5/5/11

MI PRECURSOR OMAR VIÑOLE

(Curso por correspondencia:

Mi disconformismo filosófico”:

Introducción)



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“El que alcanza a ser filósofo ¡desaparece!”. Basta solamente esa frase para hacer ingresar a Omar Viñole al paraíso inubicable de la filosofía argentina invisible. Como hacían los filósofos de la antigüedad hizo Omar Viñole: intentaba delimitar qué es un filósofo o bien quién es un filósofo. Qué hace. El planteo no se corresponde con prescribir qué es la filosofía, sino con descubrir primero que nada quiénes de los que andan por ahí pueden ser señalados con ese calificativo.

Se trata de “Mi disconformismo filosófico” uno de sus libros que más llaman a volver a ser publicados para poder lanzarlo por la cabeza de la plebe exquisita que compone la gran familia filosófica argentina. Por lo que parece, el único que pone su objetivo exclusivamente en la filosofía, aunque ese objetivo en manos de Viñole se vuelva irreconocible. Se sigue ahora un repaso que por nada del mundo viene a ocupar la vacante del resumen con comentario anexo y plusvalía crítico-comprensiva. Hay que hacerle honor me parece, ya que llama (en “El hombre de la vaca” -1957-) “filatelistas de las ideas ajenas” a quienes cultivan este tipo de manía perseguidora. No sea que alguien quiera sustituir la lectura de este libro casi enteramente inubicable por los parágrafos que se siguen. Atenazado en cuadritos sinópticos de pizarrón el sistema express de la filosofía viñoleana pierde su gracia, una narrativa rocambolesca y estrafalaria de la argumentación. “Lo que aquí falta está en los textos. ¡YO NO RECITO LA SABIDURÍA DE NADIE! ¡EXPLICO LA MÍA!”. Y en el prólogo sienta esa verdad tan evidente por todos sabida que llevaría a la indigencia a medio país filosófico y al recreo perpetuo a la academia argentina: “Lo que está en los libros no es necesario enseñarlo. Con recomendar al autor y la librería donde se vende, se soluciona la ‘severa’ labor de los académicos”.

Hagamos un recitado que no lo desmerezca del todo, ya que sus libros no quedan en ninguna librería del mundo, para que el imposible lector se entretenga hasta que pueda llegarse a la Biblioteca Nacional o para que se confirme en su silla giratoria.

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Si bien este libro no es el de sus mejores títulos conviene repasar el índice: Prólogo. Primera parte: 1- Lo que es el filósofo. 2- El mundo y el hombre moderno. 3- La felicidad no existe. 4- Las sensaciones de la sociedad. 5- El dolor de la filosofía. 6- La ciencia no existe. 7- El hombre no existe. 8- No existen razas. 9- La moral como utopía social. 10- El arte como consagración de errores. 11- Las matemáticas. 12- ¡No hay razas! 13- El valor de los mitos en la filosofía pura. 14- La ley de contrastes en la filosofía. 15- La iglesia no molesta al filósofo. 16- El error de las religiones. 17- Porqué al filósofo no le interesa el engaño. 18- El “loco” no existe. 19- El presente no existe. 20- Localizaciones no filosóficas. 21- La pasión por la gloria ante la filosofía. 22- La eternidad dentro del hombre. 23- No hay muertos. Segunda parte: 24- El temperamento filosófico y la difusión de ideas filosóficas. 25- La imaginación en la filosofía. 26- La “incineración” del filósofo. 27- La distancia en la filosofía. 28- Apéndice de la segunda parte. Tercera parte: 29- La desmovilización filosófica. 30- Viñoleanas. (La numeración es nuestra, como esos subrayados que nunca se alcanzan). (Al índice le falta un capítulo, página 39: Ni la mampostería ni el maquinismo son progreso.)

Se comprende que sea la desaparición la característica saliente de ese heroísmo filosófico. Curiosamente Viñole, siempre estrafalariamente cristiano, considera que fue el cristianismo “en la suavidad de su potencia filosófica” el que “llevó al hombre a la desaparición de sí mismo”. El que alcanza a ser filósofo desaparece porque el meditar es vivir en la lejanía. Viñole no postula el inexistencialismo como forma universal sino su sucedáneo empírico: el filósofo desaparece pero existe, aunque incomprobablemente, debido a su lejanía.

