1
De
Chesterton sorprende su arte de argumentar, a veces insólito, otras excéntrico
–porque puede haber excéntricos de derecha, católicos, ortodoxos–. Arte de la paradoja,
si por paradoja se pretende a la opinión que va en el sentido contrario de la
usual –contrasentido, para-doxa. No debe de haber habido nadie más alejado de
las formas consabidas de la argumentación filosófica y de la argumentación
científica; pero tampoco nada lo asemeja a la argumentación dadaísta, ni a la
asociación libre con referato en el inconsciente freudiano que ensayaron los
surrealistas. Lo suyo es un nonsense
argumental enteramente consciente. Pero eso se parecería bastante al humour, al humorismo, que no era en
general su fuerte o su fin. No es su especialidad hacer gracia o gracias (I never in my life said anything merely
because I thought it funny); mejor sería proponer que formula argumentos en
estado de gracia -en estado de gracia los argumentos, no el eventual sujeto del
autor. Las analogías y ejemplos de sus demostraciones ponen a uno al borde de
un limbo, entre homeostático y confuso. Parecen geniales y caprichosos, y aunque
parecen carecer de asidero y verosimilitud, producen un convencimiento efímero.
Al leerlo queda más la sensación de enamorarse de su método, que la de que
tiene razón. Cada ejemplo da la impresión de no tener gollete; testeados en
conjunto tal vez no produzcan convicción, pero en el mejor de los casos
siembran duda. Las ventajas de la ortodoxia o del cristianismo que diseña son atendibles,
probables; lo que constituye un hecho es la delectación de su estilo
apodíctico, o el caer rendido ante su inteligencia insostenible; pero en el
fondo ileso. “Fantásticas aventuras en
busca de lo evidente”, escribe el traductor; pero al ir al original más
bien se lee “elefantinas aventuras en
persecución de lo obvio” (elephantine
adventures in pursuit of the obvious). Chesterton propone, en todo caso,
llegar a “lo obvio” por lo aparentemente estrafalario, ridículo o ilógico: “haciendo derroche de audacia” –como transcribe
el traductor mejorando al autor–, pero para descubrir –dice el autor– lo que ya
había sido descubierto antes.
Soy el hombre que haciendo
derroche de audacia, descubrió lo que ya había sido descubierto.
El hombre contemporáneo, procurándose
placeres perdió el placer principal que es la sorpresa, escribe. Podría decirse que la retórica de Chesterton
tenía por fin la provocación a través de cierto uso prestidigitatorio de la
sorpresa en el nivel del discurso o del razonamiento. Hay un modelo discursivo
de perfección, de felicidad, de beatitud en él: los cuentos de hadas. Desde ahí
argumenta y concibe el ensayo, ergo, como un cuento de hadas de las ideas. Si
uno puede seguir fiándose de las categorías de Badiou, acaso dirá que su estilo
epidíctico se asemeja a la antilogía del sofista, con la salvedad de que su fin
es confrontar a –lo que se me concederá llamar– la episteme con una verdad
externa, con la verdad operativa, utilitaria o ética de la ortodoxia y la
eventual verdad teológica u ontológica del cristianismo. Cerca de los sofistas,
Chesterton no parece comprometerse en operar por dentro de lo filosófico, ni
hay mayor patetismo ni lucha interna en su escenificación discursiva, y aunque no
le escatima a la apelación autobiográfica, dista de ser un atleta de la vida
dura. Es más bien un atleta de los argumentos vaporosos –el “desatino”–, de la
rarificación por la obviedad misma –atleta significa asceta. Es un asceta del
júbilo. También es, llegado el caso, un antiaristotélico: propone mantener el thaumazein –el presocrático asombro
iniciático– como una eventualidad permanente. Ortodoxy comienza con un prólogo autobiográfico y confesional. Ahí
declara algo bastante borgesiano –si es que no conviene decir gorgiasiano–,
pero en medio de una afirmación antinischeana, si por esto hay que entender a
toda voluntad de verdad.
