7/4/14

Rajá tu rito




Los dos más grandes enemigos del arte degenerado fueron Adolf Hitler en la primera mitad del s. XX y la nueva camada tribal de escritores porteños del 2001 en adelante. Cierto que estos últimos no ponen el énfasis en la superioridad racial ni todos son nacional-socialistas sino que prefieren enunciarse, algunos, y en algunos casos, como estalinistas. Propugnan no la superioridad de su raza pero al menos la pertinencia de su generación. Pretenden la hegemonía, pero sólo en un espacio social muy restringido, cuantitativamente ínfimo, aunque fundamentalmente exclusivo y excluyente que es el llamado campo literario. Su lucha se libró en los blogs otrora, en la fase revolucionaria, y sigue en Twitter y Facebook en su actual fase parlamentaria. Su paideia se propagaba por la masa en las ediciones artesanales de placita, en la vanguardia, en las editoriales independientes subsidiadas. 

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Hay muchísima menos libertad en el mercado de pulgas que en el mercado propiamente dicho. El canon particular y su policía específica son mucho más rigurosos en los puestos de la FLIA que en las editoriales comentadas por ADN y Ñ.

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¿Es lindo que para la nueva generación importe más Pierre Boudieu que Borges?

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La guerra en el campo cultural no es guerra al campo cultural. Los triunfos lo modifican pero nadie puede ganarle al campo mismo. En el campo literario todos son cortesanos vestidos de guerreros. Son soldados del campo, batallan haciéndole la corte.

Preferiría pagar ediciones a ser carne de canon.


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Mercado, Academia, o Locura:

Leer Afuera
O
Vivir Afuera (del campo literario)

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Los libros del pasado sirven para librarnos de la opresión del presente, para pertenecer al círculo de publicadores de libros y comentarios del campo cultural hay que recitar el presente, y escribir como se pide.

Comentarista Anónimo y yo somos Caín y Abel –indistintamente-.

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No soy un nativo digital. Soy un aristócrata de la desubjetivación reciclado para los nuevos tiempos.

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Casas: Falsa autoayuda chabona para aspirantes ilusorios a un puestito en el mercado literario.

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Lo único peor que el kirchnerismo es el antikirchnerismo.

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En realidad nunca voy a ser un verdadero peronista porque mis únicos amigos son mis enemigos. Y en verdad, menos.

La claque se mudó pero igual era muda –y no sólo de ropa.



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La insoportable pertenencia a algo.


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De todos modos no sé si escribo como se me canta o se me canta como escribo. 


2/4/14

Sobre la Ortodoxia de Chesterton


The book is generally written by the one man in the
village who is mad.
G.K.Ch.

