene –Diógenes no tenía ajuar ni servicio- consultar al enemigo. Sobre la vanidad de los kinikoi hay dos mil y pico de años de anécdotas.
Detectamos cuatro enemigos cruciales: los otros filósofos, los políticos, los psicoanalistas y los religiosos. Sarkozy, Hollande, Ségolêne Royal, los más citados entre los políticos, la cuarta rama son las invectivas contra el Papa Ratzinger y los cristianos, sumados a los demás monoteísmos imperialistas. Sarkozy: “la quintaescencia de la gente resentida: fuerte con los débiles, débil con los fuertes”, delincuente aspirante a monarca republicano. Benedicto y Dios por un lado, y Lacan y Freud por el otro, se sabe de las “polémicas” que suscitó su libro contra el neurólogo-chamán en la franja intelectual de la clase ociosa parisina y entre los recontraanalizados inteligentes de Barrio Norte. Freud es jefe de banda y líder de secta, estafador y mentiroso comprobado al que dedicó un grueso volumen de escraches. El creador de “una alucinación colectiva”. Dice que todos sus análisis fueron fracasos terapéuticos. “El diván es el lugar del chamanismo postmoderno. Los chamanes curan, eso está claro. Pero también el agua de Lourdes, como los prueban las muletas colgadas en la cueva. ¿Pero acaso esto prueba la existencia de Dios?”
Onfray se inclina por la postura de exigirles a los psicoanalistas el carnet de médicos. “Freud –publica a este respecto- es un genio y, como ocurre frecuentemente con los genios, su invento es utilizado por malandras lamentables, cómodamente instalados en el ejercicio de su chamanismo postmoderno, y cuya única legitimación, según la desafortunada frase de Lacan, proviene de ellos mismos. Igual que el delincuente, el mafioso, el periodista, el asesino a sueldo y otros profesionales bajo jurisdicción de excepción”.
De Lacan dice que su formación era menos froidiana o jegueliana que surrealista (uno diría más bien que se trató de un psicopompo cuyo imperialismo-de-sí tuvo demasiada fortuna –el tipo se declaraba psicótico ¿no?, esto es: un indivanizable axiomático-), y menos surrealista que enciclopedista de segunda mano. “Si lo que se quiere es ver en Lacan a un filósofo para el cual La fenomenología del espíritu no tiene secretos, a un exégeta de Freud, se equivocan. Había contratado a un joven egresado de la École Normale Supérieure para que lo pusiera al día con la filosofía, y sus conocimientos provenían de una hábil glosa en torno a algunos lugares comunes de la filosofía de grandes nombres del momento, rápidamente ingeridos y digeridos con el talento de un titiritero de feria”. Recuerda el deseo de Lacan de pedirle audiencia a Pío XII, el Papa que excomulgó a los comunistas, contempló Mein Kampf, y puso a Marx en el Index. Lo señala como el inventor de una lengua autista para sí mismo, erigida para someter al lector a su dialecto “exigiéndole que lo practique para formar parte de la secta y ser reconocido como un miembro de pleno derecho”. Más o menos por la misma senda, en otro artículo indica al Ulises de Joyce como incomprensible y esotérico. “Confesar que uno ha renunciado definitivamente a adentrarse en este delirio monomaníaco y onanista equivale a ser condenado por los esnobs, que otorgan certificados de pertenencia a su círculo a cambio de profesar una devoción biempensante por este mamotreto intragable”.

