(Curso por correspondencia:
“Mi disconformismo filosófico”:
Introducción)
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“El que alcanza
a ser filósofo ¡desaparece!” Basta solamente esa frase para hacer ingresar
a Omar Viñole al paraíso inubicable de la filosofía argentina invisible. Como
hacían los filósofos de la antigüedad hizo Omar Viñole: intentaba delimitar qué
es un filósofo o bien quién es un filósofo. Qué hace. El planteo no se
corresponde con prescribir qué es la filosofía, sino con descubrir primero que
nada quiénes de los que andan por ahí pueden ser señalados con ese abrupto
calificativo.
Se trata de
Mi Disconformismo Filosófico, uno de
sus libros que más llaman a volver a ser publicados para poder lanzarlo por la
cabeza de la plebe exquisita que compone la gran familia filosófica argentina.
Por lo que parece, el único que pone su objetivo exclusivamente en la
filosofía, aunque ese objetivo en manos de Viñole se vuelva irreconocible. Se
sigue ahora un repaso que por nada del mundo viene a ocupar la vacante del
resumen con comentario anexo y plusvalía crítico-comprensiva. Hay que hacerle
honor, me parece, ya que llama (en El
Hombre de la Vaca –1957–) “filatelistas
de las ideas ajenas” a quienes cultivan este tipo de manía perseguidora. No
sea que alguien quiera sustituir la lectura de este libro casi enteramente
inubicable por los parágrafos que se avecinan por acá. Atenazado en cuadritos
sinópticos de pizarrón el sistema exprés de la filosofía viñoleana pierde su
gracia, una narrativa rocambolesca y estrafalaria de la argumentación. “Lo que aquí falta está en los textos. ¡YO NO
RECITO LA SABIDURÍA DE NADIE! ¡EXPLICO LA MÍA!”. Y en el prólogo sienta esa
verdad tan evidente por todos sabida que llevaría a la indigencia a medio país
filosófico y al recreo perpetuo a la academia argentina: “Lo que está en los libros no es necesario enseñarlo. Con recomendar al
autor y la librería donde se vende, se soluciona la ‘severa’ labor de los
académicos”.
Hagamos un
recitado que no lo desmerezca del todo, ya que no quedan libros suyos en
ninguna librería del mundo, para que el imposible lector se entretenga hasta
que pueda llegarse a la Biblioteca Nacional o para que se confirme en su silla
giratoria.
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Si bien
este libro no es el de sus mejores títulos, conviene repasar el índice: Prólogo. Primera parte: 1-Lo que es el filósofo. 2-El mundo y el hombre moderno. 3-La felicidad no existe. 4-Las sensaciones de la sociedad. 5-El dolor de la filosofía. 6-La ciencia no existe. 7-El hombre no existe. 8-No existen razas. 9-La moral como utopía social. 10-El
arte como consagración de errores. 11-Las
matemáticas. 12-¡No hay razas! 13-El valor de los mitos en la filosofía pura.
14-La ley de contrastes en la filosofía.
15-La iglesia no molesta al filósofo.
16-El error de las religiones. 17-Porqué al filósofo no le interesa el engaño.
18-El “loco” no existe. 19-El presente no existe. 20-Localizaciones no filosóficas. 21-La pasión por la gloria ante la filosofía.
22-La eternidad dentro del hombre.
23-No hay muertos. Segunda parte: 24-El temperamento filosófico y la difusión de ideas filosóficas. 25-La imaginación en la filosofía. 26-La “incineración” del filósofo. 27-La distancia en la filosofía. 28-Apéndice de la segunda parte. Tercera parte:
29-La desmovilización filosófica. 30-Viñoleanas. (La numeración es nuestra,
como esos subrayados que nunca se alcanzan.) (Al índice le falta un capítulo,
página 39: Ni la mampostería ni el maquinismo
son progreso.)
Se
comprende que sea la desaparición la característica saliente de ese heroísmo
filosófico. Curiosamente Viñole, siempre estrafalariamente cristiano, considera
que fue el cristianismo “en la suavidad
de su potencia filosófica” el que “llevó
al hombre a la desaparición de sí mismo”. El que alcanza a ser filósofo
desaparece porque el meditar es vivir en la lejanía. Viñole no postula el
inexistencialismo como forma universal sino su sucedáneo empírico: el filósofo
desaparece pero existe, aunque incomprobablemente, debido a su lejanía.
