23/5/08

Embalsamando a Evita



(Lectura de La Rana nº 2. Cba. 2006)



Siempre hay alguien que está por llorar porque quieren “destruir la literatura”. Qué mito idiota. Los únicos que pueden destruirla, además de los cometas los musulmanes y Bush, son los que no leen ni escriben. La literatura - no hace falta decir moderna porque vivimos de un invento moderno – también es un “proceso de demolición”. El que no tenga esa vis sádica que no escriba, que no lea. La nostalgia y la melancolía también la llevan de acompañante. Detesto el placer del texto de los que escriben lo que no me gusta. Qué mito. Ni los que publican primero y escriben después ni los otros, ni los que usan el ready made del Word, los artistas de cortar y pegar y pasar por el traductor de Google, ninguno: todos son constructivistas. No hay gremio de la construcción sin empresas de demoliciones.

La literatura se parece a ese mensaje telefónico de una serie de la infancia; el que decía: este mensaje se autodestruirá en 5 segundos. Quien construye un texto sabe que lo está demoliendo; o de lo contrario: se lo demolerán en breve. Es una ciudad súbita. Y si no en breve, como pasa con los clásicos, algún día. Todo lo escribible es más tarde o no una ganga por no decir una pelotudez. A esto lo estoy destruyendo mañana. A esto lo están destruyendo mañana. O para ¡salvarse!: a esto lo estoy destruyendo ya. La única forma de que no… lo estén destruyendo ya… Un blogger decía: lo que ya no se puede leer son los clásicos. Se llega un día a ese estado. No es un estado de gracia. Tampoco es una desgracia. Es un destino elegido; insoportable.
Pensar que hubo un tiempo que fue hermoso, canción para mi muerte en la que sólo se podían leer los clásicos. El que queda parado ahí, pienso hoy, es el que en serio quiere destruir la literatura. Quiere evitar la literatura. Quiere embalsamar su cadáver. Embalsamando evita.

Profanar el cadáver de la momia, es la literatura. Lo otro es trabajo de campo, teoría y crítica por el arte mágico de la mímesis; plagio mirando por la ventana con la tele encendida. Todo esto es necesario y muy lindo, porque el “deseo loco de lo nuevo” es sólo un deseo, que no embaraza objetos. Es arte de lo imposible. Su antítesis es un museo de lo eterno; un museo de grandes novedades como quien dijo.

Tipos como Macedonio o Artaud, que decían que escribían para los analfabetos ¿querían destruir la literatura?

Querer destruir al lector es otra cosa. El texto-bomba más que a los anarcos susomentados puede remitir a Di Giovanni, que por cierto era, antes que nada, un lector y un escritor.

Demoliendo hoteles, el deseo puede ser muy loco y de lo nuevo; en literatura el principio de realidad – la pared del deseo – es un conservador que se hace llamar liberal. ¿Kafka no quería destruir la literatura? En el campo de la literatura hay bonzos endógenos – autobonzos - y bonzos de los otros. Incendiarios del mundo, no temáis. No sé si hay escritores Shih Huang Ti. Si los hay no se toman el trabajo de escribir “Literatura de izquierda”; se dedican al realismo-mierda, o al periodismo subjetivado; se creen norteamericanos. La literatura es un Ave Fénix. O como dijo el Gran Lector, ese Champolión del furcio que despreocupado de la moda Aira, la moda Piglia, Saer, incluso Asís – su hagiógrafo - , Fogwill, Laiseca, Lambo Fresán o Magoya, descubrió los textos de Sócrates, ese personaje literario que no sé si quería destruir la literatura, pero no quería construirla: el Gato Félix.

La literatura es el Gato Félix.