La filosofía se puede leer como un sainete y sus nombres propios adjuntados a solapas biográficas como personajes interpretados por capo-cómicos sentados, o a lo mejor como un “drama en gentes” en el sentido de Pessoa, con marcas de autor acá y allá que son heterónimos de nadie. Más allá quedan los usos privados que cada uno hace de los conceptos-afectos, perceptos-preceptos, eslóganes ideas o filosofemas, siempre más cerca de Bovary que del iniciado, del Quijote que del discípulo o adepto.
Perón indicó que peronistas somos todos, no voy a explicar el koan justicialista pero pinta muy bien la condición argentina de ser en el mundo. Borges dijo por la suya que nominalistas es lo que somos todos, y esto es como un diagnóstico de la condición posmoderna –algo hay que decir. Badiou lo dice en otros términos, quitándonos a los pibes filosóficos de barrio cualquier pretensión de portar un pedigrí altocultural: dice que el imperativo subyacente y hegemónico actual es “Vive sin Ideas” (pongámosle al menos mayúsculas y que suene macedoniano).
Cuando era chiquitito en una crónica de Chamico –también considerado  por el público como C. Nalé Roxlo- de El Ingenioso Hidalgo editado alguna vez por Eudeba leí una cita definitiva de Oscar Wilde, probablemente apócrifa porque nunca la encontré entre sus obras ni después en Google, pero que si no es suya debería serlo. “¿Por qué ser fieles a nuestras ideas? –cito la cita- ¿Acaso somos el perro de nuestro pensamiento?
En este punto, hay que admitirlo, Diógenes compone una misma jauría con Platón Aristóteles y cualquier otro señorito con toga y participación política, o con sotana, peluca, o pipa y culos de botella.
Como recurso contra Diógenes puede usarse un Wilde y esto es reversible, por cierto. Y no tiene por qué ser –de acuerdo a la temática de la Kritik de Sloterdijk- un argumento reaccionario del cinismo señorial de los privilegiados contra el quinismo plebeyo de los excluidos del banquete. Diógenes fue célebre por proponer de la forma más extrema en su momento una ética de imitación de la naturaleza. Wilde por lo contrario, dado que propuso que era la naturaleza la que imitaba, lo que además de ser una ética del artificio la frivolidad y el arte por el arte, podría ampliarse en un relativismo a la manera de la máxima de Heisemberg –“el hombre sólo se encuentra a sí mismo”-.
Onfray comparte con Diógenes –pero también con Platón Aristóteles Hegel o Lacan- esta suerte de condición clásica, que es la fidelidad a un punto de vista. Y no otros hábitos –si no habitus- más característicos de aquel post-socrático violento: no dar conferencias por el planeta, vivir en la calle, no bañarse nunca, no publicar tablillas vitelas ni volúmenes en rústica tapa papel ilustración más ISBN copyright etc., no dedicarse a la historiografía doxográfica, eructar apalear afeitar gallináceas a cambio dar razones argumentales o maratones dialécticas, y tanto más que bien se sabe. En Atenas había esclavitud pero no campo intelectual. Si por error alguien lee esta reseña espero al menos que me malinterprete.
El verdadero poder es el poder sobre uno mismo anota el Onfray cínico. Pero esa noble norma, la enkrateia, que es la de casi toda la filosofía griega, se parece también al imperativo de un personaje moderno más clínico que conceptual llamado Neurótico Obsesivo, quiere pasar de largo que en el mundo en auge existen la ambivalencia, el patrón oro de la ansiedad, y el criterio nischeano de poder que es un poder por poder mismo no por poder sobre uno mismo –y menos sobre los demás-.
Con todo, es preferible ser canista que lacanista, pero si se puede ser las dos, y todas las demás, que Dios y la Patria me lo demanden. Y si vas a la derecha y cambiás hacia la izquierda adelante –creo que lo escribió Sócrates.  También dijo: -Quién me va a prohibir escribir contra todo lo que me gusta…



11/9/13

Mi última crítica





(La Última de César Aira por Conrado Nalé Roxlo. Pánico el Pánico. Bs. As. 2011)





