8/11/08

Hay Mosquitos




Llegó noviembre y vino el puto calor. Y con el puto calor calorámico llegaron los insufribles mosquitos, esos rosarinos de pura cepa. El socialismo todavía no pudo acabar con el gran flagelo minimalista del mosquito. Lograron cercenar su estadía, disminuir su ingerencia social, con sus políticas fumigatorias, pero siempre queda un impasse, entre fumigación y fumigación, que es el festín de estos pequeños seres de mierda que hacen de la vida del ciudadano litoraleño una tragedia insignificante y diaria. No hay que culpar a los socialistas. Baste con recordar que Macedonio Fernández y sus amigos a principios del siglo pasado intentaron fundar una “colonia anarquista” en el Paraguay y salieron corriendo al poco tiempo espantados, no por la – en todo caso espantosa - naturaleza humana, que no tolera a la larga ese tipo de utopías nobles e insolventes, sino por los insufribles hexápodos chupasangres. El mosquito terminó siendo uno de los elementos más genuinos del pensar macedoniano, una metafísica de barrio que no escatimó reparar en los objetos mínimos de la insoportable vida cotidiana, como los mosquitos o los famosos “aquenó”, todas esas maquinitas también de mierda que rodean la vida del humano bajo el imperio sofocante del confort y la técnica: veladores que no se encienden usualmente, cables que se cortan con alta probabilidad máxime para el usuario mayoritario: el enganchado, conexiones de Internet dispuestas a fallar ante la menor oportunidad, porquerías compradas en calle San Luis o en Garbarino. A más máquinas mediando entre el deseo y los objetos de su realización más probabilidad de estar aquenoizado. Y el mosquito sigue. Pudo con el anarquismo aristocrático y paraguayo y ahora se mide con el socialismo ya santafecino y clasemedia.

Llega el mosquito recibido por innumerables aplausos. El mosquito es un antiartista. Rara experiencia. Se lo recibe con aplausos de rechazos. Aplausos criminales. Yo aplaudo todo vivir también escribió M.F. en poema a Borges.; aunque hacía excepción con los mosquitos. Y de nada sirve dejar sordo a un mosquito, su voluntad de succión hace oídos sordos a la bulla de su víctima y sigue luchando por la supervivencia. Lucha desigual: a cambio de dejar dormir arriesga la vida. Pero el aplauso mata también a muchos artistas, y figuras célebres del mundo bípedo y verticalizado llamado sociedad. Ejemplos sobran como mosquitos[1]. El mosquito pone al niño ante la experiencia de la crueldad de la vida y de la muerte. Todos empezamos en esto matando mosquitos. Cada cual sigue como puede. Yo siempre tuve muchas teorías, casi todas infantiles, desde chico, y no todas sexuales; algunas bastante sublimes. De chico, empirista y fenomenólogo radical como ya era, distinguía dos mosquitos: dos – digamos – clases: los que zumban, y los que pican. Creía, parece, que existía una división del trabajo en esa sociedad insectuosa, una complejidad del orden de la picaresca, la institución de una actividad simulatoria – y distractiva – de la que se encargaban los ejemplares
“zumbadores” para allanar el trabajo verdaderamente productivo de los “picadores”. En realidad mi pensamiento era de corto alcance, demasiado restringido a la inmediatez del fainomenon, reducido por entero a la empiricidad más cerril. A lo mejor suponía que los zumbadores vivían de zumbar y los picadores de picar. Y que picaban por picar no por sobrevivir. Fue una de mis primeras preguntas: ¿de dónde vienen las crías de los mosquitos?[2] Todavía antes de problematizar la mutilación de mi madre descubrí que eran las mosquitas, los mosquitos hembras, los que picaban. Supuse entonces que el zumbar correspondía a los machos, pequeños pavos no muy reales, maricas alados que en esa sociedad impatriarcal, monopolizaban ese arte acaso equivalente en la sociedad humana a la llamada histeria, atribuida históricamente a las “criaturas mutiladas”. Complicar la vida; para eso están los mosquitos y las mujeres, los artefactos de origen chino y algunas otras cosas que ofrece el medio ambiente.


Me voy con la frase de Valery: lo más profundo es la piel.






[1] Macedonio en realidad decía que cazaba mosquitos sin música: con una sola mano; que el aplauso correspondía a la caza de polillas. Yo no lo comprendo, cuando hacía karate he llegado a aplastar polillas con un dedo sólo, son bastante boludas. Pero tengo cierta piedad por la polilla; ese insecto fetichista, perverso y preliminar, cuyo objeto es la ropa y no el cuerpo. Humana, demasiado humana. A la cucaracha la mato por asco, si es en casa, en la calle no procedo: asesinato burgués y estético-higiénico. A la mosca intento echarla de casa, es hábil; su criptonita es el vidrio. Aplastarla con la mano es experiencia desagradable. Hago todo lo posible por respetar a la arañas; les doy un cupo en la pieza. Vaquitas de San Antonio no mato nunca. Piadoso ante los grillos también, intento disuadirlos o lanzarlos lejos. Mis experiencias musicales no siempre fueron mucho más dignas. Mantengo, se ve, un determinado pacto social con cada especie: el estado de guerra con las polillas suele declararse al segundo agujero descubierto en el cajón de las remeras.

[2] Según Aristóteles resultaban por generación espontánea de los líquidos putrefactos.



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...