One searches for truth, but it
may be that one pursues instinctively the more extraordinary truths.
“Uno
busca la verdad, pero puede ser que uno persiga instintivamente la verdad más
extraordinaria.” A continuación anota que dedica el libro a la “alegre
gente” que detesta lo que escribe y lo toma por una pobre payasada o broma. Si
es una broma lo es contra mí mismo, dice; nadie encontrará mi caso más ridículo
de lo que yo lo encuentro, ni nadie podrá acusarme de querer tomarlo por un
tonto. I am the fool
of this story.
…I offer this book with the
heartiest sentiments to all the jolly people who hate what I write, and regard
it (very justly, for all I know), as a piece of poor clowning or a single
tiresome joke. For if this book is a joke it is a joke against me. I am the man
who with the utmost daring discovered what had been discovered before. If there
is an element of farce in what follows, the farce is at my own expense; for
this book explains how I fancied I was the first to set foot in Brighton and then
found I was the last. It recounts my elephantine adventures in pursuit of the
obvious. No one can think my case more ludicrous than I think it myself; no
reader can accuse me here of trying to make a fool of him: I am the fool of
this story, and no rebel shall hurl me from my throne. I freely confess all the
idiotic ambitions of the end of the nineteenth century.
“Confieso
libremente todas las ambiciones idiotas de finales del siglo XIX”, así se
cierra el párrafo citado (curioso que el traductor de la versión de Porrúa que
uso, y circula en la Web, omita el fundamental idiotic). Ahora podemos sospechar que este hombre que se declara un
tonto irrisorio, que no trata por tal a su interlocutor, que se asume momentáneamente
en el rol del bufón, es nomás un parresiasta (I freely confess) aunque con todas las dotes retóricas de un
sofista; pero que en vez de buscar el discurso más extraordinario, a la manera
de Gorgias, buscando conscientemente la verdad busca “instintivamente la verdad más extraordinaria”. ¿Tenemos a un “anti-philosophe”? ¿O es el caso nomás de
un art brut de la teología?
“Yo
traté de fundar mi propia herejía, de encontrar una para mi propio uso, y
cuando la ultimaba descubrí que no era sino la ortodoxia”, se lee sobre el
final de esta introducción. Cierro con cita del final del último capítulo,
llamado “La autoridad y el aventurero”:
Solamente desde que conocí la
ortodoxia conocí la emancipación mental.
2
He aquí un quid de su arte, acaso a
mitad de camino entre la sofística y la antifilosofía: opone la verdad a la consistencia. Su hombre bueno y valiente es el
hombre común (the ordinary man) y su
contraejemplo el hombre lógico y racional cuyo amparo es la ciencia, el hombre
propiamente moderno: el científico, el filósofo, el ateo. Éste está loco y el
otro es cuerdo. Es cuerdo porque es contradictorio y místico (when
you destroy mystery you create morbidity), porque tiene un pie en la tierra y
otro en el país de las hadas (fairyland),
porque a diferencia de los otros se permite dudar de sus dioses, pero también
se permite creer. “He has always
cared more for truth than for consistency.”
Siempre se ha preocupado [el hombre ordinario] más de la verdad
que de la consistencia. Si vio dos verdades que se contradecían mutuamente,
tomó las verdades y la contradicción junto con ellas.
La idea de locura de Chesterton es bastante famosa (una boutade más, así podemos llamar a sus
ideas, cuando no a las ideas en general: lugares comunes, verdades parciales).
Dice que es la razón y no la imaginación quien la propicia. Enloquecen los
ajedrecistas y los matemáticos, pero rara vez los artistas creadores, dice: “en ningún modo ataco la lógica: sólo digo
que el peligro de la locura reside en la lógica, no en la imaginación”. Poe
estaba loco no por poeta sino por analítico.
El poeta solo pide meter su
cabeza en los cielos. Es el lógico quien busca meter los cielos en su cabeza. Y
así su cabeza se parte.
