1/10/12
14/9/12
Introduciendo al macho metafísico
A
propósito de Rorty y de Badiou, dos filósofos de magro interés y escaso
provecho para el amante del saber que uno fue de joven (porque para ser
filósofo, por lo menos en ese preciso sentido, hay que ser joven y sólo joven),
uno demasiado blando y soso, el otro duro en demasía e innecesario como un
ladrillazo inicuo, y ya que estamos de pasada por ahí, voy a referirme a dos libros
recientes de la colección Pensamientos Locales, esos de tapa negra que se
llaman “Una Introducción”, publicados por Quadrata y
Sócrates fue malentendido de todas las
maneras posibles, nos pasa a todos, incluso a los que le dejamos una obra al
mundo, que no era su caso (: estaba loco). Para los rortyanos puede ser el
primer gran conversador; para los esquizo-filósofos el primer monologuista, el
que era más amigo del concepto –un autoerotismo, al fin y al cabo– que de sus
amigos, que como se lee en Qu'est-ce
que la philosophie?
“nunca
dejó de hacer que cualquier discusión se volviera imposible”.
ABRAHAM (p. 19):
“Si nos despojamos de ciertos prejuicios originados en el espíritu de
sospecha y en la postura militante del intelectual comprometido, conversación
no quiere decir necesariamente una causerie de domingo a la hora del té”. Cito a cambio como retruque perfecto
una frase que tengo de aquel libro deleuzien:
DELEUZE: “Es la concepción popular y democrática de la filosofía,
en la que ésta se propone proporcionar temas de conversación agradables o
agresivos para las cenas en la casa del señor Rorty”. Abraham agrega que la
conversación es lo que se opone a las corporaciones de expertos que se sirven
de “una lengua misteriosa y amurallada
contra el lenguaje ordinario” y de “un
cientificismo arrogante” para humillar a la plebe ajena a la secta. Deleuze
escribía allí mismo que la filosofía nació con el gesto de objetar la doxa con una episteme, Deleuze escribía allí mismo que el concepto no es
discursivo sino vagabundo. Los estetas de la dureza de la existencia anónima
miramos a estos deleuzianos convertidos unos en comentaristas de TN, otros en
neoplatónicos que viajan subsidiados por el mundo cual predicadores del nuevo
platonismo sin clases para un público selecto, como capo-cómicos de un
espectáculo too much, con la
vergüenza irrisoria que da ser humano e intervenir en la cultura.
Rorty y Badiou son lo blando y lo duro, se lee en la p.
22, la molicie sofística contra el macho ontológico. “Lo que se
denomina machismo metafísico es uno de los enemigos de Rorty. Sin embargo,
detrás de cada macho hay un camarín que lo espera con sus ungüentos y sus
pomadas” (p. 75). El cristianismo de Rorty no es
el morbo mental de Wittgenstein ni de Nietzsche el Crucificado –los antifilósofos recios a la Badiou–, es su
proyecto piadoso de ablandar el corazón de los ricos y poderosos, la “causa”
del sofista de buen corazón. A lo que él llama su antifilosofía, Badiou le
llama sofística. La distinción de Badiou entre antifilósofo y sofista es
bastante más sofisticada –valga la redundancia– que la que daba Cioran, pero
hay que ver si va mucho más allá. Cioran, sin hacer referencia a la verdad ni a
la indiferencia o no con los sufrientes del mundo, distinguía entre los que
pensaban desde el “suplicio interior” y los que pensaban “por el placer de
pensar”; claro que este otro rumano no versaba en términos de dispositivos
discursivos, protocolos o regímenes del acto, sino de meras afecciones de subjetividades
psíquicas, inspirado por una suerte de sentido común del desencanto occidental
de época. Porque a
la vista de Rorty, la filosofía no es una rama fantástica de la literatura sino
una rama anacrónica inventada por Platón y agotada hace rato. En ese sentido
los franceses siempre fueron más borgeanos, el constructivismo conceptual no
sólo inventó nuevos vocabularios, sino que no confundió literatura con habla,
obra con panfleto. Para Badiou la filosofía sigue siendo “posible”, aunque como
platonismo; para sus enemigos –como delata en su nuevo manifiesto– lo sigue
siendo como cualquier cosa: cocktail
empresarial, programa radial de trasnoche o autoayuda al dandy afterpop. La postura de Rorty es tradicional en ese sentido y
esa tradición es el pragmatismo. Tomar muy poco en serio las tradiciones
europeas y la norteamericana es bien propio de la tradición argentina, y esta
forma de sospecha sin tragedia tiene dos variantes también tradicionales: la
parodia de los literatos –sea un Borges o un Viñole–, que se desesperan de
forma siempre más o menos aparente y para la hinchada, o el pastiche oficial de
los académicos, de un ludismo bastante apático y sojuzgado por la competencia
curricular. Entre apartarse a levantar un nuevo sistema brillante lleno de
neologismos estentóreos, y ofrecerse como árbitro socrático de las masas
parlantes, hay un tercer lugar en el mundo que consiste en meterse en medio
haciendo interferencia. Un ruido. Hacer el punk pero sin vestuario.
El autor había sido generoso con Badiou en
un libro de autoría compartida llamado Batallas
Éticas. Observado como corrector de Deleuze –me acuerdo–, más tarde fue
denunciado como agente de la pornopolítica. En esta vuelta el anciano profesor
francés es tenido por un escolástico que prefiere adoctrinar a pensar. A la
velocidad de la diatriba, reseña un libro del especialista local D. Scavino,
donde según parece el monitor norteamericano es presentado sin más matices como
un agente de marketing y vitalicio de
la sociedad de consumo, que cambia el ídolo de la verdad universal por el de la
hermenéutica nihilista. El liberal burgués posmoderno –como se define a sí
mismo– es presentado como un liberal burgués posmoderno; pero vestido de
enemigo desde el punto de vista de la consabida izquierda radical,
revolucionaria e inofensiva, que se apoltrona a sueldo en la universidad
nacional. En el ghetto filosófico no
pasa algo muy distinto a lo que ocurre en el literario: unos aparecen como
campeones de la academia, otros como personeros del mercado, como si esos dos
focos de poder, del inerme poder simbólico del prestigio cultural, fueran
verdaderamente polos opuestos organizados por logísticas muy diferentes y
sostenidos por intereses antagónicos y procedencias de clase encontradas. Allá
ellos. Nuestro mediático, en defensa de la posición del mercachifle de la
conversación democrática como ultima
ratio, escupe a la impracticable y revolucionario-teorética politología de
lo inexistente, que opera por algoritmos, topología y teoría de los conjuntos
para bautizar “acontecimientos” (p. 106 y ss.).
