1/4/06

Reflexiones Rosarinas por la Ruta 9


a Darío Sandrone





Si Córdoba es la capital del interior ¿Rosario qué es? Posiblemente, el interior de la Capital, de Buenos Aires. Los porteños vienen a Rosario a confirmarse creyéndose en el interior. Pero Rosario, si le sacamos las propagandas del Estado Provincial no quiere nada de santafecino, es un barrio de Buenos Aires, un Gran Buenos Aires corrido. De hecho se demora casi tanto, en auto, en salir del Gran Buenos Aires que en llegar de ahí a Rosario. ¿Tiene Rosario más zamba y chacarera que Buenos Aires? Rosario – su margen a salvo de la emigracion chaqueña y etcétera – es tango y rocanrol. También en paridad con Buenos Aires, se vende como manía por el fútbol. Buenos Aires tiene cincuenta equipos – bueno, más en realidad – y dos monopolios (antes eran casi cinco). Rosario cuatro o cinco pero que se concentran en dos. Y nadie aspira (fue acaso una democrática ilusión momentánea en los años setenta) a competir en frondosidad de vitrinas de trofeos con la Capital; sólo le queda a Rosario (diez o quince veces más chica que el combo Capital-conurbano) su aspiración a un máximo de concentración de fanatismo de la pelota, proezas pelotudas de clásicos suspendidos y superioridad de desmesura en las comisiones de actos de terror simpático del foquismo barrabrava. Da toda la sensación de que el mito rosarino está hecho a la medida del porteño. A excepción de una franja geográfica trazada por Santa Fe, Bell Ville, Gualeguaychú y San Nicolás – que por razones obvias viven de la consideración a Rosario -, Rosario no parece ser demasiado registrada por el resto del país, salvo, claro, por Buenos Aires, que quizá la ve como a una Montevideo bis con la celeste y blanca, o una Buenos Aires di antes, en donde no pasa nada.
Contra lo que opinan algunos amigos, me resisto al mito porteño de la Rosario-artística. Cada diez o quince talentos sitos en Buenos Aires uno es rosarino y eso deja pasmados a los porteños que se imaginan que a trescientos quilómetros hay una modesta aldea de horizontales de tres pisos con el potencial de una Florencia, París, Atenas o Alejandría. Se dejan llevar por la admiración despreciativa y no por la más simple evidencia matemática que permiten arrojar los censos. Cierto es que si la adversidad del medio facilita el genio – el talento o el ingenio -, el arte rosarino está de parabienes, en la medida en que se pueda sacar a ese sujeto trágico a tiempo de la aplanadora de su environment. Así en Rosario tenemos una ingente comunidad de tenderos, quiosqueros, albañiles, abogados, subsecretarios, profesores, crotos, etcétera, insertos en sus actividades profesionales a ley de haber sido convertidos por el medio en talentos aplazados crónicos, notorios postergados a eternidad, genios aplastados por el 122 o por los que se toman el 122 (ex 2-18).
Todo bien cuando se entiende que el genio rosarino es una versión provinciana diez años diferida del Flaco y Charly (Fito), o un talento mayor de una literatura muy menor (el Negro Fontanarrosa). Rosario como un bar en el medio de la pampa húmeda, una pulpería posmo. Por eso la identidad rosarina se conjuga como una modulación singular de la identidad porteña ampliada en cultura urbana rioplatense. El rosarino, igual que el porteño, también es especialmente for export, tango tango. Nadie más argentino en el exterior que alguien nacido en Almagro o en Pichincha. El cordobés, en cambio, más bien es for…import. La identidad cordobesa es rotundamente rebuscada; pero patente. Un cordobés en Rosario o Buenos Aires casi no puede ser otra cosa salvo cordobés. A lo mejor en el exterior se le permita pasar mejor por “latinoamericano” que por argentino. El localismo cordobés es asfixiante. La bronca al porteño no se dispersa como en Rosario a ley de mímesis o indistinción (en realidad, contra lo que me dicen los cordobeses, Rosario se parece tanto a Buenos Aires, como Buenos Aires a Rosario; somos simplemente gringos, como ellos dicen, plebe europea nacida en