El secreto de ese misticismo, del que carecen el racionalista
científico y el filosófico, radica en que el tipo común que hace uso de él
puede entenderlo todo con la ayuda de lo que no entiende (that
man can understand everything by the help of what he does not understand). El mensaje de Chesterton, más o menos
entre líneas, es que la ortodoxia en general y el cristianismo en particular
son ventajosos, más que verdaderos. Lo son porque promueven un tipo de vida, o
de actitud ante el mundo y las cosas, que es preferible y más saludable. Cuando
el perro de paja es el pragmatism, su silogismo es gracioso:
Estoy de acuerdo con el
pragmatismo en que la aparente verdad objetiva no lo es todo; en que existe una
legítima necesidad de creer las cosas que son necesarias a la mente humana. Mas
yo agrego que una de estas necesidades, es precisamente la de creer en la
verdad objetiva. El pragmático aconseja al hombre creer lo que se debe creer y
no preocuparse de lo Absoluto. Pero precisamente una de las cosas que debe
creer es lo Absoluto. Por cierto esta filosofía es una especie de paradoja
verbal. El pragmatismo es una cuestión de necesidades humanas y una de las
primeras necesidades humanas, es ser algo más que un pragmático.
Chesterton escribe que el pragmatismo es
un método que usó y que debería defender en todas partes como preliminary guide to truth, rechazando
su aplicación extrema, que es la suposición de la ausencia de cualquier verdad.
Contra el sofista esquemático que garabatea Badiou, en Chesterton “hay verdad”,
y contra el “antifilósofo” del mismo Badiou, esa verdad no se vincula con el
cristianismo sino que es el cristianismo, y se desvincula de la filosofía, si
bien repite varias veces que él como cristiano es un racionalista que justifica
intelectualmente sus intuiciones. Aunque sus adversarios son los darvinistas,
pragmatistas, positivistas, escépticos, agnósticos, etcétera, lo podemos tomar
ahora como al antagonista avant la lettre
del posmodernismo, si es que posmodernismo significa algo más que el straw man o chivo expiatorio con cabeza de turco de los moralistas mediáticos de izquierda y derecha (bandos que
siempre fueron lo mismo).
Se entiende que Žižek
lo haya usado de escudo. Chesterton diagnostica en el buen burgués
liberal-cientificista de su época, en los grandes cerebros librepensadores,
racionalistas y progresistas, todos esos males ahora consabidos que la derecha
y la izquierda (dado que para aplaudir hay que usar ambas manos) señalan acá y
allá en esos eternos adolescentes, irresponsablemente muertos-vivos, a los que
consideran las víctimas-verdugos de la pandemia posmoderna nihilista o cínica. ¿Pero
es posible convertir a Chesterton en un leninista-hegeliano afrancesado? ¿Transfigurar
a Lenin y a Hegel en entidades feéricas? Si el materialismo dialéctico es el
sucedáneo de la Iglesia: ¿no convendría mejor volver a Cristo y Pablo que a
Marx y Lenin? De hecho: ¿no es lo que está sucediendo en el mundo? ¿No ha
venido el Papa Peronista del Fin del Mundo a eso: a devolver a los ex
posmodernos y actuales budistas multiculturales al seno de Nuestro Señor?
¿Tiene entonces más vigencia Chesterton que el mismo Žižek?
El reciclado de Žižek,
su decisión de soplar el polvo que descansaba sobre los vastos tomos del
panfletista inglés, ha tenido el preciso objetivo de codear fuera a Nietzsche y
poner al antedicho como un sustituto posible que funciona completando a Hegel. ¿Advendrá
una nueva generación de chestertonianos
de izquierda, materialistas y antidemocráticos?
3
Contra el superhombre, Chesterton propone
la humildad; para que el mundo de uno se agrande, hay que empequeñecerse. “It
is impossible without humility to enjoy anything –even pride (sin
humildad es imposible gozar de nada; ni aun de la soberbia).”