Los editores se molestaron con la travesura histriónica de un autor que garantiza algo más de venta que sus colegas, por su propio nombre, y mucho menos de simpatía y aquiescencia por los pasillos del claustro oficial. Temieron acaso el bochorno. De ello se da cuenta en el jugoso epílogo. Contra la proposición y el concepto, contra el argumento post-positivista y contra el frangollo pragmático-deconstructivo, Abraham apela –para defender a Rorty, señores…– a la lengua de los “ubuescos” que denuncian el chantaje de la forma humana desde un mimetismo bufo del discurso; convierte a Jarry, Witoldo y Rabelais en profesores outsiders devenidos freelancers del show de la indignación. “Los escritores mencionados, mediante la parodia, el grotesco, la burla, desnudan al rey, muestran su carácter ‘ubuesco’. Si no lo hacen argumentando no es por falta de méritos, sino por hartazgo de la digresión infinita. Se autorizan a sí mismos a practicar el pecado de ‘no saber’, y ante la insistencia de explicarse a sí mismos, se van y dejan el tablado. Dejan las cosas claras por desplante. Dice Foucault: ‘el grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria’. Y, agregamos, una estrategia eficaz de los discípulos de Diógenes frente a las autoridades consagradas” (p. 152). Por un lado la parodia a un campo filosófico donde los lobos castrados se confunden con ovejas sementales. Pero por el otro, el pastiche sienta bien para tratar de configurar un proyecto de mezcla en el cual el prestigio viene de la apelación fundamental al aparato teórico de la rama fantástica de la gauche nietzschéenne; aunque el ejercicio, a la manera de los llamados maestros pensadores actuales, parece un socratismo del espectáculo medido por el disenso histérico-actoral.
Dice
Abraham allí que Rorty describió un dilema inoperante entre los escribidores de
filosofía: ser un aficionado a los juegos de palabras o un macho metafísico.
Derrida o Badiou (p. 88). El macho es el que cree ser viril porque enuncia
proposiciones e inferencias de un modo directo (ibidem), un señor que se odia a sí
mismo proyectado en sus contra-modelos: los mercaderes de bazar que quieren
plata y los estetas frívolos que quieren felicidad. Pero mientras Rorty los
acusa de sacerdotes ascetas, manoteando al de Sils-Maria, otros –si
amor es un pensamiento– enuncian su enamoramiento, el amor platónico –que le llaman.
Contra la “pereza intelectual”
que arenga contra toda filosofía sistemática, esta rehabilitación de una
filosofía que no es condición de sí misma sino de sus condiciones –llamadas también
su “deseo”: amor, política, poema…–, viene a mostrarse como un renacimiento de la
filosofía, por lo menos, como filosofía de Badiou. ¿Cómo será “posible” la nueva antigua filosofía, el
platonismo, fuera de la glosa explícita o no del estilo epigonal, es decir
escapando a un nuevo escolasticismo –badiuísmo, pongámosle? ¿Será sólo
operante en obediencia clara o encubierta a un nuevo gran sistema que todo lo
acoge sin trastabillar, y que apenas puede propiciar pastores evangelistas,
comentaristas ortodoxos o reformistas y heresiarcas? Son preguntas que puedo
hacer como que saco de la boca del idiota cuando deja de reír impunemente, lanzándolas
a la pluma del sofista. No sé por qué me pregunto si no habrá “sofistas” que, a
la manera de Pierre Menard, se dediquen a cultivar en su jardín, o peor a
comerciar y expandir, aquellas ideas que son las opuestas a las que
secretamente profesan, también a la manera, quién sabe, de aquellos que en
algún momento se pasaban a la dominación-opresión con la excusa de exacerbar
las contradicciones que acelerarían la historia.
9/8/12
Proemio acrobático al Wittgenstein de Badiou *
Parece ser que Alain Badiou dictó algunos “seminarios” abocados al
tema de la antifilosofía, cada uno se corresponde con un antifilósofo.
Pertenecen al nuevo Sein in der Welt,
el Sein in der Web, y el inverosímil follower-lector-educando de estas
conferencias tipeadas los puede leer acá: http://www.entretemps.asso.fr/Badiou/seminaire.htm.
Uno para Pablo de Tarso, que no figura en Red porque ha devenido libro
reciente, otro para Lacan, otro Nietzsche, otro Wittgenstein. No hay seminario exclusivo
para esos otros 3 que convoca Badiou: Rousseau, Pascal, Kierkegaard.
Son de los años 90, aquella
década argentina especialmente sofística de las puertas de la facultad de
Humanidades para afuera. Para adentro los antifilósofos teníamos al otro contrincante,
el que nos da el enojoso apodo negativo. En mi caso personal –aunque en mi caso
“personal” debe leerse en portugués, pessoal,
en el
sentido del referente de “minha pátria
é a língua portuguesa”– siempre me pregunto si seré un antifilósofo o un sofista.
¿Bajo qué régimen está mi improbable “obra”? Régimen más allá del sentido del
ayuno kafkiano o del plato pantagruélico, ¿o es posible el ayuno opíparo?, sino
en el sentido que le da Badiou. ¿Soy un sofista, un antifilósofo? O un mero
cualquierista del campo filosófico que, excluido del “mismo”, viene a querer
ocupar –con otro vacío, como decía el maestro– el mero lugar del
idiota, ese espacio cartesiano que aggiornato
puede ser aquel en el que quiere caber y no entra el llamado snob: ¿se trata al final de no tener
razón? ¡Mírenme bien! –decía el inventor de la “anti-filosofía de las acrobacias ESPONTÁNEAS”– soy un idiota, un
farsante, un bromista. El pólemos-espectáculo
entre filosofía y antifilo, quisiera poder decir, se desenvuelve entre
“manifiestos”: los de Badiou por la filosofía, que apuntan a un nuevo siglo
post-deleuziano y antiantiplatónico, podrían ser la respuesta tardía a los
manifiestos dadá del Sr. Aa, el antifilósofo. Curioso porque éste se manifestaba
por manifiestos contra los manifiestos y aquél hace uso del manifiesto, género
poco metafísico si los hay, para propiciar el gran retorno del concepto, aquel
invento socrático-platónico, de su manipuleo veritista para colmo, o sea por
fuera del concepto-ficción, del concepto-simulacro, en vistas de otra verdad
que por lo demás no es la de la sufrida cháchara parresiasta, ni puntualmente tampoco
“voluntad de” (Los manifiestos de Badiou hacen probablemente de exégesis
sumaria de sus dos monumentales óperas regias, a medio camino del automanual y
el panfleto teorético.). Entre los mercaderes de ideas y los acaparadores
universitarios –estoy citando los Siete
Manifiestos– ¿hay una cuarta vía allende el idiota furibundo? Allí se leía
que el arte es algo privado que no tiene importancia y que el que lo practica
lo hace para sí mismo: “la obra comprensible es producto de periodista”. Cuando el dadaísta descansa, por ejemplo –me
preguntaba un amigo–, ¿descansa
como dadaísta o como platonista? ¿Qué pasa con el átopos furioso cuando pega el bajón? (“El artista es feliz cuando se le injuria”, se leía ahí teniendo o
no que ver). Y por cualquier otro lado: ¿el dadaísmo hace suelta final de su escalera o sube
sin escaleras?: da su Tractatus exasperado y cambia “de lo que no se puede hablar, hay que callar” por “¡NO MÁS PALABRAS!” y agrega su
solipsismo-místico con “¡NO MÁS MIRADAS!”.
