24/6/10

SI NO FUERA DIÓGENES NO SERÍA ROZITCHNER




Herr Sloterdijk recolecta, o bien inventa, una tradición, no explicitada como tal y ergo encubierta por los operadores académicos que ejecutan cierto monopolio de la crítica, un tipo de crítica teorética. Tal tradición invisibilizada es, según la llama, la satírica, que al contrario asume el riesgo de la lucha cuerpo a cuerpo y del ejercicio del argumentum ad persona. A aquel criticismo del filosofema obligatorio que se aprende en las academias lo describe como un “aburguesamiento de la sátira” de saco y corbata cuyo reino confortable es “la crítica de la ideología”. La ideología forma el tetraedro de la falsa conciencia (no más comillas): con la mentira el error y finalmente el cinismo. Estos pequeño-burgueses de la denuncia asalariada cambian la risa por la teoría, la chapa Marx-Freud a cambio del remoto legado diogenesiano: un materialismo pantomímico y una ilustración grotesca.

Una linda frase en el lenguaje sufrido de los filósofos doblados al español acá: “El proceso veritati
vo se divide en una falange discursiva altamente teorética y en una tropa de guerrilleros satírico-literarios. Con Diógenes empieza en la filosofía europea la resistencia contra el descartado juego del ‘discurso’”.

Diógenes hace un triángulo aterrador con sus dos contrincantes más conocidos, aunque Diógenes, probablemente, no tenía contrincantes específicos más allá del polítes, del ciudadano, del hombre común darvinista – no hay cómo llamarlo-, el tipo que siempre preferirá estar de uno u otro lado de la famosa dialéctica jegueliana; el neurótico promedio en otra jerga. Aquellos dos: Alejandro de Macedonia, y Aristocles, el filósofo conocido con el nick Platón (que se podría traducir por Peucelle). Curiosamente dos personajes célebres con una particular relación con las sombras: el primero conocido por conquistar el mundo y por querer hacerle sombra a Diógenes, quién lo espantó por tal motivo. El segundo célebre por fracasar estrepitosamente como político (convertido en esclavo por querer gobernar algo más que las almas de un grupúsculo de nerds), inventar casi casi la filosofía, y postular en su famosa parábola del Antro que todos nosotros los no-filósofos (como dicen en la facultad) sólo vemos las sombras de las cosas. Aquél dijo: Si yo no fuera Alejandro sería Diógenes. Platón, por su parte, tipificó a Diógenes llamándolo el Sócrates loco (furioso, o rabioso) (Sokrates mainomenos).
Lo amaban. Si sus cavilaciones patológicas (pensamiento en el sentido más que de Artaud del personaje de Seul contre tous, el método crítico-paranoico en versión acto reflejo) hubiesen prosperado por fuera de sus cabezas hacia la posteridad tal vez los tendríamos como sujetos de esta aserción de Tadeys:


Dicen que envidio la locura del otro


Noticias de Platón como Padre del Resentimiento Mundial encontrarás en cualquier recodo de Nietzsche. Y Superhombres salvo en Hollywood o algún nosocomio no se han visto en ningún otro refugio, de modo que la envidia debe de ser un motor bien eficaz de los Alejandros regionales del orbe (¿Spinoza era el que llamaba a los políticos impotentes que gobiernan con la tristeza?).

Lindo triángulo fuera del saturado por papá y mamá para ubicar al sujeto cualquiera que camina por este mundo ganado por el cinismo moderno –como le llaman por oposición al clásico o quinismo-: un poco Platón un poco Alejandro un poco Diógenes. ¿Quién sería si no fuese ni uno ni el otro?

Poco se sabe qué quiere decir esta frase pero es graciosa:

“¿No es Wittgenstein en el fondo el Diógenes de la lógica moderna y Carnap el eremita de la empiria?”

Habiendo desaparecido tantas cosas de acuerdo al justicialismo de los filósofos contemporáneos, como v. gr. la amistad, según un grafiti de Michael Foucault, habrá que dar bien por desaparecido a aquel cinismo basado en una especie de certeza que se medía con la Fisis con mayúscula. Quedan, a cambio, por un lado el cinismo unívoco, lineal, el del licántropo de Hobbes a conciencia, y otro cinismo bipo, el que asume las pantomimas-pensamiento de la animalidad desde un lugar equívoco, inubicable, cuántico. Vendría a ser el can en estado de snob. Debe de ser como la historia el cinismo diogénico: una vez ocurre como tragedia, y después nomás como farsa. Sloterdijk acusa al best seller de polimodal Cioran (claro que no conoce a nuestro propio ejemplo de ser-rhumano, el bipo asesor de Binner) de revanchista desinteresado e intransigente
de la inmadurez.
¿Qué queda acá a la vuelta de estas dos poses de la tradición? Nada. De un lado los hardcore-nerds del paper. Del otro los trolls, fanáticos de la blogofobia.





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...