(Extracto)
Deslumbrado por la idea del “escritor sin
público” (D. Tabarovsky, Literatura de
Izquierda), N.N. albergaba en su corazón un grande proyecto: NO SER RECONOCIDO.
Este proyecto antisocial lo condujo al fracaso de su proyecto creativo, que
incluía en su haber un par de nouvelles,
unos cuantos cuentos y varios cuadernos de poemas y anotaciones metaliterarias.
Por mala que sea una literatura, estrafalaria o anacrónica, naïf o anómala, Kitsch o bruta, su no-consagración jamás es segura e inexorable.
Tampoco basta con no-delegarle al amigo más fiel (¡y menos al menos!) la
incineración de la obra, ya que no basta con escribir para ser reconocido como
escritor y hasta es posible serlo sin que nadie por completo conozca la obra,
incluso sin haber escrito jamás obra alguna. El reconocimiento llega de parte
de los otros como un gigantesco dedo condenatorio y repentino que un día ex nihilo lo señala: ¡Vos!... ¡Vos sois el más grande escritor
del barrio! N.N. había abandonado el fracaso autoinducido por considerarlo
una forma típica del exitismo estándar de malditos y póstumos, quemando su obra
completa entre los yuyales secos del jardín de su abuela, creyendo que de esa forma
se aseguraba el éxito de su proyecto –decirlo así, metaliterario, o peor:
antiartístico– (“NO SER RECONOCIDO”). No bastaba “la enucleación de la noción de ser, de la de
identidad personal y la de continuidad histórico-personal”,
el falso ideal borgeano de ser el hombre invisible, cómo desaparecer
completamente, el arte de la fuga, en definitiva consecuencias características
del destino social de la vida literaria. N.N. fue por más, puesto que no le
interesaban ya la marginación, el rechazo y la indiferencia sociales, sino sus
sucedáneos específicos del campo cultural. Por cierto que el virtuosismo del
fracasar en vida de los escritores ya estaba todo agotado en los casos
emblemáticos de un Pessoa o un Kafka, aunque el negocio del escritor secreto
–“el secreto mejor guardado de la literatura del barrio”– siguió siempre
funcionando como si nada. Para lograr su meta autística (que debemos en el caso
entender siempre como contraartística) era menester el secreto, pero en un
sentido por completo cabal e indefinido, porque el hecho de que alguien se
enterara importaba un peligro fatal. Es bien claro: el proyecto como tal no
tenía precedentes (al menos “reconocidos”), es decir que era punto por punto
original; más aún: ¡era genial! Pero, es evidente, de ser descubierta, esa
genialidad hubiese conducido su proyecto de “irreconocimiento” al absoluto
fracaso. De manera que N.N. decidió alejarse definitivamente de las sectas del
autobombo-mutuo (capillas literarias), de los medios y de la academia,
intentando así excluirse de toda eventual legitimación posible. Alejarse de la intelligentsia todo lo que se pudiese y
embrutecerse hasta decir basta. Hacerse pasar por un estúpido espontáneo, es
decir sin remisión ninguna a Erasmo, Dostoievski, Gombrowicz, Recienvenido,
Flaubert, El Quijote, ni ninguno de
esos. Y créanme, créanme que lo había logrado, si bien nadie, nadie es dueño de
su propia vida, y menos que menos de su propia vida después de la vida.
Siempre, en cualquier momento, pasadas incluso varias vidas, y sin que el
favorecido lo note jamás, podemos descubrir de una vez los signos
imperceptibles de la gracia. Todo iba bien hasta…
(En “Para escapar de Pierre Bourdieu”.)