1

De Chesterton sorprende su arte de argumentar, a veces insólito, otras excéntrico –porque puede haber excéntricos de derecha, católicos, ortodoxos-. Arte de la paradoja, si por paradoja se pretende a la opinión que va en el sentido contrario de la usual, en ese sentido contrasentido, en ese sentido para-doxa. No debe de haber habido nadie más alejado de las formas consabidas de la argumentación filosófica y de la argumentación científica; pero tampoco nada lo asemeja a la argumentación dadaísta, ni a la asociación libre con referato en el inconsciente freudiano que ensayaron los surrealistas. Lo suyo es un nonsense argumental enteramente consciente. Pero eso se parecería bastante al humour, al humorismo, que no era en general su fuerte o su fin. No es su especialidad hacer gracia o gracias (I never in my life said anything merely because I thought it funny), mejor sería proponer que formula argumentos en estado de gracia. En estado de gracia los argumentos, no el eventual sujeto del autor. Las analogías y ejemplos de sus demostraciones ponen a uno al borde de un limbo, entre homeostático y confuso. Parecen geniales y caprichosos; aunque parecen carecer de asidero y verosimilitud, producen un convencimiento efímero. Al leerlo queda más la sensación de enamorarse de su método, que la de que tiene razón. Cada ejemplo da la impresión de no tener gollete; testeados en conjunto tal vez no producen convicción pero en el mejor de los casos siembran duda. Las ventajas de la ortodoxia o del cristianismo que diseña son atendibles, probables; lo que constituye un hecho es la delectación de su estilo apodíctico, o el caer rendido ante su inteligencia insostenible; pero en el fondo ileso. “Fantásticas aventuras en busca de lo evidente”, escribe el traductor, pero al ir al original más bien se lee “elefantinas aventuras en persecución de lo obvio” (elephantine adventures in pursuit of the obvious). Chesterton propone en todo caso llegar a “lo obvio” por lo aparentemente estrafalario ridículo o ilógico: “haciendo derroche de audacia” –como transcribe el traductor mejorando al autor- pero para descubrir –dice el autor- lo que ya había sido descubierto antes.
Soy el hombre que haciendo derroche de audacia, descubrió lo que ya había sido descubierto.
El hombre contemporáneo procurándose placeres perdió el placer principal que es la sorpresa, escribe. Podría decirse que la retórica de Chesterton tenía por fin la provocación a través de cierto uso prestidigitatorio de la sorpresa en el nivel del discurso o del razonamiento. Hay un modelo discursivo de perfección, de felicidad, de beatitud en él: los cuentos de hadas. Chesterton argumenta desde ahí y concibe el ensayo como un cuento de hadas de las ideas. Si uno puede seguir fiándose de las categorías de Badiou acaso dirá que por su estilo epidíctico se parece a la supuesta alogia del sofista, con la salvedad de que su fin es confrontar a –lo que se me concederá llamar- la episteme con una verdad externa: la verdad operativa, utilitaria o ética de la ortodoxia y la eventual verdad teológica u ontológica del cristianismo. Lo que lo mantiene más cerca de los sofistas es que no parece comprometerse en operar por dentro de lo filosófico, y que no hay mayor patetismo ni lucha interna en su escenificación discursiva; aunque la apelación autobiográfica a las dificultades existenciales de la educación sentimental e ideológica no son escatimadas, no parece específicamente un atleta de la vida dura. Es un atleta de los argumentos vaporosos –el “desatino”-, de la rarificación por la obviedad misma, atleta significa asceta. Es un asceta del júbilo. También es, llegado el caso, un antiaristotélico: propone mantener el thaumazein –el presocrático asombro iniciático- como una eventualidad permanente. Ortodoxy comienza con un prólogo autobiográfico y confesional. Ahí declara algo bastante borgesiano, si es que no conviene decir gorgiasiano, pero en medio de una afirmación antinischeana, si por esto hay que entender a toda voluntad de verdad. 
One searches for truth, but it may be that one pursues instinctively the more extraordinary truths.
“Uno busca la verdad, pero puede ser que uno persiga instintivamente la verdad más extraordinaria”. A continuación anota que dedica el libro a la “alegre gente” que detesta lo que escribe y lo toma por una pobre payasada o una broma. Si es una broma lo es contra mí mismo dice; nadie encontrará mi caso más ridículo de lo que yo lo encuentro, ni nadie podrá acusarme de querer tomarlo por un tonto. I am the fool of this story.
…I offer this book with the heartiest sentiments to all the jolly people who hate what I write, and regard it (very justly, for all I know), as a piece of poor clowning or a single  tiresome  joke. For if this book is a joke it is a joke against me. I am the man who with the utmost daring discovered what had been discovered before. If there is an element of farce in what follows, the farce is at my own expense; for this book explains how I fancied I was the first to set foot in Brighton and then found I was the last. It recounts my elephantine adventures in pursuit of the obvious. No one can think my case more ludicrous than I think it myself; no reader can accuse me here of trying to make a fool of him: I am the fool of this story, and no rebel shall hurl me from my throne. I freely confess all the idiotic ambitions of the end of the nineteenth century.
“Confieso libremente todas las ambiciones idiotas de finales del siglo XIX”, así se cierra el párrafo citado (curioso que el traductor de la versión de Porrúa que uso y circula en la web omita el fundamental idiotic). Ahora podemos sospechar que este hombre que se declara un tonto irrisorio que no trata por tal a su interlocutor, que se asume momentáneamente en el rol del bufón, es nomás un parresiasta (I freely confess) aunque con todas las dotes retóricas de un sofista, pero que en vez de buscar el discurso más extraordinario a la manera de Gorgias, buscando conscientemente la verdad busca “instintivamente la verdad más extraordinaria”. ¿Tenemos a un “anti-philosophe”? ¿O es el caso nomás de un art brut de la teología?
Yo traté de fundar mi propia herejía, de encontrar una para mi propio uso, y cuando la ultimaba descubrí que no era sino la ortodoxia, se lee sobre el final de esta introducción. Cierro con cita del final del último capítulo, llamado “La autoridad y el aventurero”:
Solamente desde que conocí la ortodoxia conocí la emancipación mental.
2

