
26/8/10
SANATA
Ediciones Del Trinche

Una periodista cultural
del diario de Mendoza La Oruga Fronética,
descontenta con su trabajo pues se la ha quitado de su lugar de reseñista
teatral del suplemento de cultura y se la ha pasado a los policiales, llega a
Rosario para investigar un curioso caso señalado por el director del diario, un
rosarino paidofílico y ex comisario que vive en Mendoza desde hace 30 años: “El Caso del Puto Gigante”. Se trataría
de una leyenda urbana del barrio La Tablada, del sur de la ciudad, que cuenta
la historia de un presunto número 5 que en la época de Carlovich jugaba al
fútbol de forma harto curiosa en la plaza que rodea a la cancha de Central
Córdoba. Como parecen indicar los testimonios miedosos y forzados de los
lugareños, que a duras penas la periodista fue recolectando, el inconveniente
personaje correspondería a un sujeto de entre 1,83 m y 4,00 m de estatura y
musculatura sobresaliente, que solía integrar equipos espontáneos ubicándose
como centrehalf, vestido de forma
estrafalaria y andrógina y llevando siempre en su mano izquierda un colorido
abanico abierto y batiente. Los testimonios son inciertos y encontrados. Para
algunos era un patadura lamentable que sólo buscaba oportunidades hasta
inverosímiles para poder “chupar la pija
compulsivamente”, cual era su pasión unívoca, según parece, a cambio de
dejarse perder. Otros, que dicen haberlo visto en más de una ocasión o sólo
escuchado comentarios sottovoce, lo
consideraban el mejor número 5 que jamás jugó en dicho parque –incluyendo
muchos al mismísimo Carlovich en lista–. Los relatos de los vecinos
desconciertan cada día más a la periodista, que se aloja en una pieza de
pensión de la calle Rueda, que fuera entonces un espantoso prostíbulo, y
escucha las alocadas narraciones de su encargada, antigua y desdichada Madama
del lupanar de entonces, quien asegura tener contactos extrasensoriales con el
espíritu tragicómico del inasible Puto. A esta altura el Puto Gigante es un
excéntrico fantasma-thrash que jamás
existió en sí mismo y se aparece incluso en la actualidad para llevar a cabo su
obsceno –e irrisorio acaso para un fantasma– fin sexual-deportivo, o bien un
mito berreta ni siquiera digno de ser sostenido como historia distintiva de
cuatro manzanas a la redonda, o en su defecto parte curiosa de una sostenida
campaña de antiguos hinchas octogenarios de Tiro Federal que secretamente gobiernan
el mundo de mancomún con la CIA y la NASA y dedican sus días a deforestar el
país, promover el monocultivo de soja transgénica para cobrar “derechos de autor de agrocombustibles
nazificantes”, hacer pingües negociados de exportación en el puerto de
Rosario y luchar denodadamente para desmantelar la imagen de una figura que
creen avanza de forma irrefrenable, camino a ser el mito argentino más grande
de todas las épocas, al punto de poner en jaque “con más eficacia que extraterrestres, skinheads o musulmanes” al actual sistema capitalista mundial: la del citado
número 5 “charrúa” de otrora. La corresponsal de pronto, en un mero tris, se ve
envuelta en un embrollo universal, y en confuso episodio en la cúspide del
Monumento a la Bandera, mientras se encuentra tomando fotos como insípida
turista, es secuestrada o acaso abducida, y cuando vuelve a la conciencia, se
reconoce dentro de un improvisado y falso tribunal con gradas de cartón
corrugado y establecido en una gigantesca nave espacial, donde es interrogada
estúpidamente por Darth Vader (o un sujeto quien fuere, vestido de Darth Vader,
al que alguien en un desliz llama “Sr.