un exilio de cemento y vacunos). Hablamos el italiano de la Real Academia, pero ellos quieren una pureza que dice que canta en comechingón. El cordobés ejemplar se vende en su pago como pícaro; el citadino pampeano más bien es chanta, y – herencia del sublime del tango acaso – tiende menos a la confesión filial soto voce de su truculencia específica. La evidente identidad cordobesa actual parece minuciosamente y a diario trabajada, forjada de un modo precipitado. Se evidencia en el culto del cuarteto, obligatorio allí como una libertad positiva. En Córdoba hasta un heavy metal hace el encomio – moderado en todo caso – del cuarteto. Lo más común en Rosario – en cambio – es toparse con gente que desprecia a Fito Páez – sean roqueros de otra cepa o viejas del culorrotaje – o a Fontanarrosa – en este caso más bien en el medio mucho más restringido de los que alegan cierto currículo de leídos -. Me temo que en Córdoba quien se tire de manera explícita contra La Mona sería pronto un deportado, o un desaparecido (al menos de la cordobesidad).
Nada causa más extrañeza en el centro de Rosario que toparse con extranjeros. A Rosario no llega ni el loro. Pero el grueso del turismo europeo bancado por los subsidios de desempleo pasa tarde o temprano, en su recorrida de Ushuaia a La Quiaca por Córdoba Capital. Sin embargo, aun
encerrada en su aislamiento efectivo, da toda la sensación de que Rosario es mucho más europea que Córdoba y no sólo porque hay menos mezcla y un par de rubios más. Rosario, como se observó antes, es mucho más inteligible para el exterior si bien sobradamente indeseable y falta de interés (por lo demás, el único exterior que registra a la Argentina claramente, amén del resto de iberoamérica, es España. Para los otros sólo es “Maradona”, “tango”, “Borges”, o “vacas”). ¿Ven argentinos en los cordobeses los extranjeros? ¿Pierde ante el enigma forastero el cordobés su eficacia distintiva?
Para un cordobés explícito el exilio interior en Buenos Aires Rosario o ciudades afines – pero más que nada en esas dos, por la pica – podría ser mucho menos soportable que el exilio exterior. En el primero, se dijo, está casi obligado a un comportamiento de cordobés, intimado a una determinada fidelidad a un presunto “condicionamiento” étnico-etológico totalmente transparentado; afuera en cambio tiene acaso un juego mayor: puede pasar por argentino pero puede disimularlo un poco más que un gringopampeano (la argentinidad for export está dominada por las imágenes identitarias de ese homo urbano que crece – a lo sumo - de Santa Fe a Bahía Blanca: el argentino del este sin embargo occidental). Un rosarino en Córdoba pasa por porteño o falso porteño. El cordobés no registra o finge no registrar al rosarino en Córdoba. Y cuando lo ve, le niega una propiedad diferencial. Hace lo contrario a lo que hacen los rosarinos con un cordobés en Rosario: le resta existencia y entidad, finge desconocer las características de su origen. Al cordobés en Rosario se lo conmina a ser cordobés rigurosamente, y se festeja el hecho de que salte a la vista. Cuando el cordobés debe admitir que el rosarino existe como tal, como habitante actual de una ciudad real y en existencia flagrante, se ve obligado a desconocerle una distinción respecto del porteño, salvo el hecho de no serlo pero querer parecerlo.
A Gombrowicz le bastó una tarde para enjuiciar a Rosario en su ser, como se lee en su Diario. Una ciudad de planillas, cheques, oficinas, maxikioscos, y nada más, pero con un mito de reservorio estético-moral, de bucolismo pro-creación para la cultura nacional o sea porteña. Córdoba no tiene una identidad menos ambigua: es la Docta-del-Cuartetazo.

Personalmente para mí, muy al contrario, fuera de toda esta fascinación fascista – como escribiría un amigo - Rosario no es más que un continuo rosario de roces en mi osarioel exterior del interior -, cosa muy distinta… Ahí si, advierto que soy de acá


Mario Martök
República de la Sexta



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...