“Torquemada
torturaba físicamente a las personas en aras de la verdad moral y Zola tortura
a la gente moralmente en bien de la verdad física.” Pero por lo menos en la
época del primero existía un sistema que permitía que la rectitud y la paz se
besaran, agrega. En tales salidas chestertonianas se detecta la fuente en la
que se bañaba de inspiración su émulo más furioso por estas pampas, el Dr.
Ignacio B. Anzoátegui, quien las reprodujo y multiplicó paranoicamente y hasta
el hastío.
El peor de los escépticos es el que cree que todo comienza en sí mismo, escribe
Chesterton; aquel que no descree solamente de los ángeles y demonios, sino por
igual de los hombres y las vacas. Ahí ubica a Nietzsche, al quien toma por un
cantautor del egoísmo –lectura de época que hoy, que el textualismo y la
historiografía suelen tapar los bosques, parece al menos imprecisa, aunque a
los fines de su crítica no lo era ni lo es–. La serpiente que se come la cola,
dice, es un animal degradado que destruye hasta su propio ser. Contra el
círculo, la cruz. Uno representa la razón = locura, la otra simboliza al
misterio = salud. Al predicar el egoísmo, Nietzsche predicaba el altruismo,
porque –escribe misteriosamente– predicar algo es renunciar a ello (to preach anything is to give it away: deshacerse
de, traicionarlo, tirarlo a la basura). Así la adoración de la voluntad deriva –como
entendió Schopenhauer y desentendió Nietzsche– en la negación de la voluntad.
La siguiente cita me recuerda las cavilaciones de Sloterdijk sobre el asunto del “endurecimiento” mundial –ese filósofo que empeñaba su filosofía en “crear hechos suaves”– o a la canción en la que Rorty pide a los poderosos que ablanden su cuore (claro que el ortodoxismo supone una excomunión en bloque de quínicos y cínicos a la vez, salvo que esos quínicos en vez de provenir del Cabaret Voltaire, o venir de escuchar en YouTube a Joy Division, sean émulos del de Asís o ascetas crísticos cualesquiera):
Thinking in isolation and with
pride ends in being an idiot. Every man who will not have softening of the
heart must at last have softening of the brain
(Pensando aisladamente y con
orgullo, se termina por ser un idiota. El hombre cuyo corazón no se ablande,
acabará con los sesos reblandecidos).
Nietzsche es “el superhombre aplastando al superhombre en una torre de tiranos hasta
que el universo quede demolido por diversión. Pero ¿queremos un universo hecho pedazos por mera
diversión?” (superman
crushing superman in one tower of tyrants until the universe is smashed up for
fun. But do we want the universe smashed up for fun?).
Se dirá que Chesterton la va en definitiva
contra la hybris, la gran hybris moderna del sujeto cartesiano y
de la ciencia: el mono evolucionado de pipa y gafas o la bestia fáustica cuyo
único corolario es la afasia, la anomia, la vida catatónica, y su otro lado la
desesperación permanente. Evocando a Nietzsche, con Chesterton podría decirse
que el posmodernismo es el escepticismo para el pueblo, el agnosticismo del
pueblo (si por pueblo, en todo caso y más bien, se entiende a la pequeña
burguesía ilustrada). Como dándole letra a Badiou, escribe que son los falsos
revolucionarios, new rebels o modern revolutionists que no pueden
proclamar nada porque dudan de todo, se fastidian inmediatamente de la institución
y doctrina que proclaman, se la pasan socavando sus propias minas, y al rebelarse
contra todo, pierden su derecho a rebelarse contra algo. Es un hecho que
hacerse el punk y leer a Chesterton
son costumbres inmiscibles (¿or a way to
undermine the own mines?). Ese hombre, antes sin dios y progresista y ahora
posmoderno, como aquel sujeto camaleónico que describía Aristóteles no me acuerdo
dónde, “no tiene lealtad y por eso no
puede ser nunca un revolucionario”. Como político va a decir que la guerra
es una pérdida de vidas y como filósofo que la vida es una pérdida de tiempo.
A man was meant to be doubtful about himself, but
undoubting about the truth; this has been exactly reversed.
