Aira es un escritor que
nos suele tomar de boludos a sus lectores. Hace bien, ya decía Gombrowicz que
al lector hay que tratarlo sin ninguna deferencia por si acaso. Con un lector nunca se sabe. Todo anda fenómeno hasta
que ellos llegan, ¿no?[1] Y la
tarea del artista –siguiendo el lineamiento Lamborghini– es salirse del lugar
de boludo en el cual la sociedad o algo por el estilo se complacen en ubicarlo[2]. En
realidad Lamborghini envidiaba la locura[3], de ahí
esos imperativos que, hay que decir, por lo general lo que las instituciones y
la clase media ilustrada suelen denominar artistas, por lo general, no siguen.
Más bien uno que hace normalmente de artista sabe que hacerse el boludo, al
contrario, es el camino más eficaz. Incluso para quienes –mayoría somos–
ejercen el arte de no ser artista como rumbo de vida, este apotegma anti
Lamborghini –hacerse el boludo– encuentra, también en este extendido campo de
acción, su aplicabilidad ejemplar, pertinente y dominante[4]. Oh
paradigma de la complejidad, ¿no será que para sacar al artista del lugar de
boludo, o bien (olvidemos al artista), para uno salirse del lugar de boludo
debe, extrañamente, hacerse el boludo? Terreno minado por las paradojas éste el
de las éticas picarescas. Retomo el comienzo, Aira; Aira que tematiza su
“repugnancia” hacia los rasgos circunstanciales (en Cumpleaños, novela). Es entendible que un dadaísta declare este
tipo de cosas, o por ejemplo su maestro (OL), un vanguardista a veces a la
fuerza, más bien por pereza, miseria o esa envidia de la locura; pero que lo
haga un narrador por excelencia, un novelista experto, increíblemente prolífico
además, no es, no era, lo más normal. Un escritor de genio quizá (el genio
además de fácil es oportunismo) pero un novelista de oficio, erudito y
evidentemente técnico; pero también un poseur
que manipula un vanguardismo declaratorio que también consiste en mirar sin
deferencia no esta vez al lector sino a su propio oficio y su propia destreza.
Alguien que fuera restrictivamente un lector del sistema declaratorio de Aira y
no de sus libros podría despejar a un escritor más parecido a Beckett que a
Nabokov, porque a propósito del lugar –ya que estamos– de los rasgos
circunstanciales en lo que habitualmente se conoce como literatura, habrá que
valerse de esta cita sacada del libro Efectos
Personales del autor mejicano Juan Villoro:
«Nabokov detestaba al doctor Freud. Y a
los buscadores de Grandes Ideas como a los vecinos con bronquitis en su cuarto
de hotel. En su código personal, los lectores sagaces deben saber otras cosas:
qué distribución tiene el departamento de la familia Samsa, de qué color son
los ojos de Madame Bovary, cuánto cuesta el periódico en Mansfield Park. De
tales minucias está hecha la ilusión de vida que provoca la literatura».
Entonces las novelas de Aira parece son
Novelas de
Yo no quiero utilizarlos pero no sé hacer
otra cosa que escribir –escribe quien escribe Cumpleaños–. “¿Qué hacer?
¿Vivir? Es ridículo, un lugar común adolescente.” Es cierto, vivir es un
lugar común adolescente. Y los “rasgos circunstanciales” solamente sirven para
justificar la actividad de escribir, que sirve para evitar vivir.
«-En Cumpleaños
comenta su agotamiento con respecto a la ficción, particularmente en lo que
hace a la invención de los llamados “rasgos circunstanciales”. Pero sin rasgos
circunstanciales no hay novela. ¿Cómo enfrenta esto?
«-Los
rasgos circunstanciales, por ejemplo decir de qué color era la corbata de un
personaje, terminan pareciendo una puerilidad. Además de que se vuelven una
condena. Pero en realidad no tengo por qué “enfrentarlo”. La literatura no es
obligatoria. Si me aburre, o deja de resultarme fácil, puedo dejar de escribir.»[6]
“Quien no se aburre, rebuzna” (OL). En una
carta Kafka anota que sólo quien es capaz de
aburrirse puede aspirar a ser un buen narrador. Otro destino para aquel que no
soporta la multiplicación pánica de los rasgos circunstanciales (una cosa es tener
que leerlos; otra que escribirlos, encima), si no puede dejar de escribir es lo
que fue dado en llamarse la crítica,
“el rebuzno del burro a través de un altavoz”, según otra frase de WG. ¿Debe
aburrirse el crítico, o rebuznar? La crítica, que también sirve para evitar la
vida y la carga tediosa de agregarle al mundo nuevos cúmulos de rasgos
circunstanciales y también, ya que estamos, la literatura.
[1] “Las
hijas de Hegel”, 1982.
[2] Lecturas críticas: revista de investigación y
teorías literarias, Bs. As., año I, nº 1, 1980, p.
48-51.
[3]
G. L. García: “esquizofrénico mimético”
(“Hoy; relacionarse: y como sea”, Poemas
1969-1985, edición al cuidado de César Aira; Sudamericana, Bs. As., 2004; R.
Strafacce, Osvaldo Lamborghini, una
biografía, Mansalva, Bs. As., 2009. V.
Tadeys: “DICEN DE MI QUE ENVIDIO LA
LOCURA DEL OTRO”.
[4]
“Piensa Jonathan: ‘Bueno, al fin y al
cabo, en cualquier trabajo buena parte del salario nos lo ganamos haciéndonos
los boludos (…) entre el 23 por ciento y el 68 por ciento del salario lo
ganamos simplemente por hacernos los boludos.”.Tabarovsky, La expectativa, Mondadori. BCN, 2006.
[5] “El abuso de rasgos
circunstanciales –se lee en “El Informe de Brodie”– todo lo contamina
de falsedad, ya que esos rasgos pueden
abundar en los hechos, pero no en su memoria.”
