1/5/05

El Artista Nacional




Este Sabina no dice nada desconocido cuando lo define como una mezcla de Gardel y Chaplin, lo que más que nada denota una facha, evidente y acaso adrede en la época de Clics modernos a Piano bar. En el chaplinismo esquizo y tangueado, con algo de Inodoro Pereyra, Carlitos Alberto es un derivado de Macedonio, no ya un pariente de Alejandra: más dadá, pero no menos cómico. Un dadaísmo tragicómico, argento. Además, así como Macedonio fue un anciano prodigio, que apareció después de los cincuenta años y dejó a los veinteañeros contemporáneos sorprendidos, garabateando en el siglo XIX, así C. A. García se hace punky cumpliendo los cincuenta, después de una década de jipismo y otra de adelantado y adaptador del pop: ancien terrible.

Otro macedonismo de García: “faltar personalmente”, una expectativa que mantiene su ocasional arte de la ausencia, un modo de ocurrir también por omisión al que nos atenemos incluso con gozo los que alguna que otra vez vamos a sus conciertos, que muy pocas veces son tales. Depara el desastre y la maravilla, y la maravilla del desastre sobre todo.

Nadie se acuerda de que en el 88 ganó un premio de una asociación de críticos de Nueva York por su papel de enfermero en la película Lo que vendrá, donde formaba un triedro llamativo con Soto y Leyrado. Es decir, haciendo de sí mismo –como pasa con la mayoría de los grandes actores conocidos, sean Luppi, Lito Cruz o su amigo De Niro, que cuanto más se parecen a sus reportajes, mejor terminan componiendo el personaje. Enfermero, no aviador –o aviador aviado–. Quien, sin haber tenido noticias de Moreno como músico y patriota rioplatense del rocanrol, háyase topado con ese actor mudo de cine, me imagino que habrá quedado maravillado viendo inauguralmente a un Charlot new age de tal naturaleza. Dice: “los músicos pasan y los artistas quedan”. Su arte pasa, pasa cada vez más por afuera de los discos y los temas: está en un modo de aparecer. El tipo es una puesta en escena, artista sin arte: aparecer es ser y ser arte. Vanguardia hecha lata pop, pero un pop tan tango, tan europeo del s. XIX –es el tango sin tango, el tango sin intención–. Y tan con “una historia de dolor” (dice, dijo, su otro, Spinetta), tan Balada de la cárcel de Reading. Se da el lujo de ser estrella de rock, artista clásico, performer de vanguardia y poseur posmoderno, sin dejar de seguir siendo un fan de provincia: es el más cholulo de todos y el que menos oculta su vocación de afano, Influencias y admiraciones devotas. A diferencia de otros campeones de nuestro silencio elocuente llamado “rock nacional” (¿oxímoron?), sus plagios son a la vista, evidentes, justamente porque no plagia al común, ni abunda en temas de ferretería, de esos que son la individualización de una especie –en el sentido en que se dice que cada tigre es el tigre y cada blues el blues. Pasó de la mezcla Simon Garfunkel-Maria Elena Walsh (siempre es justo: “Sinfonías para adolescentes”) al mejoramiento de Génesis que era La Máquina, y de ahí al engendro Serú Girán, monstruo de cuatro patas que iban cada una para cada lado: una cuadrada y yanquimente roquera, otra yasmodernera y otra profesora de piano clásica (a lo que hay que añadir a uno de los pocos bateristas del mundo con un sonido o estilo propio), cosa que no sucederá más en un mundo donde todos los instrumentistas parecen cada vez más venir de una misma escuela. Parece que después reinventó el rock argentino con sus propios discos, sacando de la galera al hijo Pito Fáez (en su más atractiva versión, hoy extraviada en megalomanías de pastiche beat sinfónico), formateando a GIT, a los marechalianos Abuelos de la Nada, Los Twist, las chicas Cantilo y Lizarazu, etcétera, etcétera (“los 80” son un invento de Charly), con la lata de Iturry atrás (que inventó un modo criollo de hacer sonar la batería ya perdido), para acto siguiente dejar el popismo en los 90 con un “rocanrol-yo”, mezcolanza de rock básico con collages experimentales e incidentes de estudio. Pasa el quía sin empacho por todo y todos, los recrea, los corrige, los adapta a su charlidad (porque en todas esas mudanzas, a lo largo de 35 años suena siempre algo que intacto perdura), todo lo absorbe, lo digiere, lo mezcla, lo excreta, lo rehace haciéndolo Charly, sin callar sus admiraciones, siempre elevando el techo de algún enano gigante, sean Richards, Marilyn Manson o Montoto. Gestos de humildad de un sensacional pedante. Genio, rey y tonto, imaginario y no, atribulado sin mocasín y hedonista patético. En los principios de los 80 puto, ahora pederasta. Aberrante y angelical siempre. Maldito con ternura. Hombre con dios y sin dios. Su intervención política, que lo mantiene en el candelero, en la boca del periodismo y las viejas de verdulería, disrupción automática, ejemplo por la arbitrariedad contra la incansable hipocresía de los honnêtes hommes de la argentinísima buena voluntad declamante. Contra la liturgia progresista a lo Su Santidad León Gieco de Calcuta (que parece que encarna la Idea de Bien del platonismo de la izquierda emocional argentina), la camaradería de un día con Menem (¿Cómo? ¿Quiénes lo habían votado? ¿El Diablo, los Milicos?), para que la bonhomía de los portadores impolutos de la bondad y la verdad progre se golpee la cabeza contra la pared. Contra el sollozo eterno incurable, infinito de películas y efemérides de los Ángeles de la Historia, los muñecos arrojados al Río de la Plata (¡ah, eso es la tragedia, la piedad por la crueldad!) (…me hace acordar a que Borges, cuando tenía unos veintialgo, le había querido poner, a la revista después llamada Proa, y contra la voluntad de todos sus amigos, el nombre “Inquisición”). La vanguardia es así: ejemplo sin prédica y prédica sin ejemplo. Demoliendo hoteles más allá del bien y del mal y drogándose sin sol a la vera de la misma vereda del sol de las campañas antidroga de los narcos.


Quizabobo, intelectualoide





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


Foro fáustico-Kitsch de miseria a la filosofía, viveza epistemológica, patafísica nacional popular, metafísica nazianal pop, crítica en estado clínico, antipsicoanálisis en pantuflas, boludeces con criterio empirista de significado cognoscitivo, dadaísmo tragicómico, popestructuralismo de protesta, poemas platónicos, deconstruccionismo chabón, tango rolinga, paranoia ontoteológica, solipsismo de izquierda, falogocentrismo a martillazos, martillazos al falogocentrismo, esquizoanálisis microfascista, fenomenologías del transmundo, freudomarxismo new age, pragmatismo del reviente, pensamiento poco, yoísmo ayoico al pedo, hedonismo allende el principio del placer, diogenismo del doble discurso, cristianismo con Sade, say no more sin Tractatus, partuza del pensamiento abstracto, vitalismo funebrero, antifilosofía antipoética, surrealismo silogístico, peronismo gorila, menemismo progre, palo a la argentinidad y argentinidad al palo, rocanrol ello, existencialismo menefrego, hegelismo anarcodeseante, cross en la mandíbula a Kant.




Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...