“¿Qué son las tentaciones de la carne ante las tentaciones del misterio? El filósofo se encorva ante el misterio. Aprende a cuidar de su carne, para que le sea permitido escudriñar el carácter de la “máquina” de su inteligencia y de la duración de ese resorte mental, que le ha conferido el conjunto más amplio de comprobaciones espirituales”.

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Viñole establece también las características del no filósofo.

El no filósofo tiene que ceder al medio. “¡El filósofo no cede al medio!” “El filósofo no sufre cuando está al margen de toda ‘orgía’ coetánea”. El filósofo “no puede mentir. ¡Dice su verdad! En el peor de los casos, puede diferenciarse de las otras. ¡Mas esto no probaría que está engañado!” Para el filósofo no hay razas. La iglesia no molesta al filósofo. Todas las religiones son insolentes y atrevidas. La moral bíblica es la religión de la eternidad. No hay acto inmoral, todo es moral y debe aceptarse la moral que más se acerque a “las combinaciones animales”.

Como hay tantas escuelas como deformaciones mentales “desmovilizar la escena en que los pseudos genios citan los ejemplos de su posesión definitiva, no es tarea del filósofo, ni su labor –que sería cándida- estaría compensada con la comprensión. Un estado puede con un decreto derrumbar una escuela de siglos. Véase la fragilidad de las escuelas”.

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El inexistencialismo en Macedonio Fernández era un dadaísmo de sonrisa búdica, tendía al relax del yogui a la altura de la malicia socrática y al amortiguamiento nervioso epicúreo. Organizaba un sistema de denuncia gnoseológica, rotulaba serialmente, y trabajaba un enumerativismo conminatorio que acumulaba negaciones de existencia: la “Metafísica”, que era crítica del conocimiento como la kantiana pero de concatenación surrealista: un automatismo escritural que imantaba compulsivamente objetos sublimes de la historia del conocimiento y los expelía con su máquina selladora que indicaba PAGADOS esto es: verbalismos sin otra existencia. Ese criticismo era un exutorio de la desesperación de un sabio imperturbable. Viñole en cambio sí se ubica en la exasperación como tradición que va de los cínicos de la Hélade a los dadaístas del Café Voltaire y acapara a prefascistas varios y todo tipo de Eratóstenes grafómanos. Converge con Macedonio Fernández en la facultad de enumerar inexistencias a lo martillero público nietzscheano. También exquisito titulista suma: la felicidad no existe, la ciencia no existe, el hombre no existe, no existen las razas, el loco no existe, el presente no existe… Vuelve al grado cero cartesiano: “El filósofo está seguro de su única verdad. ¡LA DUDA!”. Lo que Fernández nominaba “Dudarte” fue después conceptuado en un territorio de más solemnidad como el llamado arte contemporáneo como anxious objets; la filosofía factura también estos objetos, como en este caso, para brindar otro aporte más a la confusión alegre del mundo (cita doble de A. Pellegrini y Badiou). Es el afuera que le habla adentro desde la brut-critique. No se sabe si esto es filosofía o no a la manera de los susodichos objetos de ansiedad de Harold Rosenberg.

El arte es la explicitación de errores de interpretación que hacen escuela y la matemática la metafísica de los cálculos colocados para concretar los símbolos que deben juzgarse como “científicos” “¡Nunca con sentido cósmico, que es la preocupación del experto en filosofía! Por ejemplo: un aviador subió a veinte mil metros, elevándose desde la tierra. Pero para el filósofo, ¿es ésta la tierra? ¿No tenemos agua bajo ella? ¿No estaremos posando sobre una unidad de átomos, expuestos a perder su solidificación mañana?”

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En la filosofía viñolesca intervienen de manera crucial aquellos elementos que tanto tiempo después han sido reestablecidos en su dignidad por nuestro pensador judío-parisino Tabarovsky que sabe hacer concertar a Woody Allen con Pierre Clastres: la pavada y el chiste malo. La literatura dice este autor es “el cómico que no hace reír”, parece que habla de los emisarios de Kafka pero en realidad refiere a la filosofía de Omar Viñole, argentino.

La tragedia para Germán García era que lo tomasen por cómico (se desvivió de Macedonio toda la vida); la tragedia de los humoristas será ser tomados por escritores-filósofos. El límite trágico de la pavada y el chiste malo es la locura; dicho Fernández enunció así el peligro de la patografía: “Se va a temer que en este libro haya tomado la palabra uno de los tres hombres comunes: el afectado mental”, enunciado fundacional de su sistema filosófico (el otro es: “con mi sistema se aprende más que faltando a clase”) y todos los libros de Omar Viñole en el momento en que dejan de hablar de su vaca y escupir a los demás vuelven al tema de si estaba o no loco.