«¿Qué son las tentaciones de la carne ante las tentaciones del misterio?
El filósofo se encorva ante el misterio. Aprende a cuidar de su carne, para que
le sea permitido escudriñar el carácter de la “máquina” de su inteligencia y de
la duración de ese resorte mental, que le ha conferido el conjunto más amplio
de comprobaciones espirituales.»
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Viñole
establece también las características del no-filósofo.
El
no-filósofo tiene que ceder al medio. “¡El
filósofo no cede al medio!”. “El
filósofo no sufre cuando está al margen de toda ‘orgía’ coetánea.” El
filósofo “no puede mentir. ¡Dice su
verdad! En el peor de los casos, puede diferenciarse de las otras. ¡Mas esto no
probaría que está engañado!”. Para el filósofo no hay razas. La iglesia no
molesta al filósofo. Todas las religiones son insolentes y atrevidas. La moral
bíblica es la religión de la eternidad. No hay acto inmoral, todo es moral y
debe aceptarse la moral que más se acerque a “las combinaciones animales”.
Como hay
tantas escuelas como deformaciones mentales, “desmovilizar la escena en que los pseudos genios citan los ejemplos de
su posesión definitiva, no es tarea del filósofo, ni su labor –que sería
cándida– estaría compensada con la comprensión. Un estado puede con un decreto
derrumbar una escuela de siglos. Véase la fragilidad de las escuelas”…
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El
inexistencialismo en Macedonio Fernández era un dadaísmo de sonrisa búdica,
tendía al relax del yogui, a la altura de la malicia socrática y al
amortiguamiento nervioso epicúreo. Organizaba un sistema de denuncia
gnoseológica, rotulaba serialmente, y trabajaba un enumerativismo conminatorio
que acumulaba negaciones de existencia: la “Metafísica”, que era crítica del
conocimiento como la kantiana pero de concatenación surrealista: un automatismo
escritural que imantaba compulsivamente objetos sublimes de la historia del
conocimiento y los expelía con su máquina selladora que indicaba PAGADOS, esto
es: verbalismos sin otra existencia. Ese criticismo era un exutorio de la
desesperación de un sabio imperturbable. Viñole en cambio sí se ubica en la
exasperación como tradición que va de los cínicos de
El arte es
la explicitación de errores de interpretación que hacen escuela y la matemática
la metafísica de los cálculos colocados para concretar los símbolos que deben
juzgarse como “científicos”. “¡Nunca con
sentido cósmico, que es la preocupación del experto en filosofía! Por ejemplo:
un aviador subió a veinte mil metros, elevándose desde la tierra. Pero para el
filósofo, ¿es ésta la tierra? ¿No tenemos agua bajo ella? ¿No estaremos posando
sobre una unidad de átomos, expuestos a perder su solidificación mañana?”…
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En la
filosofía viñolesca intervienen de manera crucial aquellos elementos que tanto
tiempo después han sido reestablecidos en su dignidad por nuestro pensador
judío-parisino Tabarovsky, que sabe hacer concertar a Woody Allen con la
filosofía francesa de turno: la pavada y el chiste malo. La literatura, dice
este autor en vida, es “el cómico que no hace reír”; parece que habla de los emisarios
de Kafka pero en realidad refiere a la filosofía de Omar Viñole, argentino.
La tragedia
para Germán García era que lo tomasen por cómico (se desvivió de Macedonio toda
la vida); la tragedia de los humoristas será ser tomados por escritores-filósofos.
El límite trágico de la pavada y el chiste malo es la locura; dicho Fernández
enunció así el peligro de la patografía: “Se va a temer que en este libro haya
tomado la palabra uno de los tres hombres comunes: el afectado mental”,
enunciado fundacional de su sistema filosófico (el otro es: “con mi sistema se
aprende más que faltando a clase”), y todos los libros de Omar Viñole en el
momento en que dejan de hablar de su vaca y escupir a los demás vuelven al tema
de si estaba o no loco.