(El
hombre estaba destinado a dudar de sí; pero no de la verdad; ha sucedido
precisamente lo contrario).
Tal como facilita un orgullo verdadero, y
no uno que es el anverso de la depresión, la ortodoxia proporciona una forma de
humildad más rozagante que la ofertada por el escepticismo y el materialismo –o
traduciendo a lengua
Žižek,
el relativismo multiculturalista actual–. He aquí el quid de la ortodoxia, por
el cual el cuentista británico serviría de ejemplo para desheredar y proscribir
a los deconstructores y nomadólogos, a los relativistas ladriprogresistas y a
los liberales inteligentes:
En cualquier esquina podemos
encontrar un hombre pregonando la frenética y blasfema confesión de que puede
estar equivocado. Cada día nos cruzamos con alguno que dice, que, por supuesto,
su teoría puede no ser la cierta. Por supuesto, su teoría debe ser la cierta, o
de lo contrario, no sería su teoría. Estamos en camino de producir una raza de
hombres mentalmente demasiado modestos para creer en la tabla de multiplicar.
Nos hallamos en peligro de ver filósofos que duden de la ley de gravedad, por
considerarla como un simple producto de sus imaginaciones. Los farsantes de
otros tiempos eran demasiado orgullosos para dejarse convencer; pero éstos son
demasiado humildes para poder ser convencidos. Los humildes heredan la tierra;
pero los escépticos modernos son demasiado humildes, hasta para reclamar su
herencia.
Chesterton dice idiota, y hay que entender que el hombre-modelo de la modernidad lo
es, en cuanto es en sí mismo anterior y opuesto a lo social, político o
colectivo. En ese sentido era tan idiota Darwin como el padre de familia
ilustrado que leía los resúmenes de sus teorías en la Muy Interesante de su época. Así como su hijo, un señor empleado,
cuentapropista, o profesional, cuya sapiencia no supera el nivel del ágora
imbecilizada que forjan los medios masivos y el blablablá de la calle; y el
hijo de éste, que de bajista de la bandita de su cuadra, acabó en víctima
crónica de las recetas de su psiquiatra (o sea los idiotas ya más bien en el
sentido griego del asunto). Su conclusión es que todas esas filosofías modernas
que escalda y que ya citamos, no sólo tienen rasgos de manía sino de manía suicida. El materialista, igual
que el loco está encerrado, dice; pero en la prisión del pensamiento.
Se lee por ahí que Chesterton al proponer el sermón contra la summa, el salmo contra el silogismo y el
relato contra la razón, podría ser tomado por el primer posmodernista, lo mismo
que por el último premodernista. ¿Su
conservadurismo alegre sería un posmodernismo virtuoso que, combatiendo el
capital simbólico del modernismo, supera todos los males de la posmodernidad
idiota como neurosis en tránsito a la psicosis, o en definitiva como modernidad
en cuanto suicidal mania?...
4
En
infinitos ejemplos y argumentos, Chesterton muestra el misterio de la Iglesia y
la virtuosa incógnita de la figura de Cristo, un evidente átopos (tal como se postuló a sí mismo Sócrates o como proponía
Nietzsche que era el filósofo: un peligroso signo de pregunta): violento y
dulce, la espada y la otra mejilla, y la mar en coche de todos los antónimos, paradojas
y bipolaridades del sentido que descubre cualquiera que haya husmeado un poco
en los Evangelios. Citarlos sería terminar de copiar y pegar todo el libro
–sepan disculpar los límites de mi pedagogismo rastrero–.
Voy a reproducir un par de cosillas más, para descubrir de dónde saca Zizek sus
revelaciones, y terminar de una vez este ya letárgico comentario
autoesclarecedor (porque sólo sirve para esclarecerme a mí y nomás mientras lo
hago).