En vez de apelar a los juegos de vida o de lenguaje, apela al “aaísmo”, que
podría venir a ser al dadaísmo lo que las Investigaciones
Filosóficas al Tractatus. El
señor Aa el antifilósofo, ¿era un antifilósofo sin antifilosofía? ¿Que a falta
de obra no dejó una obra fragmentaria sino la falta de obra misma? Podría ser,
¿no?: el dadaísmo, más que la escuela cínica incluso, sería una antifilosofía
sin antifilosofía, parecida a la de todos esos cínicos y quínicos inéditos que
abarrotan el mundo sin texto alguno, y que, a falta de sofística, porque son
atravesados por, o portadores de, alguna verdad, actúan la gran antifilosofía
sin antifilosofía del mundo. Sloterdijk –que llamó a la ontología existencial
de Heidegger dadaísmo fracasado pero serio y que se propone como intelectual
cuya tarea de ilustrado anti vida-fascista es “impedir que los
decepcionados adopten la política de lo peor”– declaró que el dadaísmo tenía un costado
quínico y otro cínico, uno antifascista y otro prefascista, y que fracasó en su
propia autoironía. La antifilosofía de las acrobacias espontáneas como el
límite entre el fragmento u obra trunca y la falta de obra, no se sabe si a
medio paso de la locura o del fascismo –o su contemporánea configuración
democrática: el manido “micro”. En ese sentido la idiotez dadaísta está un poco
corrida de la idiotez demasiado privada e íntima de la burguesía que piensa y
de la que pensaba –el que sigue, Wittgenstein, es un parcial ejemplo de ésta–,
aun sin dejar del todo de ser reciclable por eso que alguno llama último
escalón del sector dominado de la clase dominante: outsiders, bruts:
lúmpenes culturales. El idiota como pensador privado, como alternativa del
profesor y del saber filosófico estatal, sombra, doble o fantasma, puede ser
indiferente y ensimismado o agitador controversial, ya no se pliega sobre su
flujo de conciencia íntimo porque el abrumador aparato filosófico actual hace
imposible un nuevo inventor del cogito
y su novela individual: se inventa su cátedra y su bibliografía-para-sí al
público, dentro del incalculable mercado negro de los bienes simbólicos. Funda
escuelas sin existencia –como la guitarra de Macedonio–, portátiles, presididas
por un tribunal de heterónimos ligeramente anormales. Más que hacer tabula rasa, se pronuncia descolocado.
Un momento puede ser hablado por los mudos, por los analfas o por un dios
peronista y un pueblo que no falta, entrega al código la plusvalía de cogito, produce un Eidos odoro –replicado– por el ojete. Entre Doña Rosa, el Genio
Maligno y la –uncool– performance-sin-público,
habla por donde es hablado pero para accidentar
un parecer. Hace mucho que el cogito
no piensa, salvo cimbrar por su estado místico la inmanencia del noúmeno. Por
eso el idiota que lo sueña como referente no es ya filosófico, el idiota
filosófico actual es “de campo”: sólo le queda el saber como un fardo de residuos
de campos y experiencias sin sujeto avistable. Todo lo contrario, este idiota
es el mal alumno, héroe de la lectoescritura, cartesiano por un hueco,
bovarista-quijotesco por otro. Como pasión del Hotro, puede estar jugando para
cualquier equipo. No necesita saber para qué ejército pelea. Un hermeneuta sin
sentido que lee con el cuerpo, interpreta en vida, paga con su propia cara.
Pero propone el escándalo para desaparecer, y el escándalo de desaparecer. Dona
la necedad que no tiene, también. Imita al loro. Y si quiere, pide alojamiento
en su matriz placentera, por lejana
que esté. Proponiendo que lo sigan a condición de que quieran ser defraudados.
También describe las impresiones de un paisaje: el personaje que confiesa. Hace
trasmigrar la franqueza por el intertexto psíquico. Puede atravesar los muros
para salir de escena por la cuarta pared. Una cosa es un lenguaje privado y
otra no hacerse entender. Aunque, desde el punto de vista de su propio doble
transhistórico (el solipsista que nunca alcanza a ser), solamente se perciba
como hecho político, parte social, al interpretar al piano el eructo polifónico
de su comunidad. El idiota también, como se sabe, puede contar una historia
llena de ruido y furia que no significa nada. Y llamarse esto: el idiota no
tiene quien lo interprete –sólo lee con las manos a falta de pienso inteligible.
También puede ser el hombre lobo del hombre, con los disfraces del buen salvaje
o de buen ciudadano. ¿No se entiende?... cabalguemos entonces. Sin ningún problema: lego
saberes que no sé –habla el texto– en certámenes de docta ignorancia: si esto
no escapa al atletismo de la erudición, qué va ’cer. A intentarlo de nuevo. De nuevo lo nuevo. Leer
es maravilloso y tenemos la suerte de haber sobrevivido al dadaísmo transhistórico
y gambeteado a su nietito hecho mierda, el punk. Díganles que mi vida es
maravillosa.
Empiezo por el segundo “seminario”,
que es el más largo, inferido en el mismo bienio en el que yo mismo –otro– me
avenía a –fingir– comenzar la carrera llamada Filosofía. Esa década argentina
–que mientras nosotros nos dedicábamos a subrayar a Cassirer o Vernant haciendo
la tarea– comenzó con el auge final del culto por Michel Foucault y terminó
intercambiándolo por el de su par Gilles Deleuze, que en la mitad de esos días
se lanzaba por la ventana (aquella desde la cual Descartes veía mecanos andantes)
y lanzaba al mercado su encantador manual sobre la filosofía, él único en su
larga carrera que la tenía por, grosso
modo, “objeto de discurso” general. Precisamente ahí se revelaba la función
filosófica del idiota –nombrado por vez primera por Nicolás de Cusa–, probable agente
histórico-vital de la antifilosofía, el primer gran esnobeador, el profano a boca
abierta, cuerpo celeste en lontananza, diletante patográfico, aguafiestas de
simposios o eremita de cuarto propio, el solipsista-para-todos, el que se
abanicaba no obstante en el vacío del más allá de la historia y las
matemáticas. El idiota tiene dos extensiones, dos vástagos sí peligrosos: el
loco y el imbécil.