Talibán Inofensivo

22/5/08

Ni Comprometido Ni Casado Ni... O La Equitación Protestada



(Lectura de “El edukador” por Ignacio Barbeito. La Rana nº 2)
Borges le deberá alguna parte de su fama entre la gauche francesa a Le Temps Modernes y su célebre director, y éste seguro le deberá a Sur una buena parte de su inicial fama entre la derecha del país de los gauchos… Parece que hay una famosa frase de Borges, quién como se sabe despreciaba a Sartre seguro no tanto como a los sartreanos – plaga porteña de la época – que dice "hablar de literatura comprometida sería como hablar de equitación protestante". Para las masas gramatológicas nacionales de la época Sartre y Borges eran el gran Boca-River divisorio. No hubo, por varias décadas, figuritas literarias más incidentes.
Creo que deben de haber sido varios los que vincularon el acto de la escritura con el acto de cabalgar. Macedonio narró por escritura sus peripecias cabalgando a pie en el Uruguay, que es donde pasa la literatura argentina según se sabe por Aira (“Copi”) – su “locus” dice - . El chiste de Borges no se entiende mucho, o se entiende demasiado; debe (de) querer decir que discriminar literaturas comprometidas e incomprometidas es una actividad pareja al ordenamiento de los entes del mundo que hacían ciertos enciclopedistas chinos que se hicieron famosos mundialmente en un famoso prólogo fucoltiano. Chistes del patriciado tilingo de entonces, más allá de un cierto espíritu zen del nominalismo a la Argentina.

Hay a mano una frase de la época y de Marechal que es mejor: no existen escritores no comprometidos; incluso los traidores se comprometen con la traición.

Hay escritores que, como el padre de Georgie, se comprometen con una mujer (con Leonor en este caso) y dejan de escribir[1], y otros que heredan por la inversa, como el Hijo, van a la literatura como promesas y se comprometen con ella. Ella en este caso es un concepto o mejor una noción o mejor una visión de la “literatura”. Quedan comprometidos en un mandato que puede devenir en convertirse – como diría alguien – en el portagrama, de… en fin, una generación, una clase, una región, y luego una imagen oficial, en algún histórico momento, de la “derecha”, en otro, de la massmediocracia general de una nación, y su iconografía sensible escolar popular y for export. Por lo demás es hasta obvio que Borges fue siempre un escritor bastante político. No era ni Oliverio ni Fijman ni Macedonio; es claro. Queda claro que el “compromiso” es humanamente inexorable; digamos entonces: compromiso político. El consenso de una imagen: la de Borges desde los años 30 fabricándose una “Torre de Marfil”; es una burrada poco verosímil. Desde el comité de Intelectuales Irigoyenistas del veintipico hasta los prólogos con declaraciones de afiliación al “partido conservador” Georgie está lleno de política comprometida, difícil que pudiera ser de otro modo en un escritor que se dejó convertir en estandarte ecuménico de una fracción - digo facción - considerable del país. Sobrarán quienes destilen interpretaciones políticas solapadas en el Gran Texto Borgeano Oficial (Obras Completas de Emecé). Todo es legible… Del paratexto a la biografía, pasando por todas las publicaciones circunstanciales no sobre “literatura” que hoy se acopian, fragmentos nada escasos de una voluntad de comprometerse, en fin, “políticamente”, creo que sobran[2].

Hoy la gente más bien no le perdona a Georgie su compromiso con… con el celibato, vamos a decirlo así, más que su presumible compromiso con - ¿cómo decirlo? - la clase dominante argentina o la oligarquía porteña. Bastaría rastrear sartas de chistes flagrantes de bloggers literatos al respecto, o simplemente considerar que el borgismo más masivizado de la época acusa como efugio la teleología de escribir y hacerlo todo “para levantar minas”. No era lo que recriminaba Jauretche, al menos en los textos[3].

Otros tiempos.

Quedarán dos imágenes de las políticas o la política de Borges. Una, por lo general resentida, con y sin razones: la de un casi evidente “compromiso” con tantos regímenes golpistas de turno hasta llegar a un famoso saludo de los 70 y una más famosa condecoración. Entre ésta y la siguiente imagen que referiré quedarán colgando un manojo de frases entre chistosas y verídicas que pueden instaurar una especie de corpus político-aforístico borgeano, así como en las presuntas antípodas, hay uno peronista o peroniano, mucho más verídico y eficaz que el propio cuerpo doctrinario organizado en forma de texto y libro. “Un abuso de la estadística”, “europeos nacidos en el exilio” etc. etc… Y en el otro lado, la otra política de Borges, no la que heredó de Lugones ni de la oligarquía castrense de sus “mayores”, sino la de ese viejo “anarquismo spenceriano”, mucho más simpático al progresismo nuestro de cada día. Una forma del anarquismo, un estado de cosas a futuro que –como él dijo – algún día mereceríamos. Para saber sobre esto llamarlo al profesor Christian Ferrer.

