4/5/12

Antifilosofía cinismo y



Los dos nudos más interesantes del estado actual de la “filosofía” son estos: el de la díada Filosofía-Antifilosofía dibujado por Alain Badiou, y el de Cinismo-Quinismo elevado por Peter Sloterdijk en Kritik der zynischen Vernunf de 1983, un libro que parece comienza a leerse con más premura ahora que en su momento. Un nuevo cansancio los ampara. Especialmente a Badiou, un cansancio argentino que se manifiesta con la final saturación de la escolástica que dejaron Foucault-Deleuze, Derrida, y el sinfín de productos del nietzscheísmo francés, posmodernista, deconstructivo, biopolítico, y demás epítetos. Todo eso entra en un espíritu de época general, y aparentemente ya no urgente ni imperioso, que Badiou denomina y encierra dentro de la sofística y la antifilosofía anunciando un regreso de la Filosofía, de la verdadera filosofía –y de la Verdad-, de la filosofía originaria: el platonismo. Este estado decadente es diagnosticado como una patología del pensamiento llamada Antiplatonismo, del que apenas se salva el “platonismo invertido”, como apenas se salva la llamada antifilosofía con respecto a la simple sofística. El otro gran diagnóstico magistral es el que ve a ese estado de caída como el dominio universal del llamado “cinismo”. Ese cinismo es –mezclando caloes hasta un punto inmiscibles- el relevo antifilosófico o no-filosófico de “la filosofía insuperable de nuestro tiempo” como le había llamado Sartre en 1957 al “marxismo”. Bien que esta nueva filosofía mundial no parece insuperable pero sí triunfal, y tampoco parece filosofía. Más bien parece una héxis, un Zeitgeist, un estado de cosas, de situación. Una especie de peste pero no freudiana –como el llamado psicoanálisis según su inventor-; más bien una lepra, es decir una epidemia que no separa y aísla sino que congrega y reúne a sus satisfechas víctimas. No es el cinismo de la parresía que rescató de los anaqueles el llamado “último Foucault”, el de la escuela antigua que se supone establecida por el socrático Antístenes; esa es en todo caso la primera configuración histórica de lo que por entonces Sloterdijk (pero no por primera vez) dio a conocer como “quinismo”. La Crítica de la Razón Cínica es una especie de historia filosófica del par cinismo-quinismo, o una historia de la filosofía, del pensamiento, o de la historia, desde ese desdoblamiento primordial. Esa historia sirve más bien para poner a la vista el lugar desde el cual se enuncia y hace aparición una filosofía o no una filosofía. Una prehistoria. Toda perspectiva se ubica o como plebeya o como señorial, como marginal o como central. En 1992, en mentado prólogo a Goza tu Síntoma, Zizek, una especie de gemelo menos programático de Badiou (así llega a la Argentina al menos), más afecto a los chistes y las paradojas, pero abocado a similares denuncias del mundo, se expresa así: el enemigo –dice- no es hoy el fundamentalista sino el cínico. El cínico es una especie de ciudadano medio occidental que de la boca para afuera, en público, se expresa libremente –como un histérico o falso parresiasta- pero en privado obedece. Hace al revés que lo que se hacía bajo el socialismo soviético, donde se operaba bajo un ritual público de obediencia y se mantenía una distancia cínica privada. “En ambos casos, somos víctimas de la autoridad precisamente cuando creemos que la hemos embaucado: la distancia cínica está vacía, nuestro verdadero lugar se encuentra en el ritual de la obediencia”. Su libro tiene un fin terminal, definitivo: “presentar ante la consideración pública la nulidad de la distancia cínica”. Se trata de acabar con una doble moral que ya había sido propuesta –dice- por Descartes y luego por Kant y que sigue vigente con el espíritu deconstructivo cuya máxima cínica solapada es: “En teoría (en la práctica académica de la escritura), deconstruye tanto como quieras y todo lo que quieras, pero en tu vida cotidiana participa del juego social predominante”. En su manual anterior de 1989, El Sublime Objeto de la Ideología, ya había capturado el concepto de cinismo como “una forma de la ideología” y recensionado la Crítica de Sloterdijk: “El cinismo es la respuesta de la cultura dominante a su subversión kínica", una “negación de la negación”. La conclusión de Zizek era: el cinismo es tal, pero no expresa un mundo “posideológico”.
Todo este conflicto circunspecto se esfuerza por esconder –hacer como o pasar por alto- su estado de duelismo retórico al interior de un campo cuyas disputas no son por el poder en su sentido general y menos por la emancipación y la iluminación sino por el poder al interior de ese propio “campo”, una publicación acá, un cargo allá, una conferencia acullá, una pederastia aquende. No deja de provocar una amarga risa, quínica o cínica, da lo mismo. Un bizantinismo de claustro y de vernisagge, de grandes presentaciones editoriales, un mundo en la salvaguardia del poder real, y cuando no es así, ajeno en su alta torre de marfil comprometida al sufrimiento y la idiotez crónicos de la vida de los “quínicos" en serio. El cinismo de la denuncia del cinismo. Por eso todo esto no se va a tomar demasiado en serio y menos que menos rigurosamente. El quinismo y el cinismo dependen de cómo uno haya caído. No olvidando aquel asunto del ¿Quién? de Nietzsche, ni totalmente fuera de esa retórica, que vale tanto como pasatiempo, negocio, o tragedia o drama, las preguntas interesantes son, ante este estado de la cuestión: ¿Vale la pena dejar la Antifilosofía? ¿Quién quiere salir del Cinismo?




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...