Se deberá suponer, pongamos que estoy diciendo algo, que esta novela no fue escrita por una persona sino por un estado de cosas, situación o grupo social. Con la salvedad asumida de que el esfuerzo lo sobrellevó el cuerpo de una sola persona, y se trata de una obra laboriosa –si es posible anotarlo así- aparte de sagazmente oportuna, ingeniosa y lúcida en dosis abundantes. Estado de cosas o grupo social al interior de esa quimera eventualmente abstracta denominada campo cultural o literario, ciertamente. Hay tres lugares para escribir, no dos –me dijo un pajarito: el mercado, la academia, y la locura. Los dos primeros operan de eventuales motores inmóviles del mentado “campo”, y polarizaron un dilema que ocupó hace algunos años unos cuantos artículos de prensa cultural, infinidad de exabruptos entre blogueros y trolls literarios, e incluso libros. Damián Tabarovsky por ejemplo reconoció un tercer lugar que me parece tan utópico y paradisíaco como el reino de la libertad pronosticado por Marx o cualquier otro engendro jegueliano o de diversa religión, aunque en rigor la patente es francesa (“deseo loco de lo nuevo” o algo así). Yo no vería otra cosa fuera del mercado y la academia que no sea la locura –en un sentido siempre más cervantino que clínico. Cuando a la locura se la hace entrar por la fuerza o la puerta de servicio se la ficha ocasionalmente con motes expiatorios, art brut, Kistch, raro, póstumo, excéntrico, mala y demás inventos, y siempre que se pueda coser un texto a una biografía ilustrativa y a una pertinencia histórica o tribal. Esto, igual, a título de nada, pasó un ángel y colgó una digresión. Volver.   
Esta novela ¿qué es?: una sátira seguramente, a diferencia de cualquier novela de Aira. Su principal recurso se me hace es la parodia, pero contaminada por el pastiche. Bajo el ala de la parodia con un propósito satírico pretende, pongamos, hacer funcionar el “procedimiento” reconocido como la marca Aira, bajo firma de un tercero, y con las intenciones evidentes –pongamos que es así- de perturbar el mecanismo Aira, de provocar un efecto malicioso en su recepción, alterar los efectos de esa factoría textual en sus lectores. No obstante –discrecionalmente o no, afortunadamente o no- más que por Aira parece escrita por Aira, por Copi, por Laiseca, por Cucurto y Tabarovsky a cuatro manos al dictado de Capusotto, e incluso por toda la matrícula de Filosofía y Letras.
Como dispositivo de prosificación (“parece una novela mía, pero escrita en prosa”), se aceptará que funciona, sin que de esto se pueda extraer ningún aplauso o abucheo. En contra uno podrá reclamar que su “inventiva” airana complace demasiado lo ambiental, y es expansiva muy al ras, propone una serie de figuras demasiado exactas, queriendo decir un tanto previsibles u otro poco esperables –el enano taxi-boy, el nazi puto, el peronista asiático, el psicopompo-nerd proxeneta y narco, no se priva de ninguno, una enumeración demasiado precisa de un colectivo imaginario, si es que la lengua de Canela vale por algo. Todo depende de si se observa la fidelidad a lo parodiado o la fidelidad a la parodia, si sé lo que digo. Así a veces parece que a la novela la escribe Aira y a veces un estudiante avanzado de Letras que lo copia bien y lo copia mal, que lo reproduce al pie de la letra pero se tropieza, o que lo empobrece despectiva e insidiosamente, burlonamente, o bien por descuido e incuria. Pero se sabe que no se puede responder a qué quiso decir, aunque se podría aplicar la misma imposibilidad a cómo funciona. Que es un Aira empobrecido –además de mezclado- es un dato, si el hecho responde a un propósito o es resultado de una limitación, depende. Hay que ver, además, si se trataba de escribir la última buena o la última mala (pienso en la linda teoría de la “fotocopia” de W. Cucurto). El chiste es bueno, pero ¿cuál es?
Sin mucho que decir como texto escrito, en cuanto operación editorial en cambio, uno se remite a su recepción y por lo que se despeja de los comentarios de algunos vivillos, su virtuoso oportunismo reside en haberle mojado la oreja a Aira, donde Aira más bien son sus lectores, el consenso que sostiene un prestigio o qué sé yo. Sus lectores, esto es: aquellos que seguirán escribiendo la nueva de Aira ignorando que ya se publicó la última.
Al que la escribió habría que decirle, muy bien te felicito, y elogiarlo a la manera del ideal de Fontanarrosa: -¡Me cagué de risa con tu novela! Como operación de campo, la boutade provoca, muchas cosas distintas pero provoca. Contra Duchamp la misma moneda, o más Duchamp, es siempre un recurso digno, los bigotitos al mingitorio. Se trata de una cargada y una descarga. Porque como venganza parece la venganza socarrona pero afable de los estudiantes contra los profes, una travesura escolar como sacada de la estudiantina de Ferdydurke. Bueno, estoy hasta acá del canon que tanto me gusta y que me metieron por delante y por detrás de Fogwill a Babel y de los suplementos a los congresos.  ¿Qué otra cosa iba a hacer? Regodearse con una aglomeración de guiños para entendidos e informados que escanea de pe a pa todo lo sabido y lo sortea con suma gracia. Como decir, reírse del canon al que se aporta y adora. ¿Novela de campo? (Encontronazo –generacional, etario, decir así- de una herencia entrañable e impersonal (porque el método es Aira grosso modo, pero su sistema de guiños pone en escena o en la picota al saber –cansadamente iniciático- sobre el cual Aira es comprendido, leído, del cual es considerablemente inocente) y unas nuevas condiciones de lectura, sobre las que se dirime su permanencia o devaluación, se pone a ser leída como el efecto de un trasfondo mafioso –que hace juego con el paisaje ficcional que dibuja, una nación como entramado social de mafias (insignificantes o no, y de toda índole) y en disputa-, como si oficiara de salida posible a esa convicción aceptada o axioma que decía: nos cagó. ¿Cómo cagarlo entonces? He ahí el homenaje –froidiano, se diría- y la traición como salida con suerte del epígono.)
Los que cantan la canción que dice que Aira es lo viejo y que lo in es Salinger precursor de Casas avalado por Bourdieu o que lo nuevo es el presente y presentarse como un Hemingway kirchnerista de tribu urbana, no tendrían por qué alegrarse con esta gastada piadosa y autorreferencial al matriarcado del sistema crítico nacional (“crítico”, no literario, porque la literatura es como el peronismo: no es un sistema). Creo que todos los que escriben novelas de Aira –incluido Aira- van a quedar impunes y van a seguir adelante; el que podría llegar a verse más complicado es el autor de La Última de César Aira, pero ni siquiera. Como desplante punkie o como venganza democrática y plebeya, no vale más que una contratapa. Como traducción libre en prosa es un ejercicio escolar encantador. Como homenaje maligno o ambivalente, unos cuantos puntos más. Y como si cualquier cosa, qué más da. Es a favor, eh. Le pongo un 9. 


