16/8/07

Ni Edad ni Porvenir



(No soy de aquí ni soy de allá)



Alguien ubica a Rosario en dos sitios que pocamente le incumben. En el litoral y en el centro. (Jorge Panesi, “Rojas, Viñas, y yo”. La crítica literaria en la Argentina. La Biblioteca. 2006).
Suponiendo que he vivido, he vivido casi toda mi vida en Rosario. Nací, efectivamente, entre el Río y el Centro. En el barrio Martin. A unas cinco cuadras del río –como mucho – y unas diez o cinco del centro. He vivido siempre a menos de mil metros del afamado barroso río marrón. Sin embargo para meterme al agua debía viajar – en mi época – hasta, casi, la otra punta de la ciudad, una hora de colectivo. Nunca en mi vida vi el río. No existe, salvo para los que pagan los inalcanzables lofts de los nuevos edificios de 40 pisos que – a ese fin precisamente – cada vez tendrán que ser más altos. Rosario es Buenosayres. Pero. Rosario es Buenosayres sin Centro. Sacadle el centro a Buenosayres – signifique lo que signifique, o lo que significare -: y es Rosario. No hay mejor definición. Ir al río para un rosarino es un acto turístico como para un brasileño, un cordobés, un porteño, o un hindú. Recién en estos años, en que se desmanteló casi todo el puerto, se le quitó el velo al río. Era solamente un fantasma que se manifestaba a través de una energía desagradable, asesina, e invisible. Se la llama “humedad”. La humedad es rosarina. Ahí Cerati se equivoca. Corresponde mucho más a la de los pobres corazones que a la ciudad de la furia. La furia rosarina está siempre empobrecida por esa entidad nefasta, la humedad. Y por no ser, no obstante, Buenosayres. Porque no pasa nada. Por el sin Centro. Porteños sin Buenosayres, algo así. Hoy el río se visibiliza; pero, primordialmente, como una postal. Una postal viva. Viviente.
Además el río es entrerriano.
Tengo enfrente de casa una isla, con una playa inmensa. A la que nunca puedo ver. Y que es Entre Ríos. Curioso. Porque hasta hace poco tiempo para ir a Entre Ríos había que ir hasta Santa Fe, todo un viaje (Santa Fe también es otro lado). ¿Cómo es posible que Entre Ríos haya estado a 15 cuadras de mi casa y para ir allá hubo siempre que hacer un viaje tan largo? Misterio.
Entre Ríos siempre fue algo que quedaba lejos. Humanidades y Artes sí está en el centro. Y en Entre Ríos pero en la calle. En la calle Entre Ríos. Allí donde aconteció el Fin del Mundo en 1993, o sea el año en que uno – yo – comenzó a estudiar ahí. Hubiera preferido nunca tener que atravesar ese centro para estar allí. Buenosayres, al final, no es un país – retruco al poeta – pero la República de la Sexta sí, y yo no soy ciudadano del mundo. Nací después del fin del mundo y vivo en La Sexta. Lo más cerca que hay en La Sexta es un verdadero fin del mundo, o culo del mundo: La Siberia. ¿Cómo no respirar por la paradoja? La Siberia siempre estuvo cerca. Dostoievski o Freud. Freude es contento (satisfacción placer goce) pero Froid es frío. Frío húmedo. Como el sueño. Es como ser sudamericano y que nieve. No soy del Centro, ni siquiera soy del centro de Rosario. Perplejidad y temor de un joven provinciano ante la doctrina de que no hay yo, esa es mi Patria. Haber vivido toda la vida a 20 cuadras del centro, puede parecer una deficiencia menor, una excentricidad menor. Es un mundo; una falta de mundo. Tanta como los 300, 304, u 8, a Buenosayres. Parece poco. A Aquiles también le parecía poco. ¿El litoral?
Háblenme de Heráclito, de Zenón; esa es mi gauchesca. Pero ¿el litoral? Suena a gente extranjera, como los brasileños, los persas, los cordobeses (cito de nuevo al poeta): Juanele, Saer, esas cosas. Esas cosas morosas; lejanas.
Me río. Del río me río. Nunca tuve piragua. Odio remar. Los porteños ¿son del Tigre?



Quizabobo



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...