Darth Barak”), el intendente socialista de Rosario y la ex esposa de
Maradona, que llega en un carro alado tirado por pegasus abrigados con casacas
–según luego comprenderá, dado que ella detesta al fútbol “en el mismo escalafón de repugnancia que a la puta infame Isabel
Allende, la editorial Belleza y Felicidad o la antología La Joven Guardia o ¡al peronismo mismo!”– con colores
que representan a Boca, Newell’s y el Cosmos estadounidense. Cuando ya la
cuyana periodista (y poetisa, porque allí descubrimos que su verdadera vocación
es la poesía, a la que se aboca imperiosamente en los que cree sus últimos
días) se resigna a esperar el fin de su “provinciana
vida de posmoderna contrariada al pedo”, es rescatada por un improvisado
pero efectivo ejército de “la Guerrilla
Cósmica Charrúa” que encabeza un personaje a la vez celeste y macabro que
parece la cruza exacta –anota ella en su diario– del Pingüino, Alfio Basile y
Doménico Modugno (pero ella jamás vio en su vida ni una fotografía de Basile y
Modugno, se trata sólo de una visión poética, un fenómeno que aunque solía
embargarla, vivía como un don y le sobrevenía desde niña esporádica y
espasmódicamente, y desde que fue secuestrada “cada 6 minutos 32 segundos”). El siniestro pero apacible personaje,
“vestido como se viera un linyera de
etiqueta, pero no… tampoco así”, se hace llamar con distintos nombres según
el caso: Arnold Fumarola, el Profeta Porchetto, San Salvador Villar II, Pollo,
Amo del Cosmos, Yo, Verdadero Platón de Todos los Tiempos, Boludo-Simple-Indistinguible
o X³, entre otros no menos groseros u obtusos. Al escuchar este último mote, la
periodista-lírica sufre un déjà vu o ménage à trois –o ambos en simultaneidad–
y recuerda que ese era el seudónimo de un autor rosarino misterioso que ella
había leído con delectación en sus años mozos y que la había conducido a un
mundo de ensueño libidinal-especulativo, maníaco, perverso y sostenidamente
masturbatorio, del que solamente había podido escapar, primero a través del “psicoanálisis de orientación
lacaniana-revisada”, luego, de terapias post-gestálticas y cognitivas y más
tarde con el consuelo final “del paco, el
I Ching conjugado con Pilates, la lectura incurable de blogs porteños y la
creación continua de concursos de poesía para pelotudos del calibre de quien
suscribe o del eventual lector de esta chotada”. Regresa al Planeta montada
a su grupa y en su loft subterráneo,
a la vez roído y lujoso, dentro de un edificio de 140 pisos, construido desde
la superficie hacia el centro de la tierra, a pocas cuadras de aquella plaza, X
(así lo llama ella cariñosamente, absorta en su fascinación) –que no acepta la
oferta millonaria que irresponsablemente la poetisa cuyana ex periodista le
ofrece a canje de “sexo oral ¡o algo!”,
inmersa en un enamoramiento enloquecido como jamás vivió (ni siquiera en
aquella historia de su época de colegiala con la hija menor del director de La Oruga Fronética, hoy vicedecana de la
Universidad Mitocondrial de la Isla de Pascua)–, empecinado en “resolver matemáticamente el intríngulis
cósmico flagrante” de acuerdo a una teoría que se encuentra en plena
fermentación en su cabeza y que llama “Teoría
del Azar Reversible y del Infinito Implicado”, le explica “el actual orden geopolítico-mafioso del
universo”, su “central rol libertario”
en él y la verdadera historia de la leyenda negra del Puto Gigante de la
placita.
Pero esa… “quizá no sea la verdadera historia, sino una mera perspectiva, un punto
de vista cualquiera, un relato, una narración, un constructo singular, lo que
los antiguos llamaban dóxa y los
vigentes habitantes del barrio rosarino La Tablada denominan despojadamente ‘sanata’”.
Y es allí, quizá, donde recién comienza su historia.
24/8/10
"ME ENAMORÉ DE UN CÍNICO"

Sí, así dice ella, joven colegiala: “Me enamoré de un cínico”. Bueno, qué
vamos a hacer: culo, paciencia, esperar. Borges esperó toda una vida para tener
sus Obras Completas. Nosotros esperamos otra para no completar ninguna obra. A
cada cual lo que es suyo. Triste se la ve a la joven colegiala. Su culo mustio
sigue. Él le pide que lo levante, que vaya a un gimnasio porque así no van a ir
muy lejos. Sostener el culo para sostener el deseo. Es cínico, no fashion. No le pide que se haga las
tetas. Ella tiene tetismo infantil; pero a él le gusta. La falta de tetas
acerca la mujer al hombre, estrecha el contacto, canaliza la contigüidad hacia
el horizonte donde lo mutuo hace la unión, acaso invita a una leve
identificación o simetría. La mucha teta acerca la mujer al hombre, a los
otros. Otros hombres. Al fin y al cabo, la teta sirve para poco. Para la mujer
es una charretera, una medalla; pero él es cínico, no militarista. No
confundir. Poca o mucha la teta gusta al cínico. Pero la mucha teta hace a tu
mujer objeto de las miradas de los buitres. Otros. Otros buitres. De las
miradas es lo de menos. Las dimensiones de las tetas de tu mujer son
proporcionales a las de tu futura cornamenta. Todo OK con la teta, pero no me
nieguen que el culo es un bien más noble. Dejemos las tetas a las conejitas
Playboy. El culo inmigratorio-aborigen rosarino es inalienable, intransferible.