He aquí un quid de su arte acaso a mitad de camino entre la sofística y la antifilosofía: opone la verdad a la consistencia. Su hombre bueno y valiente es el hombre común (the ordinary man) y su contraejemplo el hombre lógico y racional cuyo amparo es la ciencia, el hombre propiamente moderno: el científico, el filósofo, el ateo. Éste está loco y el otro es cuerdo. Es cuerdo porque es contradictorio y místico (when you destroy mystery you create morbidity), porque tiene un pie en la tierra y otro en el país de las hadas (fairyland), porque a diferencia de los otros se permite dudar de sus dioses pero también se permite creer. He has always cared more for truth than for consistency”.
Siempre se ha preocupado [el hombre ordinario] más de la verdad que de la consistencia. Si vio dos verdades que se contradecían mutuamente, tomó las verdades y la contradicción junto con ellas.
La idea de locura de Chesterton (una boutade más, así podemos llamarle a sus ideas, cuando no a las ideas en general: lugares comunes, verdades parciales) es bastante famosa. Dice que es la razón y no la imaginación quien la propicia. Enloquecen los ajedrecistas y los matemáticos, pero rara vez los artistas creadores, dice: “en ningún modo ataco la lógica: sólo digo que el peligro de la locura reside en la lógica, no en la imaginación”. Poe estaba loco no por poeta sino por analítico.
El poeta solo pide meter su cabeza en los cielos. Es el lógico quien busca meter los cielos en su cabeza. Y así su cabeza se parte.
El secreto del mysticism del que carecen el racionalista científico o el filosófico y del que hace uso el tipo común consiste en que puede entenderlo todo con la ayuda de lo que no entiende (…that man can understand everything by the help of what he does not understand.). Su mensaje –el de Chesterton-, más o menos entre líneas, es que la ortodoxia en general y el cristianismo en particular son ventajosos, más que verdaderos. Porque promueven un tipo de vida o de actitud ante el mundo y las cosas que es preferible; esto es: más saludable. Cuando el perro de paja es el pragmatism su silogismo es gracioso:
Estoy de acuerdo con el pragmatismo en que la aparente verdad objetiva no lo es todo; en que existe una legítima necesidad de creer las cosas que son necesarias a la mente humana. Mas yo agrego que una de estas necesidades, es precisamente la de creer en la verdad objetiva. El pragmático aconseja al hombre creer lo que se debe creer y no preocuparse de lo Absoluto. Pero precisamente una de las cosas que debe creer es lo Absoluto. Por cierto esta filosofía es una especie de paradoja verbal. El pragmatismo es una cuestión de necesidades humanas y una de las primeras necesidades humanas, es ser algo más que un pragmático.
Chesterton escribe que el pragmatismo es un método que usó y que debería defender en todas partes como preliminary guide to truth, rechazando su aplicación extrema que es la suposición de la ausencia de cualquier verdad. Contra el sofista esquemático que garabatea Badiou, en Chesterton “hay verdad”, y contra el “antifilósofo” del mismo Badiou esa verdad no se vincula con el cristianismo sino que es el cristianismo, y se desvincula de la filosofía, si bien va a repetir varias veces que él como cristiano es un racionalista, que “justifica intelectualmente sus intuiciones”. Aunque sus adversarios son los darvinistas, pragmatistas, positivistas, escépticos agnósticos etcétera, lo podemos tomar ahora como al antagonista rotundo –avant la lettre- del posmodernismo, si es que posmodernismo significa algo más que un perro de paja sin pedigrí de los moralistas mediáticos de izquierda y derecha (que siempre fueron lo mismo).
Se entiende que Zizek lo haya usado de escudo. Chesterton diagnostica en el buen burgués liberal-cientificista de su época, en los grandes cerebros librepensadores, racionalistas y progresistas, todos esos males ahora consabidos que la derecha y la izquierda (para aplaudir hay que ser de derecha y de izquierda) señalan acá y allá en esos eternos adolescentes, irresponsablemente muertos-vivos, a los que consideran las víctimas-verdugos de la pandemia posmoderna nihilista o cínica. ¿Pero es posible convertir a Chesterton en un leninista-hegeliano afrancesado? ¿Transfigurar a Lenin y a Hegel en entidades feéricas? Si el materialismo dialéctico es el sucedáneo de la Iglesia: ¿no convendría mejor volver a Cristo y Pablo que a Marx y Lenin? De hecho: ¿no es lo que está sucediendo en el mundo? ¿No ha venido el Papa Peronista del Fin del Mundo a eso: a devolver a los ex posmodernos y actuales budistas multiculturales al seno de Nuestro Señor? ¿Tiene entonces más vigencia Chesterton que el mismo Zizek?
El reciclado de Zizek, su decisión de soplar el polvo que descansaba sobre los vastos tomos del panfletista inglés, ha tenido el objetivo preciso de codear fuera a Nietzsche y ponerlo a aquel como un sustituto posible que funciona en su lógica completando a Hegel. ¿Advendrá una nueva generación de chestertonianos de izquierda, materialistas y antidemocráticos?

3

Contra el superhombre Chesterton propone la humildad, para que el mundo de uno se agrande hay que empequeñecerse. It is impossible without humility to enjoy anything –even pride”. (Sin humildad es imposible gozar de nada; ni aun de la soberbia).
“Torquemada torturaba físicamente a las personas en aras de la verdad moral y Zola tortura a la gente moralmente en bien de la verdad física”. Pero por lo menos en la época de aquél existía un sistema que permitía que la rectitud y la paz se besaran, agrega. En estas salidas chestertonianas se puede percibir dónde se inspiraba su émulo más furioso por estas pampas, el Dr. Ignacio B. Anzoátegui, que las reprodujo y multiplicó paranoicamente hasta el hastío.
El peor de los escépticos es el que cree que todo comienza en sí mismo, escribe; aquel que no descree solamente de los ángeles y demonios sino, del mismo modo de los hombres y las vacas. Ahí ubica a Nietzsche al que toma por un cantautor del egoísmo –lectura de época que hoy que el textualismo y la historiografía suelen tapar los bosques parece al menos imprecisa, pero a los fines de su crítica no lo era ni lo es-. La serpiente que se come la cola, dice, es un animal degradado que destruye hasta su propio ser. Contra el círculo la cruz. Uno representa la razón = locura, la otra simboliza al misterio = salud. Al predicar el egoísmo Nietzsche predicaba el altruismo, porque –escribe misteriosamente- predicar algo es renunciar a ello (To preach anything is to give it away.) (Deshacerse de, traicionar, tirarlo a la basura). Así la adoración de la voluntad deriva en la negación de la voluntad –como entendió Schopenhauer y desentendió Nietzsche-. La siguiente cita me recuerda las cavilaciones de Sloterdijk –empeñando su filosofía en “crear hechos suaves”- sobre el asunto del “endurecimiento” mundial (y uno se acuerda además de Rorty pidiéndole en su canción a los poderosos que ablanden su cuore) –claro que el ortodoxismo supone una excomunión en bloque de quínicos y cínicos a la vez, salvo que esos quínicos en vez de provenir del Cabaret Voltaire o venir de escuchar en YouTube a Joy Division sean émulos del de Asís o ascetas crísticos cualesquiera-.
Thinking in isolation and with pride ends in being an idiot. Every man who will not have softening of the heart must at last have softening of the brain.
(Pensando aisladamente y con orgullo, se termina por ser un idiota. El hombre cuyo corazón no se ablande, acabará con los sesos reblandecidos)
Nietzsche es “el superhombre aplastando al superhombre en una torre de tiranos hasta que el universo quede demolido por diversión. Pero ¿queremos un universo hecho pedazos por mera diversión?  (…superman crushing superman in one tower of tyrants until the universe is smashed up for fun. But do we want the universe smashed up for fun?)
Se dirá que Chesterton la va en definitiva contra la hybris, la gran hybris moderna del sujeto cartesiano y de la ciencia, el mono evolucionado de pipa y gafas o la bestia fáustica cuyo único corolario es la afasia la anomia, la vida catatónica, y su otro lado permanente la desesperación. Evocando a Nietzsche, con Chesterton, podría decirse que el posmodernismo es el escepticismo para el pueblo, el agnosticismo del pueblo, si por pueblo en todo caso se entiende a la pequeña burguesía ilustrada más bien. Como dándole letra a Badiou escribe: son los falsos revolucionarios, esos new rebels –o modern revolutionists- que no pueden proclamar nada porque dudan de todo, se fastidian inmediatamente de la institución y doctrina que proclaman. Se la pasan socavando sus propias minas y al rebelarse contra todo pierden su derecho a rebelarse contra algo. Es un hecho que hacerse el punk y leer a Chesterton son costumbres inmiscibles (¿Or a way to undermine the own mines?). Ese hombre antes sin dios y progresista y ahora posmoderno, como aquel sujeto camaleónico que describía Aristóteles no me acuerdo donde, “no tiene lealtad y por eso no puede ser nunca un revolucionario”. Como político va a decir que la guerra es una pérdida de vidas y como filósofo que la vida es una pérdida de tiempo.
A man was meant to be doubtful about himself, but undoubting about the truth; this has been exactly reversed. (El hombre estaba destinado a dudar de sí; pero no de la verdad; ha sucedido precisamente lo contrario).

