29/4/05

El Roquero Argentino y la Tradición

                                                                                                          a Luciano Coniglio 



En estas pampas de chiste, el narcisismo obligatorio y profesional de la rock star norteamericana se tolera más bien en foro privado, y cuando se permite al aire libre suena mal, gratuito. No en el caso de Charly, que es “Gardel”, que es “Dios”, que es “lo más”. Ni se le hubiera ocurrido a ningún beatle posar así, aunque dijeron que eran más famosos que Cristo: ni al simpático profesional McCartney, ni al profeta Lennon, menos al primitivo Ringo o al abstraído pop hinduista de Harrison. Gardel era una joya de cartón, pero era una persona humilde. Se limitaba a sonreír. Aparecía sonriendo. Siempre. Una de las frases inquietantes de Charly reza por vos que sonreír es como desaparecer (o al vesre). Pero este narcisismo programático más bien deriva de donde vinieron las partituras, los contrapuntos que una anticuada profesora de piano disponía ante un niñito de clase media bien, alta, culta y porteña, en alguna habitación de un departamento horizontal. Un Mozart, el infante terrible y precoz, en salsa Hollywood, el de Amadeus, esa película en la que García se sueña. Del sentido de la pérdida, no a la pérdida del sentido sino a la pérdida de la pérdida –que decía el Lamborghini Malo–, el pase de Sui Generis a Say No More, como de los coqueteos melanco de la infancia con la muerte y el silencio de Pizarnik, a la polígrafa Hilda. Alejandra en el país, inocencia un poco lúbrica. Hay un algo de Alice in Wonderland siempre en García Lange Moreno (aunque ya no quede bien citar literatura en letras roqueras), solitaria megaestrella del pago y a quien se concesiona una inmunidad de la que sólo gozan Diego y los diputados, o los niños, por la cual puede perpetrar sus happenings chaplinescos en la neuropatológica vida cotidiana. Chaplinismo maldito o terno-punk: un Oscar Wilde fusionado con Keith Richard, que diose a conjugar Bowie, Stone, Prince, etcétera, con Chopin, Beethoven, Debussy o Satie. Ahora, además de querer hacer un rock incidental en estudio, propone una estética (y una ética) del incidente en vivo (así como una preceptiva del fallido esperado, aplicado). En vivo, donde uno, en el peor de los casos, va a ver qué quilombo se arma, y en el mejor, a oír cómo arregló los temas previamente, pero sobre todo cómo los va a arreglar, o intervenir, sobre la marcha. Música popular incidental [sic], vuelta inmediatamente escena, comedia de la crueldad que avanza por sobre los tablados y redunda en incidente policial. La diferencia que hay entre Carlitos y la mayoría de los roqueros autóctonos, o la mayoría de las megaestrellas anglos, es de clase: este es un señorito. El quinto beatle porteño es mucho menos proletario que los cuatro de Liverpool, que también aprendieron música antes de que el rock existiera (una gracia perdida que suele añorarse en los músicos actuales); pero a los ponchazos. Por seguir diciendo pavadas, es un moderno: trae al rock temas y asuntos de la modernidad, como el prodigio y el genio. Nadie diría que Jagger es un genio, por lo menos en el sentido en que se dice que Charly lo es, un heredero posmoplebemediático de Chopin. Lennon suena a Lenin, Morrison a Rimbaud; Hendrix podría haber sido un saxofonista borracho del hot. Salvo el nombre de uno de los más lindos discos, Spinetta no tiene nada de Artaud (tampoco Deleuze, llegado el caso), sino de Eluard, y García no tiene nada de surrealista sino de Wilde o Carroll: era un hippie del siglo XIX (ahora macedoniano punk posdesimonónico). ¿Es o se hace? Tema nacional, una genialidad en bruto y en estado conjetural –Fernández del Mazo se hacía llamar en sus papeles “Quizagenio”. Cansados de la aburrida moralina underground y sus atómicos y sectarios socialismos, nosotros queremos un poco de torre de marfil en nuestro tango cuatro por cuatro. ¡Viva Charly aunque yo perezca! (Y bueno, si se quiere matar que se mate, cosa de él. Lo lloraremos en casa.)





-La vulgaridad es un lujo-

Susvín... rompió


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Un idiota que reclama que le sea reconocido un saber...