Qué desgracia para ella, “Me enamoré de
un cínico”. Ella, cristiana, educada en buen colegio con el sudor sostenido
de su familia acéfala de clase media provincial argentina. Cifró en su
anticinismo (o acinismo) su perspectiva de ascenso de clase. Una carrera en la
universidad como especialista en el Medioevo. Pero sin culo no llegará ni a
media Eva. (El clásico chiste cínico, perdón.) Claro, atorada en un sistema de
lecturas tan idiota, como el que induce obligatoriamente esa infame universidad,
ella jamás pudo leer un libro que le hubiera hecho ver esa otra cara de la luna
que le habría permitido desenamorarse del cínico para así conquistarlo o al
menos retenerlo. Se trata, ni menos, de Los
Cínicos También se Enamoran, escrito a mediados de los 60 y reescrito
–actualizado–
comenzados los 90 por el profesor Herecta. Jorge Luis. Jorge Luis Herecta.
Herecta trabajó por años en el Instituto Herecta (valga la redundancia),
recopilando y analizando clínico-deontológicamente casos de cínicos, observados
en su vida vincular sexual-emocional, a la busca de explicar “el misterio sexual del cínico”: ninguno.
Y créanme que lo encontró o no. Esto dicho en otro orden de cosas. El del rigor
de la lógica. Se deforesta al mundo por cualquier motivo.
23/8/10
NECROLÓGICA

Siempre existen los que
escriben para desaparecer, volverse imperceptible, escapar, ser todo nada,
querer ser el Hombre Invisible. Son los pibes Kafka. Ni hace falta que lean a
Deleuze: escribir es borrarse. Hacer la de Dios: ir de alguien a nadie. “Olvidaré el año, el día, la fecha. / Me
encerraré a solas con este papel” (Maiakovski).
Primero publicar, después escribir, que se
puede entender de cualquier manera. Posiblemente siempre se trate de no ser
cogido (mejor: cojido). Con esa idea Viñas se leyó toda la historia de la escritura
nacional. Para eso estaban los que apelaron a la “íntegra
realización de la revocabilidad del mi-cuerpo”, o sea no tener un cuerpo,
para “pasar desapercibido”, como
decía en aquel lugar el viejo contornista. Otros cantaron “escribir para no ser escrito”. Es que hay dos clases de escritores
(valga la redundancia: argentinos); son las dos clases de sicóticos que se
conocen: paranoides y desorganizados.
Para escribir no hace falta ser escritor;
para ser escritor no hace falta escribir. Ser escritor es una forma de estar.
Tener reflejos; una determinada manera de reaccionar. De estar parado, sentado,
acostado. También, si toca encerrarse afuera, una manera de fumar en los
salones. Escribir, una forma de estar: ausente. Para ser un escritor en vida hace
falta convertirse en un espantapájaros en carroza: montarse en escena. Hasta cojerse para no ser cojido (“un
cuerpo de mujer; el cuerpo masculino no existe, que yo sepa”). Un sistema de
aparición. Ser escritor, es decir, dar entrevistas. O negarse a darlas. Abrir
la boca, que salgan moscas. Boquear dos sílabas, una sílaba nada –pez–, dos:
boquean.
Pes-cado.
Escribir no suele ser muy
distinto, de hecho, a hacerse entrevistas uno mismo, en el peor de los casos
para dejar de ser uno mismo: esfumarse. Escribir es fumarse. El tema siempre es
el aire, costumbres de los ahogados: instrucciones para respirar fumando. Una
respiración crítica o una crítica de la respiración.
Murió el último escritor
vivo.
