11/9/13

Mi última crítica





(La Última de César Aira por Conrado Nalé Roxlo. Pánico el Pánico. Bs. As. 2011)





Se deberá suponer, pongamos que estoy diciendo algo, que esta novela no fue escrita por una persona sino por un estado de cosas, situación o grupo social. Con la salvedad asumida de que el esfuerzo lo sobrellevó el cuerpo de una sola persona, y se trata de una obra laboriosa –si es posible anotarlo así- aparte de sagazmente oportuna, ingeniosa y lúcida en dosis abundantes. Estado de cosas o grupo social al interior de esa quimera eventualmente abstracta denominada campo cultural o literario, ciertamente. Hay tres lugares para escribir, no dos –me dijo un pajarito: el mercado, la academia, y la locura. Los dos primeros operan de eventuales motores inmóviles del mentado “campo”, y polarizaron un dilema que ocupó hace algunos años unos cuantos artículos de prensa cultural, infinidad de exabruptos entre blogueros y trolls literarios, e incluso libros. Damián Tabarovsky por ejemplo reconoció un tercer lugar que me parece tan utópico y paradisíaco como el reino de la libertad pronosticado por Marx o cualquier otro engendro jegueliano o de diversa religión, aunque en rigor la patente es francesa (“deseo loco de lo nuevo” o algo así). Yo no vería otra cosa fuera del mercado y la academia que no sea la locura –en un sentido siempre más cervantino que clínico. Cuando a la locura se la hace entrar por la fuerza o la puerta de servicio se la ficha ocasionalmente con motes expiatorios, art brut, Kistch, raro, póstumo, excéntrico, mala y demás inventos, y siempre que se pueda coser un texto a una biografía ilustrativa y a una pertinencia histórica o tribal. Esto, igual, a título de nada, pasó un ángel y colgó una digresión. Volver.   
Esta novela ¿qué es?: una sátira seguramente, a diferencia de cualquier novela de Aira. Su principal recurso se me hace es la parodia, pero contaminada por el pastiche. Bajo el ala de la parodia con un propósito satírico pretende, pongamos, hacer funcionar el “procedimiento” reconocido como la marca Aira, bajo firma de un tercero, y con las intenciones evidentes –pongamos que es así- de perturbar el mecanismo Aira, de provocar un efecto malicioso en su recepción, alterar los efectos de esa factoría textual en sus lectores. No obstante –discrecionalmente o no, afortunadamente o no- más que por Aira parece escrita por Aira, por Copi, por Laiseca, por Cucurto y Tabarovsky a cuatro manos al dictado de Capusotto, e incluso por toda la matrícula de Filosofía y Letras.
Como dispositivo de prosificación (“parece una novela mía, pero escrita en prosa”), se aceptará que funciona, sin que de esto se pueda extraer ningún aplauso o abucheo. En contra uno podrá reclamar que su “inventiva” airana complace demasiado lo ambiental, y es expansiva muy al ras, propone una serie de figuras demasiado exactas, queriendo decir un tanto previsibles u otro poco esperables –el enano taxi-boy, el nazi puto, el peronista asiático, el psicopompo-nerd proxeneta y narco, no se priva de ninguno, una enumeración demasiado precisa de un colectivo imaginario, si es que la lengua de Canela vale por algo. Todo depende de si se observa la fidelidad a lo parodiado o la fidelidad a la parodia, si sé lo que digo. Así a veces parece que a la novela la escribe Aira y a veces un estudiante avanzado de Letras que lo copia bien y lo copia mal, que lo reproduce al pie de la letra pero se tropieza, o que lo empobrece despectiva e insidiosamente, burlonamente, o bien por descuido e incuria. Pero se sabe que no se puede responder a qué quiso decir, aunque se podría aplicar la misma imposibilidad a cómo funciona. Que es un Aira empobrecido –además de mezclado- es un dato, si el hecho responde a un propósito o es resultado de una limitación, depende. Hay que ver, además, si se trataba de escribir la última buena o la última mala (pienso en la linda teoría de la “fotocopia” de W. Cucurto). El chiste es bueno, pero ¿cuál es?
Sin mucho que decir como texto escrito, en cuanto operación editorial en cambio, uno se remite a su recepción y por lo que se despeja de los comentarios de algunos vivillos, su virtuoso oportunismo reside en haberle mojado la oreja a Aira, donde Aira más bien son sus lectores, el consenso que sostiene un prestigio o qué sé yo. Sus lectores, esto es: aquellos que seguirán escribiendo la nueva de Aira ignorando que ya se publicó la última.
Al que la escribió habría que decirle, muy bien te felicito, y elogiarlo a la manera del ideal de Fontanarrosa: -¡Me cagué de risa con tu novela! Como operación de campo, la boutade provoca, muchas cosas distintas pero provoca. Contra Duchamp la misma moneda, o más Duchamp, es siempre un recurso digno, los bigotitos al mingitorio. Se trata de una cargada y una descarga. Porque como venganza parece la venganza socarrona pero afable de los estudiantes contra los profes, una travesura escolar como sacada de la estudiantina de Ferdydurke. Bueno, estoy hasta acá del canon que tanto me gusta y que me metieron por delante y por detrás de Fogwill a Babel y de los suplementos a los congresos.  ¿Qué otra cosa iba a hacer? Regodearse con una aglomeración de guiños para entendidos e informados que escanea de pe a pa todo lo sabido y lo sortea con suma gracia. Como decir, reírse del canon al que se aporta y adora. ¿Novela de campo? (Encontronazo –generacional, etario, decir así- de una herencia entrañable e impersonal (porque el método es Aira grosso modo, pero su sistema de guiños pone en escena o en la picota al saber –cansadamente iniciático- sobre el cual Aira es comprendido, leído, del cual es considerablemente inocente) y unas nuevas condiciones de lectura, sobre las que se dirime su permanencia o devaluación, se pone a ser leída como el efecto de un trasfondo mafioso –que hace juego con el paisaje ficcional que dibuja, una nación como entramado social de mafias (insignificantes o no, y de toda índole) y en disputa-, como si oficiara de salida posible a esa convicción aceptada o axioma que decía: nos cagó. ¿Cómo cagarlo entonces? He ahí el homenaje –froidiano, se diría- y la traición como salida con suerte del epígono.)
Los que cantan la canción que dice que Aira es lo viejo y que lo in es Salinger precursor de Casas avalado por Bourdieu o que lo nuevo es el presente y presentarse como un Hemingway kirchnerista de tribu urbana, no tendrían por qué alegrarse con esta gastada piadosa y autorreferencial al matriarcado del sistema crítico nacional (“crítico”, no literario, porque la literatura es como el peronismo: no es un sistema). Creo que todos los que escriben novelas de Aira –incluido Aira- van a quedar impunes y van a seguir adelante; el que podría llegar a verse más complicado es el autor de La Última de César Aira, pero ni siquiera. Como desplante punkie o como venganza democrática y plebeya, no vale más que una contratapa. Como traducción libre en prosa es un ejercicio escolar encantador. Como homenaje maligno o ambivalente, unos cuantos puntos más. Y como si cualquier cosa, qué más da. Es a favor, eh. Le pongo un 9. 





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...