15/3/11
Ser sabio pero no evidenciarlo a los ojos públicos
proyecto de Universidad contra la razón.”
Derrida

Entre los pocos que no olvidan a la fecha a Omar Viñole, vegeta una página dedicada al monumento del arte de acción en la Argentina (http://www.vivodito.org.ar/), que se dedica a componer los anales de la performance en el país, comenzando con French y Berutti y siguiendo con Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y el susodicho, que aparecen como accidentales formas protoplasmáticas de Alberto Greco y el Di Tella. El mismo Viñole detalla sus actividades de performer en bruto con más minuciosidad y amplitud en El hombre de la vaca, de 1957. En el prólogo a Mi disconformismo filosófico, el maravilloso libro por el cual Viñole debería entrar también a la historia de lo que tampoco existió nunca (la filosofía en la Argentina) (¿dónde?), relata las peripecias de la fundación de la Universidad Sin Techo que él mismo llevó a cabo en Córdoba capital probablemente por los años 30.
“Cuando inauguré la “UNIVERSIDAD AL AIRE LIBRE”, en la ciudad de Córdoba, los términos de la simpatía se opusieron de una manera por demás malévola. Ya no era la clasificación cordial de “loco lindo”, como en este país de irresponsables e insolventes se entrega a los que no concuerdan con las ideas generales de una colectividad. Las personas de mi relación, los estudiantes, los profesores de la Universidad que yo mordazmente llamaba “con techo”, el vulgo; se había entusiasmando con la idea de que yo era un neurópata, aquejado de alguna ‘lues no tratada’”.
2
A continuación se sigue una nota aparecida en el diario de uno de los pocos personajes argentinos a los que les perdona la vida y hasta admira (ver Cien cabezas que se usan, semblanzas biográficas de notos e ignotos), en Crítica de Natalio Botana:
“Semanalmente llevaba la vaca la plaza, y daba mis conferencias. A los asistentes les entregaba un rumboso título, que en nada se diferenciaba de los entregados en la Universidad “con techo”. Así, previa consideración, que publicaba en una revista titulada “Urotropina”, dábamos los nombres de los legisladores y los ciudadanos más negados, de la burocracia, que soportaban el título de “doctores”, “ingenieros” o “arquitectos”. Y lo que fue acogido como una histrionada pintoresca, al poco tiempo era dramático. ¡El mercado de los Universitarios se vino abajo! Cuando se saludaba en la calle, adiós, “Ingeniero”, simultáneamente se interrogaba: ¿De qué Universidad es aquel ingeniero? ¿De la sin techo o de la con techo?”
3
Viñole acto seguido es atacado por el rector de la Universidad Techada: “‘La locura, en cualesquiera de sus formas, afecta, globalmente, todas las funciones psíquicas y motoras’. La grotesca semblanza en la que el Rector de la Universidad con techo efectuaba para presentarme como un alienado, por mi ‘Rectorado’ de la ‘Universidad al aire libre’, tiene gran similitud a la teoría desarrollada por los enemigos, para darnos la idea del ‘degenerado’ que era Nietzsche al asegurarnos la existencia del superhombre”.
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No hay libro de Omar Viñole que no done párrafos extensos al arte de narrar la condena al ridículo e incomprensión a la que fue sometido por su público, la sociedad: “Sindicado de anarquista –cuando sólo soy un poeta-, me he envuelto en toda clase de murmuraciones y dificultades. En la vida económica, científica, política e intelectual he sufrido –al detalle- la desmonetización arbitraria. En el dominio de la sátira y la ironía he podido atenuar la lucha. Sometido voluntario al 'panfleto', para que en el terreno de los contrastes se robustezcan los elementos del equilibrio social –mal o bien-, he financiado mi derrota, ante los que no quieren comprender, que no hay esfuerzo estéril cuando se pone al servicio del hombre”. Como dice Viñole –que ha dedicado todos sus libros al culto de sí, la defensa quejosa de su inmolación pública, y a excusar sus payasadas geniales por fines y principios bienhechores–, los “actos satíricos” tienen “un plan de trabajo con contenido social y finalidad humana”. Ahora bien: “El que tenga vocación a la filosofía deberá inventarse muchos vicios para combatir la hipocresía cultural.”
5
“La 'Universidad al aire libre', que yo inauguré en la ciudad de Córdoba, no tenía otro objeto que el de efectuar un replanteo de la especulación filosófica en un medio que, por su evidente cultura, está facultado para ser 'laboratorio' de la actitud espiritual de un escritor que medita y quiere sacar experiencia para la formación de su personalidad. Si yo tomé a los habitantes de esa ciudad de 'chanchitos de la india' ha sido para que estos apuntes tengan la honradez de un proceso observado con rigurosidad”.
