12/3/11

Norep, valor y grandeza




¿Qué podría estar haciendo por estos días Perón si pudiese estar haciendo algo? Una hipótesis de respuesta se encuentra en Norep, folletín virtual devenido novela y ejercicio especulativo y literario de Omar Genovese, que postula, como los platónicos y demás creyentes y en fin casi todo el mundo, la vida después de la vida, que no es ningún disco de Pito Fáez. Perón está en el Infierno, para variar, conspirando, pero su nuevo complot tiene la eficacia de lo irrisorio ya no la del pragmatismo a la criolla. El entrañable anarco-fascismo continúa: aunque ya no funciona.
La temporalidad de este Infierno es horrorosa como la generosidad pródiga de la memoria: a su lado allí abajo The First Worker, La Gran Bestia (Nac &) Pop, reúne en simultáneo a la bella Evita y al hijodemilputas máximo Lopecito. Pero en el Infierno norepiano –como en el Infierno inmanente de la vida misma- lo que podría ser una eventual fratria uterina muta en lo insoportable en sí. Norep narra el malestar de Perón en el Infierno y su absurdismo póstumo. Pero este bimanco agente del Mal campechano que condujo a la Argentina al desastre crónico e irreversible y al pueblo a la gloria se codea filialmente en el Báratro con una serie de personajes del horror del s. XX a los que no habría forma de reservarles el perdón piadoso el resentimiento cariñoso o el odio del fascinado que se le guarda al “Padre Eterno”, al padre cualquiera, o a las celebridades del género picaresco en la Historia: Goebbels, Apold, Göring, Mao, Lenin, Pol Pot, Menguele, el Adolfo Hitler y demás monstruos de la naturaleza sin ningún sentido del humor –salvo el del crimen a escala planetaria- son sus nuevos compañeros, recordando a lo mejor aquello de que “la vida no es divertida sin Hitler” que apuntó aquel que se dice que dijo “No puedo creer que Perón haya muerto”. Con signo inverso, Genovese tampoco. ¿Significa esto optar a favor de Dios contra Perón según la alternativa de hierro del ya olvidable Masotta? ¿O en este campo sí deja de ser impracticable una tercera posición?
No ser peronista es una forma del optimismo universal parecida a la misantropía, una aspiración noble, que se arrulla en esos rincones donde se evaporan visos y todo se ve entre la santidad y la abyección. El peronismo no es un campo óntico: es la fuente ontológica misma. El otro polo de una de las máximas políticas de la literatura patria –“nunca seré vandorista”- es el anarquismo conservador, contra el cual en cierta probable forma aquel sistema que la contenía se irguió. Fue otra forma más de traicionar a Macedonio Fernández con Lugones –los dos maestros esquizofrénicos (cada uno a su modo dispar) de Borges-, que hizo honor a una verdad general aceptable en cualquier foro: que en la Argentina el liberalismo (Fernández respondía a su manera periférica y outsider a la tradición anglosajona del anarquismo liberal) es –o se convierte inmediatamente en- conservadurismo liso y llano. (Lamborghini barajó todas las variantes posibles dentro de la paradoja y la traición: peronismo sin Vandor, vandorismo sin Perón, etc.) Como respondiendo a esa vaga –haragana- utopía de paz perpetua en Borges debería convenir sentar que ser anarquista es algo que con toda improbabilidad alguna vez se pueda merecer.
Norep pone en acto ese gusto arltiano por invocar a los grandes psicópatas ecuménico-seculares pero bajo la algarabía de los escenarios rabelesianos en la onda Marechal, aunque su la sintaxis –que va del anacronismo acunado por la parodia al “realismo delirante” comedido- hace otro tipo de convocatorias. Se trata de una sátira con una presumible moraleja: no hay regreso de los muertos vivos.
“¿Por qué encerrar a los muertos si no pueden volver a la vida?”
Evidentemente el infierno norepiano figura el fracaso cabal del principio aristotélico que Hegel versionó a su manera pero Perón plagió con su firma: la concordantia verdad-realidad: “el tema fundamental es que en lo profundo del sistema avérnico carecemos de medios de producción. Lo único que producimos es lenguaje”. El peor damnificado de ese Tártaro a imagen y semejanza del mundo y de la episteme actuales es un faltante en la novela: Karl Marx.
¿Qué otra cosa puede hacer el presidente que ya fue en tal estado de situación?: escribe. Como evocando aquella ya demasiado famosa cláusula de Deleuze en su opúsculo sobre Kafka: muerto se desvive por restituir su “Masa Acrítica”, entre nopodermiento (p.30) e impensamiento (pássim), entre el solipsismo maníaco (p.68) y la locura melancólica (p.77), ante la falta de Pueblo y un detalle interesante que se suma a este infierno enteramente realista: la desahuciada imposibilidad de ganarse un enemigo (p.70). “La venganza, General, es imposible” le dice el Brujo.
En cuanto a la montura formal de Norep, dejar llegado el caso que la gente se remita a las observaciones de Nielsen, que componen un ejemplo del género, rico en los parvularios, de Te voy a explicar cómo debiste escribir tu libro… Aunque el crítico pueda tener –eventualmente- tantas razones como las que hay para mandar a nuestro Líder al Abismo.
Honor y gratitud a Genovese (que manda a los pibes al psicólogo y luego los pone a escribir prólogos… ¡!).




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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