25/12/10
Filosofía-catástrofe
(Tomo I)
Índice
El sexo de los ángeles y el tiempo que hace
De autos y cigarrillos
Del ser
Minas que me garché (listas y comentarios)
Del empirismo en la autobiografía bovarista
Minas que no
Empiro-criticismo en la autobiografía bovarista
Crítica del otro
Minas que marcan el bulto
Observaciones sobre la última campaña de Central
De política: El peronismo epicúreo
De la muerte como miedo
De la muerte como ausencia completa
Notas sobre el corpus bibliográfico carlovichiano
Importansia del lenguage
Para acabar con la voluntad de acabar (Epílogo –in progress-)
23/12/10
22/12/10
21/12/10
17/12/10
MIS FOTOS RETIRARLAS EN DOMICILIO
Por la casualidad que fuere y que es mejor que no interese tampoco a
nadie cayó en las manos de este cronista un bodrio dispar envuelto en un
bodoquito fucsia: se llama Las Teorías Salvajes-Pola Oloixarac_novela-entropía.
Se desprende que LAS… es título, POL… autor, _nov… viene a ser género discursivo y literario (muy bien que lo
aclaren; también en la contratapa el clown
Link aclara que es buena), entr… es
la editorial.
El sutil esperpento –aunque
todos se han inclinado a destacar contra qué ladra–, bien que aburrido y
genial, es raro, arcano, y dispara también balas perdidas. Por suerte hay, acá
en el Mundo (: Web, la) una cantidad copiona, digo osa, de cortesanas
recensiones que nos esclarecen a los incautos –ahora te llaman snob– y dan la revelación de qué es la
cosa, con qué se mide, y si se come después de la fruta. Así sí. Con las
instrucciones adecuadas, formuladas por nuestros modelos rectores, lo que te
pongan se hace fuible. Muchachos, gracias.
La primera inquietud es
insoslayable: ¿va a estar esta eventual novela a la altura de la foto de la
solapa?
Planteada la situación de
esta guisa, la operatoria de marketing
desde el punto de vista del diseño del objeto-libro es cuanto menos temeraria.
Aunque no deja su foto,
interesa la posición de la narradora –el personaje top al fin–, desde luego menos que la de la autora –conforme la
imagen de solapa–, que se luce producida sobre un anchuroso y sugestivo sofá
asabanado, hojeando culo arriba una pulcra enciclopedia ilustrada; el personaje
más inquietante no porque va a tal fiestita o se la empoman en tal excusado –lo
que le ocurre a otra– sino, por ejemplo, por las puestas en escena de su
epigramático aparato de enunciación: aparatoso, por suerte tendiendo a
insólito. Fanfarronea resbalando, y hasta da gusto.
Pese a algunos gerundios: “incursionando de este modo” u otras
verbalidades de carillero: “implementar
los rudimentos”.
Toda aberración, de toda
suerte en estos casos, puede establecerse en el mapamundi de la parodia. Porque
los estudiantes de filosofía –me dijo un pajarito– todavía creen en la
redención de la parodia. Bien dijo: en la salvación por la parodia.
No vale desembarazarse
descerrajando “sátira”, eso se quedó con Blotta. Lo bueno es que “la sátira”
–pudiendo ser la narradora o bien la autora– trastabilla en esa especie de –no
habría que decirlo– goce de enunciación en despilfarro que, pese a que la va de
empeñosamente perverso –sadismo sin Kant, por clasificarlo todo donde ni
gramática queda viva–, se desencaja y se empina fuera de quicio.
Cuando lo ininteligible al
estómago conversa con la crítica, obvia a los muertos vivos.
Ni hace falta aclarar –otro
pajarito– que de una –esteeeé– generación condenada a leer en la Universidad sí
o sí, tiene que esperarse primero que nada el resarcimiento de condenarse a
hacer de la facu diégesis, a reescribir la Universidad y vista como desde un “K
agujero”, un pedo anfetamínico en el que uno ve el sí mismo como si estuviese
ubicado afuera.
La escenificación de la
monstruosidad en estado de fashion es
un logro. En ello el –de marras– admonitorio fotograma invocado, es con rigor
funcional a la causa. A la causa de la novela (¿Cuál es la causa de
¿O de qué planeta vendrá esa
coctelera que bate enrarecida cierto empavesado neopragmatismo sintáctico,
etosociologismo adarwinado y Tractatus
al sarcasmo?
Ex alumnos de la UNR
filosófica confiesan al presente comentarista que pueden leer este puan roman como si leyeran en otra
lengua latina, que más o menos –o menos sobre todo– gracias a esos dos o tres
añitos gratuitos de idioma entienden, y que si la novela fuera más un género
como los de la taxonomía biológica que un rótulo para dar prestigio editorial y
valor de cultura a aquello que no tiene cura ni especie, su máquina de la risa,
la voluntad de joder a la teoría, o a las momias andantes, contagiaría más y peor.
Del 1 al… 5 SóLÍTOS.
