12/5/07

Para Introducir a Marechal



Con el número 2 nace la pena

Ayala





La cultura francesa tiene –según parece – su pornografía teológica, su pornoteología. Según Deleuze, el pornoteólogo es Klossowki. En la Argentina a veces somos más pacatos, nos tenemos que conformar con tener a cambio a Leopoldo Marechal, nuestro pornoteólogo criollo. Peronista teológico y precursor de las malas palabras impresas, abuelo de Lamborghini, que puso a Dios en lo Inconciente, o sea cambió Tomás de Aquino por Lacan, y dejó a Artaud Miller y Genet como nenas de pecho. Nada de Sade en este caso; en realidad a Marechal – parece – lo autorizaba Joyce en este arte de lo bajo; su propósito, se dice, era hacer un Ulises pampeano. Lo bajo marechaliano – las puteadas de Tesler y todo eso – son una condición necesaria para su teodicea. El porno naif de Marechal es el punto de arranque de su ascenso al transmundo que lo alucinaba.

Daré algunas imprecisiones introductorias, como puntapié inicial, para habilitar un foro de problemática marechaliana (Reír acá)

La literatura de Leopoldo Marechal además de ser literatura es un discurso general de y sobre epistemología y antropología filosófica. En lugar de la materia, la estructura, los sentidos, el paradigma o el ideal de una realidad diferida por la falibilidad del aparato teórico, Marechal pone dos cosas – sólo una macedoniana –: la mujer – su esposa -, y Dios. Su “Cosmogonía Elbitense” deschava una “mística de la materia” como imperante ideologema de facto y principio del universo fisica(pita)lista que él contradice: “la`medición´es la Teología de la materia”. Gesto posmo del conserva Leopoldo Marechal: el positivismo es ontoteológico. Y así como hizo famoso un “yoísmo al pedo” para contrarrestar al “almismo ayoico” que se le ocurrió a Fernández en el 28, acá saca del origen al Psiquismo Universal que se le ocurrió otro día a su maestro en un poema y lo pone en medio de un cosmos tripartito: un “Mundo Intermedio” ubicado entre el Mundo Espiritual (su antecedente) y el Mundo Corporal (su consecuente) – así dice - . “Se lo puede concebir como una psiquis o psiquismo universal, un anima mundi en analogía con la psiquis humana”. Habla por ejemplo de una “fantaciencia”, acusa a la “ciencia” de metafísico-mística, de encontrar ad extra lo que los místicos buscaban ad intra. Un Heidegger cristiano.

Lo legendario es más verdadero que lo histórico escribe Marechal. De ahí dos cosas: la novela como epopeya – donde se puede distinguir la distancia entre el intento de Adán y el Museo de la Eterna, ejemplo – (“una epopeya de la vida contemporánea” y específicamente una “Argentopeya”), y la filosofía y el saber organizados a partir de una metodología a lo Diógenes Laercio. Tesler es un Diógenes canino del ultramundo; pero Marechal es un Diógenes Laercio ontoteológico, casi con método y objeto. Igual que la risa, para Marechal lo legendario y la epopeya tienen una meta unitiva: unir por arriba lo que por abajo está separado. Abajo para Leopoldo Marechal es lo político lo social lo económico lo sexual lo mortuorio. Arriba Dios vía sublimación monogámica y arte pro metafísica. Una metafísica como forma de acción dice Marechal con aires de pragmatista de parroquia.

Ni la conversión platónica, ni la subversión presocrática, ni la perversión estoica, ni la inversión nischeana. Quizá lo que hace Marechal es divertir el platonismo. Sublimidad y ridículo, son los temas marechalianos que interesan, pensando un marechalismo invertido que podríamos lograr. Introduce lo soez pero en forma de picaresca, y en la dimensión de ciertos personajes, vistos en el fondo piadosamente. Lo convierte en ridículo y lo eleva por lo sublime. Así la Iglesia y el Ejército – cuya conocida historia argentina es evidentemente matadera – pasan en un fondo de ternura e hilarismo y por ese estado mínimo de maldad de su picaresca y sus “malas palabras”; lo que desde otro punto de vista hubiera sido solamente terror. “Malas palabras” “por necesidad” no “por gusto” dice.

