Por la casualidad que fuere y que es mejor que no interese tampoco a
nadie cayó en las manos de este cronista un bodrio dispar envuelto en un
bodoquito fucsia: se llama Las Teorías Salvajes-Pola Oloixarac_novela-entropía.
Se desprende que LAS… es título, POL… autor, _nov… viene a ser género discursivo y literario (muy bien que lo
aclaren; también en la contratapa el clown
Link aclara que es buena), entr… es
la editorial.
El sutil esperpento –aunque
todos se han inclinado a destacar contra qué ladra–, bien que aburrido y
genial, es raro, arcano, y dispara también balas perdidas. Por suerte hay, acá
en el Mundo (: Web, la) una cantidad copiona, digo osa, de cortesanas
recensiones que nos esclarecen a los incautos –ahora te llaman snob– y dan la revelación de qué es la
cosa, con qué se mide, y si se come después de la fruta. Así sí. Con las
instrucciones adecuadas, formuladas por nuestros modelos rectores, lo que te
pongan se hace fuible. Muchachos, gracias.
La primera inquietud es
insoslayable: ¿va a estar esta eventual novela a la altura de la foto de la
solapa?
Planteada la situación de
esta guisa, la operatoria de marketing
desde el punto de vista del diseño del objeto-libro es cuanto menos temeraria.
Aunque no deja su foto,
interesa la posición de la narradora –el personaje top al fin–, desde luego menos que la de la autora –conforme la
imagen de solapa–, que se luce producida sobre un anchuroso y sugestivo sofá
asabanado, hojeando culo arriba una pulcra enciclopedia ilustrada; el personaje
más inquietante no porque va a tal fiestita o se la empoman en tal excusado –lo
que le ocurre a otra– sino, por ejemplo, por las puestas en escena de su
epigramático aparato de enunciación: aparatoso, por suerte tendiendo a
insólito. Fanfarronea resbalando, y hasta da gusto.
Pese a algunos gerundios: “incursionando de este modo” u otras
verbalidades de carillero: “implementar
los rudimentos”.
Toda aberración, de toda
suerte en estos casos, puede establecerse en el mapamundi de la parodia. Porque
los estudiantes de filosofía –me dijo un pajarito– todavía creen en la
redención de la parodia. Bien dijo: en la salvación por la parodia.
No vale desembarazarse
descerrajando “sátira”, eso se quedó con Blotta. Lo bueno es que “la sátira”
–pudiendo ser la narradora o bien la autora– trastabilla en esa especie de –no
habría que decirlo– goce de enunciación en despilfarro que, pese a que la va de
empeñosamente perverso –sadismo sin Kant, por clasificarlo todo donde ni
gramática queda viva–, se desencaja y se empina fuera de quicio.
Cuando lo ininteligible al
estómago conversa con la crítica, obvia a los muertos vivos.
Ni hace falta aclarar –otro
pajarito– que de una –esteeeé– generación condenada a leer en la Universidad sí
o sí, tiene que esperarse primero que nada el resarcimiento de condenarse a
hacer de la facu diégesis, a reescribir la Universidad y vista como desde un “K
agujero”, un pedo anfetamínico en el que uno ve el sí mismo como si estuviese
ubicado afuera.
La escenificación de la
monstruosidad en estado de fashion es
un logro. En ello el –de marras– admonitorio fotograma invocado, es con rigor
funcional a la causa. A la causa de la novela (¿Cuál es la causa de
¿O de qué planeta vendrá esa
coctelera que bate enrarecida cierto empavesado neopragmatismo sintáctico,
etosociologismo adarwinado y Tractatus
al sarcasmo?
Ex alumnos de la UNR
filosófica confiesan al presente comentarista que pueden leer este puan roman como si leyeran en otra
lengua latina, que más o menos –o menos sobre todo– gracias a esos dos o tres
añitos gratuitos de idioma entienden, y que si la novela fuera más un género
como los de la taxonomía biológica que un rótulo para dar prestigio editorial y
valor de cultura a aquello que no tiene cura ni especie, su máquina de la risa,
la voluntad de joder a la teoría, o a las momias andantes, contagiaría más y peor.
Del 1 al… 5 SóLÍTOS.