Alguna vez Borges, sirviéndose de
Apollinaire, discriminó para la literatura los procedimientos antagónicos de la
aventura y el orden. En Chesterton el orden es la aventura, una aventura que de
suyo lleva revelarse contra la novedad, no contra la antigüedad: la ortodoxia
cristiana. Hablando del ciego, al salir de una célebre reunión con Videla, Sabato
y el chestertoniano número uno Castellani, Borges, además de declarar que le
había agradecido al dictador el golpe del 76, descerrajó una frase bien
antifilosófica, contraria no sólo a la clásica enkrateia de toda filosofía antigua, sino la antítesis del ídolo
platónico del Filósofo Rey. La frase era “Yo
nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país”.
Chesterton en este punto es más audaz, y va en sentido contrario a aquella
precaución borgeana. Contra Carlyle, que decía que debe gobernar el hombre
excepcional que se sienta capaz de hacerlo, propone que hay que coronar al
hombre más excepcional aun: ese que sabe que no puede, que no es capaz.
Si la gran paradoja del
Cristianismo quiere decir algo, quiere decir esto: que hemos de tomar la corona
en nuestras manos y buscar en los lugares áridos y en los rincones oscuros de
la tierra hasta encontrar al hombre que se sienta incapaz de usarla.
(Lacan
se proclamaba psicótico, por ejemplo.) De ahí lo profundamente cristiano de la
democracia, que busca la opinión de aquellos demasiado modestos para dar una. Confiar
en los que no confían en sí, pedir la opinión de los oscuros en vez de “seguir la conducta obvia de aceptar la
opinión de los eminentes”, a eso le llama una mystical adventure. He aquí la idea de libertad positiva de
Chesterton: la Iglesia creyó siempre en la libertad del hombre y de Dios, escribe;
el calvinismo se la quitó al hombre y el materialismo finalmente a Dios, ya que
el milagro es en definitiva la libertad de Dios. El que cree en los milagros es
el más libre de todos, vence hasta a la tiranía de las circunstancias. (Yo al
contrario me acuerdo de esta frase macedoniana de los Cuadernos en Octava de Kafka: “Quien
cree no se topará nunca con un milagro. Las estrellas no se ven de día”.)
Nunca pude concebir o tolerar
una Utopía que no me dejara la libertad que más aprecio, la libertad de atarme
yo mismo. La anarquía completa no sólo haría imposible tener disciplina y
fidelidad alguna; también haría imposible tener ninguna diversión.
Por otro lado, el cristianismo es la única religión cuyo Dios se impuso para
sí ser tanto un rey como un rebelde: Dios en la cruz clama que se ha abandonado
a sí mismo. Insistiendo en su inmanencia, la de Dios, vamos camino a la introspection, self-isolation, quietism,
social indifference: al Tíbet, dice. Insistiendo en su trascendencia
llegamos al asombro, la curiosidad, la aventura moral y política: el
cristianismo. Acá lo tenemos al padre del Padre Brown amonestando a
Deleuze-Guattari. Veamos ahora cómo va a defender el dogma de la castración
simbólica, disfrazada todavía de pecado original, y llegado el caso, a la cura
imposible con la que nos consuelan los lacánicos.