De toda suerte, no es Borges la antítesis flagrante de Sartre en este orden de cosas. Es Gombrowicz, a quien la literatura vigente o actual argentina menos aburrida le debe de hecho mucho más. Queda claro que no hay inocencia después de la lactancia. Hay negligencia. Delatar falsas inocencias es un viejo arte, nacional y universal. Borges no era un fogonero de barricada ni – por lo general – un autor de libelos; era simplemente un autor con cuentas pendientes y favores recibidos que compondrían lo que estamos bautizando compromiso político. Nada que ver con el caso del Clown Eslavonacional quién nos enseñó a reclamar no inocencia – todo lo contrario -, ¡más negligencia!..[4]




El engagément gagá

-Finale-



Gombrowicz no era un admirador ferviente de la filosofía de Sartre[5]. Ciertamente Sartre y Borges son como los dos grandes Otros no polacos del polaco; los dos grandes capitostes de sus otros dos países: la Argentina y Francia (sus otros polacos eran Witkacy y Schulse en principio, después otros). Mejor dicho Gombrowicz quería ser el otro de estos dos; el anti de estos dos; la sombra. El tábano emperrado. Gombrowicz tenía a Sartre en la cabeza como un quiste o como un grano en el cuculio. Si había deslumbramiento, había recelo resquemor y envidia más visiblemente. Y una voluntad de correr al existencialismo por el existencialismo; de pedirle o devolverle más bajeza más concreto más vida. Si su amigo Sabato sólo pudo ver existencialismo en sus performances y textos, se debió al análisis de corto alcance y demasiado proselitismo del tan detestado Arnesto – detestado por el insoportable consenso de época que al día nos agobia a… todos. Al “cartesianismo” de Sartre Witoldo le opuso una resistencia entre cínica y dadá que hoy pasaría más bien por “antifilosofía”; en estado proteico bruto y sin divanes. Antifilosofía denuncista, pero como tal, en permanente estado de parodia. La protesta como rictus y malabar; un showman ácido de la protesta y el criticismo: “circo y filosofía” dijo.



[1]Vid. “Jorge Guillermo Borges, el Escritor Comprometido” (http://unfilosofoproducido.blogspot.com)
[2]
Para muestra, al alcance de la mano, un botón: http://www.contrarreforma.com/2/9.html

[3]Cf. Manuel Di Leo, “El Onanismo no es un Humanismo” o “Carta sobre el Onanismo” (Ez. nº 38)

[4] Vid. Artículo – creo - de Rússovich en “Vidas Filosóficas” (T. Abraham comp.). En el paraíso de lo que hoy ya se llama la “literatura de izquierda” nacional (slogan-concepto de Tabarovsky naturalmente) desde luego no está Sartre, ni casi Borges, y sí mucho más Gombro, se sabe.


[5] “El arte de mear contra el viento idealista”, idem La Rana nº1, por lo demás artículo afortunado.

10/5/08

El Tamaño de Mi Expectativa



(“La expectativa”. Damián Tabarovsky. Mondadori. 2007)