Tal como facilita un orgullo verdadero y no uno que es el anverso de la depresión, la ortodoxia proporciona una forma de humildad más rozagante que la que ofrecen el escepticismo y el materialismo o –traducido a lengua Zizek- el relativismo multiculturalista actual. He aquí el quid de la ortodoxia por el cual el cuentista británico serviría de ejemplo para desheredar y proscribir a los deconstructores y nomadólogos, a los relativistas ladriprogresistas y a los liberales inteligentes:
En cualquier esquina podemos encontrar un hombre pregonando la frenética y blasfema confesión de que puede estar equivocado. Cada día nos cruzamos con alguno que dice, que, por supuesto, su teoría puede no ser la cierta. Por supuesto, su teoría debe ser la cierta, o de lo contrario, no sería su teoría. Estamos en camino de producir una raza de hombres mentalmente demasiado modestos para creer en la tabla de multiplicar. Nos hallamos en peligro de ver filósofos que duden de la ley de gravedad, por considerarla como un simple producto de sus imaginaciones. Los farsantes de otros tiempos eran demasiado orgullosos para dejarse convencer; pero éstos son demasiado humildes para poder ser convencidos. Los humildes heredan la tierra; pero los escépticos modernos son demasiado humildes, hasta para reclamar su herencia.
Con decir Chesterton idiota hay que entender que el hombre modélico de la modernidad lo es, en cuanto es en sí mismo anterior y opuesto a lo social político o colectivo; en ese sentido era tan idiota Darwin como el padre de familia ilustrado que leía los resúmenes de sus teorías en la Muy Interesante de su época. Así como su hijo, un señor empleado, cuentapropista, o profesional, cuya sapiencia no supera el nivel del ágora imbecilizada que forjan los medios masivos y el blablablá de la calle, y el hijo de éste que de bajista de la bandita de su cuadra acabó en víctima crónica de las recetas de su psiquiatra, o sea los idiotas ya más bien en el sentido griego del asunto. Su conclusión es que todas esas filosofías modernas que escalda y que ya citamos no sólo tienen rasgos de manía sino de manía suicida. El materialista igual que el loco –dice- está encerrado; pero en la prisión del pensamiento.
He leído por ahí que al proponer Chesterton el sermón contra la summa, el salmo contra el silogismo, el relato contra la razón, podría ser tomado por el primer posmodernista, lo mismo que por el último premodernista. ¿Su alegre conservadurismo sería un posmodernismo virtuoso que combatiendo el capital simbólico del modernismo supera todos los males de la posmodernidad idiota como neurosis en tránsito a la psicosis, en definitiva como modernidad en cuanto suicidal mania?  

