22/6/12

¿Antifilósofo o qué?


 
(Luciano de Samósata por Sloterdijk)



Antifilosofía quínica y antifilosofía cínica



Luciano es un burlador profesional, un ascendiente de ilustrado burgués, “irónico supercultivado” lo llama Sloterdijk, una suerte de positivista cuya empresa general pareció ser ridiculizar el conjunto de costumbres y ritos sociales más o menos irracionales, irreflexivos o hipócritas, en pobres medios y ricos, en todos los pueblos y naciones, y en todas las profesiones y grupos sociales. El kosmopolites diogenesiano con él adquiere otra dimensión: Luciano es –por su profesión misma incluso- un viajero, a la manera -¿protoetnológica?- de tantos philosophes modernos, y también a la manera de las celebridades culturales de ahora dando conferencias desde cierta posición universal de un lado a otro de la civilización. Observa no sólo los cortocircuitos entre la ideología declarada y la vida privada de los intelectuales –individuos sectas o escuelas-sino la estulticia propia de los ritos y costumbres entre las distintas tribus y ghettos, la necedad de las prácticas religiosas populares o regionales, y la decadencia envilecimiento e hipocresía de las escuelas filosóficas o bien religiosas. El gran enigma al que parece que no pueden terminar de responder los historiadores y especialistas vendría a ser éste: ¿desde qué lugar? Quién habla, o sea quién era Luciano, esto es qué valores representaba, asía. En qué medida era un moralista y en qué medida era un bromista. En qué medida su crítica era una diatriba hacia la plebe y los pobres diablos izada desde la moral del amo como una suerte de intelectual al servicio de las “clases dominantes” y en qué medida esa crítica era un despliegue de un sistema de valores ascéticos, una filosofía. Luciano se dedica a mostrar la decadencia concreta de las escuelas de pensamiento, sin saberse si lo que describe tiene una jerarquía apodíctica o asertórica; no se termina de saber si quiere decirnos que los valores de las escuelas filosóficas son impracticables o no son practicados. Si se critica la inaplicación de ciertas teorías, ciertas teorías en sí mismas o a la teoría en sí y en cuanto tal. En cierta forma con Luciano se está como ante Sócrates frente el átopos. Entonces ¿era un mayéutico-textualista o un sofista mercenario al servicio de la idea que conviniera en cada caso?
        El quinismo que con Diógenes había nacido como una suerte de vitalismo de los pobres, revulsivo pero alegre, anti-rebaño, lúcido y genial, en la época lucianesca –según su propia semblanza- parece haberse vuelto gregario y mórbido. Las cofradías quínicas que Luciano vitupera tienen todo el aire de época del cristianismo primario, y parecen estar embebidas de prácticas extrañas a los modos de la Grecia clásica, que –parece- remiten a los mártires religiosos hindúes. Con Constantino empezaría la cristianización del poder, pero en la época lucianesca del medio imperio romano, podrá decirse que lo que aparecía era –más modestamente- la paulatina cristianización de la escuela cínica. Lo que Luciano señala es la doctrina diogenesiana convertida en un populismo y en una secta fanática pre-cristiana. Pero además hace otro tipo de denuncia: los considera no meramente falsarios y mártires masoquistas, también megalómanos y vanidosos cuyo fin señero es la fama y pasar a la inmortalidad. En este sentido juega el papel del psicoanalista cósmico o salvaje de su época, el portavoz del universal piensa mal y acertarás; la infamia automática, la mala conciencia de su época.  Viene a cuento este párrafo de Sloterdijk al respecto que podría servir para relevar la validez de toda crítica: “Pero habrá que seguir pensando que los hombres, en el enjuiciamiento de sus semejantes, no aplican las medidas de su propio sistema de referencias, pues, en definitiva, hablan de sí mismos cuando hacen juicios sobre los otros. De acuerdo con todo lo que sabemos de Luciano, difícilmente se podrá dudar de que ha sido el ansia de fama el sistema de referencia que ha desarrollado en buena parte su propia existencia”. Las similitudes con la actualidad saltan tanto a la vista que no es necesario seguir el tema. Merece la pena mirar en el antiguo espejo del quínico Luciano para reconocer en él una fresca actualidad cínica.”

