Sacar al artista del lugar de boludo viene bien que traiga aparejada la circunstancia de ser menos un hombre que una dilatada y compleja literatura. Todo sea mientras no llegue un tipo predispuesto a meterse por la ventana de tu casa enfundado en la premisa de “¿Cómo será una persona que escribe así?” listo para escribirte por su propio encargo los 10 tomos de tu “autobiografía”. Uno puede arrancar a escribir desde cualquier parte, y terminar en cualquier parte. Por lo menos hay que intentarlo. Que sea un postulado. Un ejemplo a mano de la imbecilidad del público: cerrás después de cinco años una tesina sobre medio parágrafo de la Critica de la Razón Práctica de Kant, te abrís un blog y contás como cojés. Mañana te encerrás en un cofre y volvés a proponer a la escritura como una metafísica del onanismo o como solipsismo alienado confinado en el campo del otro. Refritás mitología de autor kafkiana con joyería neobarroca regurgitada como anacronismo deliberado. Pero por las tardes proponés autoficción post-autoral enmarcada dentro de un sistema de neosaberes de sociología con ingredientes de tecno-costumbrismo “sucio”. No hay problema. Mientras no lleguen los lectores.