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“Voltaire se propuso concluir con las tradiciones intolerables. Su extensa obra está llena de ideas ‘utópicas’ y si por razones de temperamento no tuvo el valor o no quiso salir con una vaca, ha sido porque sus coetáneos no necesitaban de lo absurdo para excitarse en un problema de cultura filosófica. (…) ¿Tenía razón San Francisco al hablar con el lobo? ¡No! No la tenía, porque para la razón humana -que es la del filósofo- no puede haber otra que la humana (…) Pero para hablar de la sociedad y del dolor contemporáneo tengo que hacer intervenir el fundamento de la eternidad sobre el individuo (…) Si para mi íntima seguridad, por el mecanismo del estudio, he logrado la emancipación, evolucionado de la bestia hacia la eternidad, yo soy un filósofo en tanto no me conmueva este fantasma del ‘qué dirán’, que es –quiérase o no- la regularidad de un sistema, que rivalizar con él, es oponerse y alejarse y perder su contacto. (…) Por eso soy un escritor y un filósofo satírico, que debí sostener la lucha tiránica con dos hombres. El eterno y el contemporáneo. (…) La sátira y el humorismo para una finalidad social –no conozco otra- no es un descenso intelectual. Es una técnica, únicamente, acaso un poco irascible, porque arranca arbitrariamente las definiciones. (…) El materialismo no concede la paz espiritual. (…) La tenacidad de mi ‘cinismo’ es puramente cultural. (…) No hay ningún problema resuelto. (…) La ciencia es un argot inofensivo, con el que los hombres, en la vida de relaciones, tienen que llevar el pan para ellos y sus hijos. (…) He tocado las campanas del escándalo porque tengo algo que decir en este siglo, a pesar de que todo esta en la Biblia. (…) Tengamos los filósofos un poco de piedad por los desventurados. (…) Nuestra existencia es el único problema filosófico. La misión es entretenernos hasta que descubramos la fórmula de nuestra paz mental”.

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La única libertad que existe dice Viñole es la de la idea y se es libre cuando se desconfía de la libertad que tienen los otros.

El retiro a la selva confirma en los otros, por decir así de manera evidente o explícita, que somos una sensación porque nadie se ocupa de afirmar nuestra existencia sino como sensación, como recuerdo. El Estado ha perdido la idea de que somos una sensación que nos trasladamos. Porque una sensación es un viaje, un militar empenachado es una sensación, un hijo es una sensación, una amada es una sensación. Una sociedad instrumentada y condicionada a la dirección de las leyes y estipulaciones jurídicas no tiene para la filosofía otro carácter que el de sensaciones. ¿Cuál es el origen del desprendimiento de las cosas de la tierra propio del filósofo? El entendimiento de que no vale la pena tanta fatiga y tanto lodo para lograr a la postre una sensación. En el perspectivismo de la “sensación” viñoleano no hay sujeto del conocimiento ni es sostenible el empirismo petulante con aspiraciones por encima de su piné metodológico-operativo. “¿Cómo puede ser veraz lo que nuestros ojos contemplan y nuestros sentidos tocan, si nosotros mismos no existimos sino por el cúmulo de sensaciones que está fuera de nosotros?”

“La socialización contemporánea reclama disciplina. Organizar el Estado –forma adulta de la tribu-. El filósofo se desocializa. Se integra al objeto de su curiosidad final. Se burla de la ciencia porque no consigue rescatarlo de las manos de la muerte. Por ese camino no se conforma. Ya que la ‘sabiduría’ no le otorga serenidad, la busca en la filosofía. El día que haya ciencia siempre será el furgón de cola de la especulación metafísica, que es siempre un mito vulnerable y empírico”.

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Se ve que Viñole, que poco respeto tiene por la metafísica como tradición y por ella misma como palabreja-talismán, hace una evaluación opuesta a la de José Ingenieros en “Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía” donde el furgón de cola era la metafísica que Ingenieros intentaba rescatar como aporética de resaca nocturna de la ciencia en un gesto de moderada afrenta de época al positivismo. “El positivista es el único ser que sufre” escribe Viñole. Ingenieros era un buen ejemplo de falta de serenidad y sobra de solemnidad auque fuera un poète maudit de la epistemología y un outsider de su gremio.