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«Voltaire se propuso concluir con las tradiciones intolerables. Su
extensa obra está llena de ideas “utópicas” y si por razones de temperamento no
tuvo el valor o no quiso salir con una vaca, ha sido porque sus coetáneos no
necesitaban de lo absurdo para excitarse en un problema de cultura filosófica. (…) ¿Tenía razón San Francisco al hablar con el lobo? ¡No! No la tenía,
porque para la razón humana –que es la del filósofo– no puede haber otra que la
humana (…) Pero para hablar de la sociedad y del
dolor contemporáneo tengo que hacer intervenir el fundamento de la eternidad
sobre el individuo (…) Si para mi íntima seguridad, por el
mecanismo del estudio, he logrado la emancipación, evolucionado de la bestia
hacia la eternidad, yo soy un filósofo en tanto no me conmueva este fantasma
del “qué dirán”, que es –quiérase o no– la regularidad de un sistema, que
rivalizar con él, es oponerse y alejarse y perder su contacto. (…) Por eso soy un escritor y un filósofo satírico, que debí sostener la
lucha tiránica con dos hombres. El eterno y el contemporáneo. (…) La sátira y el humorismo para una finalidad social –no conozco otra– no
es un descenso intelectual. Es una técnica, únicamente, acaso un poco
irascible, porque arranca arbitrariamente las definiciones. (…) El materialismo no concede la paz espiritual. (…) La tenacidad de mi “cinismo” es puramente cultural. (…) No hay ningún
problema resuelto. (…) La ciencia es un argot inofensivo,
con el que los hombres, en la vida de relaciones, tienen que llevar el pan para
ellos y sus hijos. (…) He tocado las campanas del escándalo
porque tengo algo que decir en este siglo, a pesar de que todo está en la
Biblia. (…) Tengamos los filósofos un poco de
piedad por los desventurados. (…) Nuestra
existencia es el único problema filosófico. La misión es entretenernos hasta
que descubramos la fórmula de nuestra paz mental.»
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La única
libertad que existe, dice Viñole, es la de la idea, y se es libre cuando se
desconfía de la libertad que tienen los otros.
El retiro a
la selva confirma en los otros, por decir así de manera evidente o explícita,
que somos una sensación porque nadie se ocupa de afirmar nuestra existencia
sino como sensación, como recuerdo. El Estado ha perdido la idea de que somos
una sensación que nos trasladamos. Porque una sensación es un viaje, un militar
empenachado es una sensación, un hijo es una sensación, una amada es una
sensación. Una sociedad instrumentada y condicionada a la dirección de las
leyes y estipulaciones jurídicas no tiene para la filosofía otro carácter que
el de sensaciones. ¿Cuál es el origen del desprendimiento de las cosas de la
tierra propio del filósofo? El entendimiento de que no vale la pena tanta
fatiga y tanto lodo para lograr a la postre una sensación. En el perspectivismo
de la “sensación” viñoleano no hay sujeto del conocimiento ni es sostenible el
empirismo petulante con aspiraciones por encima de su piné
metodológico-operativo.
«¿Cómo puede ser veraz lo que nuestros ojos contemplan y nuestros
sentidos tocan, si nosotros mismos no existimos sino por el cúmulo de
sensaciones que está fuera de nosotros?»
«La socialización contemporánea reclama disciplina. Organizar el Estado
–forma adulta de la tribu–. El filósofo se desocializa. Se integra al objeto de
su curiosidad final. Se burla de la ciencia porque no consigue rescatarlo de
las manos de la muerte. Por ese camino no se conforma. Ya que la “sabiduría” no
le otorga serenidad, la busca en la filosofía. El día que haya ciencia siempre
será el furgón de cola de la especulación metafísica, que es siempre un mito
vulnerable y empírico.»
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Se ve que
Viñole, que poco respeto tiene por la metafísica como tradición y por ella
misma como palabreja-talismán, hace una evaluación opuesta a la de José
Ingenieros en Proposiciones Relativas al
Porvenir de la Filosofía, donde
el furgón de cola era la metafísica, que Ingenieros intentaba rescatar como
aporética de resaca nocturna de la ciencia, en un gesto de moderada afrenta de
época al positivismo. “El positivista es
el único ser que sufre”, escribe Viñole. Ingenieros era un buen ejemplo de
falta de serenidad y sobra de solemnidad, aunque fuera un poète maudit de la epistemología y un outsider de su gremio.
