13/7/10

LA VIDA Y LOS RASGOS CIRCUNSTANCIALES

(Sobre una repugnancia y un lugar común en César Aira)



Aira es un escritor que nos suele tomar de boludos a sus lectores. Hace bien, ya decía Gombrowicz que al lector hay que tratarlo sin ninguna deferencia por si acaso. Con un lector nunca se sabe. Todo anda fenómeno hasta que ellos llegan, ¿no?[1] Y la tarea del artista – siguiendo el lineamiento Lamborghini – es salirse del lugar de boludo en el cual la sociedad o algo por el estilo se complace en ubicarlo[2]. En realidad Lamborghini envidiaba la locura[3], de ahí esos imperativos que, hay que decir, por lo general lo que las instituciones y la clase media ilustrada suelen denominar artistas, por lo general, no siguen. Más bien uno que hace normalmente de artista sabe que hacerse el boludo, al contrario, es el camino más eficaz. Incluso para quienes – mayoría somos – ejercen el arte de no ser artista como rumbo de vida este apotegma anti Lamborghini – hacerse el boludo - encuentra, también en este extendido campo de acción, su aplicabilidad ejemplar pertinente y dominante[4]. Oh paradigma de la complejidad, ¿no será que para sacar al artista del lugar de boludo, o bien (olvidemos al artista), para uno salirse del lugar de boludo debe, extrañamente, hacerse el boludo? Terreno minado por las paradojas éste el de las éticas picarescas. Retomo el comienzo, Aira; Aira que tematiza su “repugnancia” hacia los rasgos circunstanciales (en “Cumpleaños”, novela). Es entendible que un dadaísta declare este tipo de cosas, o por ejemplo su maestro (O.L.), un vanguardista a veces a la fuerza, más bien por pereza, miseria o esa envidia de la locura, pero que lo haga un narrador por excelencia, un novelista experto, increíblemente prolífico además, no es, no era, lo más normal. Un escritor de genio quizá (el genio además de fácil es oportunismo) pero un novelista de oficio, erudito y evidentemente técnico; pero también un poseur que manipula un vanguardismo declaratorio que también consiste en mirar sin deferencia no esta vez al lector sino a su propio oficio y su propia destreza. Alguien que fuera restrictivamente un lector del sistema declaratorio de Aira y no de sus libros podría despejar a un escritor más parecido a Beckett que a Nabokov, porque a propósito del lugar – ya que estamos – de los rasgos circunstanciales en lo que habitualmente se conoce como literatura habrá que valerse de esta cita sacada del libro “Efectos personales” del autor mejicano Juan Villoro:

Nabokov detestaba al doctor Freud. Y a los buscadores de Grandes Ideas como a los vecinos con bronquitis en su cuarto de hotel. En su código personal, los lectores sagaces deben saber otras cosas: qué distribución tiene el departamento de la familia Samsa, de qué color son los ojos de Madame Bovary, cuánto cuesta el periódico en Mansfield Park. De tales minucias está hecha la ilusión de vida que provoca la literatura”.


Entonces las novelas de Aira parece son Novelas de la Eterna encubiertas. Novelas de ideas sin ideas, repletas de ideas que se desvanecen en su misma enunciación, argumentos teóricos labilizados tanto cuanto la misma dirección narrativa y su orden de circunstancias y rasgos. De su repugnancia a los rasgos circunstanciales
[5] curiosamente Aira hizo no una obra aforística o fragmentaria ni poesía en prosa ni estrictamente literatura de tesis y menos que menos colecciones de automatismos o cadáveres exquisitos de autor único, sino una compañía novelística, un artesanato de contar historias, en todo caso contra sí mismas, adulteradas por esa repugnancia común en otro tipo de escritores: los filósofos, o los antifilósofos, los vanguardistas, los poetas – a veces -, es más: los locos, o es más, los que, locos o no, pero que envidian la locura.

Yo no quiero utilizarlos pero no sé hacer otra cosa que escribir- escribe quien escribe “Cumpleaños”-. “¿Qué hacer? ¿Vivir? Es ridículo, un lugar común adolescente”. Es cierto, vivir es un lugar común adolescente. Y los “rasgos circunstanciales” solamente sirven para justificar la actividad de escribir, que sirve para evitar vivir.

“-
En Cumpleaños comenta su agotamiento con respecto a la ficción, particularmente en lo que hace a la invención de los llamados "rasgos circunstanciales". Pero sin rasgos circunstanciales no hay novela. ¿Cómo enfrenta esto?
-Los rasgos circunstanciales, por ejemplo decir de qué color era la corbata de un personaje, terminan pareciendo una puerilidad. Además de que se vuelven una condena. Pero en realidad no tengo por qué "enfrentarlo". La literatura no es obligatoria. Si me aburre, o deja de resultarme fácil, puedo dejar de escribir”.
[6]

“Quien no se aburre, rebuzna” (O. L.). En una carta Kafka anota que sólo quien es capaz de aburrirse puede aspirar a ser un buen narrador. Otro destino para aquel que no soporta la multiplicación pánica de los rasgos circunstanciales (una cosa es tener que leerlos, otra que escribirlos, encima), si no puede dejar de escribir es lo que fue dado en llamarse la crítica, “el rebuzno del burro a través de un altavoz” según otra frase de W.G. ¿Debe aburrirse el crítico, o rebuznar? La crítica, que también sirve para evitar la vida y la carga tediosa de agregarle al mundo nuevos cúmulos de rasgos circunstanciales y también, ya que estamos, la literatura.




[1] “. . . todo va bien, hasta que llegan los lectores. Porque, cuando ellos llegan, entonces: entonces. Entonces todo iba bien. A eso se llega cuando los lectores llegan. Primero publicar, luego escribir (única manera de Evitar lectores)”. O. L. Las hijas de Hegel (1982)

[2] “Una de las tareas difíciles de llevar a cabo, es sacar al artista del lugar de boludo en que se lo ha colocado”. O. L. en Lecturas críticas: revista de investigación y teorías literarias, Buenos Aires, Año I, Nº 1, 1980, p. 48-51.

[3] G. L. García: “esquizofrénico mimético”. R. Strafacce, “Osvaldo Lamborghini, una biografía”. Mansalva. Bs. As. 2009. V. O.L.: “DICEN QUE ENVIDIO LA LOCURA DEL OTRO”. Cf. “Hoy; relacionarse: y como sea” O. L. “Poemas 1969-1985”. Edición al cuidado de Cesar Aira; Editorial Sudamericana- Narrativas Bs. As. 2004
[4] “Piensa Jonathan: ‘Bueno, al fin y al cabo, en cualquier trabajo buena parte del salario nos lo ganamos haciéndonos los boludos (…) entre el 23 por ciento y el 68 por ciento del salario lo ganamos simplemente por hacernos los boludos”. Tabarovsky, “La expectativa”. Mondadori. Barcelona. 2006.

[5] “El abuso de rasgos circunstanciales” – se lee en Borges – “todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria”. (“El Informe de Brodie”)

[6] http://www.letraslibres.com/index.php?art=9059




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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