Sufre porque cree en lo que toca. Creer a lo palpable es ofuscarse con otro engaño porque es la resistencia de lo no existente. El hombre no existe: crece; crece con signos de admiración: ¡crece!; es un aspecto vegetativo de la eternidad y un ensayo de la voluntad ad referéndum de la muerte, por eso todo filósofo es en consecuencia espiritualista. Existe lo que se resiste, que es lo no existente, en una misma página llega a dos conclusiones contrarias.

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Estamos ante un adelantado de la “fantasmofísica” (aunque al revés), mucho mejor escritor nomás. Viñole trabaja el asunto del fantasma literalmente aunque se permite lo que no sabe bien en la boca pop-posestructuralista vigente: hace llamar a todo aquello “espiritualismo”. ¿El empirismo de Viñole era otra forma paralela del “Idealismo Absoluto” según la nomenclatura autopunitiva del finado Fernández?: o sea el destino bufo-picaresco del nominalismo mundial en las pampas sigloveintistas. “En el que se acerca a ‘dialogar’ con los fantasmas puede haber pasta para un filósofo. En el que no ‘litiga’ con el hombre interior, no se hallará más que el esquema de carne y hueso”.

“La gloria del filósofo es la que le permite poder esta definitivamente solo”. “Fuera de la materia pura –recipiente nebuloso complicado con la jerga técnica- ¡existen sólo manifestaciones de eternidad!”. “Nuestra existencia sólo se certifica por ciclos. Cuando morimos, modificamos nuestros ciclos. Y sólo desaparecemos para los que no contemplan”. “¡El hombre nace sabiendo! Lo que él llama ‘cultura’ es la pueril delimitación de su ignorancia para los ciclos que irá poco a poco descubriendo dentro de su cerebro y de su espíritu”. “¡Nadie muere! A la tétrica escena en que la colectividad asiste a la modificación de una vida, se ha dado en llamarle muerte. Para el filósofo, la humanidad no muerte nunca. Admite los caracteres de esta palabra porque en la contradicción de la naturaleza es necesario que una graficidad ‘traumática’ descongestione un ‘fantasma’ con otro ‘fantasma’”. “MUERTO SOLO ES AQUELLO QUE SE HA OLVIDADO DEFINITIVAMENTE! Mientras mantengamos memoria del ‘fantasma’, la persistencia real es innegable en el filósofo. Sólo están diferenciados los fantasmas por un fenómeno de nitidez”.

El filósofo debe ser el hombre curado de pasiones que representen con su prosperidad la anulación de otros hombres. “LOS HOMBRES SINDICADOS COMO PERSONALIDADES GLORIOSAS SOLO FUERON AMBICIOSOS ENSEÑOREADOS CON LA PADAGOGÍA DE UNA LOCURA”.

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Estamos ante un precursor de la idea de “relato” de los anunciadores del posmodernismo, tampoco amigo de parar mientes en la salvífera divisoria lógos mythos:

“¿La filosofía no será, en suma, una fábula, declamada con alguna profundidad, que la ha hecho necesaria a los problemas del pensamiento humano?” “Ninguna verdad puede darse en otra proporción que en la de los mitos.” “Nos descorazonan un poco estas perturbaciones de la ‘tesis’ solidarizada con la ‘antítesis’. Pero renunciemos a buscar nociones de la verdad fuera de la mitología. Todo LO QUE NO HEMOS VISTO, DEBE SER UN MITO. Al asegurar la ‘realidad’ que nos fue ‘contada’, peligramos asegurar la ‘realidad’ de la mitología. ¡Está el humano en la ‘indigencia’ para razonar sobre lo que escapa a su tacto y su visión! ¡Nos conviene asegurar lo que está detrás del alcance de nuestros sentidos!./ Aquí comienza la paradoja en filosofía. Si lo desconocido cumple el fin de una realidad, en el filósofo, no tiene nada de audaz, ni es impostura, asegurar que la filosofía es la autoridad que alcanza la antigüedad, estimulada y restablecida en base al orden exclusivo de los mitos. ¡No oculto mi desconsuelo por esta aterradora realidad!” “La filosofía contemporánea está como cuando salió de las manos de Pirrón -360 años a. J.C.”

