El Chavo del 8 vendrá a servirnos de referencia para barajar un análisis del peor destino –a la vez que el más inevitable- de la lectura general del Antiedipo de Deleuze-Guatari: el Esquizo deviniendo Le Petit Prince (en los términos irónico-reaccionarios del ala moderada de “Literal”: “el idiota que reclama que le sea reconocido un saber”). Uno de los animales que sufren efectivamente es el niño. El primordial de sus sufrimientos es el que conlleva su propio “proceso ontogenético”, como en todo filósofo, es decir como todo párvulo amante del saber –por tanto no-sabio-, ya que el niño es un apenas iniciado en el campo de la historia y la cultura, alguien en trance de ser sujeto, de subjetivizarse-sujetarse, de introducirse al mundo y descubrir el mundo, un convaleciente constante de la apertura al ser, un asombrado, un presocrático, un discípulo en la edad de los por qué, un preguntador por el ser. Un animal que tiene que ser infantilizado, que como enfant se hace a la identidad desde la mirada de la ternura desde la que se espera que se reconozca o espera ser reconocido. La infancia es condición de la edad adulta y de la madurez pero la infantilización es una estrategia para la idiotización. Se sabe bien que la pedagogía es ese cuchillo con dos filos: uno es la ilustración, la edad de las luces, y el otro es la imbecilización, la alienación, la adaptación funcional cuya realización no es siempre el sujeto activo que pasa a encarnar concientemente y a continuar activamente lo que recibió y lo configuró sino también un sujeto pasivo, manipulable por su estupidez, o, así estupidizado, reducible, maniatado, neutralizado como sujeto de eventuales acciones violentas, revulsivas, compitentes, peligrosas. Los efectos empequeñecedores del saber la paideia y la escolaridad fueron descritos de modo notable por Ferdydurke, exhibiendo un eventual proceso que va desde las figuras del “joven esteta”, “joven cínico” etc. hasta la madurez imbécil de Filifor y Filimor. El riesgo de que la estetización de la locura termine de acuerdo a ciertas práctivas del llamado “esquizoanálisis” en infantilización e idiotización, bajo el manto siempre predispuesto de la caridad y la piedad sociales e institucionales y la ternura como ocular paterno. La toma de posición a favor del Hijo en Gombrowicz (“¡El Hijo! ¡El Hijo!”) no se organiza desde el Eidos-padre, el Dios padre, la identidad jerárquica del maestro y el alumno como reverso empático de la trasmisión, sino desde una concurrencia de victimidad común donde al revés el viejo abandona la posición de maître por la de inmaduro, que en todo caso conlleva otro peligro: el de los ritos de iniciación paidética despojados de su Aufklärung y restringidos a la mera “bambinización”.
El Esquizo entonces debe elegir entre los paradigmas de Diógenes o El Chavo como su reemplazo de acuerdo a las operaciones del mecanismo del “forrado de niño”. Eso es lo que nos está señalando la alarma ejemplar de X³ cuando nos dice que “Artaud es lo mejor para mirar El Chavo”.
(Artículo especial revista infantil “Bambino”. Trad. libre)