19/8/09

Tomás F. Carlovich, Vida & Milagro


[Trinche en el Gabino]




Conviene invertir lo más o menos establecido cuando se trata de pensar, máxime en los hechos únicos, singulares; por poco maravillosos. La pregunta no es la que escuchamos, la pregunta no es “¿por qué no llegó?

Es ¡¿por qué llegó?!

Todos en los campitos, en los portones, en los pasillos, clubes de barrio, inferiores de clubes más o menos prestigiosos, en la escuela, todos hemos visto jugar a tipos geniales. Algunos, también – no sé si menos – hemos visto llegar a otros no tan geniales. Nada geniales incluso. Entonces, invertir el orden de las razones: ¿cómo un tipo como Tomás Felipe Carlovich llegó?

Llegar… ¿Qué es llegar?”, la frase que el brujo de la Tablada hará un día inmortal, va quedando y va a haber que inventar una metafísica del llegar. ¿Por qué no piensan – ya que insisto - cómo fue que alguien como este sujeto llegó, y no cómo fue que no-llegó?

A veces se dice que donde hay genio no hay obra. En este caso no hay tapes. No queda ni un documento fílmico. Foto y memoria, la memoria de un puñado ínfimo falible y que se extingue, y para aquél escéptico devoto u oportunista que algún día se ponga a escudriñar quedarán algunas reseñas amarillas, seguramente modestas, en los rincones marginales consignados al ascenso de los ajados, amarillos, diarios de la época. La escasez de Carlovich que se pueda sustraer del universo mezquino y melancólico de las hemerotecas de este pueblo. La inconmensurable, estupenda, anomalía histórica que deparó Carlovich rima por ahí: caso único. Como si hubiera sido un centrehalf de Alumni, un ala derecha de Atlético del Rosario o Sportivo Barracas. Pero Tomás Felipe fue contemporáneo de Pelé, de Perfumo, de Gatti, de Bochini, de Kempes, de Poy. E incluso de algunos de sus imitadores, Borghi, Platini, Diego Armando Maradona. Para Tomás Felipe Carlovich, como para tantos artistas inasibles, la invisibilidad es un don, una fortuna; un destino. De la ralea esa de los Pessoa y de los Kafkas, Carlovich comprendió siempre que su destino era póstumo. Carlovich inventó una figura que faltaba: el futbolista póstumo. Con la sabiduría extra de que su rubro lo beneficiaba con una fruíble ventaja: la de poder gozar, en vida, de su gloriosa entidad postrera. Como todo crack, astuto, pícaro; un atributo pocas veces encontrable en un escritor, en un artista de disciplinas sujetas a la alta cultura. Como Rimbaud, mejor, Tomás Felipe entregó toda su arte en su juventud y parte de su juventud a ello, y se borró dejando a la posteridad y sus tramitadores la orquestación del mito futuro. No tuvo que irse al África, Central Córdoba y Mendoza hicieron de África, mientras los Américos Rubén Gallego hacían su trabajo rutinario, T.F.C., el solitario jugador póstumo, el Duchamp de la redonda, el virtuosista border, hizo su vida de artista y dejó todo.

Al lado de Carlovich, en el arco ilusorio del fútbol de izquierda – que este año se ha vuelto a invocar- , nadie puede ser menotista. ¡Menotti le temía! El menotismo es al carlovichismo lo que la socialdemocracia a las FARC. El no-bilardismo en estado puro registrará sólo un nombre en los anales enteros de la AFA – hoy kirchnerista-. Tomás Felipe Carlovich, como su maestro Diógenes, hizo del desprecio al prestigio filisteo y a los valores sociales vigentes una forma de vida perdurable.

Uno vivió en los caños otro tirándolos ¡ida y vuelta!







[Un 5 mejor que Dios]




-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...