A la graciosa, obvia e irrefutable crítica al principio de autoridad que estableció Fernández en sus Cuadernos de Todo y Nada, bajo la paradoja del primer diplomado, podríamos sumar esta impugnación operativa con características similares, si no a la raison d’être de la corporación universitaria en el mundo, al menos a la metódica imbecilización pedagógica característica en los claustros nacionales:
12/3/11
Norep, valor y grandeza

¿Qué podría estar haciendo por estos días Perón si pudiese estar
haciendo algo? Una hipótesis de respuesta se encuentra en Norep, folletín virtual devenido novela y ejercicio especulativo y
literario de Omar Genovese, que postula, como los platónicos y demás creyentes
y en fin casi todo el mundo, la vida después de la vida, que no es ningún disco
de Pito Fáez. Perón está en el Infierno, para variar, conspirando; pero su
nuevo complot tiene la eficacia de lo irrisorio, ya no la del pragmatismo a la
criolla. El entrañable anarco-fascismo continúa: aunque ya no funciona.
La temporalidad de este
Infierno es horrorosa como la generosidad pródiga de la memoria: a su lado allí
abajo The First Worker,
No ser peronista es una forma
del optimismo universal parecida a la misantropía, una aspiración noble, que se
arrulla en esos rincones donde se evaporan visos y todo se ve entre la santidad
y la abyección. El peronismo no es un campo óntico: es la fuente ontológica
misma. El otro polo de una de las máximas políticas de la literatura patria
–“nunca seré vandorista”– es el anarquismo conservador, contra el cual en
cierta probable forma aquel sistema que la contenía se irguió. Fue otra forma
más de traicionar a Macedonio Fernández con Lugones –los dos maestros
esquizofrénicos (cada uno a su modo dispar) de Borges–, que hizo honor a una
verdad general aceptable en cualquier foro: que en la Argentina el liberalismo
(Fernández respondía, a su manera periférica y outsider, a la tradición anglosajona del anarquismo liberal) es –o
se convierte inmediatamente en– conservadurismo liso y llano. (Lamborghini
barajó todas las variantes posibles dentro de la paradoja y la traición:
peronismo sin Vandor, vandorismo sin Perón, etc.) Como respondiendo a esa vaga
–haragana– utopía de paz perpetua en Borges, debería convenir sentar que ser
anarquista es algo que con toda improbabilidad alguna vez se pueda merecer.
Norep pone en acto ese gusto
arltiano por invocar a los grandes psicópatas ecuménico-seculares, pero bajo la
algarabía de los escenarios rabelesianos en la onda Marechal, aunque su sintaxis
–que va del anacronismo acunado por la parodia al “realismo delirante”
comedido– hace otro tipo de convocatorias. Se trata de una sátira con una
presumible moraleja: no hay regreso de los muertos vivos.
“¿Por qué encerrar a los muertos si no pueden volver a la vida?”
Evidentemente el infierno
norepiano figura el fracaso cabal del principio aristotélico que Hegel versionó
a su manera, pero Perón plagió con su firma: la concordantia verdad-realidad: “el
tema fundamental es que en lo profundo del sistema avérnico carecemos de medios
de producción. Lo único que producimos es lenguaje”. El peor damnificado de
ese Tártaro a imagen y semejanza del mundo y de la episteme actuales es un
faltante en la novela: Karl Marx.
¿Qué otra cosa puede hacer el
presidente que ya fue en tal estado de situación?: escribe. Como evocando
aquella ya demasiado famosa cláusula de Deleuze en su opúsculo sobre Kafka:
muerto se desvive por restituir su “Masa Acrítica”, entre nopodermiento (p.30)
e impensamiento (passim), entre el
solipsismo maníaco (p.68) y la locura melancólica (p.77), ante la falta de
Pueblo y un detalle interesante que se suma a este infierno enteramente
realista: la desahuciada imposibilidad de ganarse un enemigo (p.70). “La venganza, General, es imposible”, le
dice el Brujo.
En cuanto a la montura formal
de Norep, dejar llegado el caso que
la gente se remita a las observaciones de Nielsen, que componen un ejemplo del
género, rico en los parvularios, de Te voy a explicar cómo debiste escribir tu libro… Aunque el crítico pueda
tener –eventualmente– tantas razones como las que hay para mandar a nuestro
Líder al Abismo.