4

En infinitos ejemplos y argumentos Chesterton muestra el misterio de la Iglesia y la virtuosa incógnita de la figura de Cristo, un evidente atopos tal como se postuló a sí mismo Sócrates o como proponía Nietzsche que era el filósofo (un peligroso signo de pregunta decía), violento y dulce, la espada y la otra mejilla, y la mar en coche de todos los antónimos paradojas y bipolaridades del sentido que descubre cualquiera que haya husmeado un poco en los Evangelios. Citarlos sería terminar de copiar y pegar todo el libro –sepan disculpar los límites de mi pedagogismo rastrero-. Voy a reproducir un par de cosillas más para descubrir de dónde saca Zizek sus revelaciones y terminar de una vez este ya letárgico comentario autoesclarecedor (porque sólo sirve para esclarecerme a mí y sólo mientras lo hago, nomás).
Alguna vez Borges sirviéndose de Apollinaire discriminó para la literatura los procedimientos antagónicos de la aventura y el orden. En Chesterton el orden es la aventura, una aventura que lleva de suyo revelarse contra la novedad no contra la antigüedad: la ortodoxia cristiana. Hablando del ciego, al salir de su célebre reunión con Videla Sabato y el chestertoniano número uno Castellani, Borges declaró además de que le había agradecido al dictador el golpe del 76, una frase bien antifilosófica, contraria no sólo a la clásica enkrateia de toda filosofía antigua, sino la antítesis del ídolo platónico del Filósofo Rey: “Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país”. Chesterton en este punto es más audaz, y va en sentido contrario a aquella precaución borgeana; contra Carlyle que decía que debe gobernar el hombre excepcional que se sienta capaz de hacerlo, propone que hay que coronar al hombre más excepcional aun, ese que sabe que no puede, que no es capaz.
Si la gran paradoja del Cristianismo quiere decir algo, quiere decir esto: que hemos de tomar la corona en nuestras manos y buscar en los lugares áridos y en los rincones oscuros de la tierra hasta encontrar al hombre que se sienta incapaz de usarla.
(Lacan se proclamaba psicótico por ejemplo). De ahí lo profundamente cristiano de la democracia, que busca la opinión de aquellos demasiado modestos para dar una; confiar en los que no confían en sí, pedir la opinión de los oscuros en vez de “seguir la conducta obvia de aceptar la opinión de los eminentes”. A eso le llama una mystical adventure. He aquí la idea de libertad positiva del inglés: la Iglesia creyó siempre en la libertad del hombre y de dios –escribe-, el calvinismo se la quitó al hombre, y el materialismo finalmente a dios, ya que el milagro es en definitiva la libertad de dios. El que cree en los milagros es el más libre de todos, vence hasta a la tiranía de las circunstancias. (Yo al contrario me acuerdo de esta frase macedoniana de los Cuadernos en Octava de Kafka: “Quien cree no se topará nunca con un milagro. Las estrellas no se ven de día”.)
Nunca pude concebir o tolerar una Utopía que no me dejara la libertad que más aprecio, la libertad de atarme yo mismo. La anarquía completa no sólo haría imposible tener disciplina y fidelidad alguna; también haría imposible tener ninguna diversión.
Por otro lado, el cristianismo es la única religión cuyo dios se impuso para sí ser tanto un rey como un rebelde: dios en la cruz clama que se ha abandonado a sí mismo. Insistiendo en su inmanencia, la de dios, vamos camino a la introspection, self-isolation, quietism, social indifference, al Tibet dice. Insistiendo en su trascendencia llegamos al asombro la curiosidad la aventura moral y política: el cristianismo. Acá lo tenemos al padre del Padre Brown amonestando a Deleuze-Guattari. Veamos ahora cómo va a defender el dogma de la castración simbólica disfrazada todavía de pecado original y llegado el caso a la cura imposible con la que nos consuelan los lacánicos.
Precisamente cuando Europa estaba a punto de seguir la suerte de Asiria y Babilonia, algo penetró en su cuerpo. Y Europa ha tenido una vida extraña y no sería mucho decir que desde entonces ha tenido sobresaltos. Pero el agnóstico ordinario ha reunido hechos falsos. Es incrédulo por una multitud de razones; pero sus razones no son verdaderas. Duda porque la Edad Media era barbárica, pero no lo era; porque el Darwinismo está demostrado, pero no lo está; porqué los milagros no ocurren, pero ocurren; porque los monjes son perezosos, pero son laboriosos; porque las monjas son desgraciadas, pero son particularmente alegres, porque el arte cristiano es triste y pálido, pero fue recogido en brillantes colores y dorada alegría, porque la ciencia moderna se está alejando de lo sobrenatural pero no lo está, se está precipitando hacia ello con la velocidad de un nuevo tren. (…) Todas las demás filosofías dicen cosas que llanamente parecen verdad; sólo esta filosofía ha dicho una y otra vez cosas que no parecen verdad pero son verdad. Único entre los credos, es convincente donde no es atrayente (…) Pero el Cristianismo predica una idea evidentemente poco atrayente como el pecado original; pero cuando esperamos a ver sus resultados, son patéticos y fraternales, un trueno de risa y de piedad; porque solamente por el pecado original podemos compadecer al mendigo y desconfiar del rey. Los hombres de ciencia nos ofrecen salud, un beneficio obvio; recién después descubrimos que por salud entendían esclavitud corporal y tedio del espíritu. Cuando se examinan los puntos impopulares del Cristianismo, resulta que son los propios puntales del pueblo. El círculo exterior es una rígida guardia de abnegaciones éticas y de sacerdotes profesionales; pero dentro de esa guardia inhumana se encontrará la vieja vida humana, bailando como los niños, bebiendo vino como los hombres; porque el Cristianismo es el único cerco de la libertad pagana. Mas en la filosofía moderna el caso es inversa; el cerco exterior es evidentemente atrayente y emancipado; la desesperación está adentro.
La fe es la madre de todas las energías y sus enemigos los padres de toda la confusión del mundo –se lee-. El escéptico es demasiado crédulo –si hasta cree en los diarios y las enciclopedias-. Se guía por los hechos pero no los observa. Contra el escéptico, invertir su plan: creer en los hechos extraordinarios, y creer en el hombre ordinario (vemos dónde abrevaba Leopoldo Marechal). La ortodoxia GKCh promueve una suerte de inmadurez al revés, contraria letra por letra a la de Gombrowicz, es una vuelta mundial hacia la niñez no hacia la adolescencia. Como Marechal Chesterton le habla a un hombre en tránsito hacia el niño, dice que la Iglesia es una madre viviente, de la que se espera que nos vaya revelando las verdades de la vida paso a paso como lo va haciendo la madre (esas que “le hacen el inconsciente” al niño anotó una vez O. Lamborghini). La naturaleza dice, más que madre es nuestra hermana y como tal carece de autoridad.
 El niño va a aprender a la escuela cuando ya es tarde para enseñarle nada. Ya se hizo lo verdadero, y gracias a Dios aproximadamente siempre, lo hicieron las mujeres. Cada hombre se ha feminizado simplemente por haber nacido (…) Porque recuerdo con certeza este hecho psicológico establecido; justamente cuando más estuve bajo la autoridad de una mujer, más lleno me sentí de ardor y de aventura.
5