Sufre
porque cree en lo que toca. Creer a lo palpable es ofuscarse con otro engaño
porque es la resistencia de lo no existente. El hombre no existe: crece; crece
con signos de admiración: ¡crece!; es un aspecto vegetativo de la eternidad y
un ensayo de la voluntad ad referendum
de la muerte, por eso todo filósofo es en consecuencia espiritualista. Existe
lo que se resiste, que es lo no existente, en una misma página llega a dos
conclusiones contrarias…
9
Estamos
ante un adelantado de la “fantasmofísica” (aunque al revés), mucho mejor
escritor nomás. Viñole trabaja el asunto del fantasma literalmente, aunque se
permite lo que no sabe bien en la boca pop-posestructuralista vigente: hace
llamar a todo aquello “espiritualismo”. ¿El empirismo de Viñole era otra forma
paralela del “Idealismo Absoluto”, según la nomenclatura autopunitiva del
finado Fernández?: o sea el destino bufo-picaresco del nominalismo mundial en
las pampas sigloveintistas. “En el que se
acerca a ‘dialogar’ con los fantasmas puede haber pasta para un filósofo. En el
que no ‘litiga’ con el hombre interior, no se hallará más que el esquema de
carne y hueso.”
«La gloria del filósofo es la que le permite poder estar definitivamente
solo. (…) Fuera de la materia pura –recipiente nebuloso complicado con la jerga
técnica– ¡existen sólo manifestaciones de eternidad! (…) Nuestra existencia sólo se certifica por ciclos. Cuando morimos,
modificamos nuestros ciclos. Y sólo desaparecemos para los que nos contemplan. (…) ¡El hombre nace sabiendo! Lo que él llama “cultura” es la pueril
delimitación de su ignorancia para los ciclos que irá poco a poco descubriendo
dentro de su cerebro y de su espíritu. (…) ¡Nadie muere! A la tétrica escena en que la colectividad asiste a la
modificación de una vida, se ha dado en llamarle muerte. Para el filósofo, la
humanidad no muere nunca. Admite los caracteres de esta palabra porque en la
contradicción de la naturaleza es necesario que una graficidad “traumática”
descongestione un “fantasma” con otro “fantasma”. (…) MUERTO SOLO ES AQUELLO QUE SE HA OLVIDADO DEFINITIVAMENTE! Mientras
mantengamos memoria del ‘fantasma’, la persistencia real es innegable en el
filósofo. Sólo están diferenciados los fantasmas por un fenómeno de nitidez.»
El filósofo
debe ser el hombre curado de pasiones que representen con su prosperidad la
anulación de otros hombres. “LOS HOMBRES
SINDICADOS COMO PERSONALIDADES GLORIOSAS SOLO FUERON AMBICIOSOS ENSEÑOREADOS
CON LA PEDAGOGÍA DE UNA LOCURA.”
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Estamos
ante un precursor de la idea de “relato” que irradiaron por el mundo los
anunciadores del posmodernismo, tampoco amigo de parar mientes en la salvífera
divisoria lógos-mythos:
«¿La filosofía no será, en suma, una fábula, declamada con alguna
profundidad, que la ha hecho necesaria a los problemas del pensamiento humano? (…) Ninguna verdad puede darse en otra proporción que en la de los mitos. (…) Nos descorazonan un poco estas perturbaciones de la “tesis” solidarizada
con la “antítesis”. Pero renunciemos a buscar nociones de la verdad fuera de la
mitología. Todo LO QUE NO HEMOS VISTO, DEBE SER UN MITO. Al asegurar la
“realidad” que nos fue “contada”, peligramos asegurar la “realidad” de la
mitología. ¡Está el humano en la “indigencia” para razonar sobre lo que escapa
a su tacto y su visión! ¡Nos conviene asegurar lo que está detrás del alcance
de nuestros sentidos! / Aquí comienza la paradoja en
filosofía. Si lo desconocido cumple el fin de una realidad, en el filósofo, no
tiene nada de audaz, ni es impostura, asegurar que la filosofía es la autoridad
que alcanza la antigüedad, estimulada y restablecida en base al orden exclusivo
de los mitos. ¡No oculto mi desconsuelo por esta aterradora realidad! (…) La filosofía contemporánea está como cuando salió de las manos de Pirrón
–360 años a. J.C.»