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Las fórmulas y tesis Viñole no interesan lo mismo eximidas de su sintaxis, de su manierismo argumental, comprendidos dentro de la estrategia de “un sistemático anarquismo intelectual”. Escribe-piensa a velocidad macedoniana, perpetra faltas ortográficas a lo Arlt sin editor, rompe la gramática sin necesidad de Masmédulas. Insufla con un mecanismo de sugestión pro lector por lateral. Con dos dedos hace jam session filosófica de alto impacto.

El filósofo vive en los demás. Los ejemplos toman cuerpo cuando su origen está fraguado con un fin sublime y colectivo. El filósofo es el hombre que interpreta el destino de la masa y debe unir su amor a las aberraciones reconciliables con la meditación. En el terreno del pensamiento la utopía es la única tradición mental que estuvo de moda dice. Para el filósofo un solo hombre puede modificar el curso de la historia. El filósofo sale a la calle. “Hoy el caso de Diógenes sería ineficaz, para esta y cualquier generación. El filósofo, con su farol de coche placero y su barrica, no pasaría de un simple caso de un vago más en ‘Puerto Nuevo’. / Logrado el temperamento filosófico, y el conocimiento del mismo, hay que salir a la calle. ¡Convertirlo en una doctrina! Temar, ¡con tenacidad! ¡Insistir, sin conmoverse! ¡Despeñarse por arriba de la edad que se vive!”. (¿Qué es temar?)

“El filósofo no está nunca dentro de su cuerpo. Como no lo he estado yo en los momentos que acompaño a la vaca.” “Hablarle a una vaca carece de importancia. Mas si este diálogo es la universalización del filósofo, ¡es bárbaro! Destruida así la entidad social del que aspira a quedar ileso, por encima del patrón y la codificación de fantasmas locales, el espíritu de los iniciados iráincinerando’ paulatinamente el amor a las formas terrenas, para quedarse con las eternas. Esto, que pareciera el sueño hermoso, del que pueda desnacer a voluntad, es una realidad que nos quita de la tierra. Endurecida la voluntad, el espíritu y el cerebro, el hombre logra salvarse, para tener dimensiones que recién empiezan a compararse a las de un semidiós”.

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Ubiquemos a Viñole en la tradición futura del desastre (desastre-estancamiento). Uno de los motivos continuos de sus libros es la descripción de su inmolamiento social, decirlo así. Por pasearse públicamente con la vaca interlocutora (de un solo lado) y andar de performance en performance: no la performance en su sentido insípido actual, que son a hoy lo que las naturalezas muertas a ayer, sino la que va del Gallo de Diógenes al Espantapájaros en Carroza de Oliverio (la edad heroica). Un tema que retoma en todo libro: cómo la sociedad lo conminó a lo ridículo. En “Mi disconformismo filosófico” Viñole detalla varias de sus “performances” –que otro día narraremos- algunas de las cuales ya figuran en los anales prehistóricos del arte de acción argentino (http://www.vivodito.org.ar) Hoy lo rescatamos desde la Escuela Rioplatense de los Impresentables. Performance sin público la vida misma.

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Cualquiera va a entender –finalmente- que la filosofía de Viñole es tan buena y original que deja de ser filosofía, aunque no se entienda que esa es la clave de la filosofía desde todas las épocas: Heidegger engañaba por su estilo horroroso. Enemigo de los Rortys de campus por amigo del “misterio”, enemigo de los Bachelards de los laboratorios de pipetas enteléquicas por vitalicio de la “originalidad” el vuelo filosófico de Viñole es el despiste y derrape, el arte obtuso de volver ilegible logra una combinatoria deliciosa con su serialización de conceptos (el concepto no sólo se crea como “arte” también oscila entre la producción artesanal y la industrial). La filosofía de Viñole es un cocoliche magistral del arte de los conceptos: si no escapa al relámpago de la sintaxis más le vale.

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Desaparecer pero salir a la calle, no ceder al medio y entretenerse mientras tanto, hasta que llegue la fórmula de la paz mental.

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“Mi disconformismo filosófico” debería ser clásico de la filosofía argentina si existiera la filosofía argentina. Como existe otra cosa, no lo es. La filosofía acá es capricho imaginación y sermones barrocos. Un criadero de conceptos rocambolescos, definiciones impenetrables, insólitos periplos de la argumentación. Logra ser un filósofo menos serio que Macedonio Fernández. Notable mérito.





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...