24/12/08

Caparrós en la Segunda

(Martín Caparrós “El Interior”. Planeta/Seix Barral. Bs. As. 2006)





“-
No, acá en Rosario los ricos siempre fueron almaceneros.
No es como los de Buenos Aires que tenían campo, eran estancieros.
Acá eran nada más que almaceneros
”.





[Caparrós por Bobrow]

Poco antes de las 600 páginas Caparrós llega a Córdoba para descubrir sus misterios. Allí razona que es “la Capital del Interior”. A las dos páginas narra como eventual juez oportuno - pero de juicio suspendido (quién salvo un porteño podría si no dirimir sí arbitrar un pleito como éste) - algunas performances testimoniales de esta gran problemática pintoresca: la de la rivalidad entre Córdoba y Rosario. Mejor decir la disputa por el Óscar al mejor Actor de Reparto.

Un interlocutor cordobés le dice a Caparrós en Córdoba: “acá todo está tenido por cierto sentimiento antiporteño, un resentimiento: que nosotros somos los segundos, que todo queda en Buenos Aires. Ese sentimiento, que te podés encontrar en todo el Interior, acá se agudiza, me parece, porque Córdoba se siente que puede ser un competidor de Buenos Aires, que puede darle pelea”.
“- Absurdamente, diría yo como buen porteño” devuelve Caparrós con bastante razón.

En algunos años de vida en Córdoba pudo el probable redactor de estas líneas comprobar que todos los cordobeses (incluso los provincianos, que hacen patria con los capitalinos) piensan algo así. En Rosario, ciudad fugaz fugazza y de fugados, de europeos en fuga y de clasemedias que se instruyen allí (acá) para huir a los 25 de vuelta a Europa o a su puerta de acceso (Baires), la porteñofobia está un poco más alterada, apenas más aguada, y en no pocos casos gana un signo inverso, deviene filia, y Rosario pareció siempre contenta con haber llegado a ser incontrastablemente y quizá ser aún a duras penas “la segunda”. Es muy probable que la mayoría de los que poblaron Rosario en el siglo hayan podido elegir de alguna manera dónde caer y optaron por la urbe menor. Para un paraje sin historia ni fundación que en el siglo XIX fue poco más que un caserío ese destino ya era un exceso. Ningún rosarino en sus cabales creería ni un rato que Rosario “puede darle pelea” a Buenos Aires en un plano social grupal colectivo, institucional político cultural o económico, salvo en el fútbol, cuyo don no fue asignado a los cordobeses. Desde hace 80 años Rosario señeramente pertenece a la Nación AFA – la realización histórica mayor de la patria unitaria - junto con el Conurbano Bonaerense y La Plata y nadie más, y desde hace 80 es estafada sistemáticamente por el poder redondo porteño en virtud de árbitros y pases. No pases gol sino pases onerosos; expropiación irreversible de todo jugador local que se destaque, raspaje y vaciamiento de los clubes rosarinos. El capital no tiene fronteras pero atiende en la Capital, cuya frontera – con el místico “Interior” – es Rosario.

El nombre de los dos diarios emblemas de las dos ciudades es llamativo y parece preanunciar la beligerancia y el posicionamiento respectivo: La Capital de Rosario y La Voz del Interior de Córdoba. Hoy soy diarios idénticos, suerte de “no lugares” de la ideología prensaria, y supongo que pertenecen a un holding de capitales capitalinos ciertamente; pero queda sonando el reverbero semántico de sus nombres no en lo que intentaron expresar sino en lo que invocan accidentalmente ahora. De haber perseverado la Confederación Argentina es probable que Rosario hubiese sido un día capital. Históricamente hubo un irrisorio lobby frustrado cuyo saldo es el nombre del diario; Rosario es la absoluta no-capital, es solamente la capital del departamento más chico de la provincia de Santa Fe, un territorio que ya es evidentemente menor que la misma ciudad, que se propaga impune hasta las afueras de San Lorenzo. Dadas las cosas como se dieron en la historia argentina del siglo XX es poco aventurable que en Rosario un diario recibiera ese nombre: La Voz del Interior. Para el grueso del “interior” Rosario siempre estuvo lejos.
Córdoba acuna el sueño compensatorio de una posible república mediterránea, una Bolivia argentina, una Argentina sin salida al mar (… o quizá guste más una – pongamos - Polonia argentina…). Curioso también que la “salida al mar” de Bolivia estuviese al contrario en Rosario, una misteriosa “Zona Franca” inoperante utilizada como baúl de trastos viejos por el gobierno andino. Rosario podría ser al interior como un primer patovica kafkiano. El primero y más insignificante vigilante de una cadena de vigilantes celosos que custodian el límite preciso del Interior – la mayúscula es de Caparrós - y el Mundo. Un patovica que recibe órdenes de una autoridad que ignora por completo y cuyos designios le llegan de boca del penúltimo de los capataces, de un capataz de La Boca.
El interior en Rosario se siente menos interior, viene para sentir el vértigo de una inminencia de todos modos lejana y no querible: la de ir a Buenos Aires. Rosario es el puerto preciso para que los pequeños citadinos provincianos y los habitantes de los pueblos sientan huir del Interior estando adentro, huir sin movimiento. En cambio Córdoba juega a ser el Gran Congreso Permanente del Interior Reunido, el campo de deportes de la Selección del Adentro. Jujeños mendocinos patagónicos entrerrianos y hasta rosarinos prófugos se codean en sus peatonales agrandadas en su inflada ciudad universitaria o en los bolichitos caretosos del barrio Nueva Córdoba. Alucinan que traman un complot nacional contra la Capital – tras el cual (aunque no lo tematicen) no sabrían qué hacer con los bipolares o ambivalentes rosarinos -.
Del “interior profundo” - por decir así -, del lejano oeste nacional a Rosario llegan camiones camioneros y los frutos del agro; propiamente gente, poca. La cruz del sur de la cristiandad rosarina canaliza más gente a partir de sus otros extremos, la autopista que trae porteños y ahora – novedad del socialismo posportuario - europeos turisticoides, y el largo completo del Paraná por el que vienen santafecinos y entrerrianos clasemedia a estudiar o formoseños y chaqueños en la pobreza a cambiar de signo estético su pobreza, a convertirla en marginalidad urbana.
Un poste dice Pampa, el otro Litoral.
Con los años se verá si el Puente para la Victoria produjo algún cambio cultural e idiosincrásico considerable en los rosarinos o, más probablemente, en los entrerrianos. El Paraná era un muro que separaba a Entre Ríos y un tobogán que lanzaba al Río de la Plata en alianza con la autopista. También por eso el idioma de los rosarinos se parece poco al de los entrerrianos y mucho al de los porteños, y es mucho más confundible un rosarino con un montevideano (700 km) que con un cordobés (400 km). Pocos rosarinos conocemos Montevideo y casi todos viajamos alguna vez al año a Córdoba: porque Córdoba es la puerta a un exotismo: un suelo ondulado y casi otra lengua. Es como ir al sur de Brasil, son dos itinerarios parejos del vacacionista rosarino: allí también se habla casi otra lengua y aparece un dato nuevo y foráneo en el paisaje: en este caso mar.

