
Cada uno de los vástagos
de Literal, a su modo, hizo lo que
quiso o lo que pudo con el cadáver de Macedonio. Zelarayán es un caso
superlativo, y demasiado evidentemente único, de escritor macedoniano autógeno.
Dos minutos para agradecer su teoría de la escritura –y lectura–. “Escribo lo que
quiero leer”, y contra eso todo lo demás es histeria, gusto; el murmullo
–yo– de la puja del mundo. Nada de primero
publicar: primero leer, querer leer. No basta codear fuera a los agolpados que
sobran, hay que inventarse los escritores faltantes. “Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar”, se lee en un verso
de
“¿Meros
renuncios de autor distraído o de primer lector aburrido?”
Y el problema, el asunto, el nudo: “Me han dicho que el autor anda repitiendo
por ahí que él ‘escribe lo que quisiera leer’, nada más que por eso. No está
nada seguro de que lo que ha escrito hasta ahora sea lo que él quiere leer”;
“cuando hay un plan previo para escribir,
el texto siempre fracasa”. “En
realidad anda demasiado lento, sin poder acelerar… aparte de que ha perdido el
control de la novela (habría que preguntarle si alguna vez lo tuvo), lo que en
otras palabras significa que al seguir escribiéndola no hace más que hacerla
imposible, ya que no alcanza a ver la estructura o desestructura que ella puede
tener”. “El primer lector, desocupado
desde hace meses, se ve obligado por falta de trabajo como tal, a seguir al autor
en los fragmentos que éste escribe ‘para no perder la mano’, y que recuerda
apenas o nada, porque una vez que el autor comprueba que algo puede escribir,
enseguida lo rompe y lo tira.”
Y el desenlace: “Finalmente no se animó a escribir la historia, no ya por
‘pequeño-burguesa’, sino por comprender al fin que en el mejor de los casos,
una cosa muy pensada y terminada sólo puede dar, al escribirse, un buen
argumento”. “Como me quiere dejar
afuera se ha interrumpido. La falta de dinero, seguro. Y es cierto. Calculó
mal. Se dejó estar. Ahora cierra la novela por tiempo indeterminado. Hace rato
se la veía venir. Los atrasos se pagan caros. ‘Sólo los ricos, los que no
perdieron el tiempo como yo pueden escribir novelas ahora’”.
Es cierto que ya nadie quiere lo que los
dictadores de entonces llamaban “textos de goce”, salvo que sean de goce a la
cultura –como denunció un Pelo–. Se prefiere el onanismo en masa; eso consuela. Parece.
Detalle final, lo que aquel otro llamaba
“desconexión”:
“¿Ghost Writer de quién, cuando ha roto todos los puentes y no transige con nadie?”.