Bastará con decir que mi nombre es Pablito Castel y que soy pintón. Sí, sé que esto no viene a cuento, pero me gusta que no lo olviden, y además, ya que no me pueden ver… que lo tengan en cuenta. Si no fuera que soy “pintón” no perdería el tiempo en estas boludeces; es una ventaja que me permite cometer un par de horas a diario el ejercicio indolente del despropósito. Me dedicaría a hacer guita, no blogs, a aprender a manejar autos, no a intentar aprender a escribir, cosa imposible, además; imaginen que un tipo que usa la palabra pintón, no entendió nada nunca en la vida, o vive en el Sabor 15 de una biblioteca de los años 60. Como soy “pintón” no necesito caer en la miseria de escribir o hacerme pop star para “levantar minas” porque siempre alguna ligo solamente de oral. Me dedico de momento a hacer comentarios de libros recién salidos, gratis; gratis los comentarios, no los libros. Y quiero anotar algo sobre “La expectativa” de Damián Tabarovsky, probablemente su mejor libro.
Creo que el sintagma “novela de ideas” no tiene muy buena prensa desde hace varios siglos probablemente porque suena demasiado a Ernesto Sabato, que si no me acuerdo mal lo tenía entre sus adminículos predilectos. Se sabe que la primera frontera que hay que cruzar para pasar de una adolescencia de cuitas pajas y secretitos y sentimientos literarios a una esfera social dominada por sujetos y pandillas dedicados profesionalmente al quehacer literario y su circunscripción entre la academia y el mercado es la de creer que Ernesto Sabato vale de algo. El odio a Sabato es la prueba básica que debe soportar el iniciado. Si logra en poco tiempo lo propio con Cortázar podemos empezar a augurarle el destino próspero y promisorio de una feliz adaptabilidad al nuevo e ingrato medio. Claro, es una idea como de antigua y necesaria y elíptica idiotez periodística de contratapa… novela de ideas; el “Museo de la Novela de la Eterna” también hubiera sido si caía en manos de esta gente una novela de ideas, o antinovela de ideas o antideas, y al final tanto del lado de Aira como del lado de Piglia ha triunfado un criterio de novela de idea que habría que ubicar en la conjugación del hito del “Museo” – donde en realidad no hay novela, o casi - con lo que llamamos voluntad de Sabato; en el peor de los casos, resumiendo: excusar una anécdota y una trama para pasar en negro “ideas”. Nadie quiere ser Sabato, el auténtico escritor maldito de la susomentada posadolescencia de esta era. Sabato es un fusible y un trauma de la literatura nacional. El recurso de Tabarovsky (“correr por izquierda a Aira”) es el recurso a la bobada lo obstuso las trampas a la trama y el chiste malo como vía de escape de la nueva novela de ideas al oscuro y solitario túnel de la gravedad y su dentadura postiza: ¿”el pensamiento liberado del pensamiento”? La novela-de-ideas-bufa (Aira) (objetivo de sus performances proposicionales: ser inútilmente interpretadas por las becarias de la facultad), versus la novela-de-ideas-fruncida (Piglia) (objetivo de sus idem: ser repetidas con ingenuo azoramiento por idem en ibidem [¡”Borges es el último escritor del siglo XIX”!..”¡Gombrowicz es el mejor escritor argentino!”... etc.]). Ya no hace falta tener que soportar 30 páginas de la pesadez narrativa de los Saeres para llegar a una idea, a una fugaz iluminación conceptual, a un arbitrario rapto eidético, qué suerte. La utopía del piloto Mathias Rust es
sospechosa: “haber alcanzado la pavada total y desde allí elevar una crítica radical del mundo” (p. 137)[1]. Qué suerte que se haya terminado esa literatura que nunca se escribía, que parecía comenzar corregida: el perpetuo café con leche de ideas. Qué suerte que se hayan fundido todos los talleres literarios, todos esos abogados de pueblo y profesoras de barrio de piano clásico. Para eso está el cine.



Tabarovsky:



“¿En qué estaba pensando Ugis? ¿En la trascendencia? ¿En la posteridad? La posteridad es el gran mito del fracasado. Parte del absurdo presupuesto de que las generaciones posteriores serán más inteligentes que las actuales. En Buenos Aires el efecto combinatorio de la democracia, Fito Páez, el video clip y el ingreso irrestricto a la universidad arruinó a la generación nacida a fines de los ’60; es obvio que las consecuencias de Babasónicos, el nuevo cine argentino, el teléfono celular y la comida delibery va a arruinar aún más a los nacidos a fines de los ’80. Si algo vale la pena tiene que ser ahora. El presente es el único lugar posible, interesante, conmovedor. Toda biografía se escribe en un único tiempo verbal: el presente (a veces se conjugan verbos en pasado o futuro, pero esto es un detalle sin importancia). Marina Tsvietáieva: ‘A propósito de los que supuestamente llevan un retraso de uno o tres siglos, citaré sólo un ejemplo, el del poeta Hölderlin, que por los temas que trata, por sus fuentes e incluso por su vocabulario es un poeta de la Antigüedad, es decir, llegó a su siglo XVIII con un retraso no de un siglo, sino de dieciocho. Hölderlin, que solamente ahora comienza a ser leído en Alemania, es decir, después de que han transcurrido más de cien años, ha sido adoptado por nuestro siglo y, ciertamente, no es antiguo. Tras haber llegado a su siglo con un retraso de dieciocho, se ha revelado contemporáneo de nuestro siglo XX. ¿Qué significa ese milagro? Significa que en el arte es imposible llegar tarde; que no importa de qué se nutra, ni qué busque resucitar, el arte es por sí mismo avance. Que en el arte no hay retorno, que es movimiento continuo, es decir, irreversible’.”


