12/5/07

Para Introducir a Marechal (2)

[Marechal según Sabat]




Leopoldo Marechal es pesado además de ser de otra época ya bastante ajena; es aburrido. ¿Quién se banca esos poemas a la patriA? ¿Cuántos terminaron algún día el Adán Buenosayres? No más que los que –en castizo o en english, terminaron el Ulises -. Esa idea de corresponder 72 horas de reloj de la vida de unos tipos con 800 páginas que descubrió Joyce cautivó a muchos un día y todavía hoy hay articulistas que siguen narrando su asombro obsoleto. Para ciertos nenes bian del canon todavía vigente – pienso en el desaparecido y anglicistoso Charly Feiling – Marechal es demasiado de mal gusto. Como retrógrado se vuelve…¡Kitsch!. ¡Oh, es la palabra santa! Y helo ahí, en esa posibilidad de emerger Kitsch a la lectura flagrante, resucitado para nosotros probablemente menos como narrador – como canonicidad novelística – que como fuente precursora de una nueva retórica para la actual indisciplina de las discursividades de la interdisciplinaridad teorética del hoy. Un curioso conservadurismo de las nuevas generaciones del filosofema y afines – esa mezcla clara de Foucault con Dolina que nuestra generación lleva adentro – lo hace invocable. La “caída de los grandes relatos” que narran esos espíritus trágicos de la universidad y la prensa de la cultura conlleva en el environment de nuestra chistosa llanura, en la atmósfera local de la argentinidad, un imperante espíritu de picardía. Metodológica picardía neocriolla. Hace unos 15 años Horacio González narró y delató la emergencia evidente de “la picaresca en las ciencias sociales”, y no cuesta decir que hoy, todavía con más fuerza, ese espíritu campea, reina. Nuestra metafísica in fraganti será una picaresca. Lo que hemos llamando hace algunos años hablando de Fernández (el que empezó): el Deconstruccionismo de la Cachada. El hálito macedoniomarechaliano en auge recupera el método de la cachada, y todo parece quedar en una atmósfera de befa apolillada, de chiste de viejo. El personaje que hacía Francella en la T.V. – un nuevo joven de ayer, como aquellos de Serú Giran en el 80, que se veía en blanco y negro en medio de un entorno naturalmente a colores - refleja bien la situación. La “cachada”, broma, mofa, es ahora la chanza, la joda, la gastada: la cargada. Es sólo uno de los recursos de la picaresca y de la picaresca cognoscitiva, teórica. Una imposibilidad de ser serios añadida a una imposibilidad de estar a tiempo, un retrazo inveterado, como aquel que ubicó Borges cuando describió la figura también menardiana del argentino extraviado en la metafísica (alguien condenado a llegar después y a repetir lo importado, pero con un plus liberador de ironía y paradoja, tradición del escritor argentino). Un modo neonacional-popular para la intempestividad, jocosa, acriollada, mansa. Y acá es donde fluye la fuente de Marechal entre nosotros. Porque Marechal, además, es bárbaro; además de haber sido uno de los poetas con más recursos técnicos en su tiempo, maleabilizador alegre de las tradiciones, es un prosista de la lengua argentina único. Es un narrador de argumentos con un estilo hechicero. La trama en sus novelas es nada, es apenas. Su prosa es una road movie benigna donde los personajes andan a través de sus ideas. Andanzas por las ideas y la ideología. Es épico picaresco y teorético por partida triple. Ahí Marechal aprovecha su pulsión de anécdota para – como dice la intelligentzia de hoy – bajar línea. En eso se parece más a Quevedo (Los Sueños) que a Rabelais, pienso.

Inventó dos figuras: el francotirador metafísico y el filósofo en pantuflas.

Marechal dijo que la Poética aristotélica estaba en plena vigencia, y ajustó su producto literario probablemente a ella. Sus novelas son prácticamente platónicas, diálogos; pero como narrados por Aristófanes. Incluso recuperó el escenario: el banquete; aunque prefirió relatar sus preparativos, la previa, como se ve en Severo Arcángelo. Salta a la vista por qué acaso hoy sean más los estudiantes de filosofía quienes lo leen que los de letras. Y no sólo los cordobeses, que suelen compartir con el viejo villacrespense esa pasión por el populismo reaccionarión y la fe medieval.