14/12/10
10/12/10
3/12/10
2/12/10
LEAN A VIÑOLE
Artículo escrito como colaboración
a la revista literaria “La Pija que Habla”

Omar
Viñole puede venir a leerse con la muda voz de un terco y persistente moralista
cínico-picaresco, aparentado con el cuentapropismo nietzscheano de café, el
universal y clandestino cristianismo del desprecio, y el acriollado alegato
crónico del dadaísmo-showman. En
algo, en alguna intersección, parece tocar alguna cuerda que llega a
Discepolín, o para el caso, a la moral privada genérica de la clase media
argentina de cuna inmigratoria, versionada por un self made man de la vida y las letras, parresiastés clasemediero,
guaso ilustrado y distinguido.
Pero es un cínico, un aristócrata con
olor, un señor estragado por la punibilidad de la desublimación, lo sucio y lo
feo.
Llama la atención su sintaxis. Llama más
la atención sabiendo que es un escritor de los años 30, porque más parece –en
algunas y ciertas cosas– una sintaxis contemporánea. Sobre todo por la
velocidad y el desapego a las formas de construcción que se estiman más o menos
correctas o decorosas. Hace que se
piense en un tipeador velocista.
Uno puede creerlo, si lo lee suelto de
referencias, uno de esos escritores sin público de estas fechas, un bloguero de
esos de pocos seguidores, de esos que sobreviven fuera del canon sui generis de la blogosfera literaria made in Buenos Aires, sentado a escribir
en una jerga prerroquera, lenguaraz y blasfema pero anacrónica.
Pero Viñole no escribe ahora. Escribió
hace más de medio siglo, o casi un siglo.
Suena a ya aunque suena a bruto.
Bruto en el sentido de todo aquello que se
organiza con desconocimiento o desatención, mejor dicho ajeno, al elemento
sintáctico, léxico, temático, estructurado para reflejar los árboles
genealógicos de influencias en boga, como si alguien pudiera escribir ahora,
libre como un asceta suburbano, sin haber sido tocado por la lengua de los
airanos, de los punk-peronistas, o por el orbe jergal de los medios masivos y
de la prensa cultural.
Cuesta creer que alguien pudiera escribir
tan bien –o en todo caso tan mal– por aquel entonces.
Porque parece no haberse dormido en
ninguna de las modas de ese tiempo pretérito, ni en las formas sentimentales,
sencillistas y arcaizantes de los escritores de izquierda tipo Claridad o Los Pensadores, ni en los distintos cargoseos semibarrocos o
ineptitudes experimentales de diversa índole de los martinfierristas y sus
derivados. Más bien, adosó ambos vicios e hizo detonar la mezcla en superadora
explosión.
De tan legible se vuelve obstinadamente
ilegible la prosa de Viñole cada dos por tres.
Sus imágenes, metáforas, analogías y
asociaciones derrapan por un surrealismo unipersonal y grotesco, que no se
parece en nada a ningún surrealismo sino a la maquinita de diseño personal de
un Voltaire diogenesiano o un Diógenes volteriano lanzado a zampar a
Hoy Viñole no entra pero tampoco entraría
al parnaso de las literaturas serias –sea el de los que sólo pueden ser leídos
por los estudiantes y profesores de las carreras nacionales de Letras, o sea el
de esos estudiantes de letras que, teniéndose todo eso sabido, se imaginan
leídos por intangibles lectores mediático-de la calle, parecidos a los
personajes que dibujan en sus ficciones o que creen ellos mismos ser–.
Sin
embargo podría ser enormemente leído, porque su sistema de desenmascaramiento y
querella, desmentido, shock y
desprecio, tiene la propiedad de la época y lectores seguros.
Viñole es un humorista piadoso, sarcástico
e ilustrado que por su brutalidad nunca hubiera sido recibido por los brindis
tipo Martín Fierro, y por su
sofisticación impopulista, y tráfico ilegal de verdades a granel ungidas como
trompadas –Viñole fue peleador callejero, performer
viandante y eventual luchador de catch–,
nunca hubiera entrado a una radio.
A diferencia de Barón Biza –un dandi
maldito extemporáneo–, Viñole no putea a su lector sino a casi todos los tipos
sociales probablemente existentes.
¿Cómo alguien podía escribir tan bien?
–¿O sea tan mal?–.
Aparentemente llano, en su prosa, y en su
filosofía de protesta –un materialista circense entre perruno y estoico, un
positivista desclasado–, su vis incorregible se zambulle en un pastiche
semántico esperpéntico y genial y alguien se queda pensando en que Arlt,
Oliverio y Macedonio eran tres escritores que atrasaban, que le iban a la zaga.
Viñole, como la infinita lista de
escritores y filósofos de todo tiempo (ni citar a Platón y Deleuze), escribe
como médico –reparar incluso en su léxico científico, biológico y clínico–, con
la salvedad de que fue veterinario, y veterinario de humanos.
-La vulgaridad es un lujo-
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