12/5/07

Para Introducir a Marechal (2)

[Marechal según Sabat]




Leopoldo Marechal es pesado además de ser de otra época ya bastante ajena; es aburrido. ¿Quién se banca esos poemas a la patriA? ¿Cuántos terminaron algún día el Adán Buenosayres? No más que los que –en castizo o en english, terminaron el Ulises -. Esa idea de corresponder 72 horas de reloj de la vida de unos tipos con 800 páginas que descubrió Joyce cautivó a muchos un día y todavía hoy hay articulistas que siguen narrando su asombro obsoleto. Para ciertos nenes bian del canon todavía vigente – pienso en el desaparecido y anglicistoso Charly Feiling – Marechal es demasiado de mal gusto. Como retrógrado se vuelve…¡Kitsch!. ¡Oh, es la palabra santa! Y helo ahí, en esa posibilidad de emerger Kitsch a la lectura flagrante, resucitado para nosotros probablemente menos como narrador – como canonicidad novelística – que como fuente precursora de una nueva retórica para la actual indisciplina de las discursividades de la interdisciplinaridad teorética del hoy. Un curioso conservadurismo de las nuevas generaciones del filosofema y afines – esa mezcla clara de Foucault con Dolina que nuestra generación lleva adentro – lo hace invocable. La “caída de los grandes relatos” que narran esos espíritus trágicos de la universidad y la prensa de la cultura conlleva en el environment de nuestra chistosa llanura, en la atmósfera local de la argentinidad, un imperante espíritu de picardía. Metodológica picardía neocriolla. Hace unos 15 años Horacio González narró y delató la emergencia evidente de “la picaresca en las ciencias sociales”, y no cuesta decir que hoy, todavía con más fuerza, ese espíritu campea, reina. Nuestra metafísica in fraganti será una picaresca. Lo que hemos llamando hace algunos años hablando de Fernández (el que empezó): el Deconstruccionismo de la Cachada. El hálito macedoniomarechaliano en auge recupera el método de la cachada, y todo parece quedar en una atmósfera de befa apolillada, de chiste de viejo. El personaje que hacía Francella en la T.V. – un nuevo joven de ayer, como aquellos de Serú Giran en el 80, que se veía en blanco y negro en medio de un entorno naturalmente a colores - refleja bien la situación. La “cachada”, broma, mofa, es ahora la chanza, la joda, la gastada: la cargada. Es sólo uno de los recursos de la picaresca y de la picaresca cognoscitiva, teórica. Una imposibilidad de ser serios añadida a una imposibilidad de estar a tiempo, un retrazo inveterado, como aquel que ubicó Borges cuando describió la figura también menardiana del argentino extraviado en la metafísica (alguien condenado a llegar después y a repetir lo importado, pero con un plus liberador de ironía y paradoja, tradición del escritor argentino). Un modo neonacional-popular para la intempestividad, jocosa, acriollada, mansa. Y acá es donde fluye la fuente de Marechal entre nosotros. Porque Marechal, además, es bárbaro; además de haber sido uno de los poetas con más recursos técnicos en su tiempo, maleabilizador alegre de las tradiciones, es un prosista de la lengua argentina único. Es un narrador de argumentos con un estilo hechicero. La trama en sus novelas es nada, es apenas. Su prosa es una road movie benigna donde los personajes andan a través de sus ideas. Andanzas por las ideas y la ideología. Es épico picaresco y teorético por partida triple. Ahí Marechal aprovecha su pulsión de anécdota para – como dice la intelligentzia de hoy – bajar línea. En eso se parece más a Quevedo (Los Sueños) que a Rabelais, pienso.

Inventó dos figuras: el francotirador metafísico y el filósofo en pantuflas.

Marechal dijo que la Poética aristotélica estaba en plena vigencia, y ajustó su producto literario probablemente a ella. Sus novelas son prácticamente platónicas, diálogos; pero como narrados por Aristófanes. Incluso recuperó el escenario: el banquete; aunque prefirió relatar sus preparativos, la previa, como se ve en Severo Arcángelo. Salta a la vista por qué acaso hoy sean más los estudiantes de filosofía quienes lo leen que los de letras. Y no sólo los cordobeses, que suelen compartir con el viejo villacrespense esa pasión por el populismo reaccionarión y la fe medieval.