19/8/10
'PATAFISICA PROFANA
(“‘Patafísica: Epítomes, recetas, instrumentos y lecciones de aparato”. Caja Negra Editora. 2009)

El gran tema de este
rejunte de documentos en torno a la ‘patafísica –por lo que se ve– es el de un
alegato a la defensiva contra el humor, lo cómico o la risa. Imputados de
humoristas o bromistas, los promotores de este gay saber de la inutilidad, los
apóstoles del jarrianismo de mediados
del s. XX, se atrincheran en su socratismo textualista, desesperados como un
Orteguita del sentido por eludir la marca; pero imperturbables en su histerismo. No literatura, no arte, no
filosofía, no metafísica, no epistemología positivista llevada a su punto
culminante de coherencia, no chistología. No. Y no no.
En el lunfardo tampoco fiable de la
tradición filosófica mundial, la ‘patafísica, natura naturans y natura
naturata, vendría a ser dos cosas, una prote
philosophia y to ápeiron, el
último de los discursos, el universo entero y lo real mismo. ¿Son los
patafísicos metafísicos inconscientes, como el Burrito de San Vicente?
Efectivamente, todo lo contrario.
Mucho peor: ¿se trata de un lacanismo-sin-Lacan,
cósmico y meta-cósmico y con un número mucho más restringido de suicidados?
(menor que el de dadaístas y surrealistas, incluso) ¿Son los escolásticos
patafísicos los Jacques-Alain Miller de Jarry? De hecho, todo puede devenir su contrario, e incluso
–hay que sobreañadir–, otra cosa. ¿En este combo de metafísica y positivismo,
que es el mundo de manera inexorable, es la ‘patafísica la coherencia que
faltaba? Tampoco la ‘patafísica se priva de la gran división heraclitiana: se
es patafísico consciente o se es patafísico inconsciente. Ni tampoco de una
aspiración que podría llamarse jegueliano-froidiana: la de hacer consciente lo
inconsciente. Incluso, los patafísicos se proponen imperturbables, así como los
filósofos se inmolaban en la ataraxia,
la apatheia o la sophrosyne, por citar tres. ¿Y si –patafísicamente incluso– fuera
preferible ser un patafísico inconsciente? ¿Y más inútil aun no sería ser un
patafísico perturbado?
Sería interesante (¿) una sociología de la recepción (?) de la ‘patafísica en los marcos de la Gran Llanura de los Chistes. Como todo lo que cae en trayectoria directa de la grandeza de la Francia a este punto inaprensible del mapa histórico occidental, la ‘patafísica, una manufactura más de la semimonopólica industria de símbolos francesa, trasplantada, traducida, de forma literal, se enrarece. Pero para los patafísicos todo eso compone la amorfa masa persistente de lo inconsciente ‘patafísico, aquello que aspira a superar sus encrucijadas con solucionabilidades extraimaginarias: la ‘patafísica alienada, lo ideológico de la ‘patafísica. No repara en geopolítica la ‘patafísica: simplemente todo es Polonia, porque Polonia es Cualquier Parte y especialmente aquel país en el que se está. Como último fortín de frontera de la mitología blanca y como siendo al lumpenismo cultural europeo lo que la metafísica a la burguesía. Nosotros, patafísicos perturbados, peronistas del sinsentido, entre la ‘patafísica compulsiva y la metafísica pulsional: resistimos. Give war a chance!: habilitemos a un patafísico perturbado. Ojo: perturbado en su indiferencia (no sea que nos quieran los gramscianos). Además: ¿y si fuese mejor ser un patafísico inconsciente? (¿es esto el método-Zizek?: “¿y si todo fuera al revés?”).
17/8/10
UNA NOVELA QUE NI COMIENZA
(De la reseña como argumento.

¿Puede una novela no
contar su propia trama sino otra cosa? ¿Algo tanto más insignificante, simple,
literal, como la idiotez propia y ajena? Esto es básicamente lo que plantea Adaptarse o Pérez ser, la primera novela
de Cai Olagán Ruci, editada por Ediciones Del Trinche.
Y hay más: “¿Puede un pobre… (tachado) [1] convertirse en un genio de la literatura?”,
anota Pérez en su Tractatus; y en
otro lado su narrador ciertamente afectado se pregunta: “¿Acaso alguna vez otro escritor mató a otro escritor?”.