 
Sloterdijk y el quinismo tránsfuga


El apartado dedicado a Luciano en la Crítica de la Razón Cínica se llama “Luciano, el sarcástico, o la crítica cambia de bando” y esboza su figura con reseñar básicamente un solo texto lucianesco: “Sobre la muerte de Peregrino”. El texto flota en la Red, no quisiera detenerme a resumirlo, apenas saber que cuenta la vida y muerte de un cínico que se pasó por un tiempo al cristianismo y a la profesión de ciertos hábitos ascéticos hindúes y que decidió cremarse en vida y en público, y a quien se presenta como un impostor en busca patética de reconocimiento y gloria postrema. En el esquema de la CRC Luciano viene a ser algo así como la primera transfiguración evidente del quinismo al cinismo en la historia intelectual. Impresionado más que nada con la lectura de aquel opúsculo, Sloterdijk lo semblantea como “un ideólogo cínico que denuncia a los críticos del poder ante los poderosos e instruidos tachándoles de locos ambiciosos. Su criticismo se ha convertido en oportunismo, calculado según la ironía de los poderosos que quieren divertirse a costa de sus críticos existenciales”. En él el “impulso quínico” sufre un “cambio brusco de una crítica cultural plebeya y humorística a una cínica sátira señorial”.  Ahora, si estos nuevos quínicos guardan cierta fidelidad a la escuela originaria que no Luciano, éste en cambio conserva de aquella algo que estos otros abandonaron. A diferencia de Diógenes y Luciano estos nuevos filósofos llamados cínicos de la época lucianesca son trágicos y serios. “Entre Peregrino y Luciano aparecen cambiados los roles, pues en Diógenes sería impensable un gesto tan patético como semejante heroica muerte voluntaria. Diógenes, y de esto podemos estar seguros, habría tildado esta muerte de locura, y aquí coincide con Luciano, pues al quínico, hablando literalmente, le corresponde la especialidad cómica, no la trágica, la satírica, no el mito serio.”
En la época romana (Luciano nace en 125 y muerte en 181 DC, escribe en la época en que gobierna y escribe Marco Aurelio) la filosofía cínica, el diogenismo, el “impulso quínico”, se bifurcan: por un lado una práctica existencial, por otro una satírico-intelectual. “La existencia de Diógenes se inspiraba en la relación con la comedia ateniense. Ésta se arraiga en una cultura de risa ciudadana, alimentada por una mentalidad que está abierta a la broma, al golpe irónico, a la burla y al sano desprecio de la tontería. Su existencialismo se asienta en un fundamento satírico. Totalmente distinto era el tardío quinismo romano. En él se había dividido visiblemente el impulso quínico: aquí en una dirección existencial, allí en una dirección satírico-intelectual”. Los “existenciales” vienen a ser aquellos de los que el samosatense se burla, y los “satírico-intelectuales”, en principio él mismo.
         “Los quínicos sectarios se habían aplicado con gran celo al programa de la vida sin necesidades, al programa del «estar preparado para todo», al programa de la autarquía; sin embargo, habían sucumbido, a menudo con una seriedad animal, a sus roles de moralistas. El motivo de la risa que había devuelto la vida al quinismo ateniense había llegado exhausto al quinismo romano- tardío.” Se habían vuelto una secta más bien de “marginados y menesterosos narcisistas” que de “rientes individualistas”. “Los mejores de entre ellos eran, efectivamente, moralistas de una peculiar orientación ascética o suaves artistas de la vida que recorrían el país como psicoterapeutas morales y que eran vistos con agrado por los deseosos de experiencias fuertes, mientras que a los conservadores seguros de sí mismos les resultaban casi sospechosos, cuando no odiosos.”.Pues bien, éstas son aquellas gentes frente a las que Luciano adopta la posición del satírico y del humorista que originariamente les había correspondido. No obstante, él ya no practica la burla quínica que ejerce el sabio no instruido sobre los representantes del vano saber; su satírica es, más bien, un ataque instruido contra los mendicantes moralistas incultos y vocingleros, es decir, ejerce una especie de sátira señorial contra los simplistas intelectuales de su época. Si los quínicos son los despreciadores del mundo de su época, por su parte Luciano es el despreciador de los despreciadores, el moralista de los moralistas.
El cuento termina así: “La carcajada de Luciano sigue siendo una pizca demasiado estridente para ser serena; demuestra más odio que soberanía. En ella está la mordacidad de alguien que se siente interrogado”.

