
Por Mamerto Biondi
Los filósofos son teólogos, y (y o por lo tanto) funebreros. Les preocupa la muerte de Dios, se agitan en la histeria de la diferancia. Trabajan ese rubro al menos. Neopragmatistas, antifilósofos a la lacaniana, platonistas al revés, hedonistas caritativos etc.
Los sociólogos son peronólogos, una modesta diferencia. También se dedican a pensar en la muerte, de Perón en este caso.
Si Perón ha muerto ¿todo es posible o nada es posible?
Me llega lo que decía Osvaldo Lamborghini, lo que le decía a Aira: ¡No puedo creer que Perón haya muerto! No sólo lo aquejaba la metafísica entregada a sus excesos (que también narró eso) sino el peronismo sin Vandor. En general - podría alguno decir irremediablemente - estuvo oscilando entre Artaud y Lacan, entre acabar con el juicio de Dios y si Dios ha muerto nada es posible. Era así su reposición de la imposibilidad de creer de M. Fernández: no puedo creer que Perón haya muerto.
Dios y Perón. Son las dos alternativas del teorema nacional: o la vía filosófica o la vía sociológica. Teología metafísica o teología política, ontología o politología, filosofía o sociología y todos tus muertos. Ser anarcofascista, ser decontruccionista-falogocéntrico. Para la metafísica argentina (sea T. Abraham - gorilófilo - u H. González – peronómano -) la muerte de Perón sale ganando y tiene más prensa; la literatura nacional tiene demasiado con pensar la muerte y resurrección de aquél occiso del 74, y mientras esperamos un peronismo nischeano el teologar despolitizado espera, la vuelta del Spa de Maradona, la vuelta al escenario de Carlitos. Nopodermiento, impensamiento mucho, y peronismo epicúreo; un deseo. Hay que arrebatarle el cualquierismo a Cucurto.