Un escritor filosófico póstumo ha dejado
su inmensa obra –o quién sabe: pequeña, ¿por qué no pequeña?– esparcida en
armarios, correos electrónicos de otros, weblogs
a granel, ensayos, ficciones, poemas y artículos diseminados en publicaciones
inciertas y firmados con nombres menos ciertos todavía. Y aunque tal vez no sea
así, un narrador se propone... eso: narrarlo. ¿Pero narrar qué? ¿La vida, la
obra, la...? ¿Y si fuera mejor transcribirla? ¿Y si sólo fuera posible
convertirse en él? Entonces ya no hay ningún escritor, ni muerto ni nada, ni
vivo ni nada; lo que hay es un narrador, un personaje y un editor, y todavía
más: un lector, envueltos en una trama inenarrable, o que, en todo caso, no
encuentra quien la escriba. Y cuando ello ocurre, lo primero que se pierde: ¿es
la identidad? ¿la ilación? ¿la gramática? ¿El lector, la obra? ¿La obra de
quién?
Entre aquellas dos preguntas del comienzo,
de dos voces dispuestas a perder si no todo, por lo menos su inasible identidad,
se articula la complejísima trama de esta sensacional novela, un auténtico thriller sin secuelas, por omisión,
donde nadie parece moverse, pero en el cual un autor, un narrador, un editor,
un personaje y un lector se ven envueltos de forma finalmente desesperada. “Es el mundo, es decir mi propio lenguaje, lo
que se ve amenazado”, repara el narrador en un e-mail a su mujer, que no forma parte del texto. ¿Y si fuera el
lector el que realmente corre peligro? Sucintamente Pérez, en un despojado y
simple correo electrónico, narra al editor el quid de su vida misma: “La deplorable metafísica de lo nuevo jamás
fue para mí un objetivo a alcanzar”. ¿Se trata entonces de la imaginación,
se trata de la inventiva, o simplemente de dar un testimonio desde el más común
de los lugares, aquel al que “los
superhombres y los caballeros de la fe” jamás quisieron llegar, así jamás
hayan existido? Cuando todo parece conducir a un inminente fin, el editor le
escribe al lector reclamándole su insustituible complicidad. El problema es la
lengua, no Pérez; Pérez podría nomás ser simplemente un personaje, aunque de él
sólo pueda darse fe en virtud de unos simples textos que, de no mediar lector y
narrador, se perderían en la honda ligereza del fragmento gravemente frívolo.
De hecho: ¿son esos textos documentos pertenecientes a Pérez? Estando en eso es
que el narrador interviene para intentar narrar aquello que... ¿es inenarrable?
¡¿Y qué es aquello?! “Es Pérez” –se
lee–. ¿Es Pérez o es
[1] … Pero no en el original.
3/8/10
GOMBROWICZ CON AZNAR
Goma escribe que después de leer el libro de Morente “Gombrowicz adquirió la costumbre de decirle a sus amigos que la filosofía se había acabado, que el profesor García Morente lo aclaraba todo, que no había ya ningún misterio desde Platón hasta Husserl, y que sin misterios no existe la filosofía”.
No sólo lo seducía la barbarie preadulta a Witoldo. Igual que Borges, hacía un uso sabio de los manuales; para peor de manuales que Borges deploraría, y él mismo también.
Estos libros son parecidos, son dos libros orales. Uno ocurre en la Universidad de Tucumán que cobijaba por entonces a profesores desterrados de prestigio ecuménico, como el Sr. García, neocantiano español y a posteriori sacerdote; el otro en Francia, donde un aristócrata-lumpen polaco-argentino, retornado después de un cuarto de siglo de vida anónima, se inventa sus propias lecciones preliminares para un público ínfimo: su mujer y su reportero cabecera. Se dice que se inventó lo del curso para distraerlo a Gombrowicz, que estaba en sus últimas, de la muerte y un eventual suicidio. Como se ve, la historia tiene algo de socrático y de miliunanochesco. Witoldo lleva encima un par de apuntes personales, quizá de cursos sui generis que dictó alguna vez en la Argentina sobre Husserl, Heidegger, Heisenberg o quien sea, y el libraco de Morente.