De Marechal siempre se cuenta la misma historieta que me hace acordar al personaje del Rap del Exilio de Charly que dice que “tenía un sólido futuro artístico pero - porque siguió a Perón – se tuvo que comer el bajón”. El Postergado-por-ser-Peronista.


Ernesto Sabato declamó: “Se le calificó de resentido, de vanidoso que pretendía ser genio, de engreído y hasta de tomista; como si compartir ideas de Santo Tomás pudiese ser motivo de desprecio”.
Se refería al ex compañero martinfierrista González Lanuza, que desde su nueva silla en Sur (Sur nº 169) lo excomulgó y tiró a matar. No era para menos quizá; con toda buena voluntad la gastada de Marechal pintaba a sus amigos de entonces como a una sarta de oligofrénicos con sobrante de genio. El Frente para la Victoria de Sur - a donde fue a parar todo el elemento envejecido de Martín Fierro reconvertido al conservadurismo avant la lettre- consecuentemente lo echó del Parnaso. Básicamente Marechal – como dicen los escritores peronistas- “había cruzado el Rubicón del 17 de Octubre”. “Yo debía reservar mi “seriedad” para la sustancia poética y metafísica de mi relato (¡con esas cosas no juego!), y usar el “humor” para lo restante, vale decir para los otros y para mí mismo”, dijo con la excusa de darse por incluido en la lista de los ridículos del Adán .


Como Picasso con la mano, Marechal con todo el ser quería tender como hombre a ser niño; un regresivo por estética. Fue maestro de primaria, y quizá a fuerza de contigüidad – como le pasa a muchas maestras – acarició un ideal infantil por contagio; o eso dijo. Marechal fue siempre joven sin necesidad de enajenar su alma al Diablo como Fausto anotó César Tiempo. Raúl Matera escribió que “se convirtió en el metafísico de la inmadurez de la Argentina”. En ese punto se podía arrimarlo a la figura bastante adversa de Gombrowicz, el gran teórico mundial y literario de la Inmadurez, narrador y diagnosticador encomiástico de la Inmadurez Nacional Argentina. Gombrowicz más que al Niño tendía al Pederasta; es otra cosa creo.


Y Marechal fue escatológico, o sea excrementicio y teologal. No como Artaud que relacionó al Ser con la mierda y prometió en un poema que no iba a cagar más; Marechal vive hablando de los órganos de la evacuación como los nenes pícaros, con malicia inocente, transgresor como una abuela piola. Marechal inmortaliza para el acervo nacional un puñado de anécdotas y frases sicalíptico-candorosas: “solemne como pedo de inglés”, “peer or not peer, that is the question”, o su conocido reclamo “Mis compatriotas no dejan de orinarse en mí”. Pero de alguien que fue ensalzado por Arlt Cortázar Sabato Viñas Murena etcétera etcétera cuesta creer que fuera un ninguneado, un deportado en casa, un olvidado de todos como lloran sospechosamente sus hagiógrafos. Se presentó como un querube pero pagó como justicialista, lo mismo que sus adversarios a su tiempo. No basta el desprecio de Borges para tanto. Del inspector de aves y huevos escrachado como “Luis Pereda”, un neonacionalista ridículo de Adán Buenosayres. Hoy ya todos somos lo suficientemente gorilas y peronistas al unísono como para comenzar a leerlo al margen.

Para algunos la mezcla marechaliana literatura filosofía, novela y saberes, fue buena (como Cortázar), para otros mala. “Marechal retrata mucho mejor a los que quiere que a los que detesta” anotó Julio F. Cortázar. El “humor angélico” decía el propio Leopoldo, “la sonrisa de los ángeles ante la locura de los hombres” que sin embargo – parece – afectó a varios. Si existieran los opuestos en estos casos, los personajes de Arlt – “locos místicos” como los de él, según escribe alguien - serían el opuesto de los de Marechal: no hay sonrisa de Dios ante la locura de Erdosain o el Astrólogo. No son ridículos, ni se salvan por arriba uniéndose con ninguna gracia divina. Creo que ni Marx los salvaba (mal que le pese a Larra). “El Juguete Rabioso” también es una obra de picaresca; pero bodeleriana, no rabelesiana; cínica y no católica.


