6/7/11

Forma de contrarrestar un pedido de prólogo



Vega querido:


«Ne pleurez pas en public». La escritura es la mujer, es la muerte, etcétera. Se ha dicho. Suplente del habla, lengua del ausente, etcétera. El que escribe no está, porque en el empeño por traer con la escritura lo que falta o lo ausente o lo imposible, se borra en lo inestante y el objeto se hace la escritura misma, lo que está. Cuando el solipsista escribe deja de serlo. La solipsista, la escritura, absorbe al escribiente y a la escrita. Unida, pero llenando un vacío con otro vacío. El que escribe va leyendo, escribe para leerse porque escritura y lectura son lo mismo: diferencia en acto. La excusa de Ricardo Zelarayán es irrefutable y bienvenida: “escribo lo que quiero leer”. Basta uno para haber un mercado, es probable que Héctor Libertella haya querido enseñar eso. Lo que se conoce como literatura incluye en su concepto lo que se conoce como mercado, donde su sistema de valores y mercancías no se articula necesariamente en la medida monetaria. Escribir para leerse bien. Pero ¿publicar?
El medio editorial argentino trae hordas de escritores que hablan de “lo nuevo”, otros del “presente”, y otros que dicen que la literatura es un tiempo que pasó y que los escritores están todos muertos. Repiten lo nuevo, retrasan el presente, se ponen la ropa que el occiso dejó, recauchutada. Como se ve, son dos los anacronismos básicos: los que están de moda, y los que no. C. Aira escribe: “La literatura ha muerto y yo soy la prueba viviente. Mi contexto ya pasó.” S. Llach escribe: “Los escritores están todos muertos. La literatura es cosa del pasado. Quien entienda ese hecho social, entenderá mejor la época. La literatura ya no existe más, sólo existen la escritura y la lectura masiva en Internet”. J. Terranova escribe: “Yo busco eso, que en verdad es una reescritura de una frase de Hegel: hay que animarse a ser contemporáneo de uno mismo. La sola existencia en un entramado social no determina que uno sea contemporáneo de uno mismo”. O. Coelho escribe: “el lector todavía sigue regido por una autonomía temporal y una historia privada que forma su gusto, y que probablemente acuda a un libro no para encontrar retazos de lenguajes mediáticos y actuales, sino para desalienarse de ese imaginario público y pasar a una dimensión en que las palabras significan y resuenan de modo diferente”. D. Tabarovsky escribe: “en el arte es imposible llegar tarde”. Alberto Girri escribió: “Sólo se es en profundidad contemporáneo al sumergirse en la contemporaneidad con la distancia del anacronismo”.
Se sabe bien que el (¡aj!) “sistema literario argentino” –una entidad quimérica que viene a ser la cruza del “Odradek” de Kafka con el “Aparato de Duhalde”- tiene el culo atravesado por un koan introducido por Osvaldo Lamborgini. Éste habla de publicar sin escribir. Es cierto que si uno mismo ya es su propio mercado escribir ya viene a ser publicar. La pantalla del Word puede ser el ejemplar escenario de esta epifanía. Todo usuario de Word, como mínimo, ya publica para sí e incluso sin necesidad de ninguna preexistencia manuscrita. El e-mail –lo que en nuestra protohistoria llamábamos carta- viene a ser el segundo grado en todo esto, la segunda expresión mínima de un mercado, el límite inferior de un público. La literatura de hecho suele entenderse como un sistema epistolar desquiciado, descabezado, al garete, donde la misiva no se sabe bien de quién viene ni a quién va dirigida, ni de dónde o cuándo. A todo esto mucho más ajustado que evocar que “con el número dos nace la pena” es no olvidar que “todo va bien, hasta que llegan los lectores”.
En los confines perdidosos del mundo no importa que los templarios del objetivismo hayan perseverado por años para condenar al arcón de los recuerdos al viejo neobarroco que combatía al neorromanticismo y sus obedientes hijos parricidas estén agregando otro post al post-objetivismo. La fórmula de Gilles Deleuze era: “un enunciado es literario cuando lo asume un célibe que se adelanta a las condiciones colectivas de enunciación”. Se conoce el caso de Hölderlin, un autor de la antigüedad clásica que sin embargo escribió en el siglo XVIII pero sólo fue leído en el XX. En el caso de aquel autor borgeano ubicado en un cuento del Jardín de los senderos que se bifurcan, es probable que haya resultado innecesario aplicar el adagio de Zelarayán: aquello que hubiere querido leer podría no haberlo escrito. Pierre Menard a lo mejor aceptaba que uno es su circunstancia, esa premisa de Borges. Pero igual era el autor del Quijote. El anacronismo deliberado –de hecho- es una técnica. El automático, una pasión. Se nace, y el mundo es nuevo. En él, en el mundo, pleonasmo o paradoja, siempre habrá algún lugar para un nuevo neorromántico.

«L'amour ne se confond pas avec la poésie.»




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...