6/11/11
De la improductividad de gastar a la cultura
Soy uno más que se cree importante, un verdulero del lujo autovendido como hápax de carne y hueso, osobuco de exportación. Es cierto, mi vulgaridad es un lujo, tengo que montar mi circo paupérrimo, hacer de víctima, de perseguido cultural, montar otra noche más los escenarios de mi “comedia de la necesidad”. Hacerme pasar por descamisado, loser, outsider, freak, boludo, punky, mariquita de barrio excluido, grunge, skinhead de salón, hipster, uncool, mostro. Si la norma es disfrutar sí o sí y de todo lo que se pueda… hay que hacerlo también de nuestras miserias, más todavía de las inventadas: si no hay pobreza que no se note. Para llegar las fantasías de penurias son muy útiles, el que no llora no mama y el que no hace negocios con la queja queda fuera. La causerie filosófica se une al activismo fake en el campo cultural, estamos acá para satirizarlo todo decía Zappa. La abundancia es abrumadora, hace que abunde todo, bum bum, la miseria primero que nada. La cultura del malestar es así. Ciencia tanguera, tecnoaguafuertes, y entertainment alarmista. Y si no qué: ¿autoayuda al dandi? Las dos cosas que más me gustan: la desaparición y el escándalo. Decidirme por una de ellas. Si sale mal está bien.
2/11/11
Halterofilia homofilia heterología y alteridad radical
“Eres tú, Concha mía, mi costumbre”
Miguel de Unamuno
En la ginecología filosófica contemporánea existen dos grandes preguntas, dos formas de una suerte de asombro metodológico, que son dos puntos de arranque si no opuestos sí diferentes en relación al enigma de la feminidad. El a quo, el punto de partida, probablemente venga a ser el mismo, la pregunta por la mujer desde una suerte de lugar dominado por el asombro. Se trata evidentemente de una ginecología presocrática, el escaño de una problemática psicológica más bien de orden onto-cosmológica. Por un lado la gran pregunta de Freud -¿Qué quiere la mujer? (Was will das Weib?)- y por el otro la menos pomposa –por desapercibida- de Macedonio -¿Cómo será ser mujer?-. La primera invoca a una tradición germana que Freud no desconocía en lo más mínimo aunque quería espantar de sí, la del pensamiento concerniente a la voluntad sobre el que se levantan dos monumentos filosóficos colosales que pesaban como lastres en el médico austríaco: Schopenhauer-Nietzsche. La otra remite a aquella otra tradición sí estrictamente presocrática, la del pensamiento sobre el ser, presuntamente recuperada del “olvido” milenario por Heidegger. Ante el citado misterio, Macedonio y Freud, dos corpus fundados en la tradición –o en el contexto- del biologismo positivista, rompen doblemente las expectativas de lo científico y lo filosófico, uno por la vía de una “psicología profunda” que se desborda más allá del –principio del- placer hacia el delirio originario de Empédocles, con sus genealogías cosmogónicas del Amor/Odio, y el otro… el otro, en fin, desde una especie de gran patografía proto-deconstructiva que bajo el impulso difuso de “completar” el pragmatismo (de James) desmantela todo y apenas alcanza a esbozar una suerte de Metafísica de la Afección, una especie de subjetivismo absoluto sin ningún sujeto posible. En los dos casos esta gran pregunta funcionó puntualmente a los efectos de “codear fuera a Kant”, en el sentido de que puso en tela de juicio cierta pertinencia central de aquella pregunta por “¿Qué es el hombre?”. Freud y Macedonio aportan sus óbolos a la desaparición del hombre diagnosticada minuciosamente en los 60 por “Las palabras y las cosas”. Una eventual nueva Crítica de la Razón Pura se llevaría a cabo con ese “hombre” codeado fuera.
Volviendo al asunto del principio, que sería como regresar del asunto del “conocimiento” al asunto del “saber” (ya no en los términos de la arqueología fucoltiana sino de la ontogénesis froidiana), barajar un par de hipótesis. Finalmente qué quiere la mujer no es lo mismo que preguntar cuál es su objeto de deseo. Lo que le gusta a la mujer, parecería ser, es la mujer, en cambio aquello que quiere es aquello que en principio no tiene. Se podrá encontrar –hagamos alguna hipótesis yeitera- al gran viudo de las letras argentinas como un precursor exótico y forastero del Queer. El motete de los delecianos del “devenir mujer” es una forma de ascesis que podría reportarse a los imperativos de aquella pregunta, por decir así, onto-empirista de Macedonio (onto porque pregunta por el ser, empirista porque plantea una respuesta desde el cómo) y se podría leer todo ese ejercicio escritural denominado Osvaldo Lamborghini –esa forma de homotextualidad- como un gran trabajo práctico o trabajo de campo organizado a partir de aquella inquisición fernandeciana. Macedonio va del sobretodo al taparrabos y del taparrabos al desnudo –como política quínica de lo mínimo o como proyecto de retorno a la naturaleza-. El más allá de Lamborghini es el mimetismo travesti. Finalmente volver a la máxima de "La guerra de los gimnasios", de aquel discípulo de Lamborghini que llevó el travestismo trangresivo y autoficcional del maestro del fragmento a la “vuelta al relato”, de la violencia a la puerilidad y del reviente al departamentito matrimonial: “provocar deseo en las mujeres y miedo en los varones”, tiene su linaje evidentemente macedoniano, y su revés –froidiano, es decir relativo al querer-, un quiasmo siniestro, sería: provocar el miedo en las mujeres y el deseo en los varones. “¿Hasta que punto se genera "deseo en las mujeres" por ir al gimnasio? (…) Podríamos reformular la pregunta inicial del hedonismo muscular de Flores que pinta Aira: ¿para qué se va al gimnasio? Para transformarse en "mujer"”.