De Marechal siempre se cuenta la misma historieta que me hace acordar al personaje del Rap del Exilio de Charly que dice que “tenía un sólido futuro artístico pero - porque siguió a Perón – se tuvo que comer el bajón”. El Postergado-por-ser-Peronista.


Ernesto Sabato declamó: “Se le calificó de resentido, de vanidoso que pretendía ser genio, de engreído y hasta de tomista; como si compartir ideas de Santo Tomás pudiese ser motivo de desprecio”.
Se refería al ex compañero martinfierrista González Lanuza, que desde su nueva silla en Sur (Sur nº 169) lo excomulgó y tiró a matar. No era para menos quizá; con toda buena voluntad la gastada de Marechal pintaba a sus amigos de entonces como a una sarta de oligofrénicos con sobrante de genio. El Frente para la Victoria de Sur - a donde fue a parar todo el elemento envejecido de Martín Fierro reconvertido al conservadurismo avant la lettre- consecuentemente lo echó del Parnaso. Básicamente Marechal – como dicen los escritores peronistas- “había cruzado el Rubicón del 17 de Octubre”. “Yo debía reservar mi “seriedad” para la sustancia poética y metafísica de mi relato (¡con esas cosas no juego!), y usar el “humor” para lo restante, vale decir para los otros y para mí mismo”, dijo con la excusa de darse por incluido en la lista de los ridículos del Adán .


Como Picasso con la mano, Marechal con todo el ser quería tender como hombre a ser niño; un regresivo por estética. Fue maestro de primaria, y quizá a fuerza de contigüidad – como le pasa a muchas maestras – acarició un ideal infantil por contagio; o eso dijo. Marechal fue siempre joven sin necesidad de enajenar su alma al Diablo como Fausto anotó César Tiempo. Raúl Matera escribió que “se convirtió en el metafísico de la inmadurez de la Argentina”. En ese punto se podía arrimarlo a la figura bastante adversa de Gombrowicz, el gran teórico mundial y literario de la Inmadurez, narrador y diagnosticador encomiástico de la Inmadurez Nacional Argentina. Gombrowicz más que al Niño tendía al Pederasta; es otra cosa creo.


Y Marechal fue escatológico, o sea excrementicio y teologal. No como Artaud que relacionó al Ser con la mierda y prometió en un poema que no iba a cagar más; Marechal vive hablando de los órganos de la evacuación como los nenes pícaros, con malicia inocente, transgresor como una abuela piola. Marechal inmortaliza para el acervo nacional un puñado de anécdotas y frases sicalíptico-candorosas: “solemne como pedo de inglés”, “peer or not peer, that is the question”, o su conocido reclamo “Mis compatriotas no dejan de orinarse en mí”. Pero de alguien que fue ensalzado por Arlt Cortázar Sabato Viñas Murena etcétera etcétera cuesta creer que fuera un ninguneado, un deportado en casa, un olvidado de todos como lloran sospechosamente sus hagiógrafos. Se presentó como un querube pero pagó como justicialista, lo mismo que sus adversarios a su tiempo. No basta el desprecio de Borges para tanto. Del inspector de aves y huevos escrachado como “Luis Pereda”, un neonacionalista ridículo de Adán Buenosayres. Hoy ya todos somos lo suficientemente gorilas y peronistas al unísono como para comenzar a leerlo al margen.

Para algunos la mezcla marechaliana literatura filosofía, novela y saberes, fue buena (como Cortázar), para otros mala. “Marechal retrata mucho mejor a los que quiere que a los que detesta” anotó Julio F. Cortázar. El “humor angélico” decía el propio Leopoldo, “la sonrisa de los ángeles ante la locura de los hombres” que sin embargo – parece – afectó a varios. Si existieran los opuestos en estos casos, los personajes de Arlt – “locos místicos” como los de él, según escribe alguien - serían el opuesto de los de Marechal: no hay sonrisa de Dios ante la locura de Erdosain o el Astrólogo. No son ridículos, ni se salvan por arriba uniéndose con ninguna gracia divina. Creo que ni Marx los salvaba (mal que le pese a Larra). “El Juguete Rabioso” también es una obra de picaresca; pero bodeleriana, no rabelesiana; cínica y no católica.