18/6/12

DE PROFESIÓN NO-FILÓSOFO



(Luciano o la antifilosofía radical)




“El antifilósofo debe ser perdido de vista, cuando
la filosofía ya ha establecido su propio espacio”
Badiou

Cuando estudiábamos filosofía en Rosario en la época del Gran Turco (una penuria de Humanidades para adentro y otra de Humanidades para afuera) y éramos víctimas de calamidades de todo tipo (partiendo de esas dos catástrofes base: el menemato, y la filosofía –como tal y x 2 como carrera-), estábamos conminados a padecer una serie de rigurosas restricciones, una de ellas la lectura. Aunque no hacíamos otra cosa que leer estaba tácitamente prohibida. Se la sustituía por otra pasión, la taquigrafía. El Dictado, obligatorio en primer grado, devenía en un voluntariado en pro de la hipertrofia de muñeca. Si alguien buscaba esa carrera para escribir estaba en lo cierto: para llegar a escritor era el camino más largo; para grafómano: un solo paso. De hecho para ejercitarme yo los fines de semana tampoco prestaba atención a las conversaciones de borrachos con mis amigos, sino que las anotaba en el acto, lo mismo con los arrumacos de mis enamoradas, llegando a desarrollar un interesante sistema de notación simbólica de interjecciones y onomatopeyas. Los manuscritos se pasaban en limpio, al calor de una Olivetti o una 4.86 y en lenguaje gramatical, se leían en voz alta en repetición mántrica a lo largo de la duración del dictado del curso y después de someter el material decantado a las curiosas leyes de la nemotecnia era devuelto a la oralidad en base a técnicas de recitado. Todo esto, de toda suerte, se apoyaba en una bibliografía que era un collage de fotocopias. Este método servía para proscribir incluso a los autores de moda –que eran un misterio siempre nombrado- e incluso a los obligatorios de cada materia, que eran siempre los mismos: Platón, Aristóteles, Kant, Hegel. Se hablaba de ellos siempre como si fueran celebrities o mediáticos pero se los tenía por presocráticos rezagados ya que sólo llegaban a nosotros fragmentos desdibujados y testimonios de testimonios. De esta manera un licenciado en filosofía por esa magna institución era un individuo que a lo largo de más o menos una década  escuchaba la palabra Hegel más de cien veces por día y que había leído del autor que lleva por nombre ese término de dos sílabas promedio una diez o quince páginas esparcidas es dos o tres de sus conspicuas obras. Schopenhauer en cambio estaba prohibido de una manera mucho más terminante. Intentar leerlo significaba pasar a la clandestinidad por un tiempo prolongado. Esta era una práctica propia de los réprobos y con ella se ingresaba al Index de los Alumnos Crónicos y Sospechosos. Dos formas de procastinación contrapuestas: la procastinación de lectura con la de título habilitante. No obstante se podía tener acceso oblicuamente a algunos manuales que invocaban parcamente su efigie. Sin embargo: ¿había alguna vez alguien siquiera escuchado a no ser por renegadísima y temeraria iniciativa propia el nombre de un tal Luciano, Luciano de Samósata? Luciano era un proscrito completo y bien merecido que se lo tenía. Ya demasiado y duradero problema tenía la institución con domesticar a Nietzsche a fuerza de multitudes de comentaristas franceses a jornal estatal. Aunque Badiou era casi un desconocido su política, la antiantifilosofía, rotulable bajo su lema de “perder de vista al antifilósofo”, era una práctica consuetudinaria. Una costumbre. No hubiera podido ser de otra manera. Se diría que es el lema sobre el que se edifican los cimientos de la academia desde su origen mucho más que con el famoso precepto platoniano de la prohibición de la entrada a los que no estudiaban geometría.