Precisamente cuando Europa
estaba a punto de seguir la suerte de Asiria y Babilonia, algo penetró en su
cuerpo. Y Europa ha tenido una vida extraña y
no sería mucho decir que desde entonces ha tenido
sobresaltos. Pero el agnóstico ordinario ha reunido hechos falsos. Es incrédulo
por una multitud de razones; pero sus razones no son verdaderas. Duda porque la
Edad Media era barbárica, pero no lo era; porque el Darwinismo está demostrado,
pero no lo está; porque los milagros no ocurren, pero ocurren; porque los
monjes son perezosos, pero son laboriosos; porque las monjas son desgraciadas,
pero son particularmente alegres, porque el arte cristiano es triste y pálido,
pero fue recogido en brillantes colores y dorada alegría, porque la ciencia
moderna se está alejando de lo sobrenatural pero no lo está, se está
precipitando hacia ello con la velocidad de un nuevo tren. (…) Todas las demás
filosofías dicen cosas que llanamente parecen verdad; sólo esta filosofía ha
dicho una y otra vez cosas que no parecen verdad pero son verdad. Único entre
los credos, es convincente donde no es atrayente (…) Pero el Cristianismo
predica una idea evidentemente poco atrayente como el pecado original; pero
cuando esperamos a ver sus resultados, son patéticos y fraternales, un trueno
de risa y de piedad; porque solamente por el pecado original podemos compadecer
al mendigo y desconfiar del rey. Los hombres de ciencia nos ofrecen salud, un
beneficio obvio; recién después descubrimos que por salud entendían esclavitud
corporal y tedio del espíritu. Cuando se examinan los puntos impopulares del
Cristianismo, resulta que son los propios puntales del pueblo. El círculo
exterior es una rígida guardia de abnegaciones éticas y de sacerdotes
profesionales; pero dentro de esa guardia inhumana se encontrará la vieja vida
humana, bailando como los niños,
bebiendo vino como los hombres; porque el Cristianismo es el único cerco de la
libertad pagana. Mas en la filosofía moderna el caso es inverso; el cerco
exterior es evidentemente atrayente y emancipado; la desesperación está
adentro.
La fe es la madre de todas las energías, y sus enemigos los padres de toda la
confusión del mundo –se lee–. El escéptico es demasiado crédulo –si
hasta cree en los diarios y las enciclopedias–.
Se guía por los hechos, pero no los observa. Contra el escéptico, invertir su
plan: creer en los hechos extraordinarios, y creer en el hombre ordinario
(vemos dónde abrevaba Leopoldo Marechal). La ortodoxia chestertoniana promueve
una suerte de inmadurez al revés; contraria letra por letra a la de Gombrowicz:
es una vuelta mundial hacia la niñez, no hacia la adolescencia. Como el mentado
Marechal, Chesterton le habla a un hombre en tránsito hacia el niño, dice que
la Iglesia es una madre viviente, de la que se espera que nos vaya revelando
las verdades de la vida paso a paso, como lo va haciendo la madre (esas que “le
hacen el inconsciente a los niños”, que anotó una vez Lamborghini). La
naturaleza, dice, más que madre es nuestra hermana, y como tal carece de
autoridad.
El niño va
a aprender a la escuela cuando ya es tarde para enseñarle nada. Ya se hizo lo verdadero, y gracias a Dios
aproximadamente siempre, lo hicieron las mujeres. Cada hombre se ha feminizado
simplemente por haber nacido (…) Porque recuerdo con certeza este hecho
psicológico establecido; justamente cuando más estuve bajo la autoridad de una
mujer, más lleno me sentí de ardor y de aventura.
5
El misterio de la obviedad puede ser la pasión de un débil mental, más que la de alguien que se declara en tránsito de emanciparse mentalmente. Chesterton hace su ironía, de todos modos, su paradoja parabólica; ofrece su caso como el de un intelectual al que lo desilusionó el saber altocultural de ciencias, filosofías y great men literatos, y que descubre su o la verdad más aún en el saber de los simples y en una doctrina universal que los incorpora y los contempla. No en el buen salvaje sino en el hombre ordinario, y no en ese common sense de corte liberal-empirista, sino en uno mucho más modesto y añoso. Es este otro common sense del “platonismo para el pueblo” (Nietzsche dixit, y habría que añadir del), y no la razón tecnocientífica, el que puede deparar lo extraordinario, la aventura y la sorpresa. La pulsión de saber del hombre-niño de la ortodoxia cristiana –ideario contrailustrado si los hay– florece y se aquieta en el misterio de la obviedad.
