
Soy uno más que se cree importante, un verdulero del
lujo autovendido como hápax de carne y hueso, osobuco de exportación. Es
cierto, mi vulgaridad es un lujo, tengo que montar mi circo paupérrimo, hacer
de víctima, de perseguido cultural, montar otra noche más los escenarios de mi
“comedia de la necesidad”. Hacerme pasar por descamisado, loser, outsider, freak, boludo, punky, mariquita de barrio excluido, grunge, skinhead de
salón, hipster, uncool, mostro. Si la norma es disfrutar sí o sí y de todo lo que
se pueda… hay que hacerlo también de nuestras miserias, más todavía de las
inventadas: si no hay pobreza que no se note. Para llegar, las fantasías de
penurias son muy útiles: el que no llora no mama y el que no hace negocios con
la queja queda afuera. La causerie filosófica se une al activismo fake en el campo cultural: “estamos acá para satirizarlo todo”,
decía Zappa. La abundancia es abrumadora, hace que abunde todo, bum bum, la
miseria primero que nada. La cultura del malestar es así. Ciencia tanguera,
tecnoaguafuertes y entertainment
alarmista. Y si no qué: ¿autoayuda al dandi? Las
dos cosas que más me gustan: la desaparición y el escándalo. Decidirme por una
de ellas. Si sale mal está bien.