3/7/13

Cuentos Completos de Alberto Laiseca



         Con algunos objetos o hechos que se supone componen el mundo del arte contemporáneo pasa que han sido ubicados para entre otras cosas llamar a la pregunta general que dice ¿son arte o qué? Su naturaleza incierta, su cualidad y su calidad dudosas, al contrario pretenden ser un signo distintivo de su pedigrí, hacen a la estrategia conciente en pro de su legitimación restrictiva. La literatura es otro palo de todos modos; se acepta que los textos aglutinados como cuentos sean cuentos porque fueron presentados como tales por decisión editorial –por ejemplo. El caso de algunos de los cuentos de Laiseca es al menos un poco parecido. Probablemente aspiren solapada o lateralmente a suscitar la pregunta de si son o no eso, cuentos, pero –peor aun- por vía similar es posible que también pretendan hacer sembrar la duda sobre su calidad, asumen el riesgo de aparecer ante cierto probable receptor promedio como un mamarracho esperpéntico en virtud de una misma operación por la cual al contrario se hacen piezas infalibles de un sistema –perdón por el pedante sustantivo- literario mayor, soberbio. Mejor dicho, genial: maravilloso. Por el cual lo malo y lo malísimo son lo bueno y buenísimo.
         Menos mal que Laiseca, que intrínsecamente es un islote, que no le debe nada a nadie y se parece mucho a un clásico que nunca existió, es indiscutiblemente una pieza más del canon argentino vigente, aunque sea él mismo su propio ecosistema, aunque sea como caso aislado. Después de haber sido condecorado por Aira, Fogwill y Piglia –cada uno por su lado- nadie va a andar pretendiendo ser su descubridor, ni tomarlo por un under marginal o un genio privado de barrio o de cenáculo esotérico. Pero para su suerte su éxito no tiene ningún justificativo per se salvo el azar, la juntura de brutalidad y exquisita rareza, que a otros nos podría perder en la irremediable ilegibilidad, anomia, anonimato, idiotez, produce en lo de Laiseca efectos brillantes que no sé por qué han pasado desapercibidos por la policía literaria dedicada a premiar lo esperable. Por suerte muchos no se dan cuenta de lo bueno que es y lo siguen aceptando, para bien de nosotros que podemos invertir en sus libros y leerlo encontrado en casi cualquier librería de la vasta patria.
         No tendría nada que decir salvo que he hecho una buena inversión, y le estoy agradecido y a la editorial Simurg.

         No quisiera aventurarme en hacer entender algún rasgo de su obra con mis escalpelos de juguete, el sr. Laiseca no merece que ponga mis palmas con ilustrados microbios allí. Me dio sí la sensación –justo estuve releyendo lo peor de Poe y después la defensa que Laiseca hizo hace poco de ello en un prólogo a los cuentos poeianos- de que asumió el riesgo de asimilar (el árbol genealógico de Laiseca es de lo más caprichoso anacrónico y devaluado) del glorioso Edgar Allan las sobras que dejaron de lado sus discípulos más meritorios y prestigiosos, empezando –en la Argentina- por J.L.B., Quiroga, y continuando con Cortázar, Castillo, e infinidad de cuentistas de buen gusto volcados a propagar las innumerables variaciones de un manojo de eficacias consagradas. Me refiero a todo aquel material que no compone la lectura obligatoria de Poe que hace el lector adolescente promedio, aquello que Cortázar condenó por tener por chistes sin gracia y que en su gran traducción y “ordenación” mandó al cuartito de atrás. O bien no, o quizá yo esté equivocado. O…



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...