19/10/11
Del Antiedipo al Chavo: malaxación, empequeñecimiento…
El Chavo del 8 vendrá a servirnos de referencia para barajar un análisis del peor destino –a la vez que el más inevitable- de la lectura general del Antiedipo de Deleuze-Guatari: el Esquizo deviniendo Le Petit Prince (en los términos irónico-reaccionarios del ala moderada de “Literal”: “el idiota que reclama que le sea reconocido un saber”). Uno de los animales que sufren efectivamente es el niño. El primordial de sus sufrimientos es el que conlleva su propio “proceso ontogenético”, como en todo filósofo, es decir como todo párvulo amante del saber –por tanto no-sabio-, ya que el niño es un apenas iniciado en el campo de la historia y la cultura, alguien en trance de ser sujeto, de subjetivizarse-sujetarse, de introducirse al mundo y descubrir el mundo, un convaleciente constante de la apertura al ser, un asombrado, un presocrático, un discípulo en la edad de los por qué, un preguntador por el ser. Un animal que tiene que ser infantilizado, que como enfant se hace a la identidad desde la mirada de la ternura desde la que se espera que se reconozca o espera ser reconocido. La infancia es condición de la edad adulta y de la madurez pero la infantilización es una estrategia para la idiotización. Se sabe bien que la pedagogía es ese cuchillo con dos filos: uno es la ilustración, la edad de las luces, y el otro es la imbecilización, la alienación, la adaptación funcional cuya realización no es siempre el sujeto activo que pasa a encarnar concientemente y a continuar activamente lo que recibió y lo configuró sino también un sujeto pasivo, manipulable por su estupidez, o, así estupidizado, reducible, maniatado, neutralizado como sujeto de eventuales acciones violentas, revulsivas, compitentes, peligrosas. Los efectos empequeñecedores del saber la paideia y la escolaridad fueron descritos de modo notable por Ferdydurke, exhibiendo un eventual proceso que va desde las figuras del “joven esteta”, “joven cínico” etc. hasta la madurez imbécil de Filifor y Filimor. El riesgo de que la estetización de la locura termine de acuerdo a ciertas práctivas del llamado “esquizoanálisis” en infantilización e idiotización, bajo el manto siempre predispuesto de la caridad y la piedad sociales e institucionales y la ternura como ocular paterno. La toma de posición a favor del Hijo en Gombrowicz (“¡El Hijo! ¡El Hijo!”) no se organiza desde el Eidos-padre, el Dios padre, la identidad jerárquica del maestro y el alumno como reverso empático de la trasmisión, sino desde una concurrencia de victimidad común donde al revés el viejo abandona la posición de maître por la de inmaduro, que en todo caso conlleva otro peligro: el de los ritos de iniciación paidética despojados de su Aufklärung y restringidos a la mera “bambinización”.
El Esquizo entonces debe elegir entre los paradigmas de Diógenes o El Chavo como su reemplazo de acuerdo a las operaciones del mecanismo del “forrado de niño”. Eso es lo que nos está señalando la alarma ejemplar de X³ cuando nos dice que “Artaud es lo mejor para mirar El Chavo”.
(Artículo especial revista infantil “Bambino”. Trad. libre)
24/9/11
Gracias y desventuras de un metacínico
Estar preparado para todo, esa es la gran disposición anímica –Stimmung diríamos, ya que tergiversar es pensar- que lega el quinismo antiguo, que apoya su éxito, su eficacia, su necesidad por sobre otros cuerpos –pedazos, órganos rejuntados- doctrinarios de la antigüedad. El quinismo les vale a los que no tienen nada que perder, o a los que están dispuestos a un enorme despojamiento a fin de –ahora sí- no tener nada que perder. Pero el filósofo a cuatro patas (citando a Baudelaire) tiene a verdad decir algo que perder; algo intrínseco: su autarquía. Su indiferencia ante la gran fatuidad imbecilizadora que promueve el mundo. La desgracia está a la vuelta de cualquier esquina, y la sabiduría canina enseña a poder esperarlo todo con el suficiente desprecio y la cuota mayor de desapego que sea posible. Toda la sabiduría helénica en verdad se predispone en ese sentido, desaparecida la urgencia, la necesidad, el auge de explicar el universo, o de pensar al sí mismo como ciudadano, esto es en orden al organismo socio-estatal (la ciudad). La fase presocrática y la sofístico-socrática. Parecería que la gran distinción de la escuela cínica responde al lugar, al origen social: es la filosofía a la que podrían atenerse los lúmpenes, el ala plebeya y menos favorecida de la ciudadanía, los últimos estratos libres de la ciudad. En los cirenaicos, en los epicúreos, en la Estoa, allí irán a buscar sus fuentes los hombres de mando de Roma, los eruditos a sueldo de la antigüedad romana, los teóricos modernos de la burguesía como Bentham. En cambio el destino y la marca del cinismo en la historia occidental serán mucho más borrosos. En un punto de la historia, el Estado romano va hacer el primer gran gesto posmoderno, el primer índice remoto de una –cómo decirle- maquinación de ingeniería social orientada a la gran demagogia: el índice más remoto de antecedente de un estado de cosas que tiene la