25/4/09

Hay Mosquitos II





Sí, lo siento llegar, lo siento venir. El dengue ya está en casa. Pasó la circunvalación, y ahora rompió otra barrera: la que escinde al Sur del Macrocentro. Me habían dicho: “Tienen prohibido el paso de 27 de Febrero para arriba”.

“Menos que menos la entrada a casas de dos pisos”.

Pero es falso porque el mosquito zancudo, gitano, egipciano, ácrata asesino (Aedes aegypti), que transgredió la circunvalación me está circunvalando a mí ahora. De pronto me zumba en el oído derecho mientras estoy leyendo un libro imprevisto (“Mil gotas de té”. L. Chitarroni); al rato vuelve a insistir. En la pantalla, en función mude, Verón y Estudiantes (“las putitas de La Plata” rezaba una canción popular de mi época en la popular) le ganan a esa circunstancia execrable llamada Newell’s Old Boys, un oxímoron y una estética de vida que defenestro. Al rato vuelve a aparecer, otra vez el sonoro criminal minúsculo del aire húmedo pero ahora, irradiado por la misma pantalla, estoy leyendo “Lata peinada” de R. Zelarayán, otro imprevisto. Lo sigo y con la portada lo aplasto. Lo examino a la luz de la lámpara y parece que es. Es nomás. Limpio todo en la escena del crimen – ahora el criminal fui yo – con el líquido multiuso Carrefour, fabricado para contrarrestar la mugre alojada en los vidrios o – bien - en cualquier otro material probable de las superficies domésticas consabidas. No sé si sirve para algo esta hipotética asepsia ignara. El culto al coraje que heredé de la sostenida lectura de Borges – ese hábito
obsoleto de los veinteañeros provincianos perplejos – colisiona con la épica del pensamiento ante el mosquito; esto es: la inasible tradición de Macedonio Fernández. No tiene por qué asistirme el derecho a una muerte digna: moriré como todos atropellado por un Corsa o en el Mercobús a mitad de camino entre Bell Ville y Villa María, o acaso en la autopista del sur, llegando a San Pedro. No sé que me pasa, cayó el culto al coraje, o a la irresponsabilidad sicótica, esa ética de peatón justiciero- más que imprudente- que me lanza a imponer mi derecho de prioridad a la fuerza en cualquier infame esquina rosarina y torear con mi común osamenta a esa forma mutante de máquina y civil dotada de impune y letal parte delantera[1].


Morir de un balazo por no entregar la billetera o no revelar dónde guardo mil Euros es un lujo de muerte posible. Ahora bien: morir por un mosquito… yo, guerrero como los mayores de Borges o los barras de R.C., que tiene en su haber más de 1.000 – quizá 10.000 ¿o cuántas? – muertes de mosquitos ejecutados por mano propia, sonoramente contra pared tiñendo en toda una vida los ampos muros con minúsculas sangrías, o empuñados fatalmente en el aire con destreza de atleta-artista zurdo, o aplastados prosaicamente a dos manos en sangriento aplauso, en ese estilo femenino y sin gracia de la caza – casera - de mosquitos, o con la meritoria técnica del latigazo, remera tomada a dos manos lanzando una estampida ante el placard, o el recurso eficacista a la almohada abusadora, ¿vale la pena? Yo, que doné mi vida a la filosofía para poder aprender a morir – como enseñaba Sócrates - ¿mereceré mi muerte por dengue? Os lo aseguro, y mi baja por ventura lo corroborará: el dengue ya está en La Sexta y avanza sin distinción de clases camino a Barrio Mártin.
















[1] Como es aventurable el autor hace alusión a la revocada ordenanza que formuló antaño Macedonio Fernández – de cuyas doctrinas el autor es activista y devoto -, que pretendía imponer la extracción de la parte delantera de los automóviles a los fines de evitar los estrellamientos, o sea la causa hoy en día más popular o abundante de muerte humana a diario.






-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...