28/5/11

Pierino Menardi, autor chabón






A esa tercera interpretación (que juzgo irrefutable) no sé si me atreveré a añadir una cuarta, que condice muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él”.

Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será”.



Hay un tipo de fijación literaria basada en la identidad, la gran identidad. El escritor se siente dentro de un ambiente, un mundo protectivo que lo ampara. Dice yo soy éste, soy esto. Acá está, este es mi mundo, acá está mi barrio, mi familia, el del quiosco, los chinos de a la vuelta, mis amigos, los malahonda que me persiguen; esta es mi generación mi realidad. Es claro. Ya tengo un lector, ya tengo un medio, en el taller literario me dieron todo, todo lo que necesito. Me falta escribir lo que me pidieron. Voy por ello. Junto firmas, reparto papelitos, acopio seguidores en el Facebook, listo. Llamo a mis lectores, les pregunto qué quieren leer; me dicen que quieren que escriba esto. Se los doy a corregir. Se lo pasan a sus amigos. Corrigen correcciones. Me lo devuelven. Lo imprimimos.
Me leen.

Pierre Menard, como todavía algunos recuerdan, que también escribió el Quijote, había escrito lo siguiente: “es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Cervantes”.
“Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea”.

Parece que Cabrera Infante había escrito: literatura es lo que se lee como literatura. El Quijote, remitido por Cervantes lo es. El mismo, remitido por Menard, no. De nada sirve argüir que Cervantes tuvo todas las condiciones dadas para escribir El Ingenioso Hidalgo: su genio incluía ingenio oportunismo azar talento presentimiento de un público eventual, un enorme esfuerzo al fin y al cabo asequible. El genio de Menard parece haber ido mucho más allá de las fuerzas humanas conocidas. Haber logrado esos capítulos exhaustivos del Quijote no parece una proeza alcanzada por nadie más. Todavía seguirán existiendo inagotables escritores dotados de un genio cervantino que escriben o escribirán novelas famosas plausibles estupendas y perdurables y que son sin embargo incapaces de escribir el Quijote.

Algunos quieren ser Cervantes. Otros escribir el Quijote. No entienden la metáfora, se diría. Cervantes era un improvisado, un espontáneo, un empírico que escribió el Quijote, obra genial. Menard un genio literario inigualable, destinatario insoslayable de la befa de juzgarlo un inoperante y la injuria de sindicarlo como plagiario. Algunos indignados angelicales dicen que la anunciación de Isidoro Ducasse –Lautréamont- (La poésie doit être faite par tous. Non par un.) es hoy interpretada para la mierda: él quería decir que algún día todos podremos ser surrealistas (y él lo fue antes de que el surrèalisme existiera ¡qué groso!) y no que un día toda literatura llegará a ser una pobre y cómplice estetización de la pobreza.

Un día voy a contar la historia de Piero Menardi, un inmigrante italiano oriundo de Bérgamo, que llegó a ser secretario de Roberto Mariani y estuvo a punto de publicar sus Décimas de un Operario que Clama por una Jubilación Digna en editorial Claridad, su obra visible cuyos manuscritos patinados y polvorosos todavía hoy guarda la familia Menardi, en algún anaquel de los sótanos de Menardi S.R.L Constructora en los derredores de Zárate. Menardi tuvo un proyecto asaz grandioso, por demás superior, por donde se lo mire, al de su tibio precursor Pierre Menard al que adosó dones orwellianos o a la Verne. Trocó lo pasado por lo venidero, y al autor único por todo un grupo. En un conventillo del barrio Barracas escribió entre 1928 y 1942 de forma casi íntegra tres obras futuras: “Mi nombre es Rufus”, “Ensayos Bonsái” y la antología “La Joven Guardia”; tres obras, acaso demasiado previsibles para la nuestra, empero magníficas, enteramente impredecibles, para su época.

Algún día el Quijote podrá ser escrito por todos.



-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...