Marechal hablaba de las “coincidencias” de su novelón con el de Joyce; pero hay muchos que sospechan con otros términos que podrían ser apropiación, adaptación, importación. Pero el viaje homérico de Joyce y su personaje es un divague atomizador – dice Marechal –, un turismo divertido sin “intento metafísico”, sin fines; el de Adán todo lo contrario: ontoteoteleológico y con yapa transmundana. Joyce para Marechal es dispersión vacía de la letra. Para marcar la diferencia con su precursor, para contrarrestar a Joyce (ya que muchos lo ven como un Joyce macedoniorabelesiano) cambia la Letra matadora por el Espíritu vivificador, o sea los Evangelios. Cristo y las esencias, no Mallarme. Como todos los vanguardistas argentinos que fueron sus compañeros – o casi todos salvo uno o tres – supo jugar también para la retaguardia. Entre clasicista y vanguardista, y entre católico y pobre y popular, Marechal encuentra una tercera posición: un cierto neobarroco churrigueresco que alguno llamará el estilo peronista. Esto le dio la evidente aureola de haber devenido en las intermitencias políticas del país un poeta maldito y bendito por turno. Incluso dentro del amplio cosmos peronista podría caber tanto entre los montos como entre la pesada isabelista. Que un chico-Martín Fierro terminara peronista no sería tan raro dado que la mayoría de los martinfierristas fueron – omisamente o con proselitismo – adeptos de Yrigoyen. Todos los ahora “clásicos” que comentamos hasta el automatismo pertenecieron al fantasmal “Comité Yri
goyenista de Intelectuales Jóvenes”: Arlt Borges Macedonio – el viejo joven – y todos los demás incluido Marechal componen el yrigoyenismo del lenguaje y el saber que fue – es, mejor – el canon por lo pronto triunfador. Destino peronista de la vanguardia pero también destino católico y metafísico, y en esto último no fue único, bien que la metafísica borgeana era sofística, o una patafísica elegante, y ésta no por cómica dejaba de ser platónica. En vez de Deleuze-Badiou podríamos ofrecer la adaptación telúrica Borges-Marechal para la reyerta de moda entre platónicos y opositores.

Acá puedo introducir un comentario adverso del filósofo Jaime Barilko:


“El Banquete se zafa del metafisismo de Marechal. Es pura creación. Pura invención. (…) El Banquete, originariamente platónico, se ríe en la cara de Platón y de la metafísica, y de la física, y de todas las creaturas de la cultura humana. No por negatividad, sino por mero juego intelectual de antítesis floreciente y de ironía descollante. El lenguaje es aquí, en consecuencia, el pricipal protagonista. Banquete del lenguaje libre, fluyente, pícaro, intelectualoide, barroco, quevediano, gongórico, lunfardesco, siempre espontáneo sin amarras, sin planificaciones metafísicas reguladoras. Broncíneos acentos. Vanitas vanitatum. Pero no dice nada. Así como las aventuras son estrictamente caminos que no van a ninguna parte. El rumbo sin rumbo.”


El señor Barilko – se ve – le hace la misma crítica que él a James Joyce: words, words, words. ¿O es que en El Banquete Marechal se libera del peso telésico-ontológico que le cargó a Joyce en la novela anterior? Y nos amarga al final Barilko: “no conviene filosofar en torno a una obra afilosófica”.

Mejor es el concepto – al final parecido – que daba de Marechal otro filósofo teófilo, su colega el padre Castellani: le llamó “primer gran filósofo”, y también “charlatán erudito y zafado”.

Aquel pornoteólogo citado marras hoy figura en ficheros filosóficos: ¿por qué no vamos a hacer lo propio con Marechal nosotros? O ¿qué otra cosa se puede hacer?

Se sabe: la Argentina no tiene una riqueza filosófica. La filosofía primero sucede como tragedia en Europa; después como farsa, en la Argentina. El esplendor filosófico argentino se encuentra en su parodia. La senda argentina del platonismo invertido es el retorno a la caverna, a las grutas. El grotesco.

Marechal, nuestro abuelo platónico, mostró el derrotero normal del platonismo: el grotesco como a quo. No fue un “aviador de piso” como Macedonio Fernández se decía a sí mismo; fue un barrilete cósmico como decía Víctor Hugo. Su grotesco compasivo y angélico narra lo ordinario y terrestre como estado de cosas inicial, como planta baja, del viaje por el ascensor platónico.









-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...