Ofrezco mi artesaníaamanuense, ya que no hay en
5/8/12
25/7/12
23/7/12
La clínica del Dr. Nohay Cureta
Que
haiga verdad ¿nos preocupa? ¿Alegra acaso? ¿Asquea? ¿Entretiene? ¿Nos es
indiferente que nos sea indiferente? Sabemos de lo peligroso que es para el
viandante que circulen por la calle filósofos con signos de pregunta en las
manos. Tienen la forma de la hoz, la hoz de Martínez, la hoz de Stalin o bien
la hoz con la que cosecharán su siembra los adictos al bucolismo Heidegger. La
hoz de los bienes culturales, o –y– la guadaña de
La verdad no es pero que las hay las hay. Bien, ¿y?
La verdad es una operación, no un criterio o un juicio. Al
Doctor le interesan las operaciones. La tesis de que la “clínica” es patafísica
no me importa. No me importa que no me importe, apenas es cierta. O así suena.
La tesis de Julián Torma es que la importancia no tiene importancia. Otra es
que la muerte es irónica. La tesis de Carlos Argentino Cavallo[1], de
que la vida no tiene importancia, no tiene nada que ver ni con el ser-para-la
muerte (aquella canción de Sui Generis) ni con la santificación del crimen.
Tiene que ver con… [No se escucha].
La diferencia entre patafísica adrede e involuntaria tampoco interesa. A Badiou
le interesa el interés desinteresado, por ejemplo. ¿Suenan muy chapuceros, muy
chotos, sus conceptos? Interesa sí que Lacan decía que Platón no decía lo que
pensaba. Decía otra cosa, escribía otra cosa. No me importa si no nos vamos
entendiendo. ¿O sí? ¿Cuál es la importancia de que la relación textual no
exista? [...ablando por el Orto]. Lacan con el barroco o los patafísicos con el
chistín… hacen pedagogía de goma. Elastizada. El dadaísmo era más afecto al
ridículo, quedaba un poco más cerca del expresionismo, te quería gritar,
asustar: ¿quién dijo que no eran también pedagogos? La psicagogía, la
persuasión (peithó), se prodigan,
diseminan por todas las campiñas y redes de drenaje cloaco-mental. La pedagogía
es un estado de la mente, aunque la mente es una palabra horrible atendida por
sus propios dueños, los payasos de la analítica del lenguaje anglosajón; queda
bien nomás en un poema de Alberto Girri, al que pido que incluyamos en la lista
de aquellos a los que les será perdonada la vida por mi público. La pampa y la
pared son dos escuchas. Dos orejas sin cara. Puedo tipear sólo para ellas y
escribir los antifilosofemas más alegres esta noche. El límite es la
bambinización. El cu cu cu del lenguaje ferdydurkista. El niñito nischeano no
es el educando sino aquel sujeto por el cual el tal fuga de la paideia, aunque esa fuga se llame paidia, juego de niños. El autor del Poema del Ser de Parménides era Perinola
(Aira). Capaz –como se dice– que Platón tenía prurito patafísico, pretensiones
patafísicas. Que ambos –platónicos y patafísicos– sean tomados por cómicos ¿qué
es?: ¿cómico, trágico o x? Al “divino decir sí” de Nietzsche no le importaba
“salir del lugar de boludo”, estaba en otra: huía para adelante, la evasión al
revés, expansiva, de la llamada voluntad de poder o la agresión sin odio, ¡sin
esperanza! Hasta mañana. Mañana escribiremos sobre seguir haciendo el idiota
por escrito.
Hoy es
mañana. El subibaja que propongo es entrar al quinismo por el cinismo y al
cinismo por el quinismo y lo mismo salir. La víctima que pedimos como
receptor-lector se preguntará en sus afueras: ¿Soy cínico? ¿Soy quínico? El
otro subibaja es en cambio el que tiene de un lado a la antifilosofía y del
otro a la sofística. ¿Soy sofista o antifilosofo? (para preguntarlo hay que
impostar la hoz). No olviden estos ejercicios teatrales. No me olviden como
actor ausente. ¡Soy el autor! Volvamos, hijo, a Lacan, para salir lo antes
posible. Mi pregunta es por la antifilosofía porque me da gracia la palabra y
me gustaría titular a estas conferencias de la lora –de su khôra, concha: lejanía, hablamos por carta: curso por carta, ¿no?–
como ANTIFILOSOFÍA & CINISMO, ¿no está bueno? No versaremos sobre
sicoanálisis, esquizoanálisis, boboanálisis. Al dirigirnos al idiota… nos
dirigimos al idiota. ¿Por qué los franceses, no? ¿Por qué la cultura argentina
no dejó de ser nunca una parodia demasiado piadosa de la francesa (en forma de
recepción-comentario)? Porque la cultura francesa se hace cargo de los parias
del mundo y sus inescrutables pretensiones magnánimas: la megalomanía de los
codeados fuera. Señorones académicos y a la vez best sellers mundiales que hablan en nombre de los locos, los
esquizofrénicos, los oprimidos, los excluidos, qué loco. El sistema del saber
alemán va prendido al nazi-fascismo, el norteamericano-británico a la
democracia-capitalismo, los soviéticos se llevaron el marxismo. Los pobres
franceses despojados de sus colonias, reducidos por la guerra mundial se
desquitaron dándonos a los argentinos de comer su filosofía y su ciencia en la
boca. De un Imperio que fue a un Imperio que no fue (un francés, Malraux lo
dijo. Buenos Aires. ¡Buenosayres! La capital de un Imperio que nunca existió. Y
mi culo está apoyado en Rosario,
Intervención del doble de riesgo de otro filósofo:
… Si Platón no escribía lo que pensaba y el platonismo –según apunta Badiou– es el nacimiento y la muerte de la filosofía –en el mismo movimiento en que revela al uno– podremos conjeturar que estamos en un problema, embrollo. La filosofía vendría a ser ese suspiro histórico, ínfimo en sí mismo, cuyo marco fue una ironía. Hay un libro español dando vueltas por ahí dedicado a la tesis que sostiene que Borges era platonista. Y lo esperable era tomarlo por un partidario de lo que más o menos se puede llamar nominalismo, o tal vez por un empirista radical en la línea de Hume, con matices a veces llamados “idealismo”, v. gr. de Berkeley o Schopenhauer. De hecho Borges construía castillos platónicos de juguete que se presentaban como meros decorados; es el concepto de la “literatura fantástica”, una de cuyas ramas –en este caso presuntamente crecida de manera involuntaria– es eso que se oye como realismo, racionalismo: sistemas de proposiciones que llevan por cartel o señal de tránsito una advertencia que indica, a falta de verdad, que fueron liberados de su jerarquía de artificios o ficciones. Un platonismo de juguete, de mentirita, infantil. ¿Platón era borgeano? En realidad no quisiéramos entender; de todos modos: no entendemos… Nosotros, en situación similar, no escribimos tampoco lo que pensamos. ¿No queremos, o no podemos? ¿No es esa situación universal?... Curiosa ampliación platoniana de la “ironía” socrática. ¿Entraríamos en la región macabra y acaso transhistórica del cinismo “moderno”? ¿O se trata apenas de ese sistema piadoso de la mentira, mencionado en La República, inadvertidamente ampliado a la estructura misma del gran sistema, como si ya la metafísica platoniana operara de antemano como debía operar el Estado con sus súbditos? ¿Obraba Platón como obra el cristianismo, según los diagnósticos de S. Žižek en El títere y el enano? Nietzsche no se cansaba de enseñar que Platón era un mentiroso, vale decir: nos quería hacer creer lo que no es verdad. ¿Que encima no era lo que pensaba? (Derrida: siempre será imposible probar en sentido estricto que alguien ha mentido). En fin, la criptomancia no importa, es un plan de lectura… que continúe, que ocurra, o que ocurra su fin. El problema de todos modos es encontrar el grano. Si éste estuviera, bien, podríamos ir a él. Pero acá estamos. Estancados en seguir. Apenas pido no ser tan entendido. Al trabajo lo hago para mí. Ud. haga el suyo. El sistema de Platón tiene un componente de mentira, una dimensión de puros mitemas. No se lo puede leer al pie de la letra. O sea, Platón iba más allá de los Maquiavelos, de Platón mismo incluso, más allá de aconsejar la mentira en los casos pertinentes. Impunemente, mentía. En su esquema del mundo una parte es no sólo falsa sino un falso testimonio. ¿Se dedicaba, a la manera de Menard, a propagar las ideas adversas a sus preferidas? A los fines de Nietzsche, se lo puede despachar como un mentiroso integral dedicado a la fabulación de un mundo por entero falso. En los usos de Lacan, que coqueteaba con el platonismo, con la palabra ciencia, y peor con la palabra matemáticas, siempre en tren de confusionismo revelador y algo menos, que decía “Platón es lacaniano”, etcétera, la sindicación de un ejercicio de la mentira de parte de aquél se entiende de otra manera: Platón formulaba mentiras parciales, tramaba la mentira en medio de las verdades. En realidad, ni idea de qué quería decir el Astrólogo de París. Con estos muchachos estamos en un atolladero y no sabemos para dónde agarrar. Queríamos pasar por acá para poder pasar de largo. (Retírase por foro)
[1] Indudablemente
el mayor poeta de todos los tiempos.
22/6/12
¿Antifilósofo o qué?
Antifilosofía
quínica y antifilosofía cínica
Luciano es
un burlador profesional, un ascendiente de ilustrado burgués, “irónico
supercultivado” lo llama Sloterdijk, una suerte de positivista cuya empresa
general pareció ser ridiculizar el conjunto de costumbres y ritos sociales más
o menos irracionales, irreflexivos o hipócritas, en pobres, medios y ricos, en
todos los pueblos y naciones y en todas las profesiones y grupos sociales. El kosmopolites diogenesiano con él
adquiere otra dimensión: Luciano es –por su profesión misma incluso– un
viajero, a la manera –¿protoetnológica?– de tantos philosophes modernos, y también a la manera de las celebridades
culturales de ahora, dando conferencias desde cierta posición universal de un
lado a otro de la civilización. Observa no sólo los cortocircuitos entre la
ideología declarada y la vida privada de los intelectuales –individuos, sectas
o escuelas– sino la estulticia propia de los ritos y costumbres entre las
distintas tribus y guetos, la necedad de las prácticas religiosas populares o
regionales y la decadencia, envilecimiento e hipocresía de las escuelas
filosóficas. El gran enigma al que parece que no pueden terminar de responder
los historiadores y especialistas vendría a ser éste: ¿desde qué lugar? Quién habla, o sea quién era
Luciano, esto es qué valores representaba, asía. En qué medida era un moralista
y en qué medida era un bromista. En qué medida su crítica era una diatriba
hacia la plebe y los pobres diablos izada desde la moral del amo, fungiendo él como
una suerte de intelectual al servicio de las “clases dominantes”, y en qué
medida esa crítica era el despliegue de un sistema de valores ascéticos, una
filosofía. Luciano se dedica a mostrar la decadencia concreta de las escuelas
de pensamiento, sin saberse si lo que describe tiene una jerarquía apodíctica o
asertórica; no se termina de saber si quiere decirnos que los valores de las
escuelas filosóficas son impracticables o no son practicados. Si se critica la
inaplicación de ciertas teorías, ciertas teorías en sí mismas, o a la teoría en
sí y en cuanto tal. En cierta forma con Luciano se está, como ante Sócrates,
frente al átopos. Entonces, ¿era un
mayéutico-textualista o un sofista mercenario al servicio de la idea que
conviniera en cada caso?
El quinismo, que con Diógenes había nacido
como una suerte de vitalismo de los pobres, revulsivo pero alegre, anti-rebaño,
lúcido y genial, en la época lucianesca –según su propia semblanza– parece
haberse vuelto gregario y mórbido. Las cofradías quínicas que Luciano vitupera
tienen todo el aire de época del cristianismo primario, y parecen estar
embebidas de prácticas extrañas a los modos de la Grecia clásica, prácticas que
–parece– remiten a los mártires religiosos hindúes. Con Constantino empezaría
la cristianización del poder; pero en la época lucianesca del medio Imperio
romano, podrá decirse, lo que aparecía era –más modestamente– la paulatina
cristianización de la escuela cínica. Lo que Luciano señala es la doctrina
diogenesiana convertida en un populismo
y en una secta fanática pre-cristiana. Pero además hace otro tipo de denuncia:
los considera no meramente falsarios y mártires masoquistas, también
megalómanos y vanidosos cuyo fin señero es la fama y pasar a la inmortalidad.
En este sentido juega el papel del psicoanalista cósmico o salvaje de su época,
el portavoz del universal piensa mal y
acertarás; la infamia automática, la mala conciencia de su época. Viene a
cuento este párrafo de Sloterdijk al respecto, que podría servir para rever la validez de toda crítica: “Pero habrá
que seguir pensando que los hombres, en el enjuiciamiento de sus semejantes, no
aplican las medidas de su propio sistema de referencias, pues, en definitiva,
hablan de sí mismos cuando hacen juicios sobre los otros. De acuerdo con todo
lo que sabemos de Luciano, difícilmente se podrá dudar de que ha sido el ansia
de fama el sistema de referencia que ha desarrollado en buena parte su propia
existencia”. “Las similitudes con la
actualidad saltan tanto a la vista que no es necesario seguir el tema. Merece
la pena mirar en el antiguo espejo del quínico Luciano para reconocer en él una
fresca actualidad cínica.”