familiaridad de lo que se conoció alguna vez como “sociedad de masas”. Ese hito fue convertir en religión oficial a un culto y unas prácticas de origen pobre y popular de nombre cristianismo. Desde sus fuentes el cristianismo tuvo una cierta disposición quínica en muchos de sus elementos, y a ello hubo que apuntar en vistas a neutralizarlo. Lo que era quínico podía recomponerse como platónico: apareció a escala “planetaria” aquella forma señalada por Nietzsche como “platonismo para el pueblo”. Y de ahí a la televisión. Todo impuso quínico suele terminar así, corrompido por platonismos populistas: progresismos, cristianismos laicos o no, “operativos ternura”, cuentitos de los entes de laya diversa. Caso contrario el quinismo es más que captado revertido, invertido, vuelto señorial y “cinismo”. Con un mundo dominado por la nueva forma de ser del platonismo, escindido en dos planos, por así decir, el popular y el de alta cultura, las formaciones quínicas quedaron confinadas en las pequeñas revueltas, en las instancias revulsivas, en una marginalidad que ya nunca más pudo manifestarse orgánicamente y menos al interior de la cosa pública, en el espacio común urbano, como performance disruptiva de un bufón espontáneo, repelido por todos pero por todos tolerado, como alegre mártir público que al fin tenía una oblicua función social de crítica, de oficiar de medida por la cual o en la cual el ciudadano puede evidenciar la distancia entre la falsedad fáctica de las prácticas las normas morales o el derecho positivo en auge con respecto a la verdad extrahistórica, universal. Para que existiese el sabio cínico antiguo tenía que existir en alguna manera esa división del mundo entre falso/verdadero al menos en un sentido más o menos “difuso”. Para qué se lo dejaba a Diógenes vagar por las calles sino para que oficiara más o menos solapadamente de “medida de todas las cosas”. Él era el Hombre, el anthropos de Protágoras rodeado de homínidos sociales, funcionarios-mierda (“¡Pedí hombres no soretes”!). Como las verdades del loco, del niño, o del artista como enfermo que cura en la modernidad vigente, así se conjugaban las verdades del perro a dos patas, es decir teniendo alguna –oblicua y dolorosa- utilidad social al margen de su fuerza de escándalo. Escándalo pero no rebelión. Bufón sin engagement, sin emolumento, sin encargo. Pero subversivo pedagógico, violento ilustrado, bruto civilizador. Irónico alegre, sarcástico libre de cargo y culpa, en definitiva este personaje no era un sacrificado por la comunidad como chivo expiatorio –suicidé de la societé- (o perro de paja), ni era un bonzo motivado por el autoinmolamiento masoquista. El sabio cínico en su forma originaria en definitiva no dejó su empresa vital; su destino no fue la cicuta o el ostracismo, la pira, la guillotina, el GULAG, el campo de concentración, la ESMA, Guantánamo. Su caricatura, retratada en principio por el quínico devenido sofista satírico –proto-cínico- Luciano de Samósata en la figura del cínico irrisorio Peregrino Proteo se explaya en la historia como su “cooptación” por el nihilismo, en el sentido nischeano de devaluación reactiva de la voluntad. Podemos pensar una “edad de oro” del cinismo (quinismo) originario como –en todo caso- nischeísmo popular (popular, no para el pueblo). Pero después de todo aquello que sindicaba Luciano en Peregrino (arrojarse por sí mismo a las llamas más que nada por voluntad de reconocimiento póstumo, fama, en fin erostratismo) es más o menos el mismo argumento que sacó de su boca Sócrates (ese pre-quínico, ese pre-platónico) achacando al maestro de Diógenes Antístenes, el fundador de la escuela: “A través de los agujeros de tu manto puedo ver tu gran sed de gloria” “¿Nunca dejarás de hacerte el guapo ante nosotros?”.
Coda: El teatro socrático comparte características con el teatro cínico contemporáneo. Se trata de la atopía. Cuando se pregunta “¿Desde qué lugar?”. El átopos sólo provocaba confusión, anonadamiento, misteriosidad, desconcierto. El método mayéutico –por no concebirlo como gesto mecanismo o artilugio- en sí mismo y sin el edificio platónico, como una suerte de subversión contra-heurística, contra-retórica, tiene lugar sin origen, a ello evoca H. González con la figura de la “conversación macedoniana”. Algo así como la decontrucción en el fuera-de-texto mismo –es un decir-, en el descampado del habla. El cínico como “objetor sin ideales” según la demanda de Sloterdijk, es un heredero socrático al servicio de los sofistas en todo caso. Más allá de la dimensión psicopatológica –el psicoanálisis de las figuras del saber y de la filosofía-, que lleva a ver a estos “personajes conceptuales” tipo Diógenes o Sócrates como simpáticos o nocivos histéricos, el socratismo-sin-Platón (llamarlo así) puede adaptar sus servicios a cualquier reino: ser o no ser una propedéutica ilustrada, suscitar el thaumadzein pro verdad, quedarse en la mera paidia (jugueteo pueril), ser un aporte más a la confusión mundial, o propender a un télos místico, budístico o helenístico, algo así como la epoché o el silencio a-lo-Tractatus-sin-Tractatus.