***



“‘Pero algo único debo tener, debería poder contar alguna historia.’ De golpe, silencio; la mente de Jonathan en punto muerto. En ese ultrasegundo de calma piensa: ‘¿Cuál fue la última generación para quien PC significó Partido Comunista y no Personal Computer?’. De golpe, recuerda una historia, la de Mario Alberto. Mario empezó primer grado en el ’­73. En segundo ya gobernaba la Triple A. Terminó la secundaria en 1983. Fue siempre a escuelas públicas. Es una historia opaca, sin heroísmos, anodina. Cualquiera que haya hecho su educación bajo la dictadura sabe que fue un infierno. Pero un infierno menor al lado de las torturas en la Esma. La historia de Mario Alberto no puede ser contada porque está atrapada bajo otra historia mayor, una historia de otra densidad. Su historia, al lado de la de la generación de los ’60, es una historia menor. ¿Quién querría escucharla? ¿Hay algo para contar? En su vida no hubo muertos ni exilados, ni fracturas irreparables. En su historia no hay tragedia, pero recibió, como un eco, el olor de la tragedia. Fue su actor de reparto, el testigo de algo que no alcanzaba a comprender del todo. Mario Alberto no es un sobreviviente. Algo acerca de los sobrevivientes: como es notorio, el poder político, cultural, literario y académico está en manos de la generación del ’60 y ’70; muchas veces da la impresión de que la legitimidad de ese poder no proviene de la calidad de sus obras, de sus textos, de su capacidad inventiva, sino tan sólo de haber sobrevivido y de saber hacer negocios desde hace décadas. Pero a diferencia de otras generaciones, la de Mario Alberto no cuestiona el poder. Padece la mediocridad creativa de buena parte de la generación mayor, sin que pareciera importarles demasiado; aceptan lo dado y esperan su turno.”


***



“Allí donde hay genio, no hay obra. Hay muchos malentendidos en todo esto y me conformaría con decir alguna frase en el momento oportuno. Algo así como el pensamiento liberado del pensamiento”.


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“Un embarazo dura 9 meses, si al cabo del mes 10, 11, 12, 13, el bebé todavía no nació, es porque no va a nacer nunca. Un país no puede estar fundándose durante dos siglos. Si en doscientos años no dio a luz a una sociedad estable, duradera, orgánica, relativamente justa, es bastante improbable que lo haga algún día”.


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“El emprendedor: un profeta (es curioso que todavía se siga pensando al profeta dentro de la tradición místico-religiosa-filosófica-ética, que se lo siga pensando como la exaltación de cierta verdad radical, cuando no es más que la expresión del liderazgo capitalista. Los profetas de la Antigüedad no eran más que capitalistas inmersos en un universo precapitalista, de ahí la incomprensión que sufrían)”.


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“De golpe recuerda una frase de Perón. Cierta vez le preguntaron cuáles son los diferentes partidos políticos y contestó: ‘Bueno están los radicales, los conservadores, los comunistas, los centristas, los trotskistas, los federales y los socialdemócratas.’ Pero general, ¿y los peronistas? ‘Ah, no’, agregó Perón, ‘¡peronistas somos todos!’ Ahí, tirado en la cama de su novia, con una media puesta y la otra no, recuerda la frase de Perón y sonríe. ’¿Vos sos peronista?’, pregunta Mauge como si le hubiera leído la mente. ‘Imposible que lo sea.’ ‘¿Por qué?’ ’Mirá: el peronismo es anti-clase media, y yo soy de clase media. El peronismo es anti-intelectual, y yo soy intelectual. El peronismo es antisemita, y yo soy judío’. ‘Pero vos no sos ni intelectual ni judío!’ ‘Es verdad lo había olvidado, qué curioso…’ ”.


***


“Desde entonces, el acceso a lo sublime viene dado por la banalidad, el chiste malo, la frase incompleta, la sintaxis errática, la velocidad como modo de la demora eterna. Nada más complejo que lo banal, nada más terrestre que lo sublime’. Así hablaba David, manso y tranquilo”.