El misterio de la obviedad puede ser la pasión de un débil mental, más que la de alguien que se declara en tránsito de emanciparse mentalmente. Chesterton hace su ironía de todos modos, su paradoja parabólica; ofrece su caso como el de un intelectual al que lo desilusionó el saber altocultural de ciencias filosofías y great men literatos y que descubre su-verdad la-verdad más aun que en el saber de los simples en una doctrina universal que los incorpora y los contempla. No en el buen salvaje sino en el hombre ordinario, y no en ese common sense de corte liberal-empirista sino en uno mucho más modesto y añoso. Es este otro common sense del “platonismo para el pueblo” (F.N.) (y del, habría que añadir) y no la razón tecnocientífica el que puede deparar lo extraordinario la aventura y la sorpresa. Pero el misterio de la obviedad es el contexto ontogenético de la pulsión de saber de su sujeto-vara, el hombre de la ortodoxia cristiana, como hombre-niño, ideario contrailustrado si los hay. 
Otra de las cosas de las que se va a servir Zizek contra el platonismo al derecho del Banquete como contra el al revés del uno antiedípico, curiosamente para proponer un cristianismo sin Cristo –a lo Vandor- pero con Hegel Marx y Lacan: “If souls are separate love is possible. If souls are united love is obviously imposible”. Quien predica el verdadero amor está destinado a engendrar odios y derramamientos de sangre. Se ama al vecino –al prójimo- porque no se es el vecino; hay que amar al mundo, dice, como se ama a una mujer porque es entirely different. El amor desea la división (love desires división), si las almas están unidas es evidentemente imposible. Chesterton no escribe il n'y à pas de rapport sexuel, habla sólo de Jesucristo, del presunto amor clave cristiana opuesto a la despersonalización budista. Como un Mario Benedetti inteligente, la gran batalla que da el inglés obeso es por defender la alegría, alegría que era la publicidad del pagano y el gran secreto, el gigantic secret, del cristianismo.  Un joy que habrá que tomar como la alternativa al gran imperativo categórico de ¡gozar! que denuncia Zizek como el ideal tácito de los que estamos enfermos de nuestra época. “Se dice que el Paganismo es una religión de júbilo y el Cristianismo una de tristeza; sería muy fácil probar que el Cristianismo es pura alegría y el Paganismo pura congoja”. A diferencia de los estoicos Cristo no ocultó sus lágrimas, a diferencia de los superhombres del poder, no se jactó de refrenar su ira.
Derribó las mesas por la escalinata del Templo y preguntó a los hombres cómo esperaban librarse de la condenación del infierno. No obstante, Él refrenó algo. Lo digo con reverencia; en esa personalidad violenta había un rasgo que debe ser timidez. Hubo en Él algo que escondió a todos los hombres cuando subió a orar en la montaña. Había algo que constantemente ocultó con un silencio repentino, o con un impetuoso aislamiento. Cuando caminó sobre nuestra tierra, había en Él algo demasiado grande para que Dios nos lo mostrara; y algunas veces imaginé que era Su alegría.
Finida

Repasando, tenemos en manos un “discurso emancipatorio” formulado en clave autobiográfica (así me emancipé yo) que para nosotros los y-religiosos popmodernos, volvió a cobrar interés gracias a los usos que le da Slavoj Zizek, que propone emularlo, despejando la culpa de ser cristianos que inocularon a la izquierda dialéctica los nischeanos de izquierda, poniendo donde iba la Iglesia al marxismo-leninismo con plus lacano-jegueliano. 
¿No hay en Chesterton al contrario de lo declarado al principio de esta reseña más bien un manual de zonceras de un conservadurismo pueblerino suspicaz, eso que el polaco Witoldo llamaba algo así como “la sospecha campesina”, estilizado con los artificios de luxe de un escritor esmerado y talentoso? Y esto y bien al paso: ¿no es su ortodoxy la versión virtuosa de lo que Kierkegaard denunciaba como “cristiandad”, algo así como el falso cristianismo social opuesto al encuentro personal con Cristo? ¿Y no es una especie de epicureísmo encubierto para cristianos, es decir devuelto en cierta forma a la organicidad platónica o al seno civil aunque con patología alucinatoria medievalista?... En fin…
Cierro con dos citas más -¡y cuántas van!- que deben de ser las preferidas de Zizek –contra el deseo de Jorge Alemán- para mantenerse al margen tanto de Clarín como de Cristina, ya que no de Cristo.


Así, otra vez, casi hasta último momento confiábamos en los periódicos por ser portavoces de la opinión pública. Y muy recientemente vimos (y no lentamente sino con brusquedad) que no son en absoluto tales. Son, por la naturaleza del asunto, los juguetes de unos pocos hombres ricos. No tenemos ninguna necesidad de rebelarnos contra la antigüedad; tenernos que rebelarnos contra la novedad. El capitalista y el editor son los nuevos conductores que realmente poseen al mundo. 
Tienen razón para sospechar siempre de todas las instituciones humanas; tienen razón al no fiarse de los príncipes ni de ningún hijo de hombre. El jefe que opta por ser amigo del pueblo, se convierte en enemigo del pueblo; los periódicos comenzaron para decir la verdad, y hoy existen para impedir que la verdad se diga. Aquí, dije, siento que al fin estoy realmente con los revolucionarios. Y súbitamente me callé, porque recordé que una vez más estaba con la ortodoxia.

