24/9/11

Gracias y desventuras de un metacínico

[Cachilo - Esbozo para una pared ]

Estar preparado para todo, esa es la gran disposición anímica –Stimmung diríamos, ya que tergiversar es pensar que lega el quinismo antiguo, la filosofía que les vale a los que no tienen nada que perder, o a los que están prestos a un enorme despojamiento a fin de no tener ni medio que perder. Pero el filósofo a cuatro patas (citando a Baudelaire) a verdad decir tiene para perder algo; algo intrínseco: su autarquía, su indiferencia ante la gran fatuidad imbecilizadora que promueve el mundo. La desgracia está a la vuelta de cualquier esquina, y la sabiduría canina enseña a poder esperarlo todo con el suficiente desprecio y la cuota mayor de desapego que sea posible. Toda la sabiduría helenística, grosso modo, se predispone en ese sentido, desaparecida la fase presocrática y la sofístico-socrática, la urgencia o el auge de explicar el universo sin el mito o de pensar al sí mismo como ciudadano, órgano del cuerpo cívico-estatal. Más bien lo que distingue a la escuela cínica es la procedencia: es la filosofía a la se atenía el lumpenaje antiguo, el ala plebeya y más baja de la ciudadanía, los últimos estratos libres de la ciudad. En los epicúreos, en la Estoa, hasta en los cirenaicos, allí irán a buscar recursos los hombres de mando de Roma, los eruditos a sueldo de la Antigüedad, y a penúltimas horas los teóricos modernos de la burguesía como Bentham. En cambio el destino y la marca del cinismo en la historia occidental son bastante más borrosos y extraños. El cristianismo sacó letra de los ladridos del Perro y de los delirios trasmundanos de Platón, y qué mejor para neutralizar el primero de sus costados, que un buen día convertirlo en religión del Imperio. Irrumpió a escala “planetaria”, como relevo manso y civilizatorio del circo, aquella forma señalada por Nietzsche como “platonismo para el pueblo”. Y de ahí a la televisión.

     Todo “impulso quínico” suele terminar así, corrompido por platonismos populistas: progresismos, cristianismos laicos o no, “operativos ternura”, cuentitos de los entes de laya diversa. Caso contrario, el quinismo es, más que captado, revertido, invertido, vuelto señorial y “cinismo”. Con un mundo ganado por el platonismo a dos bandas, el bajo y el alto, el susodicho “impulso” quedó confinado a la marginalidad de las revueltas sin registro. El viejo performer callejero y alegre mártir público, repelido por todos y por todos tolerado, al fin tenía como una oblicua función social de crítica: oficiar de medida por la cual el ciudadano de a pie podía evidenciar la distancia entre la verdad universal y falsedad efectiva de las prácticas, las normas morales y la ley concreta. Para que existiese el sabio cínico antiguo menester era un mundo fraccionado en falso/verdadero. ¿Para qué se lo dejaba vagar por las calles a Diógenes sino para que ejerciera de “medida de todas las cosas”? Él era en definitiva el Hombre, o la encarnación unipersonal del anthropos de Protágoras, aunque rodeado de homínidos mierdosos (“¡Pedí hombres, no soretes!”). Como las verdades del loco, del niño o de ese moderno enfermo que cura, llamado artista, las del perro a dos patas, cumplían una sesgada utilidad social. Escándalo pero no rebelión: bufón sin engagement, sin emolumento, sin encargo; pero subversivo pedagógico, violento ilustrado, bruto civilizador. Irónico jovial, sarcástico libre de cargo y culpa, finalmente no era un chivo expiatorio sacrificado por la comunidad, suicidé de la societé o perro de paja, ni un bonzo estimulado por el autoinmolamiento masoquista. En su forma originaria el sabio cínico era un vitalista a la miseria y su destino no fue la cicuta o el ostracismo, la pira, la guillotina, el GULAG, el campo de concentración, la ESMA ni Guantánamo. Su caricatura, retratada en la piel de Peregrino Proteo por Luciano de Samósata, es decir por aquel quínico devenido sofista satírico, si no protocínico moderno, parece expresar la “cooptación” del cinismo por el nihilismo, devaluación reactiva de la voluntad. Así podrá imaginarse una edad de oro del quinismo como, en todo caso, nischeísmo popular (popular, mas no para el pueblo). Pero después de todo, aquello que denunciaba Luciano en este Peregrino que se arrojaba a las llamas por voluntad de reconocimiento póstumo, fama o erostratismo, exagera nomás lo que Sócrates (ese prequínico, ese preplatónico) achacó a su seguidor Antístenes, eventual fundador de la inaplicable escuela:A través de los agujeros de tu manto puedo ver tu gran sed de gloria”… ¿Nunca dejarás de hacerte el guapo ante nosotros?”…

Coda. El teatro socrático comparte características con el teatro cínico contemporáneo. Se trata de la atopía, del retirarse de la respuesta a cuando se te pregunta “¿Desde qué lugar?”. El átopos nomás provocaba confusión, anonadamiento, desconcierto. Misteriosidad. El método mayéutico, gesto, mecanismo o artilugio, en sí mismo y sin el edificio platónico, como una suerte de subversión contra-erística y contra-retórica, tenía lugar “sin origen”, como la “conversación macedoniana” figurada por González. Algo así, ponele hache, como la deconstrucción en el descampado del habla o en el impracticable fuera-de-texto mismo. El cínico hodierno, “objetor sin ideales”, que dice Sloterdijk, es en todo caso un heredero socrático al servicio de los sofistas. Más allá de la dimensión psicopatológica, de ese psicoanálisis de las figuras del saber y de la filosofía, que lleva a ver a estos “personajes conceptuales”, tipo Diógenes o Sócrates, como simpáticos o nocivos histéricos, el socratismo-sin-Platón (llamarlo así) puede ahora acomodar sus servicios a cualquier reino: ser o no ser una propedéutica ilustrada, suscitar el thaumadzein pro verdad, quedarse en la mera paidia (jugueteo pueril), ser un aporte más a la confusión mundial, o propender a un télos místico, budístico o helenístico, algo así como la epoché o el silencio a lo Tractatus, sinTractatus.

     Estar prevenido más o menos para lo que venga, una buena forma de lucidez que es una corrección bastante inspirada a la “preparación para la muerte” socrática. Y ahora, cuando se tiene algo que perder, comienza uno a desprepararse para todo, y del quinismo a su envés, aparece el cínico. El nichito, el bien de familia, el cuarto propio, el curriculum, la caja de ahorros. 




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...