***



“Como es público, el psicoanálisis es la tercera gran influencia porteña, sólo superada por la tira de asado y el gusto por vivir en departamentos que den al contrafrente (cuarto entra el peronismo, lo cual es buen resultado si se tiene en cuenta que en el interior entra primero.)”


***



“¿Qué es lo contrario del chiste fácil? ¿El chiste difícil? Pero ¿qué sentido tendría hacer un chiste así? Uno hace chistes justamente porque son fáciles, no representan ningún esfuerzo, surgen así no más, sin gasto alguno”.


***


“Piensa Jonathan: ‘Bueno, al fin y al cabo, en cualquier trabajo buena parte del salario nos lo ganamos haciéndonos los boludos. (…) entre el 23 por ciento y el 68 por ciento del salario lo ganamos simplemente por hacernos los boludos”.






[1] Rust es, como los de Kafka, un precursor humanista Kitsch y posmoderno, ideológicamente ulterior, de los talibanes del 11 de Septiembre, los efectos de cuya hazaña – teleológicamente dispar y morfológicamente equivalente - quizá lleguen a ser similares a los de estos últimos: un hito evidenciador de la volatilización de un imperio. Ambos hicieron volar por los aires un mito – y violar por los aires -: el del control absoluto de los sistemas de defensa del estado imperial ultratecnológico. Su objetivo sin embargo, voluntario o impulsivo, es la obra de arte en sí en su estadío rigurosamente contemporáneo: el puro despropósito, y peor: en el borde mismo del ridículo suicida. Entre Heidegger las vanguardias el mayo francés y un Eróstrato grunge. V. http://es.wikipedia.org/wiki/Mathias_Rust

8/5/08

2


¿Quién estará cogiendo ahora?







¿Piglia?

Subrayado & Bastardilla: Lectura de 2 Novelas Nuevas



- Ejemplo de “la reseña para sí misma” -



Confiadas por ti, Romina, “La expectativa” de Tabarovsky y “Era el cielo” de Bizzio leídas casi en simultáneo no tienen mucho más en común que eso: haber salido al mismo tiempo. Y ser…, en fin, buenas. Comentarios que podrían deducirse o adjuntarse al negocio mercantil o personal de la obviedad sub specie información o pedagogía. Por lo que se puede tratar de una antirreseña, o humildemente de una no-reseña, o mejor casi, dado en principio que el periodista sin público, el comentarista homeless, free lance para sí mismo, es una figura patética, en todo caso de ultra-extrema-izquierda, una deformabilidad inconsecuente de los tipos que sienta el útil antimanual “Literatura de izquierda” (viene a ser un mensaje medio fuera de lugar…). Como saldo de lectura queda un detalle: la de Tabarovsky es una novela de subrayados. De subrayado automático. Basta revisar el volumen sobre el escritorio para verificar alrededor de 10 subrayados inevitables en 140 páginas en tipografía bien grande, un proyecto facturado entre otros propósitos para provocar ese tipo de tentaciones en la frustrabilidad del lector, en el lector frustrado, o sea aquel que deja de callar, o escribe, deja de leer, o por lo menos: toma un lápiz: amenaza metamorfosearse en una manera protoplasmática de crítico (no necesariamente se escribe para, como escribió famoso metafísico, vengarse de haber leído y tanto; pero sí necesariamente se escribe crítica. ¿No?)[1]. En la de Bizzio, en cambio, sería al vicio, salvo que hubiera caído en manos de un investigador ad hoc: en tal caso, el subrayar podría superar en centímetros a sus interrupciones. Aunque es una novela que mantiene, de forma inescrutable de momento, la antigua ética de las bastardillas, esa curiosa forma presunta de manipular por vía oblicua, o guiño-terror, una recepción o a un lector en ideal. Mantener, por lo tanto, privada a la novela tal de un esbozo de recensión con toque interpretativo, o: hacerlo en privado. No soy quién para dar un comentario.





[1] En realidad se trata de una forma menor del subrayado, que es una actitud profesional o adolescente, meticulosidad o fascinación devota que quién puede retener por muchos años… Se trata de su forma más apática y desafecta, un derivado cansino que mantiene un sujeto de la lectura híbrido a mitad de camino entre el teenager y el sabio; esto es: entre el comentarista y el lector, el lector puro: crucecitas o leves e irregulares líneas verticales a lápiz en el margen.



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...