28/9/08

Relaciones Carnales con la Filosofía



(Para una academia informe)




No me interesa la filosofía. Quisiera decir eso hoy. Y tomar una frase de Gombrowicz pero cambiar la palabra cultura que es la que él usó por la palabra filosofía. No me interesa la filosofía sino nuestras relaciones con la filosofía.
Porque si no se mete el dedo en el pensamiento o el pensamiento en el dedo… la cosa no funciona, no funca. Es pensar en aquello que en general el comunismo universitario, la grey ascética, no quiere pensar: en sus relaciones. El tocador en la filosofía, sus valores de uso. Sus valores de cambio se encuentran en cualquier manual, en los recitados de Feinmann en Canal Encuentro para la joven principiante progresista que aspira a el día de mañana ser una “jegueliana de izquierda” o Barbie montonera K como la bella presidenta, o bien en cualquier “Problemática del Saber” de cualquier primer año. El ser se dice de muchas maneras. Las maneras de muchos seres se dicen. Chisme & Ontología. El olvido del ser… el ser como cópula… el olvido de la cópula: lo que se quiere olvidar: cómo copulamos. Nuestras relaciones carnales con la filosofía. Ser descubiertos filosofando en estado de enunciación. Las proposiciones no importan salvo que sean deshonestas. Lo infame de la vida filosófica. Gustaría que se explique por ejemplo: cómo se disfruta la filosofía o cómo se debería disfrutar. Sería un buen tema. ¿Es fruíble? ¿Especialmente fruíble o sólo sesgada o secundariamente? ¿Debe ser anorgásmica? Ahí os quiero ver: qué pasa con un filósofo cuando le sacan la fuente, a la que, cual el cántaro, tanto va. La página en blanco más que el horror de los escritores sería el de los filósofos. Qué hacen sin “textos fuentes” ante la exigencia de llenar una página en blanco. El que se atreva a responder lo podrá demostrar mostrando: en acto. Pero ah… los filósofos, los filósofos nunca entienden nada. Son como los editores.

Ahora me voy poniendo más serio, me debilito, me voy exponiendo más, me hago blanco, y digo. Lo que habría que estudiar es la forma en que se practica la filosofía flagrantemente, los modos en los que se la enuncia y se la intercambia, sus valores y valideces como institución y mercancía, y las subjetividades, eticidades y moralidades, que arrastra. Estudiar sus flagrantes condiciones de posibilidad es estudiar los institutos y las subjetividades que implica: palparnos las máscaras. El miedo al ridículo de pensar y la industria del paper son la misma bosta fragante. Una fealdad abusiva se desprende de lo que alguna vez creo fue llamado por el adusto Ortega y Gasset “la barbarie de las especializaciones”, y es el exceso de comprensiones gremiales del mundo, de – diré una palabra con mala prensa, graciosa pero útil – cosmovisiones gremiales. En el caso que nos compete no se trata de visiones filosóficas de las distintas cajoneras ónticas que constituyen el universo sino de escalas de valores y hábitos del gremio de los filósofos, en sus distintas divisiones departamentales. Son “filosofías” de la hexis del currículum, del ser académico, no filosofías filosóficas sacadas de los libros mediadas por las actividades universitarias. No suenan a mediadas sino a generadas. Eticidades del estudiante su amiguito y el profe. Acá habría tela de jucio para cortar. Dejar que el tábano aletee en estos recintos. Una vieja frase de Sartre que podría rumiar filosóficamente el victimizado por la universidad nacional: qué hacer con lo que han hecho de nosotros. No la buena familia burguesa y su ex Telefunken 20 pulgadas. La sagrada familia académica.





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...