Sloterdijk y el quinismo tránsfuga
El apartado
dedicado a Luciano en la Crítica de la
razón cínica se llama “Luciano, el
sarcástico, o la crítica cambia de bando” y esboza su figura con reseñar
básicamente un solo texto lucianesco: Sobre
la muerte de Peregrino. El texto flota en la Red, no quisiera detenerme a
resumirlo, apenas saber que cuenta la vida y muerte de un cínico que se pasó
por un tiempo al cristianismo y a la profesión de ciertos hábitos ascéticos
hindúes y que decidió cremarse en vida y en público, y a quien se presenta como
un impostor en busca patética de reconocimiento y gloria postrema. En el
esquema de la Crítica de la razón cínica,
Luciano viene a ser algo así como la primera transfiguración evidente del
quinismo al cinismo en la historia intelectual. Impresionado más que nada con
la lectura de aquel opúsculo, Sloterdijk lo semblantea como “un ideólogo cínico que denuncia a los
críticos del poder ante los poderosos e instruidos tachándoles de locos
ambiciosos. Su criticismo se ha convertido en oportunismo, calculado según la
ironía de los poderosos que quieren divertirse a costa de sus críticos
existenciales”. En él el “impulso
quínico” sufre un “cambio brusco de
una crítica cultural plebeya y humorística a una cínica sátira señorial”.
Ahora, si estos nuevos quínicos guardan cierta fidelidad a la escuela
originaria, que no Luciano, éste en cambio conserva de aquella algo que estos
otros abandonaron. A diferencia de Diógenes y Luciano, estos nuevos filósofos
de la época lucianesca llamados cínicos son trágicos y serios. “Entre Peregrino y Luciano aparecen cambiados
los roles, pues en Diógenes sería impensable un gesto tan patético como
semejante heroica muerte voluntaria. Diógenes, y de esto podemos estar seguros,
habría tildado esta muerte de locura, y aquí coincide con Luciano, pues al quínico,
hablando literalmente, le corresponde la especialidad cómica, no la trágica, la
satírica, no el mito serio.”
En la época romana (Luciano nace en 125 y
muerte en 181 d. C., escribe en la época en que gobierna y escribe Marco
Aurelio) la filosofía cínica, el diogenismo, el “impulso quínico”, se bifurca:
por un lado una práctica existencial, por otro una satírico-intelectual. “La existencia de Diógenes se inspiraba en la
relación con la comedia ateniense. Ésta se arraiga en una cultura de risa
ciudadana, alimentada por una mentalidad que está abierta a la broma, al golpe
irónico, a la burla y al sano desprecio de la tontería. Su existencialismo se
asienta en un fundamento satírico. Totalmente distinto era el tardío quinismo
romano. En él se había dividido visiblemente el impulso quínico: aquí en una dirección existencial, allí en una
dirección satírico-intelectual.” Los “existenciales” vienen a ser aquellos
de los que el samosatense se burla, y los “satírico-intelectuales”, en
principio él mismo.
“Los quínicos
sectarios se habían aplicado con gran celo al programa de la vida sin
necesidades, al programa del «estar preparado para todo», al programa de la
autarquía; sin embargo, habían sucumbido, a menudo con una seriedad animal, a
sus roles de moralistas. El motivo de la risa que había devuelto la vida al
quinismo ateniense había llegado exhausto al quinismo romano tardío.” Se
habían vuelto una secta más bien de “marginados y menesterosos narcisistas” que
de “rientes individualistas”. “Los
mejores de entre ellos eran, efectivamente, moralistas de una peculiar
orientación ascética o suaves artistas de la vida que recorrían el país como
psicoterapeutas morales y que eran vistos con agrado por los deseosos de
experiencias fuertes, mientras que a los conservadores seguros de sí mismos les
resultaban casi sospechosos, cuando no odiosos.” “Pues bien, éstas son aquellas gentes frente a las que Luciano adopta la
posición del satírico y del humorista que originariamente les había
correspondido. No obstante, él ya no practica la burla quínica que ejerce el
sabio no instruido sobre los representantes del vano saber; su satírica es, más
bien, un ataque instruido contra los mendicantes moralistas incultos y
vocingleros, es decir, ejerce una especie de sátira señorial contra los
simplistas intelectuales de su época. Si los quínicos son los despreciadores
del mundo de su época, por su parte Luciano es el despreciador de los
despreciadores, el moralista de los moralistas.” El cuento termina así: “La carcajada de Luciano sigue siendo una
pizca demasiado estridente para ser serena; demuestra más odio que soberanía.
En ella está la mordacidad de alguien que se siente interrogado”.
18/6/12
DE PROFESIÓN NO-FILÓSOFO
“El antifilósofo debe ser perdido de vista, cuando
la filosofía ya ha establecido su propio espacio.”
Badiou
Cuando estudiábamos filosofía en Rosario en la
época del Gran Turco (una penuria de Humanidades para adentro y otra de
Humanidades para afuera) y éramos víctimas de calamidades de todo tipo
(partiendo de esas dos catástrofes base: el menemato y la filosofía –como tal
y x 2 como carrera–), estábamos conminados a padecer una serie de rigurosas
restricciones, una de ellas la lectura. Aunque no hacíamos otra cosa que leer, estaba
tácitamente prohibida. Se la sustituía por otra pasión, la taquigrafía. El
Dictado, obligatorio en primer grado, devenía en un voluntariado en pro de la
hipertrofia de muñeca. Si alguien buscaba esa carrera para escribir, estaba en
lo cierto: para llegar a escritor era el camino más largo; para grafómano: un
solo paso. De hecho, para ejercitarme, yo los fines de semana tampoco prestaba
atención a las conversaciones de borrachos con mis amigos, sino que las anotaba
en el acto, lo mismo con los arrumacos de mis enamoradas, llegando a
desarrollar un interesante sistema de notación simbólica de interjecciones y
onomatopeyas. Los manuscritos se pasaban en limpio, al calor de una Olivetti o
una 4-86 y en lenguaje gramatical, se leían en voz alta en repetición mántrica
a lo largo de la duración del dictado del curso y después de someter el
material decantado a las curiosas leyes de la nemotecnia, era devuelto a la
oralidad en base a técnicas de recitado. Todo esto, de toda suerte, se apoyaba
en una bibliografía que era un collage
de fotocopias. Este método servía para proscribir incluso a los autores de moda
–que eran un misterio siempre nombrado– e incluso a los obligatorios de cada
materia, que eran siempre los mismos: Platón, Aristóteles, Kant, Hegel. Se
hablaba de ellos siempre como si fueran celebrities
o mediáticos, pero se los tenía por presocráticos rezagados, ya que sólo
llegaban a nosotros fragmentos desdibujados y testimonios de testimonios. De
esta manera, un licenciado en filosofía por esa magna institución, era un
individuo que a lo largo de más o menos una década escuchaba la palabra Hegel más de cien veces por día, y que
había leído del autor que lleva por nombre ese término de dos sílabas, promedio
unas diez o quince páginas esparcidas en dos o tres de sus conspicuas obras.