4/3/14

Frédéric Schiffter, Contra Debord



(Editorial Melusina, España, 2005)





Característica introducción autorreferencial de bloguero-lector. Relaciones en torno a las circunstancias de adquisición del libro que se va a comentar. Adelante…

En mi última deriva por la avenida Corrientes, decidido a ir esta vez por saldos y clásicos, me encuentro con un pequeño librito de una editorial española que ya había visto varias veces –a la editorial y al libro susodicho-. No logré todavía captar la onda misteriosa de la empresa –la aludida Melusina-, no sabía nada del autor –del que gallardamente no hay ninguna noticia biográfica en solapa contratapa ni epígrafe o prólogo alguno-, le tenía poca fe. Me imaginaba uno de esos libelos radicales hinchados de ponzoña teórica a los que el progresismo siempre les sonríe donde un energúmeno talentoso de la corporación cultural francesa de escasa repercusión desmiente e impugna a otro similar campeón en circunstancias de envejecimiento post mortem y pérdida de vigencia: un filósofo francés –pleonasmo: de izquierda- corriendo por izquierda a otro filósofo francés-pleonasmo. Pero no. Me encontré con algo más cordial, y menos esperable: 111 páginas en un tamaño pocket que leí de un tirón esa misma madrugada entre La Giralda y La Ópera cervezas y sándwich de salame mediante.

El que narra en este Contra Debord deja la impresión de una figura autoral organizada desde cierta pose o posición de lecto-escritor dandi o filósofo dilentantista (que no debería ser puntualmente lo mismo que diletante) con resonancias de nischeano por cuenta propia, profano y aparentemente ajeno a los tics repetidos de la gauche nietzschéenne. Como buen dandi –aunque de talante relajado- sortea con ligeras fintas tanto el miserabilismo de la izquierda como el conserva. El textículo está estructurado en 41 capítulos breves, algunos de media página, escritos con un estilo argumental sazonado de autobiografía llevadero y grácil, y medidamente sarcástico pese a que Debord es trompeado una y otra vez –“triste”, “megalómano”, “vanidoso”, “plagiario”…- a golpes de invectivas; pero como con clase. No les llama invectivas en realidad –a las que toma por ladridos de biliosos- sino impertinencias, que son el florete del dandi: la impertinencia de no tomarse nada en serio cuando todo es trágico, dice.

Para el pueblo, en definitiva, como para la nobleza de antaño, vivir es ser visto. ¿Por qué arruinar su felicidad, dispuesto como está siempre a vejarse y cimarronear? La prudencia me aconseja que nunca me enfade con las formas que adopta el devenir; sin fervor ni asco, consiento en vivir en la democracia de las apariencias.

 El autor (tomémoslo por tal a quien narra) no guarda ninguna simpatía por Diógenes de Sinope, a diferencia de Onfray –otro que le dedicó algunos brulotes al líder situacionista muerto-, quien ya compró esa patente y ejerce el monopolio en el medio galo. Por el contrario lo ubica en su contra-parnaso en un listado donde lo hace formar junto a Rousseau y Platón como los ejemplares históricos de la línea filosófica del resentimiento de la cual Debord es heredero en pleno derecho, y de quienes desciende más que de Marx Hegel y Feuerbach que son sus proveedores de fraseología-. Todos juntos – ¡y cuántos más!- componen el coro de los charlatanes: fabuladores que desmienten la crudeza de lo real y descreen del azar. O la bilis metafísica –como la de los abrevadores de los susodichos- o la flema del nihilismo, no hay otra. El autor no tiene empacho en declararse de este lado y afirma que las ideas sirven para interpretar el mundo y no para subvertir el caos: son biodegradables recalcitrantes y cuando se vencen aburren o no se usan, a la basura. Schiffter propone una suerte de duda indiferente con respecto al sentido, una despreocupada deriva de turista pensante; escribe que el principal enemigo del resentido no es el ideólogo de bando contrario sino el hombre modélico del autor, el desengañado, al que jamás podría convencer la mascarada de ningún constructivismo salvatutti. Un modelo de varón que nunca comete las dos torpezas típicas del otro: jugarla de contestatario e irla de fiscal. Al libertino y al libertario “todo les separa”. El libertario es ese señor que se agota buscando las pruebas de la inexistencia de dios y que queriendo revelar en la mercancía una huella de diabólica sustancia metafísica se convierte por el envés en teólogo.
Aunque anticuada, caduca o mítica, la figura del libertino, en la que tiendo a reconocerme, eclipsa a la del libertario. Asunto de estilo y de filosofía. Vivir es embarcarse en medio de las borrascas del azar y el devenir, sin oportunidad alguna de salvación.
Debord tenía sus autores y yo los míos, anota. Contra el Lautréamont que aquél enarbolaba como figura de la subversión poético-juvenil, se agarra de La Rochefoucauld. En su árbol genealógico se arraigan Michel de Montaigne, Maquiavelo, Barbey D’Aurevilly, Chamfort y Gracián. Si Debord se proponía desagradar, éste prefiere “irritar”.

Alérgico a cualquier forma de armonía colectiva, temblaba de horror ante la idea de una sociedad construida como un inmenso falansterio en el que los individuos someterían sus deseos a una permisividad tiránica, el amor a un culto obligatorio, y la voluptuosidad a una economía dirigida. Si semejante pesadilla se realizara, integrismo por integrismo, pediría asilo en la primera república islámica que se me ofreciera…

El platonismo de un concepto como “sociedad del espectáculo” está a la vista de todos y ni falta que hace entrarle a las quichicientas tesis del soporífero opúsculo debordiano; el autor no obstante lo analiza con su garbosa indiferencia más o menos despectiva. Dice, con toda la verdad a medias que le facilita su punto de vista, que el espectáculo hoy por hoy condecora especialmente a aquellos que le declaran la guerra e impone por doquier el dogma de la insolencia. Ofrece además un cierto elogio horaciano de la mercancía en su fase actual con el tino de no presentarse como una vindicación del mundo tal como es hoy ni como una resignación agria: dice que revela lo trágico sin cosméticos y a la vida por lo que es, “un género perecedero”. Barbones abstenerse.