Luciano fue quizá el primer antifilósofo sistemático, o al menos persistente, acaso precedido por Aristófanes el tilingo y Diógenes el loco malo. Diógenes Laercio había mostrado la ridiculez sublime de los filósofos pero desde la perspectiva naíf y piadosa del paparazzi y del fan; Luciano en cambio mezclando a los comediógrafos con los cínicos, inventó la sátira filosófica, llevó el sarcasmo diogenesiano de la performance a la escritura, convirtiendo el “diálogo” –el género platoniano- de la seriedad a la mueca. Si un antifilósofo puede ser sistemático quizá Nietzsche o Lacan (que puso de moda el término) lo fueron, no escribían sumas ni tratados pero crearon todas las condiciones para que a futuro otros lo hicieran por ellos. Uno propiciaba el platonismo invertido el otro era un intérprete de Freud a la luz del estructuralismo y Hegel (dos maneras más que evidentes de platonismo). Eran hacedores de conceptos, en cambio la antifilosofía de Luciano era una actividad ligera a la vez que visceral que convertía el arte de acción filosófica de los cínicos originarios en arte de la injuria. En el corpus lucianesco se leen las inconsistencias de las teorías consistentes desde el punto de vista de su infracción existencial. Una antifilosofía en estado salvaje. Porque en definitiva la “antifilosofía” que descubre y describe Badiou, y a la que le perdona la vida, es –sea psicoanálisis o platonismo invertido- una filosofía, a la manera en que la “antipoesía” de Parra se organiza en poemas –ya que estamos-. La antifilosofía de Luciano es más bien la del no-filósofo (que no significa el ignorante obviamente). En los años de Sartre era el marxismo la filosofía “insuperable”. En “nuestro tiempo” (para eso lo tenemos a Zizek denunciándolo todo el tiempo) ese lugar lo ocupa el cinismo, con la pequeña salvedad de que es más bien una no-filosofía. La no-filosofía como antifilosofía tiene sin embargo su historia, su hagiografía filosófica. La Crítica de la Razón Cínica de Sloterdijk la pone en práctica estableciendo una especie de dialéctica que escapa al  “semáforo” o “método de la división” de doxa y episteme, la del quinismo y el cinismo. “La historia de la insolencia –dice- no es una disciplina historiográfica”.
Se puede decir que Luciano, en torno a la filosofía, se dedicó full time ha llevar a cabo “la única crítica posible” en los términos de Nietzsche, sin ninguna formulación sistemática y escondido con las ambigüedades del caso en los personajes conceptuales de sus parábolas y diálogos. “La única crítica posible de una filosofía, la que demuestra algo, la que consiste en ver si se puede vivir con arreglo a dicha filosofía, jamás ha sido enseñada en las Universidades, que se contentan con hacer una crítica de palabras con palabras” (Consideraciones Intempestivas). En todo caso Luciano se dedicó a mostrar cómo no se podía o bien no se vivía con arreglo a. Cierto que no es un precursor de la Genealogía de la Moral y el análisis del “sentido de todo ideal ascético”. Lo fue de una antifilosofía al estilo de Erasmo (ojead el capítulo LVII del famoso “Elogio”) dedicada a señalar en bloque la “locura” de los filósofos, aquellos que “no saben nada aunque proclaman saberlo todo” (Sócrates los llamó “sofistas” y Lacan “académicos”). Tampoco habría problema en hablar sobre otra tradición antifilosófica puntualmente no-filosófica, la que funda la esclava tracia, según el Teeteto platoniano, la vieja “perspectiva del criado”, instituida por la risa que se burla de los filósofos que por mirar el cielo se caen en simples pozos, como Tales de Mileto, su primera víctima –el primer filósofo-.  