El viaje a Mar del Plata no se funda en ningún deseo de experimentar la alteridad. Es una prolongación afortunada del fin de semana en las Islas.



Desde luego Rosarino sacó todos los números para el sorteo de la esquizofrenia. La metáfora del deseo es la pampa y el río Paraná la expresión sensible de que panta rei, de que todo flujea y no hay mismidad fluvial donde zambullirse por segunda vez. Por eso Heráclito y Deleuze tienen tanto éxito acá. Es como que son de acá. Por eso el sueño platónico de organización filosófica en Rosario es una fantochada: somos todos presocráticos posmodernos. Mientras los metafísicos desvariamos y tropezamos con baldosas flojas los socialistas sueñan el sueño del polites, la Atenas gringa, inspirada tal vez en Solón Pericles de la Torre. Aunque consuelan a los últimos cristianos vírgenes con el mito del pesebre de Entre Ríos al 300 y la Belén de Josua de la Serna.





II




De 630 páginas de viaje por el interior argentino Caparrós extrae en la última su hipótesis más dramática: si Buenos Aires – la Capital Federal- no es el Interior ni el Exterior es, ergo: el Limbo.
Podría ser la piel, el yo, la conciencia, o quizá la boca, entidades orgánicas de funcionalidad portuaria, aduanera. Personalmente siempre creí que Rosario era el Limbo; Buenos Aires es el exterior nacionalizado; o en el mejor de los casos, bajo la metáfora orgánica es voz ojos oídos, el conjunto de los órganos externos y la facha. Acá nadie tiene muy en claro que se vive en el Interior… Es más fácil definir a la ciudad de Rosario por lo que no es: no es Capital, no es Santa Fe, no es Europa. Desterritorialización dicen los grupos de estudiantes delecianos. Combinado con un proceso de descapitalización histórico cuyo acmé ocurrió bajo el menemato con sus índices record de desocupación y las bolsas de basura como comederos públicos. Un día estaba tomando una Heineken en el shopping del Siglo en calle Córdoba y se me antojó preguntarle a una señora encremada y una rubia que habitaban una mesa de al lado – intenté esbozar un acento heteróclito o neutro para confundir - si “¿Esto es el Interior?”, si “¿Esto es Latinoamérica?”


No me contestaron. Miraron para el otro lado. Pidieron la cuenta.



Rosario es el exilio. Yo lo tomo así. El exilio nato. La frase de Borges me da vueltas por la cabeza. Varias, varios de sus slogans. El argentino como un europeo nacido en el exilio (“venimos de los barcos” dice Nebbia menos sutil) (frases, parcialmente, de simpático racismo vía metonimia), la de “un argentino extraviado en la metafísica”, la de “perplejidad de un joven provinciano ante la doctrina de que no hay yo”. A los cordobeses les llama no me acuerdo dónde elípticamente extranjeros. El rosarino al contrario reúne todas las dotes de la eventual e insufrible argentinidad: es, doblemente, porteño y del interior. Tiene todos los climas. Los vicios. La frase que nunca olvido es la que encabezaba las tapas de la revista “Risario” que con mucha menos suerte resistía entre la espada y la pared en la época de “Humor” y “Hortensia” y cuyo único producto de exportación fue Fontanarrosa, el hombre que logró esa forma de bilocación ansiada que en el libro de Caparrós se bautiza como “La Gran Fontanarrosa” -: estar en el Mundo sin faltar en Rosario. La frase que decía: “Ser rosarino ya es un chiste del destino”. “Ríase” decía.




Sgt. Guevara’ s Poor Hearts Club Band.







[El penseur mediático]





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...