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Las
fórmulas y tesis de Viñole no interesan lo mismo absueltas de su sintaxis, de
su manierismo argumental, comprendidos dentro de la estrategia de “un sistemático anarquismo intelectual”. Escribe-piensa
a velocidad macedoniana, perpetra faltas ortográficas a lo Arlt sin editor,
rompe la gramática sin necesidad de Masmédulas. Insufla con un mecanismo de
sugestión pro lector por lateral. Con dos dedos hace jam session filosófica de alto impacto.
El filósofo
vive en los demás. Los ejemplos toman cuerpo cuando su origen está fraguado con
un fin sublime y colectivo. El filósofo es el hombre que interpreta el destino
de la masa y debe unir su amor a las aberraciones reconciliables con la
meditación. En el terreno del pensamiento la utopía es la única tradición
mental que estuvo de moda, dice. Para el filósofo un solo hombre puede
modificar el curso de la historia. El filósofo sale a la calle.
«Hoy el caso de Diógenes sería ineficaz, para esta y cualquier
generación. El filósofo, con su farol de coche placero y su barrica, no pasaría
de un simple caso de un vago más en “Puerto Nuevo”. / Logrado el temperamento filosófico, y el conocimiento del mismo, hay que
salir a la calle. ¡Convertirlo en una doctrina! Temar, ¡con tenacidad!
¡Insistir, sin conmoverse! ¡Despeñarse por arriba de la edad que se vive!»
«El filósofo no está nunca dentro de su cuerpo. Como no lo he estado yo
en los momentos que acompaño a la vaca. (…) Hablarle a una vaca carece de importancia. Mas si este diálogo es la
universalización del filósofo, ¡es bárbaro! Destruida así la entidad social del
que aspira a quedar ileso, por encima del patrón y la codificación de fantasmas
locales, el espíritu de los iniciados irá “incinerando” paulatinamente el amor
a las formas terrenas, para quedarse con las eternas. Esto, que pareciera el
sueño hermoso, del que pueda desnacer a voluntad, es una realidad que nos quita
de la tierra. Endurecida la voluntad, el espíritu y el cerebro, el hombre logra
salvarse, para tener dimensiones que recién empiezan a compararse a las de un
semidiós.»
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Ubiquemos a
Viñole en la tradición futura del desastre (desastre-estancamiento). Uno de los
motivos continuos de sus libros es la descripción de su inmolamiento social,
decirlo así. Por pasearse públicamente con la vaca interlocutora (de un solo
lado) y andar de performance en performance: no la performance en su sentido
insípido actual, que son a hoy lo que las naturalezas muertas a ayer, sino la
que va del Gallo de Diógenes al Espantapájaros en Carroza de Oliverio (la edad
heroica). Un tema que retoma en todo libro: cómo la sociedad lo conminó a lo
ridículo. En Mi Disconformismo Filosófico
Viñole detalla varias de sus “performances” –que otro día narraremos–, algunas
de las cuales ya figuran en los anales prehistóricos del arte de acción
argentino (http://www.vivodito.org.ar). Hoy lo rescatamos desde
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Cualquiera
va a entender –finalmente– que la filosofía de Viñole es tan buena y original
que deja de ser filosofía, aunque no se entienda que esa es la clave de la
filosofía desde todas las épocas: Heidegger engañaba por su estilo horroroso.
Enemigo de los Rortys de campus por
amigo del “misterio”, enemigo de los Bachelards de los laboratorios de pipetas
enteléquicas por vitalicio de la “originalidad”, el vuelo filosófico de Viñole
es el despiste y derrape, el arte obtuso de volver ilegible logra una
combinatoria deliciosa con su serialización de conceptos (el concepto no sólo
se crea como “arte”, también oscila entre la producción artesanal y la
industrial). La filosofía de Viñole es un cocoliche magistral del arte de los
conceptos: si no escapa al relámpago de la sintaxis más le vale.
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Desaparecer
pero salir a la calle, no ceder al medio y entretenerse mientras tanto, hasta
que llegue la fórmula de la paz mental.
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Mi Disconformismo Filosófico debería ser clásico de la filosofía argentina si
existiera la filosofía argentina. Como existe otra cosa, no lo es. La filosofía
a lo Viñole es capricho, imaginación y sermones barrocos. Un criadero de
conceptos rocambolescos, definiciones impenetrables, insólitos periplos de la
argumentación. Logra ser un filósofo menos serio que Macedonio Fernández.
Notable mérito.