Simpatiza Marechal, pero – en última instancia, hay que jugarse – no cambio una locura de Remo Erdosain, por diez de Samuel Tesler.

Macedonio – contra Arlt o Marechal, podríamos decir - detestaba la literatura de “personajes locos”; propuso a cambio “la escritura loca”, antecesora inmejorable de Derrida. El genio metafísico de Marechal también fue sintáctico, aunque su escritura quizá no llega a loca; deja como Arlt la locura a los personajes y a la escritura un espíritu no médico pero sí redentor. “La cura milagrosa” dice.

“Te envidio tu alegría y tu emoción – le escribe Arlt -. Que te vaya bien.” Y da una definición buenísima en esa misma carta, que le dirige en 1939: dice que leer su poema “El centauro” le dio una impresión extraordinaria: “La misma que recibí en Europa al entrar por primera vez a una catedral de piedra”. Popper – recuerdo – escribió que la ciencia era como una catedral de objetiva. Popper, como demostré en otro escrito, también era un teólogo, secular-cientificista, y un peronista epistemológico, como Bunge y Hegel. Hombres que más se inclinaron al lado de la Verdadrealidad con mayúsculas que al de la paradoja, que no comprendieron que de todo arriba se sale por el laberinto.

Alguien escribe que los tres dones de Marechal fueron: “la gracia poética, el del humor cristianamente optimista, y el de la trascendencia metafísica”. En cambio Noé Jitrik – el único que aparece en la antología que comento con un artículo que no contemporiza al ras de lo escrito por él – reconoce los tres prejuicios que atentaron contra su obra: “los prejuicios católicos, los prejuicios nacionalistas y los prejuicios personales” (Contorno, 1955).


Marechal no creyó en la indignidad de hablar por los demás como Gilles Deleuze: dijo que un poeta es verdaderamente un poeta cuando se convierte en la voz de su pueblo, “cuando dice por los que no saben decir y canta por los que no saben cantar”. Marechal escribió que no existen escritores no comprometidos; los traidores se comprometen con la traición que perpetran. Él dijo que estaba comprometido con el Evangelio de Jesucristo “cuya aplicación resolvería todos los problemas económicos y sociales, físicos y metafísicos, que hoy padecen los hombres”.


El “Hombre Nuevo” de Adán Buenosayres no es el de Boedo, un marxiano que traía las buenas nuevas del Planeta Rojo; traía las del Otro Mundo; es el original de los Evangelios versión, si se quiere, protonacionalpopular. No se trata del “Evangelio del No-Creer” del maestro; Adán como el Hombre que Está Solo y Espera, cree en creer. Y un reparo: Marechal no demostraba a Dios; dijo que la demostración es indemostrable. Optaba.

Fue uno de los mejorcitos de Martín Fierro. Después Sur y otros golpistas lo proscribieron por esas razones del corazón. En los 60 Viñas y los de Contorno y otros lo hicieron resucitar. Con la tercer oleada de Perón en los 70 volvió a volver, y a desaparecer, dicen. Hoy entre Lamborghinis o Dolina o el estilo parauniversitario-socioperonista tipo Horacio González, acaso encuentra otra cierta legibilidad.

Cuando calla el paper – el gran tirano idiota del discurso especulativo actual -, cuando el “discurso universitario” se enrarece, y a la vez, cuando el medio se cansa de integrar a los apocalípticos, de la voz cansada de los extremistas – ex materialistas dialécticos, esquizoanales o búhos cualesquiera – la fuente antigua del marechalismo vuelve a fluir.










