
(Polémica en torno a los “Filósofos Posmos”)
Lo que se dice sí tiene importancia; toda la importancia está en lo que se dice, y en lo que no. El imperio del sentido obtuso, como recurso del estilo en pro de contrariar al saber ideologemado, una conceptualidad devenida perceptividad y preceptividad mortuorias, los asaltos a la legalidad gramática de la lengua como a los consensos ideológicos temáticos estilísticos éticos genéricos, en fin, del gremio de profesionales de la “filosofía”, desde el solecismo y el anacoluto a la impunidad en las hibridaciones intertextuales; o en otro registro: la parodia, el epigrama, un anatema cualquiera o la paradoja – en el sentido wildeano, no lógico -, en fin, el más silvestre nonsense o cualquier tropos esperpentizado de los que se pueden leer, cometen la seriedad y el rigor que pudiere demandar todo conato de guerra a los ritos enunciativo-textuales sobre los que se iza la actividad impositiva del filosofema ortodoxo bajo la imperancia de la discursividad universitaria oficial y sus correlatos editoriales-institucionales-mediáticos. Eso implica el cómo pero también el qué, si es que por ello entendemos un contenido. Parodia, pero con volátil identidad con lo parodiado; una ética cínico-picaresca, una estilística Kitsch, un expresionismo denuncista pero sin referente garantido, sino ficticiado oblicuamente en una personería diegético-textual. Pareciendo lo contrario, importa el dictum no el modus. Lo que se dice sí tiene importancia; no la tiene quién lo dice. En efecto: escribe el contexto. Contexto sin pasión y pasión sin contexto: un yo alterado como un yo adulterado; alterizado: otro. Circunstancia única, o no: soy yo quien dice, yo otro, mi circunstancia, la cara de mi nombre: aunque las ideas me pasan, no tengo opiniones, tengo estructura. Se trata también de afectos perceptos y conceptos en la red de una estrategia obrada en los intestinos de una no filosofía y una antifilosofía. ¿Asintactismo? ¿Errorismo absurdista emotivo? Anacronismo, atribuciones erróneas, fuentes bibliográficas birladas, inconsistencia argumentativa, incompetencia intelectual, impunidad ética, autoritas acefálica, heurismo gongoriano, desastre paranoico-fascista, esnob-terrorismo-web, inobediencia al pacto con la interlocución normal. En un plano más ético parece que es cierto que algo pasa, más allá de la calidad de un trabajo literario-filosófico, sus valores estéticos morales o el valor de verdad de sus enunciados, su probable exclusión o aceptabilidad al interior de un registro discursivo o su plausividad en un cierto campo del consumo de bienes simbólicos. Independientemente de la fortuna o desgracia de la existencia de nuevos formatos comunicacionales que permiten este tipo de minioperaciones orientadas a filtrarse en míseros recovecos específicos del medio cultural, accidenciales fenómenos de clandestinación y anonimato de la publicidad y la publicación, y de su uso desafortunado o en gracia bajo los propósitos de una cierta actividad vinculada al discurso y la práctica institucional filosóficas, ronda un fantasma por el mundo de la filosofía, un malestar general y un submundo agigantándose que es el de su anormalidad. Aberraciones no sólo geopolíticas como las anormalidades filosóficas que delataban en su tiempo Ortega o Cruz Vélez o monotemáticamente F. Romero adjudicables a la lengua y mentalidad españolas y a la situación latinoamericana, hermanas idiotas de las naciones del norte normante; aberraciones en este caso generacionales que ponen en estado de shock a los… habitus de una cierta generación de jóvenes de ayer (“la juventud maravillosa” sus filiaciones paridades y descendencias), paidofilicidas, e institucionalidades de anteayer. “¿Qué hacer con la filosofía?” acaso pregunta un lumpenaje multimedias con las manos en la masa de unos saberes fuera de quicio y un capital simbólico afectado por los múltiples estallidos inflacionarios del sentido en un mundo que le es crecientemente inconmensurable. Probablemente, hay una generación o algo sí que, entre la imbecilidad burocrática y la imbecilidad esquizofrénica, no sabe qué hacer con la filosofía. Con los saberes legal-legitimados y todos esos trebejos espejitos trucos y valores de cambio, formas y hábitos monopolizados por cierta gerontocraticidad que boquea sustraída de su desaparecido medio ambiente. Ahora podemos decir que esto que estamos diciendo es mentira y que no somos serios. No somos, incluso. Que me tomen por cómico es trágico. No poder ser serios es acaso un sino posmo, aun cuando la realidad y la forma humana se estructuran como un chiste, como se sabe, somos una joda para Tinelli, concédase la desactualizada e intempestiva cita.
Buenaventura Costacurto,
por Esquizia “Circo & Filosofía”
Tesorero