Schopenhauer en cambio estaba prohibido de una manera mucho más terminante.
Intentar leerlo significaba pasar a la clandestinidad por un tiempo prolongado.
Esta era una práctica propia de los réprobos y con ella se ingresaba al Índex
de los Alumnos Crónicos y Sospechosos. Dos formas de procrastinación
contrapuestas: la procrastinación de lectura con la de título habilitante. No
obstante se podía tener acceso oblicuamente a algunos manuales que invocaban
parcamente su efigie. Sin embargo: ¿había alguna vez alguien siquiera escuchado,
a no ser por renegadísima y temeraria iniciativa propia, el nombre de un tal
Luciano, Luciano de Samósata? Luciano era un proscrito completo, y bien
merecido que se lo tenía. Ya demasiado y duradero problema tenía la institución
con domesticar a Nietzsche a fuerza de multitudes de comentaristas franceses a
jornal estatal. Aunque Badiou era casi un desconocido, su política, la
antiantifilosofía, rotulable bajo su lema de “perder de vista al antifilósofo”, era una práctica consuetudinaria.
Una costumbre. No hubiera podido ser de otra manera. Se diría que es el lema
sobre el que se yerguen los cimientos de la academia desde su origen, mucho más
que con el famoso precepto platoniano de la prohibición de la entrada a los que
no estudiaban geometría.
Luciano
fue quizá el primer antifilósofo sistemático, o al menos persistente, acaso
precedido por Aristófanes el tilingo y Diógenes el loco malo. Diógenes Laercio
había mostrado la ridiculez sublime de los filósofos, pero desde la perspectiva
naíf y piadosa de los paparazzi y del
fan; Luciano en cambio, mezclando a los comediógrafos con los cínicos, inventó
la sátira filosófica, llevó el sarcasmo diogenesiano de la performance a la
escritura, convirtiendo al “diálogo” –el género platoniano– de la seriedad a la
mueca. Si un antifilósofo puede ser sistemático, quizá Nietzsche o Lacan (que
puso de moda el término) lo fueron: no escribían sumas ni tratados, pero
crearon todas las condiciones para que a futuro otros lo hicieran por ellos.
Uno propiciaba el platonismo invertido, el otro era un intérprete de Freud a la
luz del estructuralismo y Hegel (dos maneras más que evidentes de platonismo).
Eran borrosos hacedores de conceptos, en cambio la antifilosofía de Luciano era
una actividad ligera, a la vez que visceral, que convertía el arte de acción
filosófica de los cínicos originarios en arte de la injuria –o más bien del
ultraje. En el corpus lucianesco se
leen las inconsistencias de las teorías consistentes, desde el punto de vista
de su infracción existencial. Una antifilosofía en estado salvaje. Porque en
definitiva la “antifilosofía” que descubre y describe Badiou, y a la que le
perdona la vida, es –sea psicoanálisis o platonismo invertido– una filosofía, a
la manera en que la “antipoesía” de Parra se organiza en poemas –ya que
estamos. La antifilosofía de Luciano es más bien la del no-filósofo (que no
significa el ignorante, obviamente). En los años de Sartre era el marxismo la
filosofía “insuperable”. En “nuestro tiempo” (para eso lo tenemos a Žižek
denunciándolo todo el tiempo) ese lugar lo ocupa el cinismo, con la pequeña
salvedad de que es más bien una no-filosofía. La no-filosofía como
antifilosofía tiene sin embargo su historia, su hagiografía filosófica. La Crítica de la razón cínica de Sloterdijk
la pone en práctica estableciendo una especie de dialéctica que escapa al
“semáforo” de doxa y episteme, la del quinismo y el cinismo.
“La
historia de la insolencia –dice– no es una disciplina historiográfica.”
Se puede decir que Luciano, en torno a la
filosofía, se dedicó full time a
llevar a cabo “la única crítica posible” en los términos de Nietzsche, sin ninguna
formulación sistemática y escondido, con las ambigüedades del caso, en los
personajes conceptuales de sus parábolas y diálogos. “La única crítica posible de una filosofía, la que demuestra algo, la
que consiste en ver si se puede vivir con arreglo a dicha filosofía, jamás ha
sido enseñada en las Universidades, que se contentan con hacer una crítica de
palabras con palabras” (Consideraciones
Intempestivas). En todo caso, Luciano se dedicó a mostrar cómo no se podía, o bien no se vivía, con arreglo
a. Cierto que no es un precursor de
En definitiva, la “antifilosofía” del abogado y charlista itinerante de Samósata se basa en la risa, en el acto de burlarse de los llamados filósofos. En este sentido, la antifilosofía podría venir a ser ese acto “diabólico” al interior mismo de la filosofía, habida cuenta también del apotegma que se encontró entre los cachivaches de Pascal (también antifilósofo, según albur de Badiou) que terminaron llamándose sus Pensamientos: “Burlarse de la filosofía es filosofar verdaderamente”.
Tenemos esas frasecitas aisladas que pueden servir para tirar toda una obra, evidenciar su inutilidad o impostura. Burlarse de la filosofía es filosofar verdaderamente. Teniendo en cuenta lo que dejó dicho J. Lacan sobre Platón: que escondía lo que pensaba, que escribía otra cosa. Por ejemplo, toda la obra, el sistematismo monótono, ese repitentismo creacionista de Badiou, ¿no será todo un gran bluff? ¿Una boutade lenta, larga, larguísima?