(Las fuentes de este artículo son, “Leopoldo Marechal homenaje”. Corregidor . Bs. As. 1995. Compilación notas cronología y prólogo de J.J. Bajarlía, “La novela experimental: Marechal” de Capítulo, todo lo que anda por Internet , y textos viejos varios de quien se atreve a suscribir)

Para Introducir a Marechal



Con el número 2 nace la pena

Ayala





La cultura francesa tiene –según parece – su pornografía teológica, su pornoteología. Según Deleuze, el pornoteólogo es Klossowki. En la Argentina a veces somos más pacatos, nos tenemos que conformar con tener a cambio a Leopoldo Marechal, nuestro pornoteólogo criollo. Peronista teológico y precursor de las malas palabras impresas, abuelo de Lamborghini, que puso a Dios en lo Inconciente, o sea cambió Tomás de Aquino por Lacan, y dejó a Artaud Miller y Genet como nenas de pecho. Nada de Sade en este caso; en realidad a Marechal – parece – lo autorizaba Joyce en este arte de lo bajo; su propósito, se dice, era hacer un Ulises pampeano. Lo bajo marechaliano – las puteadas de Tesler y todo eso – son una condición necesaria para su teodicea. El porno naif de Marechal es el punto de arranque de su ascenso al transmundo que lo alucinaba.

Daré algunas imprecisiones introductorias, como puntapié inicial, para habilitar un foro de problemática marechaliana (Reír acá)

La literatura de Leopoldo Marechal además de ser literatura es un discurso general de y sobre epistemología y antropología filosófica. En lugar de la materia, la estructura, los sentidos, el paradigma o el ideal de una realidad diferida por la falibilidad del aparato teórico, Marechal pone dos cosas – sólo una macedoniana –: la mujer – su esposa -, y Dios. Su “Cosmogonía Elbitense” deschava una “mística de la materia” como imperante ideologema de facto y principio del universo fisica(pita)lista que él contradice: “la`medición´es la Teología de la materia”. Gesto posmo del conserva Leopoldo Marechal: el positivismo es ontoteológico. Y así como hizo famoso un “yoísmo al pedo” para contrarrestar al “almismo ayoico” que se le ocurrió a Fernández en el 28, acá saca del origen al Psiquismo Universal que se le ocurrió otro día a su maestro en un poema y lo pone en medio de un cosmos tripartito: un “Mundo Intermedio” ubicado entre el Mundo Espiritual (su antecedente) y el Mundo Corporal (su consecuente) – así dice - . “Se lo puede concebir como una psiquis o psiquismo universal, un anima mundi en analogía con la psiquis humana”. Habla por ejemplo de una “fantaciencia”, acusa a la “ciencia” de metafísico-mística, de encontrar ad extra lo que los místicos buscaban ad intra. Un Heidegger cristiano.

Lo legendario es más verdadero que lo histórico escribe Marechal. De ahí dos cosas: la novela como epopeya – donde se puede distinguir la distancia entre el intento de Adán y el Museo de la Eterna, ejemplo – (“una epopeya de la vida contemporánea” y específicamente una “Argentopeya”), y la filosofía y el saber organizados a partir de una metodología a lo Diógenes Laercio. Tesler es un Diógenes canino del ultramundo; pero Marechal es un Diógenes Laercio ontoteológico, casi con método y objeto. Igual que la risa, para Marechal lo legendario y la epopeya tienen una meta unitiva: unir por arriba lo que por abajo está separado. Abajo para Leopoldo Marechal es lo político lo social lo económico lo sexual lo mortuorio. Arriba Dios vía sublimación monogámica y arte pro metafísica. Una metafísica como forma de acción dice Marechal con aires de pragmatista de parroquia.

Ni la conversión platónica, ni la subversión presocrática, ni la perversión estoica, ni la inversión nischeana. Quizá lo que hace Marechal es divertir el platonismo. Sublimidad y ridículo, son los temas marechalianos que interesan, pensando un marechalismo invertido que podríamos lograr. Introduce lo soez pero en forma de picaresca, y en la dimensión de ciertos personajes, vistos en el fondo piadosamente. Lo convierte en ridículo y lo eleva por lo sublime. Así la Iglesia y el Ejército – cuya conocida historia argentina es evidentemente matadera – pasan en un fondo de ternura e hilarismo y por ese estado mínimo de maldad de su picaresca y sus “malas palabras”; lo que desde otro punto de vista hubiera sido solamente terror. “Malas palabras” “por necesidad” no “por gusto” dice.