Otra
de las cosas de las que se va a servir
Žižek,
contra el platonismo al derecho del Banquete
y contra el al revés del uno antiedípico, curiosamente para proponer un cristianismo sin Cristo –a lo Vandor–, pero con Hegel, Marx y Lacan: “If souls are separate love is possible. If
souls are united love is obviously imposible”. Quien predica el verdadero
amor está destinado a engendrar odios y derramamientos de sangre. Se ama al
vecino –al prójimo– porque no se es el vecino; hay que
amar al mundo, dice, como se ama a una mujer porque es entirely different. El amor desea la división (love desires división) y si las almas están unidas es evidentemente
imposible. Chesterton no escribe il n'y à pas de rapport sexuel, habla sólo de Jesucristo, del amor en clave cristiana y opuesto a la despersonalización budista. La
gran batalla que da el inglés obeso, como un Mario Benedetti un tanto más inteligente,
es por defender la alegría, alegría que era la publicidad del pagano y el gran
secreto, el gigantic secret, del
cristianismo. Un joy que habrá que
tomar como la alternativa al categórico imperativo de ¡gozar! que Žižek
denuncia como ideal tácito de los que estamos enfermos de nuestra época. “Se dice que el Paganismo es una religión de
júbilo y el Cristianismo una de tristeza; sería muy fácil probar que el
Cristianismo es pura alegría y el Paganismo pura congoja.” A diferencia de
los estoicos, Cristo no ocultó sus lágrimas; a diferencia de los superhombres
del poder, no se jactó de refrenar su ira.
Derribó las mesas por la
escalinata del Templo y preguntó a los hombres cómo esperaban librarse de la
condenación del infierno. No obstante, Él
refrenó algo. Lo digo con reverencia; en esa personalidad
violenta había un rasgo que debe ser timidez. Hubo en Él algo que escondió
a todos los hombres cuando subió
a orar en la montaña. Había
algo que constantemente ocultó
con un silencio repentino, o con un impetuoso aislamiento. Cuando caminó sobre
nuestra tierra, había en Él algo demasiado grande para que Dios nos lo mostrara;
y algunas veces imaginé que era Su alegría.
Finida
Repasando, tenemos en manos un
“discurso emancipatorio” formulado en clave autobiográfica (así me emancipé yo), que para nosotros
los y-religiosos popmodernos, volvió
a cobrar interés gracias a los usos que le da Slavoj Žižek,
que propone emularlo, despejando la culpa de ser cristianos que inocularon a la
izquierda dialéctica los nischeanos de izquierda, y poniendo donde iba la
Iglesia al marxismo-leninismo con plus lacano-jegueliano.
¿No hay en Chesterton, al contrario de lo
declarado al principio de esta reseña, más bien un manual de zonceras de un
conservadurismo pueblerino suspicaz, algo así como lo que el polaco Witoldo
llamaba “la sospecha campesina”, pero estilizado con los artificios de luxe de un escritor esmerado y
talentoso? Y
esto y bien al paso: ¿no es su ortodoxy
la versión virtuosa de lo que Kierkegaard denunciaba como “cristiandad”, algo
así como el falso cristianismo social opuesto al encuentro personal con Cristo?
¿Y no es una especie de velado epicureísmo para cristianos, aunque con alucinatoria
patología medievalista?... En fin…
Cierro con dos citas más –¡y
cuántas van!– que deben de ser las preferidas de Žižek,
contra el deseo de Jorge Alemán,
para mantenerse
al margen tanto de Clarín como de
Cristina, ya que no de Cristo.
Así, otra vez, casi hasta último momento confiábamos en los periódicos por ser portavoces de la opinión pública. Y muy recientemente vimos (y no lentamente sino con brusquedad) que no son en absoluto tales. Son, por la naturaleza del asunto, los juguetes de unos pocos hombres ricos. No tenemos ninguna necesidad de rebelarnos contra la antigüedad; tenemos que rebelarnos contra la novedad. El capitalista y el editor son los nuevos conductores que realmente poseen al mundo.
Tienen razón para sospechar siempre de todas las instituciones humanas; tienen razón al no fiarse de los príncipes ni de ningún hijo de hombre. El jefe que opta por ser amigo del pueblo, se convierte en enemigo del pueblo; los periódicos comenzaron para decir la verdad, y hoy existen para impedir que la verdad se diga. Aquí, dije, siento que al fin estoy realmente con los revolucionarios. Y súbitamente me callé, porque recordé que una vez más estaba con la ortodoxia…