Piglia en su momento de gloria ilusionaba a la gente con una adaptación de Gombrowicz con visado académico tirado por la borda. El Tardewski de Respiración Artificial no es Gombrowicz, o es Gombrowicz dentro de un sueño asexuado de Piglia. Jamás da Piglia una puntada diegética sin abarcar lo más posible la biblioteca literaria del universo entero. Se trata de un académico a la intemperie, un tesista discípulo de Wittgenstein caído en desgracia, en la desgracia biográfica de Gombrowicz. Es un Gombrowicz que recita a Piglia a punta de pistola. En realidad este Gombrowicz falso, erigido como para conmover el hedonismo de hierro de los graduados nacionales, sólo tiene algunas señas del original; más parecería un Borges del hambre y diplomado, un Piglia del hambre. Vive atrapado en esa diégesis paranoide donde teje su autor, conocido por postular a la novela moderna como una forma de encierro no espacial, de paranoia de encaje perfecto, y por meter por el ojo del género policial los camelos del sistema de la crítica. Sólo con un pedazo austero de la verdad se podrá pensar que Fernández es un concreto filósofo fracasado de la zona, y con otro pedazo más generoso decir que el único logrado. Gombrowicz tiene, todavía hoy, menos chance de ingresar a la academia –la platónico-romeriana– que aquel exuberante barrilete cómico (Nietzsche: los filósofos son cometas). Tardewski es un Witoldo pasado por Kafka, exonerado, por ende, de Proust. Vive en la consideración de una teoría pigliana del siglo XX, y en el respeto de todos sus muertos, sostiene una teoría crítico-paranoica de la historia reciente, aun cuando se dice un escéptico que vive al descubierto de la historia. Pero se vuelve vitoldiano cuando de filosofía se trata. No tiene una teoría satírico-histérica del otro como amo y esclavo de la forma, ni de la tilinguería como ascesis para fugar de la autoteología. Tiene una teoría política amarga y maníaca como genética de la ontología del presente: Hitler es la continuación en acto de Descartes, y la contrafigura universal de Kafka. Se trata del único hombre, en Concordia y en el mundo, que sabe –lo descubrió él– que Hitler y Kafka fueron amigos, y que la obra de Kafka es la denuncia alegórica y profética de la obra en acto de Hitler (a saber, la instrumentación del método cartesiano: quemar todo).
En el Curso de Filosofía WG evoca a Hitler más en relación con Sartre, que no Heidegger: ¿por qué no elegiría –pregunta– desde la absoluta libertad el nazismo, en vez del marxismo-existencial? O sea, Heidegger necesitaba del Ser para alinearse al Führer, pero a Sartre le hubiese alcanzado con la Nada. Dice Gombrowicz: “lo importante de Descartes es el Discurso del Método: ELIMINAR EL OBJETO: la gran idea de Descartes”. Pero en el mundo de lo infalsable todo cierra y WG no le ponía demasiado énfasis a esas gigantomaquias que fascinan al antiguo piglismo.
Este Tardewski escrupuloso donde no lo es WG, es vitoldiano donde Witoldo se dejaba llevar por el innegable encanto de la ignorancia cuasi genial. Tardewski es un discípulo desterrado y clandestino de Wittgenstein que sobrevivía dando clases privadas de filosofía en la provincia de Entre Ríos; es “un académico sin academia y un escritor sin lenguaje y polaco sin Polonia” que llama a García Morente “El Asno Español II” y vive confinado preparando exámenes de estudiantes secundarios que deben rendir lógica o filosofía con el libro de aquel “tipo de una ignorancia casi genial”. Este falso Gombrowicz post-empirista es una especie de eminencia filosófica, abandonado en la vida cínica y en el fracaso anónimo, extraviado en el interior de este confín del mundo occidental donde se acostumbra a festejar a las bestias de carga con lenguaje profesoral. Los asnos de Piglia son, además de Morente, Ortega y Gasset (Asno I), “charlista radiofónico español par excellence” dedicado a escribir filosofía en “una especie de disparatada declinación alemana del español”, el “Deutsche Asno” Keyserling y el “burócrata del budismo zen” Fatone. “En lugar de ser respetuoso –describe su circunstancia– me fui arrastrando cada vez más hacia la franqueza, delito imperdonable entre académicos. Llegué a convencerme de que había que esperarlo todo del fracaso.” Un Gombrowicz blando, melancólico e historiográfico que parece la viva imagen privada de un profesor argentino generación-Piglia excluido a perpetuidad de la cátedra. Reconoce a Mondolfo y Astrada como “tipos de primer nivel”.
Bien al contrario de lo que predica este monstruo de las razones de la crítica-ficción made in UBA for USA, WG hace un uso de Morente como Borges hacía uso de Mauthner. Trabaja una especie de borgismo trash, versión camp del enciclopedismo e insolente del diletantismo bibliotecológico (ver “curiosismo de inglés”). Una historia de la filosofía organizada desde el art brut, también.
-La vulgaridad es un lujo-
Susvín... rompió
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