Marechal hablaba de las “coincidencias” de su novelón con el de Joyce; pero hay muchos que sospechan con otros términos que podrían ser apropiación, adaptación, importación. Pero el viaje homérico de Joyce y su personaje es un divague atomizador – dice Marechal –, un turismo divertido sin “intento metafísico”, sin fines; el de Adán todo lo contrario: ontoteoteleológico y con yapa transmundana. Joyce para Marechal es dispersión vacía de la letra. Para marcar la diferencia con su precursor, para contrarrestar a Joyce (ya que muchos lo ven como un Joyce macedoniorabelesiano) cambia la Letra matadora por el Espíritu vivificador, o sea los Evangelios. Cristo y las esencias, no Mallarme. Como todos los vanguardistas argentinos que fueron sus compañeros – o casi todos salvo uno o tres – supo jugar también para la retaguardia. Entre clasicista y vanguardista, y entre católico y pobre y popular, Marechal encuentra una tercera posición: un cierto neobarroco churrigueresco que alguno llamará el estilo peronista. Esto le dio la evidente aureola de haber devenido en las intermitencias políticas del país un poeta maldito y bendito por turno. Incluso dentro del amplio cosmos peronista podría caber tanto entre los montos como entre la pesada isabelista. Que un chico-Martín Fierro terminara peronista no sería tan raro dado que la mayoría de los martinfierristas fueron – omisamente o con proselitismo – adeptos de Yrigoyen. Todos los ahora “clásicos” que comentamos hasta el automatismo pertenecieron al fantasmal “Comité Yri
goyenista de Intelectuales Jóvenes”: Arlt Borges Macedonio – el viejo joven – y todos los demás incluido Marechal componen el yrigoyenismo del lenguaje y el saber que fue – es, mejor – el canon por lo pronto triunfador. Destino peronista de la vanguardia pero también destino católico y metafísico, y en esto último no fue único, bien que la metafísica borgeana era sofística, o una patafísica elegante, y ésta no por cómica dejaba de ser platónica. En vez de Deleuze-Badiou podríamos ofrecer la adaptación telúrica Borges-Marechal para la reyerta de moda entre platónicos y opositores.

Acá puedo introducir un comentario adverso del filósofo Jaime Barilko:


“El Banquete se zafa del metafisismo de Marechal. Es pura creación. Pura invención. (…) El Banquete, originariamente platónico, se ríe en la cara de Platón y de la metafísica, y de la física, y de todas las creaturas de la cultura humana. No por negatividad, sino por mero juego intelectual de antítesis floreciente y de ironía descollante. El lenguaje es aquí, en consecuencia, el pricipal protagonista. Banquete del lenguaje libre, fluyente, pícaro, intelectualoide, barroco, quevediano, gongórico, lunfardesco, siempre espontáneo sin amarras, sin planificaciones metafísicas reguladoras. Broncíneos acentos. Vanitas vanitatum. Pero no dice nada. Así como las aventuras son estrictamente caminos que no van a ninguna parte. El rumbo sin rumbo.”


El señor Barilko – se ve – le hace la misma crítica que él a James Joyce: words, words, words. ¿O es que en El Banquete Marechal se libera del peso telésico-ontológico que le cargó a Joyce en la novela anterior? Y nos amarga al final Barilko: “no conviene filosofar en torno a una obra afilosófica”.

Mejor es el concepto – al final parecido – que daba de Marechal otro filósofo teófilo, su colega el padre Castellani: le llamó “primer gran filósofo”, y también “charlatán erudito y zafado”.

Aquel pornoteólogo citado marras hoy figura en ficheros filosóficos: ¿por qué no vamos a hacer lo propio con Marechal nosotros? O ¿qué otra cosa se puede hacer?

Se sabe: la Argentina no tiene una riqueza filosófica. La filosofía primero sucede como tragedia en Europa; después como farsa, en la Argentina. El esplendor filosófico argentino se encuentra en su parodia. La senda argentina del platonismo invertido es el retorno a la caverna, a las grutas. El grotesco.

Marechal, nuestro abuelo platónico, mostró el derrotero normal del platonismo: el grotesco como a quo. No fue un “aviador de piso” como Macedonio Fernández se decía a sí mismo; fue un barrilete cósmico como decía Víctor Hugo. Su grotesco compasivo y angélico narra lo ordinario y terrestre como estado de cosas inicial, como planta baja, del viaje por el ascensor platónico.