Estar prevenido más o menos para lo que venga, una buena forma de lucidez que es una corrección bastante inspirada de la preparación para la muerte socrática. Y ahora, cuando se tiene algo que perder, comienza uno a desprepararse para todo, y del quinismo al cinismo, aparece el cínico. El nichito, el bien de familia, el cuarto propio, el curriculum, la caja de ahorros.
7/9/11
Asterix los sofistas y una inactualidad en Diógenes
Lo que le faltó a Diógenes fue la autoironía. Todo en Diógenes podría ser un sistema que eventualmente sería formulado al menos en algunos principios, aunque no necesitó hacerlo probablemente en parte porque ese “sistema” sería una crítica al paso más allá que caracterizó a Platón; el paso más allá con respecto a Sócrates: que en principio empezaría por eso, por los principios, por fijarlos y repetirlos, extenderlos con la escritura y seguiría, paso dos, con la Academia y acabaría –tres- con el Filósofo-Rey y la erección de una nueva Ciudad o Estado (Politeia). Metáfora o no Diógenes no deja de ser “ciudadano”, aunque sea ciudadano del Cosmos. Eso significa que si no hay un nómos tráshistórico más allá del positivo, sí hay al menos ley en el sentido de un orden, un estado de cosas que son de una manera y no de otra, esto es sujetas a los principios que anunció Parménides, y a los que la conducta se puede y debería ajustar: es la physis o naturaleza. Lo que le faltó a Diógenes es en todo caso la modernidad y la posmodernidad, algo que de todos modos es probable que no les haya faltado a algunos de los llamados sofistas, eventuales posmodernos avant la letre, precursores milenarios de todo flagrante cinismo en tanto que antítesis del quinismo. A Diógenes le faltaba aquella capacidad por la cual algún escritor de la bohemia francesa que no puedo recordar alguna vez dijo que no había por qué ser “el perro de sus propias ideas”. Por lo que podríamos ver al gran can de Atenas como el antecedente histórico de Idéfix –o sea idée fixe: idea fija- el perro ecologista de Obélix (nombre especiamente falocéntrico por otra parte…), el enorme distribuidor de menhires investido de un poder sobrehumano por el druída Panorámix. (Según el artículo de Wikipedia la traducción británica de Astérix llama a Idéfix “Dogmatix”, que ensambla dog y dogma). Si a Macedonio le faltaba Freud (“como parece creer el estúpido de Germán García”, O.L.) a Diógenes, además de dos mil y tantos años, le faltaron los franceses.
29/8/11
17/8/11
Dos efectos personales de Macedonio
Dos rasgos definitivos de la escritura según Macedonio: como “venganza por haber leído tanto”, y como forma de no matar. La escritura es la sustitución del crimen, o su forma gramatológica; es lo que se recibe a cambio del suspenso de la agresión o de deponer las armas. Con la violencia metafísica de la escritura se subroga la violencia efectiva, física. Metafísicamente, el otro, y su otro –el yo- se exterminan para que físicamente sobrevivan. En Macedonio ese aniquilamiento tiene una forma de empatía común, ternura e hilaridad montadas sobre la indiferencia –o pura diferencia- de la afección, porque todo lo que ocurre es afección y los afectos son fenómenos inubicados, en un estado de cosas o situación donde el yo y el otro son sólo figuras supernumerarias, espejeos, reflejos.
Un probable resultado de un ejercicio de la escritura como venganza contra la lectura –o al menos contra su exceso- es entender a la propia práctica literaria como –por un lado- metaliteratura y por otro y al mismo tiempo como parodia –parodia de la literatura-. Sin necesidad de dar una respuesta a por qué se lee, el hecho es que se lee y demasiado, y una forma de contrarrestar los efectos perniciosos de la lectura, es escribir, convalecencia de la lectura –auto o héteroimpuesta-, una forma de salud cervantina, si se entiende que la lectura como mal es lo quijotesco y la escritura paródica como salud es cervantina –esto es: antiquijotesca-. Un traslado de la posición de Quijano a la de Cervantes.
Es una manera de poder comprender –ya no refiero al caso Macedonio- un aparato literario superpoblado de alusiones eruditas e “intertexto” y demás actividades endogámicas pero impelido por una satírica voluntad de burla injuria risa e incluso de romper todo o incendiar ese inhóspito palacio. Ser una especie de Alonso Quijano punk o dadá. Por un lado la actividad criminal en el campo de la gramatología permite matarlos a todos –uno incluido, claramente- perdonándonos la vida, y por otro la literatura manifestándose como un borgismo eroto-agresivo y esquizo-paranoide. Podría ser un menardismo invertido que en vez que querer volver a escribir lo leído propone volver a leerlo como un método de borrarlo. Por lo menos de la propia memoria o cabeza.
16/8/11
PERSONAJE CONCEPTUAL DESCUBIERTO EN EL BAÑO DEL ENEMIGO
Sacar al artista del lugar de boludo viene bien que traiga aparejada la circunstancia de ser menos un hombre que una dilatada y compleja literatura. Todo sea mientras no llegue un tipo predispuesto a meterse por la ventana de tu casa enfundado en la premisa de “¿Cómo será una persona que escribe así?” listo para escribirte por su propio encargo los 10 tomos de tu “autobiografía”. Uno puede arrancar a escribir desde cualquier parte, y terminar en cualquier parte. Por lo menos hay que intentarlo. Que sea un postulado. Un ejemplo a mano de la imbecilidad del público: cerrás después de cinco años una tesina sobre medio parágrafo de la Critica de la Razón Práctica de Kant, te abrís un blog y contás como cojés. Mañana te encerrás en un cofre y volvés a proponer a la escritura como una metafísica del onanismo o como solipsismo alienado confinado en el campo del otro. Refritás mitología de autor kafkiana con joyería neobarroca regurgitada como anacronismo deliberado. Pero por las tardes proponés autoficción post-autoral enmarcada dentro de un sistema de neosaberes de sociología con ingredientes de tecno-costumbrismo “sucio”. No hay problema. Mientras no lleguen los lectores.