1/6/12
Sobre el sentido de la frase "es un escándalo"
En cuanto a la lengua muerta
deleuziana, si se sigue escribiendo a boca abierta, pero empleada como un útil
de la denegación más infantil, apenas se siente amenaza o interpelación
eventual por cualquier sentido suelto convertido en fantasma del éter: ¿qué
podríamos sobreañadir que prolifere avanzado sobre la tristeza de lo que es
necesario y obvio a la vez? Pierre Menard, lo sabemos muy bien, es el autor de
cualquier obra. Su “cuasi divina modestia”
no sólo era capaz de todas las ideas, se especializaba en una forma de
resignación irónica basada en la “transvaloración” autoinducida (…más tarde
tampoco lo explicaré). En cuanto al llamado escándalo, propósito central de la
actividad antifilosófica del cinismo antiguo –i. e. quinismo–, vemos
que sus condiciones contemporáneas son muy disparejas, lo que nos lleva a
pensar en la naturaleza, por decir así, del “quinismo de la cultura” o
“diogenismo del campo cultural (-intelectual-literario-etc.)” que hemos
formulado. Evidentemente, su última e improbable versión histórica fue el
sinuoso épater le bourgeois dentro de
la esfera del mundo del arte, y se trata del gesto de un tiempo muerto que no
parece poder volver. La burguesía –para el caso, sea lo que fuere– no se
escandaliza más con las gesticulaciones del campo artístico, por marginal que
fuere, sino que más bien las paga y promueve, o apenas si puede llegar a
percibir cierto escozor con aquello que no puede ser aceptado por el campo
cultural ni ser tenido por expresión artística; en cierto sentido la burguesía
es impenetrable o más bien no existe, quedando en su relevo un gran público, el
sentido común pequeñoburgués que oficia de moral patrón cuyo campo de acción
normal prefilosófico es el cinismo estándar; los escándalos acá son siempre más
impostados que reales, sean de cuño quínico o cínico sus efectores. Es al
interior de los ¡heteróclitos! nichos culturales (hiere la palabra) donde
pueden acontecer –aunque no donde se los señala y denuncia– modestos escándalos
secretos: allí, donde la moral suele articular un papel de inversión especular
respecto del exterior social general dominante, el “cinismo” –desde el punto de
vista externo– puede devenir quinismo (de la cultura), revertir su carácter. En
la siguiente entrega revelaremos aspectos descripcionales de ese cinismo que,
al contrario, en su operatividad de campo, es un quinismo. No es al burgués al
que hay que asustar, propone una propuesta, sino a su angélico doble de campo
–qué importa quién es en vida– que se cobija en los valores estables de la
cultura con expresar a viva voz lo contrario, imaginándose que versa en el
desierto o en el afuera animal del mundo. Son curiosos los accidentes que
prodiga el hipotético poder, haciendo aparecer el alma bella donde no tendría
jamás cabida. No se trata en sí mismo, como se imagina el biempensante a la
defensiva, de un experimentalismo microfascista, se trata –peor– de un
ejercicio dentro de una dimensión actual-discursiva, lectural, y lo que se
experimenta en todo caso no es del orden de lo afectual-subjetivo. El quinismo
cultural trabaja con las armas de su presunto enemigo, tergiversando dentro de
un mundo interno de valores invertidos. En definitiva: cómo lo que es cinismo
universal opera al contrario como quinismo en la cultura. Vemos que el mundo se
complica; es –fatídico– lo siniestro, si tuviera un nombre. Lo quínico puede
valer como cínico y viceversa, lo que en una esfera es tal cosa, en otra tal
otra; ese enrarecimiento puede ser el objeto de una “crítica de la razón
quínica”, lo que no se trata de una simple impugnación sino de una exploración
de sus condiciones de posibilidad. Si el microfascismo puede ser una
experiencia, eso es algo que competerá a la etología ética; pero no se trata de
la vida (fascista o no-fascista, filosófica o no) ni de una axiomática para la
acción social, sino de esa impolítica de los envíos-textales –lo
contradiscursivo–, inciertos acaecimientos del ton, el son y su sin. En el
próximo brindis versaremos sobre la relación entre Tanguito y Javier Martínez o
sobre la necesidad o no de disertar acerca de Brian Jones. Buen día.
30/5/12
Vida y obra de Nario Narváez
(Extracto)
Deslumbrado por la idea del “escritor sin
público” (D. Tabarovsky, Literatura de
Izquierda), N.N. albergaba en su corazón un grande proyecto: NO SER RECONOCIDO.
Este proyecto antisocial lo condujo al fracaso de su proyecto creativo, que
incluía en su haber un par de nouvelles,
unos cuantos cuentos y varios cuadernos de poemas y anotaciones metaliterarias.
Por mala que sea una literatura, estrafalaria o anacrónica, naïf o anómala, Kitsch o bruta, su no-consagración jamás es segura e inexorable.
Tampoco basta con no-delegarle al amigo más fiel (¡y menos al menos!) la
incineración de la obra, ya que no basta con escribir para ser reconocido como
escritor y hasta es posible serlo sin que nadie por completo conozca la obra,
incluso sin haber escrito jamás obra alguna. El reconocimiento llega de parte
de los otros como un gigantesco dedo condenatorio y repentino que un día ex nihilo lo señala: ¡Vos!... ¡Vos sois el más grande escritor
del barrio! N.N. había abandonado el fracaso autoinducido por considerarlo
una forma típica del exitismo estándar de malditos y póstumos, quemando su obra
completa entre los yuyales secos del jardín de su abuela, creyendo que de esa forma
se aseguraba el éxito de su proyecto –decirlo así, metaliterario, o peor:
antiartístico– (“NO SER RECONOCIDO”). No bastaba “la enucleación de la noción de ser, de la de
identidad personal y la de continuidad histórico-personal”,
el falso ideal borgeano de ser el hombre invisible, cómo desaparecer
completamente, el arte de la fuga, en definitiva consecuencias características
del destino social de la vida literaria. N.N. fue por más, puesto que no le
interesaban ya la marginación, el rechazo y la indiferencia sociales, sino sus
sucedáneos específicos del campo cultural. Por cierto que el virtuosismo del
fracasar en vida de los escritores ya estaba todo agotado en los casos
emblemáticos de un Pessoa o un Kafka, aunque el negocio del escritor secreto
–“el secreto mejor guardado de la literatura del barrio”– siguió siempre
funcionando como si nada. Para lograr su meta autística (que debemos en el caso
entender siempre como contraartística) era menester el secreto, pero en un
sentido por completo cabal e indefinido, porque el hecho de que alguien se
enterara importaba un peligro fatal. Es bien claro: el proyecto como tal no
tenía precedentes (al menos “reconocidos”), es decir que era punto por punto
original; más aún: ¡era genial! Pero, es evidente, de ser descubierta, esa
genialidad hubiese conducido su proyecto de “irreconocimiento” al absoluto
fracaso. De manera que N.N. decidió alejarse definitivamente de las sectas del
autobombo-mutuo (capillas literarias), de los medios y de la academia,
intentando así excluirse de toda eventual legitimación posible. Alejarse de la intelligentsia todo lo que se pudiese y
embrutecerse hasta decir basta. Hacerse pasar por un estúpido espontáneo, es
decir sin remisión ninguna a Erasmo, Dostoievski, Gombrowicz, Recienvenido,
Flaubert, El Quijote, ni ninguno de
esos. Y créanme, créanme que lo había logrado, si bien nadie, nadie es dueño de
su propia vida, y menos que menos de su propia vida después de la vida.
Siempre, en cualquier momento, pasadas incluso varias vidas, y sin que el
favorecido lo note jamás, podemos descubrir de una vez los signos
imperceptibles de la gracia. Todo iba bien hasta…
(En “Para escapar de Pierre Bourdieu”.)
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