Honor y gratitud a Genovese
(que manda a los pibes al psicólogo y luego los pone a escribir prólogos… ¡!).
11/3/11
10/3/11
El yiro autobiográfico

Jorge Corbani es un muchacho algo desquiciado aunque experto en
socializarse (o en hacer el intento). Aquejado como casi todo el mundo en este
mundo por un cierto bovarismo que “en su
corazón crece incansablemente por siempre como una pitón…”, decide ofrecer
su vida a su propia mitomanía. Lo asume a los 12 años: “viviré mi vida para contarla… Y será en una novela…”. Jorge Corbani
decide emprender entonces una “vida de novela” en un mundo anacrónico, o mejor
dicho: es un anacrónico en un mundo flagrante. Demasiado real y que lo deja
rezagado como a un Aquiles zenoniano. Jorge Corbani no tiene ningún talento
específico, es el hijo de un empleado insignificante de cultura a duras penas
media y de una costurera retirada por invalidez. Es un joven aplicado pero chato,
educado por padres anticuados y burlado por sus amigos de la escuela por la
excesiva atención que su madre pone en él (al que viste hasta los 18 años como
a un niño), por su propia ridiculez, y por la doble ridiculez que suma la
disparatada idea que él mismo tiene de sí. Contra toda adversidad, Jorge
Corbani buscará la aventura en un mundo donde parece estar agotado todo el stock, para colmo en una ciudad medio
pelo que, como dice uno de los personajes, “vive
a imagen y semejanza de Buenos Aires, con la salvedad que da la escala 1:10”,
donde “la gente vive como en la Capital
como si no pasara nada, porque de hecho: ¡no pasa nada!”… Jorge Corbani
vive en La Capital de la Nada –así se
llama su ciudad natal en la novela– craneando las 24 horas cómo conquistar el
mundo, sin jamás llegar a conquistar a nadie ni a nada ni en esa misma Nada
capital. “¿No hubiese sido mejor escribir
primero la novela y luego vivirla?” –se pregunta melancólicamente–. “¿No
debí haber optado por la imaginación, por la invención?... Escribir algo
decente y vivir la vida que pueda vivir”… Pero Jorge Corbani desconoce
aquello que asentó Oscar Wilde, que decía que la verdad es un invento de los hombres que no tienen imaginación y
además no existe. No tiene, en efecto, imaginación, pero tampoco la menor
capacidad para discernir qué es verdadero y qué no, en caso de que una verdad
exista. La imagen que se ha hecho de sí es su verdadera obra de arte inventiva,
una comedia bípeda que lo ha convertido de antemano en un autor cómico inédito.
O peor: ágrafo. Un performer de su
desgracia. Entre contar y vivir o vivir y contar, Jorge Corbani avanza. Como
cangrejo. Vive lo que no cuenta, cuenta lo que no vive. Su novela y su vida se
atascan por efecto mutuo, pero Jorge Corbani no se da cuenta. No ha escrito más
que veinte páginas (por otra parte horrendas), pero lleva borradas centenas. Se
presenta al mundo como escritor y aventurero, pensador hedonista, filósofo dandy, diletante y erudito, como un bon vivant que intenta hacer de cada
pálido levante de fin de semana de chicas desesperadas por un hombre con auto,
un capítulo de 70 páginas en tamaño 8 de fuente. Un terrible accidente
automovilístico en la infancia le desfigura su cara, y a base de repetidos
juicios a sus victimarios logra amasar una modesta fortuna con la que pretende
cimentar su nombradía de Odiseo a la Casanova. Avanzada la tecnología lo
suficiente, el último de sus cirujanos, al que visita a riesgo de todo su
capital en un sanatorio exclusivo de Los Ángeles, logra injertarle un símil de
la cara de Guillermo Andino en sus años mozos –una técnica novísima que
comienza a experimentarse en él– y aprovechando la
volada, trueca su pene estándar por una réplica del miembro del porn star español Nacho Vidal. Jorge
Corbani recibe una iluminación definitiva y vuelve a la Capital de la Nada
reconvertido en stripper y taxi boy “exclusivo de señoritas” (conserva cierto pudor): lo espera una vida
admirable, la envidia de los hombres que lo burlaron, el deseo de las mujeres
que lo rechazaron, la trama de La Gran Novela Autobiográfica. Pero como contó
alguien alguna vez, sólo existen en esta viña del señor las autobiografías
contadas por otros.
-La vulgaridad es un lujo-
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