15/8/11
MI ENFERMEDAD: NIETZSCHE, O: BADIOU CON LAUTRÉAMONT
“A la inversa, conmigo no se llevará a cabo ninguna transmutación,
el malentendido no hincará el diente en mí.
Cometí el error de querer ser Lautréamont directamente,
como si el tiempo ya hubiera pasado
¿Y eso a quién le interesa? Estéril, abandonado,
atravieso mi posteridad como una completa nada”
Diario de la Hepatitis
El estilo de Badiou, una provocación apuntando a la lápida de Lyotard. Todo parece parábola, cuento, relato. Una novela filosófica que se reescribe a perpetuidad. Un estilo de monotonía brillante esplendiendo en la luz solar del Gran Sentido recuperado. No los “mititos”, pequeñas cápsulas de fabulación confesional sin identidad que organizaba Fernández; son –en jerga cordobesa- mitazos. Con Badiou vuelve la filosofía después de Lacan. Como si el psiquiatra hubiese sido la última personificación plausible de la antifilosofía. Platón regresa a Hegel como se nota a primera vista en esa maravillosa prosa ontológica que encierra todo, en la que todo cierra, en la que todo se cierra, aduerme calma aquieta en la restauración de la filosofía como platonismo. Platonismo después de la superación de la metafísica, después del giro lingüístico, la destrucción/deconstrucción, después del hombre desaparecido, de la transvaloración de los valores, del imperio cósmico tripartito del cinismo el poema y los sofistas, de la muerte de Dios la desintegración de la certidumbre y el arresto de Seguro en la comisaría 5º. El Ser y el Acontecimiento es el Gran Libro-Almohada. Me duermo en él y floto haciendo suelo del cielo. La epopeya megalómana de Alain Badiou debería leerse como una reposición del confuso gesto de las Poésies del Conde de Lautreámont. Curiosamente, porque la gran batalla es contra el Poema, pero es en ese mismo texto uruguayo –llamado las Poesías- en donde se anunciaba el camino contrario a la convalecencia de Nietzsche, la cura del platonismo: se anunciaba, enunciaba, cantaba o contaba, la cura del poema –en este caso Maldoror (mal de Aurora, por otra parte) por intermedio de las matemáticas, de la luz, del clasicismo y del matema, por paródico o paradójico que sea (: “la poesía es la geometría por excelencia”). Con Nietzsche- en el relato de A.B.- se corona “la entrega del pensamiento al poema”. Uno de los actos terapéuticos en la convalecencia de la enfermedad-Platón. Sanarse del platonismo es curarse de la verdad ejerciendo el odio al matema: sólo sé que de geometría no sé nada, ni quiero saber. En realidad de geometría, sabemos todos, como enseñó Sócrates. En cuanto a la entrada en la Academia… es una cuestión de actitud, no de aptitud. Nada de Kafka ante la Ley. Como dice Say No More: entrás si querés… salís si podés.
“Es la verdad lo que es hoy una nueva idea en Europa”. Lo tomamos como un chiste: ontoteológico, omnipotente, ancestral. Un chiste lento es Badiou (“El teorema es bromista por naturaleza”). Es un síntoma, una reacción, como la de Lautrémont contra Lautréamont, como la de los poetas contra la poesía, como la de las multitudes de sofistas-oficiales que agolpa la universidad mientras esperan cobrar su sueldo de funcionarios-docentes del Estado. Un gesto tilingo, histriónico, glamoroso, un happening teorético más, la novedad siguiente, una performance cínica orientada a acabar con el cinismo como hacen las performances de los artistas para acabar con el arte. Un poema. Un poema mediando entre las Poésies de Ducasse y el Poema de la Naturaleza de Parménides. Con Parménides el poema es un ejercicio para salir del poema: su punto de llegada es el “descubrimiento” del principio de identidad: paso a ontología y matema. Con Lautreamont, en las Poésies, también, el poema es el ejercicio para salir del poema (Maldoror). Uno va hacia Platón otro sale de Nietzsche, preanunciando la “convalecencia” que peticiona Badiou (curarse de Nietzsche), habiendo trocado la anterior convalecencia (la cura de Platón, del platonismo) enunciada en Maldoror. Pero tal vez todo sea mucho menos épico, fortuito, accidental, inane como se testimonia en el “Perménides” de Aira que detalla cómo el inmortal inventor del primer principio de la lógica no era más que un millonario intelectualmente inoperante que para pasar a la posteridad a través de una obra definitiva contrata a un oscuro ghost writer meramente llamado Perinola, sinónimo de esferita, y sinónimo de bilboquet, top, trompo, balero y pasatiempo.
“Nada más natural que leer el Discurso del Método después de haber leído Berenice”.