Es la vieja frase –de Sade según parece- “no existe gran hombre para su ayuda de cámara”. ¿Fueron Diógenes o Luciano los sistematizadotes ilustrados de la “antifilosofía” de la criada tracia? Los nenes de papá que monopolizan la cultura –en este caso la filosófica- contentísimos. Contentísimos de identificar la risa y la burla con la chusma (ya vemos cómo Quico, el hijo de Doña Florinda, y Platón, el hijo putativo de Sócrates, se tocan en un punto). ¿Hay una antifilosofía ilustrada y una grotesco-bárbara, o una “filosófica” y otra “no-filosófica”? ¿Una crítica racional de la razón, o civilizada de la ilustración, y otra irracional de la razón o mera crítica de la civilización o de la inteligencia? ¿Hay una misma línea antifilosófica que nace con la joven y bella sirvienta tracia pasa por Aristófanes sigue con Diógenes y se extiende hacia Luciano? Gombrowicz –un evidente ambiguo quínico-cínico, es decir que pertenecía a ambos “bandos”- tenía aquel adagio de cabecera que rezaba que “cuanto más inteligente se es, más estúpido”, que viene a ser la transposición proposicional más firme del punto de vista de la esclava, bien que formulada por un señorito letrado del s. XX. Para distinguir el gesto de la escuela cínica del gesto de la esclava tracia quizá haya que revisar toda la Critica de la Razón Cínica de Sloterdijk que más o menos boceta la historia conceptual de la reacción contra la filosofía, seria y estatal, es decir aquello que levantaron para el mundo Platón  y Aristóteles, que en todo caso no es lo mismo que decir contra toda filosofía. Y ver las diferencias entre el quinismo y el cinismo y sus respectivas relaciones con la ilustración. De hecho lo que Sloterdijk señala en Luciano es la traslación de la risa antifilosófica del lado del plebeyo al ángulo de los señores. Entre la esclava y el filósofo lo que parece estar en juego es el lugar del idiota; la burla y risa quínicas y cínicas parecen apuntar a la simulación y la hipocresía. Sería como decir que una cosa es ser un boludo y otra un chanta.
En definitiva la “antifilosofía” del abogado y charlista itinerante de Samósata se basa en la risa, en el acto de burlarse de los llamados filósofos.  En este sentido la antifilosofía podría venir a ser ese acto "diabólico” al interior mismo de la filosofía, habida cuenta también del apotegma que se encontró entre los cachivaches de Pascal (también antifilósofo según albur de Badiou) que terminaron llamándose sus Pensamientos: “Burlarse de la filosofía es filosofar verdaderamente”. 
Tenemos esas frasecitas aisladas que pueden servir para tirar toda una obra, evidenciar su inutilidad o impostura. Burlarse de la filosofía es filosofar verdaderamente. Teniendo en cuenta lo que dejó dicho J. Lacan sobre Platón, que escondía lo que pensaba, que escribía otra cosa. Por ejemplo, toda la obra, el sistematismo monótono, ese repitentismo creacionista de Badiou, ¿no será todo un gran bluff? ¿Una boutade lenta, larga, larguísima?



