9/4/09

La Filosofía Cachada






Poniendo a M.F. en el centro del quehacer – o el queser – de la filosofía en la Argentina parece que se postula que su modo más genuino de enquistarse, de aquerenciase, de estar y ser, en lo argentino, en la Argentina, es por la chapuza, la “cachada”, el bolaceo, la payada, la enfermedad como pasatiempo, la broma. ¿Soy un bromista? se preguntaba Witold Gombrowicz, un escritor que en París se hacía llamar argentino. ¿Soy un bromista? ¿El cínico-entontecido? ¿El cinismo-de-viejito? ¿Es necesario un bromista por filósofo en serio? ¿No es posible la seriedad? ¿Parménides en el Viejo Vizcacha?
Hay que ir adonde ya se estaba, al riesgo de ser un bromista, un impresentable. O bien ocultar nuestra biblioteca siempre frondosa pero adulterada, atrasada, congestionada de traducciones non sanctas y antologías escuetas, casi enteramente monoideomáticas, de los ojos de las eminencias francesas y profesorales que puedan aterrizar cualquier día en cualquier barrio de la Capital Federal.

(En la huella más precisa de la comprensión macedoniana de la historia de la filosofía universal se puede uno encontrar con el “Parménides” del celestial César Aira. El mejor pensamiento argentino – si eso existe pero… “la existencia no existe” así que… - no parece tener la menor creencia en el cuento del milagro griego.)


El antiplatonismo de M.F. concibe la posibilidad de una metafísica no como “capítulo extra de las matemáticas”. Entrará a la antiacademia del doctor Fernández el que no sepa matemáticas; o por lo menos: el que no quiera saber nada de ellas. Un método de trabajo es lo que hay que llamar Paramnesia Invertida Al Vesre, o en todo caso creer conocer lo que no se conoce, mejor dicho creer saber lo que no se sabe, ya que versar sobre M. F. es un acto relacionado con el saber no con el conocimiento, que era sobre lo que escribía Macedonio: sobre el conocimiento. Aunque en realidad era un sabio; era – como vaticinaron tantos comenzado por sus (anti)discípulos directos – más bien un sofós que no un profesor de teoría del conocimiento. Era un sabio aunque es más bien el descaminarse de la certeza, y no el que sais-je?, el, mejor decirlo así, estímulo, de esa perpetua pulsión de escribir tantálica. O sea “protesta contra el noumenismo” que es también reacción contra el discurso del método. Buscarlo por eso en la resistencia a Descartes más que creando un precursor en Montaigne. Por eso es mejor que versar sobre Macedonio importe una especie de vale todo, o sea una estrategia donde el saber se oculta en el chiste las digresiones risibles los anacolutos y las derivas asintácticas, y el no-saber quede al mismo tiempo encubierto en un bombardeo de datos, falsas y falsas falsas erudiciones, atribuciones erróneas y demás prerrogativas del borgismo a la san façon. Dar “crítica loca”, o sea pagarle a M. F. con el mismo óbolo, o bien por utilizar la categoría de Veccio, operar una malversación de fondos y ejercer el verso libre desde la estrategia de la “crítica bruta”; en este caso una mezcla de chamullo y patografía.

Por otro lado destacar otra cosa: se sigue también una línea, una filiación, que viene de convertirse en adherente autoimpuesto a una filía de origen que tuvo como propósito la perduración del mito pergeñado por la barra martinfierrista, dispersados después de la primavera yrigoyenista, y convertidos al odio en una época siguiente en la que el evangelio fernandeciano pudo seguir regándose entre macedonistas-peronistas y macedonistas-antiperonistas. Una imposibilidad de pensar mal de Macedonio. La imposibilidad de una agresión, un corte en el campo de la sospecha, una complicidad incluso sin encargo, “sin causalidad”.

En la inminencia siempre existente en M.F de matar la palabra y dejarse matar por ella (des-Belarte) irrumpe siempre una salida, mística cómica o altruística.

Primero publicar después escribir, es una consigna, que, además de que parece ser el principio rector de la literatura argentina de los últimos lustros, en este caso quiere decir que: primero Borges, después Macedonio. O sea: Borges es literatura, publicación, y lo primero que se lee: condición de legibilidad de M.F. M.F. no es oralidad perdida en el tiempo recuperada por la filodoxia de unos discípulos en broma; es escritura, letra esotérica, trazada antes – de Borges -: legible después.



Macedonismo de las catacumbas. Lectores de las catacumbas en enrarecidas regiones donde ni siquiera se está, por nada del mundo, en el “interior”, y menos en la Capital. Menos que pensamiento anónimo, anonimato pensamentario, o en todo caso: anonimato filosófico.

Doctrinas como las de MF no pueden tener discípulos, más bien acusan afectados. Plagiarios, perjuros, inquisidores, amigos indiferentes y enemigos. Pero no lo primero.
El primer trabajador del macedonismo fue Macedonio. El primero en no tomarse en serio. Escribir e insistir con “Doctrina” o “Teoría”, era como esa forma de pensar ya contra sí, de una panironía que termina como empieza: con el autoabuso. Una absurdización que empieza por casa, que hay quien la llama “egocidio”.


En todos los sentidos posibles: la filosofía: cachada.






-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...