12/8/11
DE UN SORDO A OTRO
SORDO UNO. Nosotros los socráticos derridiotas –también conocidos como: derridadaístas-, por lo menos los de mi barrio –si queda alguno- entendemos más bien lo contrario –o cualquier otra cosa- a lo que argumenta esta frase de J. J. Rousseau sacada de su Ensayo sobre el Origen de las Lenguas; esta frase que dice que “expresamos sentimientos cuando hablamos, ideas cuando escribimos”. Nuestro empacho en la tradición mayéutica, así sea la añeja mayéutica de la Perla del Once, nos lleva varias veces a sacar las ideas del simple roce con los otros en el simple terreno del habla. Como magos, mejor todavía, le sacamos ideas al contrincante verbal de turno cual si fueran conejos –incluso conejillos, hindúes-. En las afueras del texto (aunque no las hay) la deconstrucción también es un vicio provechoso. Cuando escribimos más bien es para sacarnos las ideas de encima. Si alguna quedaba, estorbando. Yo quiero estar liviano dijo el sabio.
SORDO OTRO.
10/8/11
5/8/11
PARA ACABAR CON LA VOLUNTAD DE ACABAR (el título... nada que ver)
Y para encajar todos los días con su identidad (de nuevo) los hombre-engranaje (¡ah Sabato!) de la cultura van del trabajo al terapeuta y del terapeuta a la casa: la vida ordinaria peronista les resulta poco o demasiado binaria. En el mejor de los casos le adosan el refuerzo del fiel Rivotril (deudor del Prozac antiplatonista con auge en los 90’s, que fue a su vez relevo del Lexotanil ochentoso y éste del Valium de la edad antigua) y se aferran a sus máximas como a un mantra o un príncipe de Holanda. Pertenecer es lo que cuenta, y seguir participando. La felicidad ja ja jajá. Pero que con esa “estética de la existencia” como cédula de identidad se invoque a Nietzsche…mmh…es raro. Habría que repasar lo que enunciaba éste sobre el hedonismo, ya el de la complacencia utilitarista –eudemonismo como ingeniería social-, ya el antiguo –el de la escuela epicúrea- que mejor sería que fuese llamado evitismo, evitismo del placer no del poder, evitismo para sí no para la Hélade o el Estado-. Evita, vive. Ni Bentham ni Epicuro ni Arístipo ni… No es que el intérprete justo de “Herr Zaratustra” haya sido George Bataille, con su compulsión a la hybris, el gasto improductivo, el histerismo del exceso, el morbo transgresivo, el porno teológico, no. ¿Quiero decir que es imposible ser nischeano –en el sentido de la gastada lacaniana: si Dios ha muerto, nada es posible?... Todo libro es de autoayuda (¡es una tesis!), de ello no caben dudas. Pero Nietzsche como prospecto es ilegible. No tiene instrucciones de uso, tiene contraindicaciones e infinitos efectos colaterales. Como la Biblia, dio para todo. Complicar, desear desear, algunos primeros principios de un par de vitalismos demasiado froidianos y franceses. Contra toda política de la felicidad, sea para la Hélade –el utilitarismo-, sea par lui-même y la souci de soi –epicureismo, aristipismo- y en lo impracticable de la impusión nischeana, la burla, la ironía, la megalomanía –por más leve que sea-, la voluntad de posar de interesante e incluso la instrumentación de todas las configuraciones posibles del resentimiento, aunque más no fuere del ¡resentimiento contra los resentidos! (una cosa es una contingencia otra una estructura), sirven –todo sirve- para componer una vez más el happening perpetuo, la gran performance sin público de la vida misma aun cuando no exista en ningún lado “afuera del texto” alguno. Hay aquella probable fórmula de Jasper Johns, que también podría ser una lectura ética de la impracticable ontología nischeana: el arte consiste en hacer una cosa, después otra, después otra, luego otra, des… ¿Pero quiero decir que Pomelo o la cinematografía de Fito es el auténtico legado cómico de la Wille zur Macht nischeana?
30/7/11
LEVE MEGALOMANÍA
16/7/11
NI PERUCAS NI GORILAS: ¡BIPOLARES!
Cuando los textos de X³ se hacen presentes esperando la feliz indiferencia, a veces, al contrario, entre los rictus de risa o pánico inmediatamente advienen el rechazo, el malestar, la indignación, la mofa, la exasperación, y así y así. Surgen preguntas. No tanto ¿quién podría haber escrito esto? Sino ¿quién lo publica? ¿por qué? ¿Qué es? ¿Qué pretenden estos enfermos mentales? ¿Se trata de un loco guiando a un loco? ¿Un bromista guiando a un loco? ¿Un loco a un bromista? ¿Es uno? ¿Son muchos? ¿Es un experimento editorial-literario? ¿Una broma de mal gusto? ¿Un documento de un caso de paranoia social aguda?... Siendo así se entiende que esto ocurra. ¿No es esa incertidumbre –pregunta un optimista que pasa- la que se ha propuesto despertar cierta rama del arte de vanguardia por ejemplo? Si uno piensa en los anxious objets de Rosemberg, podría encontrarle un sentido afín a este objeto textual, a esta operación editorial. ¿Podría tratarse de un intento de comulgación literaria –escritural al menos- del art brut con el shock art? Podríamos remitirnos a unos dos mil y pico de años atrás y reparar en Sócrates, ya que estamos ante una pieza con connotaciones teoréticas. A Sócrates le llamaban atopos, sin lugar. El sin lugar, extraño, absurdo. Un sujeto-instancia anómico, inefable, que sólo llevaba a deparar anonadamiento. Efectivamente ¡es tan difícil no gustarle a nadie!... que no parece haber manera y hay que apelar a cualquier recurso con tal de ser excomulgado incluso por los autoproclamados “cualquieristas”, esa troupe bastante uniforme y ortodoxa en su terquedad colectiva que no parece estar dispuesta a admitir la menor disidencia ni en clave de broma. Pero todo esto es demasiado, acá no hay nada que justificar. Es como un faul, un ful, un simple ful y por el gusto de hacerlo. Ni siquiera es en broma. Nada. Pedimos indiferencia, la indiferencia que se debe tener ante un simple hecho. Hay que tener un proyecto irresponsable.