1/5/07

Confutación de mi Jeta







Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos



a Darío





¿QUÉ FOTO?




1



El hombre no debería ver su propia cara - escribe un tal Soares en el diario íntimo de otro (“Livro do Desassossego”) -. No hay nada más terrible que verla. La Naturaleza dio al hombre el don de no poder ver su cara, así como el de no poder contemplar sus propios ojos. Sólo en el agua de los ríos y los lagos él pudo contemplar su rostro. E incluso la postura que tuvo que tomar para hacerlo fue simbólica. Tuvo que curvarse, inclinarse para cometer la ignominia de verse. El creador del espejo envenenó el alma humana”.



Debe no obstante considerarse como un hecho que nadie nunca puede ver su cara. Esa forma de ceguera relatada por Borges en el soneto “Un ciego”, de una cierta manera, es competencia de cualquier subjetividad, vidente o como un topo.



El espejo, la foto – “al natural” o con fotoshop -, el daguerrotipo, el retrato a mano alzada con grafito o John Faber B, cualquier forma de reflejo o refracción, al fin y al cabo, no dejan la misma constancia que los ojos propios. Entablan la mediación dudosa de un agente externo.



Borges decía, inverosímilmente, que Fernández escribía para saber quién era; y en este poema que uno de los operadores culturales de nuestro pasquín Lektón trajo al ruedo, sentencia Borges que sabría quién es si sólo pudiera suprimir su ceguera y ver de esa manera su cara.



Pero no es tan sencillo.



La cara, la jeta, el rostro, el escracho, no sólo ha sido confiscado a los no-videntes de Balvanera. La propiedad del propio rostro está en manos de Dios o de mis vecinos
[1].


Y si Dios no existe…



A esa melancolía teopática del anciano Georgie hay formas de resistirle. Bastará con leer “Continuación de la Nada”, ópera de un escritor y filósofo que Borges hijo nunca comenzó a entender, para descubrir cómo un escribiente genuino escribe para tomárselas, para piantar del sino fotológico de sus propias facciones, de su faz condenada a la expropiación prójima. Nadie nunca lo escribió mejor: escribir es “abstenerse de cara”. O como después escribió, con un estilo menor en el proemio de su “Arqueología”, su modesto discípulo Michel Foucault (que “tenía un talento formidable para cambiar siempre de careta” según dijo Eribon que dijo Dumézil): escribir es “perder el rostro”.



“Mi cara – señalaba en su “Epistolario” el sabio loco de calle Las Heras - es lo que debe ignorarse de mí, lo único que sería importuno, es un retrato”. “Con esta táctica de vivir peleado con mi verdad fisonómica, he conseguido que por lo menos ¡mis retratos sean leídos!”
[2].



Continuación de la Nada”, que también es continuación de los “Papeles de Recienvenido” se presenta – como se sabe - como una serie numerada de “poses” “a fotografiarse” donde el texto sustituye al gesto, o sea el grafema - linterna de sombras, fos melancólico, fuliginoso - remplaza a la facha. Ya que “el retrato es lo único que se ha leído de dicho libro”.
[3]



Entre las frases sabias que de él ignoramos que haya dicho, y lo ignoramos de su propia boca confidencial, recordemos `que la parte que no se sabe de un hombre es la que lo hace conocido ´ y también que `la popularidad y la autobiografía o confesión biográfica son las dos oportunidades más logradas de ocultarse, al par que la `fiel ´ fotografía.”
[4].




2




Los Platonistas Invertidos de mi Barrio (República de la Sexta), se debe señalar, no cesan nunca de narrar lo patente de la profundidad de todas las superficies y viceversa. Como Borges lo dice al final del soneto: “la vana superficie de las cosas” incluye en su catálogo – lamento rimar – a “las letras y las rosas”. Y que la letra mata y el espíritu vivifica es cosa que postulan los que buscan la foto de Dios y con ella la de sus propios ontorretratos univalentes y ubicuables. Pero las letras, las rosas, los nombres y las cosas, son lo que tenemos entre las manos. Es lo que hay.