 

1/6/12

Sobre el sentido de la frase "es un escándalo"


(Intervención del profesor P.)



En cuanto a la lengua muerta deleuziana si se sigue escribiendo a boca abierta pero empleada como un útil de la denegación más infantil apenas se siente amenaza o interpelación eventual por cualquier sentido suelto convertido en fantasma del éter ¿qué podríamos sobreañadir que prolifere avanzado sobre la tristeza de lo que es necesario y obvio a la vez? Pierre Menard, lo sabemos muy bien, es el autor de cualquier obra. Su “cuasi divina modestia” no sólo era capaz de todas las ideas, se especializaba en una forma de resignación irónica basada en la “transvaloración” autoinducida (…más tarde tampoco lo explicaré). En cuanto al llamado escándalo, propósito central de la actividad antifilosófica del cinismo antiguo –i. e. quinismo- vemos que sus condiciones contemporáneas son muy disparejas, lo que nos lleva a pensar en la naturaleza, por decir así, del “quinismo de la cultura” o “diogenismo del campo cultural (-intelectual-literario etc)” que hemos formulado. Evidentemente su última e improbable versión histórica fue el sinuoso èpater le bourgeois dentro de la esfera del mundo del arte, y se trata del gesto de un tiempo muerto que no parece poder volver. La burguesía –para el caso, sea lo que fuere- no se escandaliza más con las gesticulaciones del campo artístico por marginal que fuere sino que más bien las paga y promueve, o apenas si puede llegar a percibir cierto escozor con aquello que no puede ser aceptado por el campo cultural ni ser tenido por expresión artística; en cierto sentido la burguesía es impenetrable o más bien no existe, quedando en su relevo un gran público, el sentido común pequeño burgués que oficia de moral patrón cuyo campo de acción normal prefilosófico es el cinismo estándar; los escándalos acá son siempre más impostados que reales sean de cuño quínico o cínico sus efectores. Es al interior de los ¡heteróclitos! nichos culturales (hiere la palabra) donde pueden acontecer –aunque no donde se los señala y denuncia- modestos escándalos secretos: allí, donde la moral suele articular un papel de inversión especular respecto del exterior social general dominante- el “cinismo” –desde el punto de vista externo- puede devenir quinismo (de la cultura), revertir su carácter. En la siguiente entrega revelaremos aspectos descripcionales de ese cinismo que, al contrario, en su operatividad de campo, es un quinismo. No es al burgués al que hay que asustar, propone una propuesta, sino a su angélico doble de campo –qué importa quién es en vida- que se cobija en los valores estables de la cultura con expresar a viva voz lo contrario imaginándose que versa en el desierto o en el afuera animal del mundo. Son curiosos los accidentes que prodiga el hipotético poder haciendo aparecer el alma bella donde no tendría jamás cabida. No se trata en sí mismo como se imagina el biempensante a la defensiva de un experimentalismo microfascista, se trata –peor- de un ejercicio dentro de una dimensión actual-discursiva, lectural, lo que se experimenta en todo caso no es del orden de lo afectual-subjetivo. El quinismo cultural trabaja con las armas de su presunto enemigo, tergiversando dentro de un mundo interno de valores invertidos. En definitiva: cómo lo que es cinismo universal opera al contrario como quinismo en la cultura. Vemos que el mundo se complica; es –fatídico- lo siniestro, si tuviera un nombre. Lo quínico puede valer como cínico y viceversa, lo que en una esfera es tal cosa en otra tal otra; ese enrarecimiento puede ser el objeto de una “crítica de la razón quínica”, lo que no se trata de una simple impugnación sino de una exploración de sus condiciones de posibilidad. Si el microfascismo puede ser una experiencia, eso es algo que competerá a la etología ética; pero no se trata de la vida (fascista o no-fascista, filosófica o no) ni de una axiomática para la acción social sino de esa impolítica de los envíos-textales –lo contradiscursivo-, inciertos acaecimientos del ton el son y su sin. En el próximo brindis versaremos sobre la relación entre Tanguito y Javier Martínez o sobre la necesidad o no de disertar acerca de Brian Jones. Buen día. 
 



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...