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La izquierda es una parte de la derecha. ¿Deja algún otro saldo que ése la sabiduría del Antilíder? Una sabiduría inútil, espantosa. Pero no la del espanto borgeano ¡la del verdadero espanto separatista! La del que –como pedía Zaratustra- se va a la Montaña. O mejor –a lo Mahoma- deja advenir a la Montaña. Mete su montañita en medio de la ciudad, por eso es una montaña tomada, algo peor todavía que la antigua “Torre de Marfil asediada” del poeta Marechal ¿no? Y entonces llega la comicidad horrorosa. Metamos cita, una que sepamos todos. Un párrafo de Trento de L. Lamborghini: “Soy un hombre-sótano. Pensante. Un pensamiento que ha venido tomando forma de sótano. Soy cómico y, por tanto, subversivo. Sótano. El vicio cómico encubre mis verdaderas intenciones. Reserva mental. Y pienso: mi vida es una permanente contradicción que se resuelve en una permanente duplicidad. Yoes: ¡Chist! Perseguido por mis fantasmas mentales. No hay salida para nadie y para mí menos que ninguno. Soy un archipiélago de ideas desconectadas que cuando se conectan producen monstruos. Soy una mente dividida, una máquina cuyo descanso consiste en maquinar todo el tiempo”. Procopius, el personaje de esa novela pedía: “Escribir sobre lo serio en lenguaje cómico; escribir sobre lo cómico en lenguaje serio. ¡Señor, dadme esa gracia!”. Pero en X³ no hay gracia, salvo la que hace la desgracia. En él sí podría rigurosamente aplicarse, –quiero seguir con la cita que tengo a mano, para qué ir más lejos, manejo tres acordes- de ninguna manera en sentido lato, esta incitante definición de Procopius: “¿Qué es un poeta? Alguien que escribe y no es escritor”. Bien. Literalidad. Éste es el caso, acá sí que se aplica, pero en serio en serio.
***
En El Antilíder, tercera obra de X³ escrita con enorme justeza y mal agüero en los últimos meses de 2010, el eventual panfletarismo paranoico-fascista –sea literal o literariedad- parece periodizarse, politizarse, se pliega a la manida “politización” ambiente que domina nuestros días, a su modo, siempre al calor de la lengua del enemigo, en cierta forma uniéndose, no pudiendo contra ellos. Al contrario, el lema esquizoide-nacional es siempre “al enemigo todo”; por eso El Antilíder no es una oda contra el verticalismo, ni se queda en la denuncia de la fabulación colectiva y la mistificación propia del peronismo ora de izquierda o derecha. Sólo se propone seguir despoblando el desierto, y por eso, por la negativa, que es el modo más sutilmente eficaz, se termina coronando como un canto de alabanza de lo que a primera vista denuncia, el más grande documento proselitista a favor del “Líder” ofreciéndose como íntegro martirologio del despropósito pleno en el exacto instante histórico en el que prosperaban a granel las necrológicas. TN puede desaparecer. El Antilíder quiere.
6/7/11
Forma de contrarrestar un pedido de prólogo
Vega querido:
«Ne pleurez pas en public». La escritura es la mujer, es la muerte, etcétera. Se ha dicho. Suplente del habla, lengua del ausente, etcétera. El que escribe no está, porque en el empeño por traer con la escritura lo que falta o lo ausente o lo imposible, se borra en lo inestante y el objeto se hace la escritura misma, lo que está. Cuando el solipsista escribe deja de serlo. La solipsista, la escritura, absorbe al escribiente y a la escrita. Unida, pero llenando un vacío con otro vacío. El que escribe va leyendo, escribe para leerse porque escritura y lectura son lo mismo: diferencia en acto. La excusa de Ricardo Zelarayán es irrefutable y bienvenida: “escribo lo que quiero leer”. Basta uno para haber un mercado, es probable que Héctor Libertella haya querido enseñar eso. Lo que se conoce como literatura incluye en su concepto lo que se conoce como mercado, donde su sistema de valores y mercancías no se articula necesariamente en la medida monetaria. Escribir para leerse bien. Pero ¿publicar?
El medio editorial argentino trae hordas de escritores que hablan de “lo nuevo”, otros del “presente”, y otros que dicen que la literatura es un tiempo que pasó y que los escritores están todos muertos. Repiten lo nuevo, retrasan el presente, se ponen la ropa que el occiso dejó, recauchutada. Como se ve, son dos los anacronismos básicos: los que están de moda, y los que no. C. Aira escribe: “La literatura ha muerto y yo soy la prueba viviente. Mi contexto ya pasó.” S. Llach escribe: “Los escritores están todos muertos. La literatura es cosa del pasado. Quien entienda ese hecho social, entenderá mejor la época. La literatura ya no existe más, sólo existen la escritura y la lectura masiva en Internet”. J. Terranova escribe: “Yo busco eso, que en verdad es una reescritura de una frase de Hegel: hay que animarse a ser contemporáneo de uno mismo. La sola existencia en un entramado social no determina que uno sea contemporáneo de uno mismo”. O. Coelho escribe: “el lector todavía sigue regido por una autonomía temporal y una historia privada que forma su gusto, y que probablemente acuda a un libro no para encontrar retazos de lenguajes mediáticos y actuales, sino para desalienarse de ese imaginario público y pasar a una dimensión en que las palabras significan y resuenan de modo diferente”. D. Tabarovsky escribe: “en el arte es imposible llegar tarde”. Alberto Girri escribió: “Sólo se es en profundidad contemporáneo al sumergirse en la contemporaneidad con la distancia del anacronismo”.