No tenemos – nosotros, lectores, topos cerúleos - la menor idea de cuáles son las huellas dactilares de Alain Badiou, menos de Santo Tomás. Pero la policía federal sí sabe cuáles son las nuestras.



¿Necesita el “pensamiento anónimo” una serie de solapas con un set de fotos de un calvo con polera? Foucault era un filósofo que comenzó una próspera carrera en la vergüenza y la clandestinidad – como narra la primer biografía de Didier Eribon - , tenido incluso por loquito por sus compañeritos antiguos de la facu, un filósofo en el baño, y terminó en la fotogenia setentista, imponiendo el look pelada, fotos con Sartre y megáfono de por medio. Foucault era deudor de Bataille, un santo hombre del anonimato y lo póstumo – como Spinoza, el filosófo de moda hoy – que batallaba contra este Sartre, el hombre transparente, el hombre luz, el hombre público. Sartre más que un fenomenólogo era un fenómeno. Su consabida fealdad fue más fotografiada que la belleza de Marilyn o la de la Bardot. Quería dar la cara comprometerse y ser responsable a toda costa. Y… ¡clic! Fotos con pipa y chaleco mediante, hacernos responsables de todo… ¡Hasta de nuestra cara!



A partir de los cuarenta años un hombre es responsable de su cara” dijo Sartre.



Nosotros no llegamos tan lejos. Nos queda, como dice el Tango, el último jirón de juventud, que va de la Edad del Pavo a la Edad de Cristo (como si el de Nazaret siempre hubiese tenido la misma edad). Añadimos entonces, a nuestra lista de impunidades, la de la irresponsable juventud. Por una cuestión etal, ergo, no nos hacemos cargo de nuestra incognoscible efigie (ya nos va a tocar cuando estemos por los cuarenta); y escribimos con la mera mano, descaradamente. Porque uno termina teniendo la cara que se merece, como confiaba el mismo Jean-Paul Sartre, y ese es el problema. Justamente. Y en esto, como en el fútbol, no se trata de merecimientos.



(Ahora me viene a la memoria precisamente que cuando yo jugaba al fútbol de chico en el parque al lado de la cancha de Central Córdoba, los peligrosos infantes terribles de la Villa que hostigaban a los pálidos pequeñoburgueses del barrio, como yo, solían usar un curioso vocativo:


- Che, vo´, cara ´e nada…)




UNA CONTRIBUCIÓN A LA CRÍTICA AL FACHISMO




1



En “Circo & Filosofía” y en Esquizia [5] gente sin D.N.I. ha propiciado un usufructo del aparato sensacional-categorial de la filosofía diametralmente opuesto a esta idea de un parnaso con caras y caretas, de un parnaso-“Gente”, de un parnaso-“Caras”, de figuritas universales del pensamiento-top y modestos hagiólogos locales que quieren figurar. Allí hemos intentado el ejercicio ascésico de empuñar filosofía – o antifilosofía, llegado el caso – poniendo el cuerpo y sacando la facha. La actividad clandestina e impune de un cierto anonimato, la alegría y la pena irresponsables del heterónimo – como aquellos afamados por ese citado poeta peninsular llamado justa o misteriosamente Persona -. Veíamos que era una forma de conjugar un viejo mandato viñasiano con otro inconciliable y más viejo fernandeciano. Lo contrario a subirse a un estrado u orar en un aula decretando o reproduciendo serialmente ese tipo de verdades angelizadas pero rubricables que repite la retórica colectiva de la neo-normalidad filosófica flagrante y su manso y monopólico consensus gremial-ecuménico. Esa es la filosofía de la mano ortopédica. En cambio poner el cuerpo puede ser, contrariamente a lo que cree la gente y los filósofos normales y buenaonda, no dar la cara. Y nosotros postulábamos la edad de la “Gran Retirada”, huir – anónimos o decapitados, pero manutenientes – con la facha entre las manos[6]. Escribir con el lenguaje del ausente – y la lengua del enemigo -, poner el cuerpo al borrar la trucha, induce a ese destino probable, escapista, manumitivo, maniático. O para seguir citando al mismo: no sé quién soy; pero sufro cuando me deforman.