No ignoro que la esencia de cualquier forma de poder –incluyendo aquella que niega la idea misma de poder- es absolutista, de ahí que me importe poco cómo organizan los hombres su comedia social. ¿Cargar contra los molinos de viento del “espectáculo”? Un sentido barroco de la existencia me disuade de ello. Por lo demás: ¿qué hacer? La vida es narcisista; siente el deseo de gustarse a sí misma reflejándose en una profusión de espejos, hasta perderse de vista.

El buen Debord, que ya no es fruto de estación, seguirá siendo de culto para el sesentismo infinito, el dadaísmo corte ascético, o el cristianismo contra-todo y ateo. Schiffter lo combate al calor de una perspectiva incluso demasiado acorde con estos tiempos, sobremanera en los medios culturales de prestigio. Que tiene razón la tiene (pero: ¿queremos tener razón?). Lo hace a ley de un estilo elegante e impalpable, si por estilo se entiende una forma sutil y atractiva de pensar, esto es: de forzar a pensar, o de sentir que se piensa. De escribir, bah. Su perspectiva –o si el señor lo prefiere así, su pose- le hace un ágil dribling al quinismo ambiental y sale airosa del cinismo –aunque es fácil no ser cínico cuando se escribe un libro: lo difícil es antes y después-. Se le escapa un poco la queja al final, y declara que su postura le resulta de lo más impía tanto a la opinión pública como a los doctrinarios. Evidentemente todos tenemos razones para creernos perseguidos, desprestigiados y fustigados, y lo estamos de hecho.

Cuando un pensador tiene la elegancia de enseñar la inanidad de la existencia, es un educador de la humanidad, dicho de otro modo, lo contrario del que imparte lecciones. Creer en la utopía de una vida social apasionante no ha conducido a Debord a ser el hombre más peligroso del reino, sino el más sentencioso de sus intelectuales contestatarios. Quedará de él un cliché. No está tan mal. Según Baudelaire, crear un lugar común revela genio.

Al libro lo remata un apéndice que es una carta empática que un tal Frédéric Pajak dirige al autor con argumentos incluso mejores que los de él mismo, donde explica que el papado de Debord fue mucho más inflexible que el de Bretón, quién cobijó en su revista a decenas de cúspides individuales, mientras que Debord convirtió a sus adeptos situacionistas en simples groupies aplanados por su preeminencia de maestro severo intransigente. Un “general” como diría el Gral. Deleuze…

Además de que no comprendo lo que empuja a las personas a constituirse en vanguardia, tan selectiva como se quiera – ¿qué necesidad hay de poetizar en banda?-, ese programa de la IS nunca, incluso desde muy joven, me ha interesado. Tan pronto como salí a ver mundo y chicas, en lugar de fatigarme construyendo ‘ambientes lúdicos y emocionantes’, no he hecho sino cazarlos o sorprenderlos. Me divertían y siguen divirtiendo tanto la caza como la captura.





Debord se declaraba no-escritor-no-filósofo y combatía el estilo, prescribió la defunción del arte y la filosofía como campos, condenó el talento como una artimaña más del espectáculo, realizó películas con el fin de que fueran inaguantables, imposibles de ver, proponiendo como relevo algo así como la performance de la vida misma –aunque en versión sectaria y sobre ideas piadosas-. Esta podría ser por igual la actitud de un diletante sarcástico –a la manera de Cravan o de Vaché, al que el autor cita entre sus buenos- como la de un cenobita estético, depende. Si le quitamos su marxo-mesianismo y su farmacomaquia “esencialista” de época, podríamos despejar a un quínico más o menos de la índole del que defienden Onfray o antaño Sloterdijk. Los situacionistas –acusa Schiffter- fueron los quínicos insignificantes del s. XX tanto como éstos los socráticos insignificantes de la Antigüedad. Me detengo un minuto en la condena al Perro que factura el autor, ya que el de Sinope es un personaje conceptual (y creo que por tales hay que tomar a los llamados “autores” en materia filosófica, incluidos los en vida) a la fecha mucho más rescatable y enigmático que el hipotético amargado dedicando del libelo que comento, si es que fue nomás un guerrero memorable de la voluntad de la nada.  

No entiendo qué anomalía del gusto lleva a considerar a Diógenes de Sinope como un personaje seductor. En razón, supongo, de la simpatía que jamás se deja de otorgar a sus extravagancias de vagabundo. ¿Hay alguien más popular que un irregular? ¿Alguien más adulado que un marginal? ¿Alguien más escuchado que un anticonformista? A la virtud le gusta vestir los harapos de la descortesía, la insolencia y el escándalo. (…) Utilizará entonces la agresión verbal, la parresia, que es al sermoneo lo que la acción directa es a la propaganda.

Es cierto que en Diógenes está en germen el tonto buen salvaje de Rousseau, no es cierto que su investidura pueda reducirse a la de un ricotero tipo entre pogo y pogo.

Hay en el gesto de este señor una especie de dandismo más o menos melancólico escéptico y afable, es decir a lo Montaigne. Me pongo hoy del lado de este autor. Mañana vemos. ¿Es preferible hacer del Beau Brummell o hacerse pasar por cachorro de Diógenes? ¿Cuál es mi postura? Mi postura es depende dónde cuándo y ante quién. Mi postura es que si creen tenerme entre manos, no me van a agarrar nunca.  Hasta más ver. 




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...