Se sabe bien que el (¡aj!) “sistema literario argentino” –una entidad quimérica que viene a ser la cruza del “Odradek” de Kafka con el “Aparato de Duhalde”- tiene el culo atravesado por un koan introducido por Osvaldo Lamborgini. Éste habla de publicar sin escribir. Es cierto que si uno mismo ya es su propio mercado escribir ya viene a ser publicar. La pantalla del Word puede ser el ejemplar escenario de esta epifanía. Todo usuario de Word, como mínimo, ya publica para sí e incluso sin necesidad de ninguna preexistencia manuscrita. El e-mail –lo que en nuestra protohistoria llamábamos carta- viene a ser el segundo grado en todo esto, la segunda expresión mínima de un mercado, el límite inferior de un público. La literatura de hecho suele entenderse como un sistema epistolar desquiciado, descabezado, al garete, donde la misiva no se sabe bien de quién viene ni a quién va dirigida, ni de dónde o cuándo. A todo esto mucho más ajustado que evocar que “con el número dos nace la pena” es no olvidar que “todo va bien, hasta que llegan los lectores”.
En los confines perdidosos del mundo no importa que los templarios del objetivismo hayan perseverado por años para condenar al arcón de los recuerdos al viejo neobarroco que combatía al neorromanticismo y sus obedientes hijos parricidas estén agregando otro post al post-objetivismo. La fórmula de Gilles Deleuze era: “un enunciado es literario cuando lo asume un célibe que se adelanta a las condiciones colectivas de enunciación”. Se conoce el caso de Hölderlin, un autor de la antigüedad clásica que sin embargo escribió en el siglo XVIII pero sólo fue leído en el XX. En el caso de aquel autor borgeano ubicado en un cuento del Jardín de los senderos que se bifurcan, es probable que haya resultado innecesario aplicar el adagio de Zelarayán: aquello que hubiere querido leer podría no haberlo escrito. Pierre Menard a lo mejor aceptaba que uno es su circunstancia, esa premisa de Borges. Pero igual era el autor del Quijote. El anacronismo deliberado –de hecho- es una técnica. El automático, una pasión. Se nace, y el mundo es nuevo. En él, en el mundo, pleonasmo o paradoja, siempre habrá algún lugar para un nuevo neorromántico.
«L'amour ne se confond pas avec la poésie.»
28/6/11
TUITEAR PARA MAÑANA LO QUE PUEDO TUITEAR HOY
Le presté plata a un amigo el jueves; ayer me llegó un mensaje de texto; lo leí azorado: “Mañana te lo pago” decía. El mensaje en sí no tiene nada de asombroso, sólo que yo me quedé pensando en que ese podía ser el título general de todos los clásicos. De la Obra Completa total de todos los clásicos del mundo que uno leyó (pavorosamente lo recuerdo): Mañana te lo pago. Es lo que nos está diciendo el muerto que habiendo escrito ayer está siendo leído ahora. “Mañana te lo pago”. Mañana te lo pago. ¿Se entiende la estafa, no? Lo más alarmante del muerto que parla es su facultad de hacer promesas. El muerto promete ¡pero no está en condiciones de prometer nada! A menos que pensemos que al reclamo, boleta en mano, lo vamos a ir a hacer cuando hayamos pasado a mejor vida. Pero ese optimismo, promovido ancestralmente por la milenaria empresa religiosa en todos los confines del mundo conocido, hoy en día (probablemente siempre) no tiene ninguna chance, no tiene aire, no tiene cuerpo, carece de toda credibilidad salvo en el caso terminal de los que están en vías de palmar: el que se está muriendo sí puede darse el lujo de contraer esos vicios intelectuales: cuanto más se acerca uno a la muerte más ingenuo se vuelve. No tiene de qué agarrarse, deviene todo esperanza. Todo se hace esperanza. ¿Qué otra cosa puede esperar? ¿De qué se va a agarrar? ¿De una indemnización? ¿De un subsidio? ¿De la carrera del hijo? ¿Del próximo gobierno? ¿De la revolución bolivariana? ¿Del estudio? ¿De la rehabilitación quinesiológica en los gimnasios? El habla de los muertos es siniestra, y en ese sistema de lo ominoso prospera la “literatura”: arranca de la familia, del aula, de los medios, de la clase, de la tribu, de la historia; arrebata al discurso y lo ubica fuera de serie. Enmudece a los que obran y le da la palabra a los ausentes, especialmente al que está ausente en todas partes, el muerto. Menos mal que existe el mercado editorial, el mercadito universitario, los claustros, los programas de cátedras, los suplementos culturales, el tribalismo twitter, los talleres de narrativa infanto-juvenil o para la tercera edad, y la mar en coche de todo ese formidable artefacto social organizado para acabar de una vez con la literatura.
-La vulgaridad es un lujo-
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