2



¿Jeta o-jete pues? Ojo con el ojo en la jeta porque “la facha/ se emborracha/ de bombacha”. “Ferdydurke” narra una forma de desastre previa a Badiou, con un desbarajuste de los órganos corporales en su espejeo hacia el Otro y su conjunto - el Mundo - :“La Fachalfarra o el Nuevo Atrapamiento”. El cuerpo en “Ferdydurke” es un azar y mezcla de órganos sueltos cuya organización jerárquica compete a la polaridad que establecen el culo y las facciones; jeta y tujes. “La facha concluye el ciclo que originó el culo. Después de haberla alcanzado sólo me queda remontar las partes sueltas para llegar de nuevo al culo”. El Mundo se ordena a fuerza de esa itineración éxtima: de la facha el cuculito y viceversa. “Oh, créanme, hacer el culeíto no es nada en comparación con hacer la facha!”. Se trata, en medio del infierno idiota de esa dialéctica del ano y el esclavo (la cara), de un proyecto que aspira a descubrir “el papel místico de las partes preferidas del cuerpo para llenar espacio y volumen”.



Llegad y acercaos a mí, comenzad vuestro estrujamiento, hacedme una nueva facha para que de nuevo tenga que huir de vosotros en otros hombres, y correr, correr, correr a través de toda la humanidad. Pues no hay huida ante la facha sino en otra facha y ante el hombre podremos refugiarnos sólo en otro hombre. Y ante el culeíto ya no hay ninguna huída. ¡Perseguidme si queréis! Huyo con mi facha entre las manos”.





Buscad mi cara con una linterna de sombra en plena noche. ¡La encontrareis!




3




Podría retirarme, para seguir insistiendo, con lo que se dice era la divisa de Witold Gombrowicz: “por bueno que sea un ambiente, siempre se lo puede arruinar”. Pero, boludeo eterno de los “lenguajes paradójicos” que me abusan, esto que estoy diciendo – tranqui – es una broma.



Finalmente para tampoco colaborar con el museo de bustos que propone Lektón, para hostilizar a esa pulsión escópica de “curioseo” que alienta, contribuiré a tal sección “creada para todos aquellos que se perturban ante la ausencia de un anverso con el cual componer una imagen para ilustrar las letras”, con mi propia galería personal de fotos, organizada a efectos de completar facialmente mis presupuestos extraéticos.




Mirar acá:


(Las fotos buenas se agradecen a la artista paulista y plástica Luciana Mourâo-Arslan; las malas, a este autor)





Rosario, Mayo, 2007







[1] Para un examen de esta dualidad puedo remitiros a “Le mots” de J-P. Sartre.
[2]
Foucault, otro artista de la aparición-ocultamiento, y que buscaba lugares donde el plaisir emergiera con anonimato, reflexionó que el sauna – curioso - era uno de esos sitios sociales donde el cuerpo se manifiesta como sin jeta (D. Eribon, “Foucault y sus contemporáneos”). Fernández describió, además de la vida por la escritura, otra forma de no tener cara: tener barba (“Cuadernos de Todo & Nada”. Corregidor, p. 69). Es una forma, convengamos, ciertamente más usual y asequible entre los universitarios nacionales (Confer pasillos y aulas passim). En ese libro Macedonio expresa una teoría de la fealdad la belleza y lo bonito como datos de “la cara”; los primeros tienen estatuto “emocional-teleológico” y “todo lo que es emocional tiene historia”; lo último es reportado a la “sensorialidad sin referencia a nada”. “La cara (en actitud actual, estática) es un gesto estratificado de todos los gestos que hubo en esa cara en todo tiempo anterior al momento de la observación”. Eso es lo que la mirada percibe más que la suma de las cualidades de cada órgano exterior en particular. La “cara” es el signo más inapelable e íntimo de la historicidad y la identidad, dos enemigas totales del macedonismo.

[3]
“Biografía de mi retrato en ¨ Papeles de Recienvenido¨”.
[4]
“Autobiografía no se sabe de quién”.
[5] V.
http://esquizia.webcindario.com

[6]Ferdydurke”.



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...