Simpatiza Marechal, pero – en última instancia, hay que jugarse – no cambio una locura de Remo Erdosain, por diez de Samuel Tesler.

Macedonio – contra Arlt o Marechal, podríamos decir - detestaba la literatura de “personajes locos”; propuso a cambio “la escritura loca”, antecesora inmejorable de Derrida. El genio metafísico de Marechal también fue sintáctico, aunque su escritura quizá no llega a loca; deja como Arlt la locura a los personajes y a la escritura un espíritu no médico pero sí redentor. “La cura milagrosa” dice.

“Te envidio tu alegría y tu emoción – le escribe Arlt -. Que te vaya bien.” Y da una definición buenísima en esa misma carta, que le dirige en 1939: dice que leer su poema “El centauro” le dio una impresión extraordinaria: “La misma que recibí en Europa al entrar por primera vez a una catedral de piedra”. Popper – recuerdo – escribió que la ciencia era como una catedral de objetiva. Popper, como demostré en otro escrito, también era un teólogo, secular-cientificista, y un peronista epistemológico, como Bunge y Hegel. Hombres que más se inclinaron al lado de la Verdadrealidad con mayúsculas que al de la paradoja, que no comprendieron que de todo arriba se sale por el laberinto.

Alguien escribe que los tres dones de Marechal fueron: “la gracia poética, el del humor cristianamente optimista, y el de la trascendencia metafísica”. En cambio Noé Jitrik – el único que aparece en la antología que comento con un artículo que no contemporiza al ras de lo escrito por él – reconoce los tres prejuicios que atentaron contra su obra: “los prejuicios católicos, los prejuicios nacionalistas y los prejuicios personales” (Contorno, 1955).


Marechal no creyó en la indignidad de hablar por los demás como Gilles Deleuze: dijo que un poeta es verdaderamente un poeta cuando se convierte en la voz de su pueblo, “cuando dice por los que no saben decir y canta por los que no saben cantar”. Marechal escribió que no existen escritores no comprometidos; los traidores se comprometen con la traición que perpetran. Él dijo que estaba comprometido con el Evangelio de Jesucristo “cuya aplicación resolvería todos los problemas económicos y sociales, físicos y metafísicos, que hoy padecen los hombres”.


El “Hombre Nuevo” de Adán Buenosayres no es el de Boedo, un marxiano que traía las buenas nuevas del Planeta Rojo; traía las del Otro Mundo; es el original de los Evangelios versión, si se quiere, protonacionalpopular. No se trata del “Evangelio del No-Creer” del maestro; Adán como el Hombre que Está Solo y Espera, cree en creer. Y un reparo: Marechal no demostraba a Dios; dijo que la demostración es indemostrable. Optaba.

Fue uno de los mejorcitos de Martín Fierro. Después Sur y otros golpistas lo proscribieron por esas razones del corazón. En los 60 Viñas y los de Contorno y otros lo hicieron resucitar. Con la tercer oleada de Perón en los 70 volvió a volver, y a desaparecer, dicen. Hoy entre Lamborghinis o Dolina o el estilo parauniversitario-socioperonista tipo Horacio González, acaso encuentra otra cierta legibilidad.

Cuando calla el paper – el gran tirano idiota del discurso especulativo actual -, cuando el “discurso universitario” se enrarece, y a la vez, cuando el medio se cansa de integrar a los apocalípticos, de la voz cansada de los extremistas – ex materialistas dialécticos, esquizoanales o búhos cualesquiera – la fuente antigua del marechalismo vuelve a fluir.










(Las fuentes de este artículo son, “Leopoldo Marechal homenaje”. Corregidor . Bs. As. 1995. Compilación notas cronología y prólogo de J.J. Bajarlía, “La novela experimental: Marechal” de Capítulo, todo lo que anda por Internet , y textos viejos varios de quien se atreve a suscribir)



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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